Enrico Rava siempre está en el corazón de los porteños. Vivió en la ciudad a principios de los años setenta, se casó con una argentina y luego, por diversas razones, interrumpió esa relación hasta que, en 2006, se presentó con Stefano Bollani en la apertura del Festival "Jazz y Otras Músicas", inmediato predecesor del Buenos Aires Jazz, que actualmente dirigie Adrián Iaies. Luego, el 13 de diciembre de 2007 13, en el Teatro Coliseo, el trompetista abrió un muy curioso Festival de Jazz Italiano. En la ocasión –la anteúltima en que visitó la ciudad–, Jorge Fondebrider tuvo la oportunidad de entrevistarlo para Ñ, pocos días antes del arribo del músico.
Rava, otra vez en Buenos Aires
Del otro lado de la línea, la voz –su acento e inflexiones– parece provenir de un porteño de Floresta o Villa Luro. Pero no, Enrico Rava es italiano y está en Londres y unas horas más tarde se presentará con el pianista Stefano Bollani en la prestigiosa sala del Barbican, exactamente como hace poco más de un año hiciera en Buenos Aires, cuando en el Teatro Coliseo inauguró el festival “Jazz y Otras Músicas” de entonces. En esa oportunidad, una sala repleta se dio el gusto de recibir, al cabo de muchos años de ausencia, a este “tano” –como le gusta llamarse a sí mismo– de larga e intensa relación con la Argentina. Y entre las muchas razones de ese prolongado romance, no parecen detalles menores, según él mismo señala, el asado y el chimichurri.
–Después de tantos años, la gente se quedó verdaderamente maravillada con el concierto del Coliseo. ¿Qué nos espera esta vez?
–Un verdadero lujo, porque voy con mi quinteto, que es un dream team: Gianluca Petrella, un joven trombonista que es un prodigio; Rosario Bonaccorso es el contrabajista y todo el mundo en Europa quiere tocar con él; Andrea Pozza, mi pianista es muy muy bueno, y Roberto Gatto, el baterista es un fenómeno. Con ellos, me divierto muchísimo. Ya hicimos juntos dos discos para la discográfica alemana ECM. El último se llama The Words and the Days, y salió en enero de este año.
–Habla de divertirse. ¿Qué otra cosa busca en la música?
–Que esté viva, que tenga vida, que no se limite a una rutina, que no sea exclusivamente un trabajo. Pienso, por ejemplo, en todos esos grupos norteamericanos de “all stars”... Son todos músicos increíbles, pero se juntan y no pasa nada. No se divierten y, en consecuencia, tampoco divierten al público. Se limitan a tocar juntos porque les pagan bien. Nosotros, en cambio, con mi conjunto, tocamos juntos porque tenemos ganas... Diría eso, me gustan los músicos que tienen ganas. Por ejemplo, cuando se murió Chet Baker –que fue un gran amigo– el mundo se perdió a uno de esos poquísimos músicos que, al tocar, dejaba todo. Cada vez era como si fuera la última vez. Nunca, ni siquiera cuando la heroína lo estaba matando, lo vi tocar sin ganas. Tocaba y se encendía, era mágico. Cuando se murió me dije: “puta madre, nunca más voy a vivir una cosa así, porque no hay muchos músicos así”.
–¿No hay?
–Hay muy pocos. El trompetista Tom Harrel también es así. A pesar de ser un hombre enfermo, con severos problemas mentales, tiene esa cualidad interior que conmueve.
–Mencionó a varios músicos estadounidenses. Visto desde acá y escuchando a los grupos que vienen de afuera, da la sensación de que éste es un muy buen momento para el jazz europeo y, probablemente, no tan feliz para el jazz norteamericano. ¿Comparte esa misma impresión?
–Absolutamente. La realidad norteamericana no se puede comparar con lo que era en los años 50 y 60. Hoy, en los Estados Unidos, hay músicos muy buenos, pero en Europa, me parece, se están haciendo cosas más interesantes. Pienso, por ejemplo, en personajes como Stefano Bollani, en Gianluca Petrella, en Stefano di Batista, en Paolo Fresu, en Aldo Romano y en franceses como Michel Portal o Louis Sclavis...
–Los públicos italiano y el francés –ya que mencionó músicos de esos orígenes–-, ¿perciben esa realidad o tienen la cabeza colonizada por los Estados Unidos.
–Es simple: tanto Bollani como yo, dos tanos, en Italia vendemos más discos y llenamos más los teatros que los norteamericanos de gira. Hay excepciones, claro. Sonny Rollins es una. Keith Jarrett, otra.
–Ya que menciona los discos, se está hablando de que los CD tienen fecha de defunción asegurada. Hay músicos, como el trompetista Dave Douglas, que ahora venden su música por Internet, prescindiendo de intermediarios y discográficas...
–Yo no podría hacerlo. Hay que tener una mente más organizada que la mía. Ya bastante tengo con tocar, ¿no? En cuanto a los formatos inmateriales, ¿qué quiere que le diga? A mí mí me gusta el disco, el objeto. Y me parece que a los aficionados al jazz, también. Qué se yo, tener la cosa, el libro. Estoy contento de que todo eso lo hagan las discográficas.
–Fuera de los eventuales ingresos, ¿qué es lo que lo determina a grabar un disco?
– Diversas cosas. A veces hay un concepto –por ejemplo, como cuando trabajé sobre arias de ópera–, y a veces, simplemente el deseo de que una determinada formación que me gusta quede registrada. Además, no hay que olvidarse de que el disco nos lleva a todo el mundo, incluso a aquellos lugares adonde no vamos. Yo, por ejemplo, no voy cada cinco minutos a los EE.UU, sino, más bien, cada dos años y pico. Pero van mis discos y me ayudan, por ejemplo, a figurar en los rankings de la revista Down Beat, lo que, además del reconocimiento, implica ventas. Por eso hay que hacer discos periódicamente, para que no nos olviden. Es otra forma de existir.
Excelente reportaje! Todavía recuerdo el concierto en el Coliseo para ese Festival de Jazz Italiano! Sus discos "Easy Living","The Words and the Days" y el último "Tribe" me gustan mucho. gracias!
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