jueves, 28 de febrero de 2013

Un género todavía vivo


Es evidente que, más allá de las infinitas reediciones y de los reordenamientos de los lenguajes producidos en el pasado, algo está sucediendo en el ámbito del jazz que permite alentar la esperanza de una nueva vida. De eso trata la nota que el pasado 22 de febrero, Diego Fischerman publicó  en el diario Página 12

Un lenguaje que dice cosas nuevas

Que siga leyéndose La Eneida –y que se la siga valorando– nada tiene que ver con  la inocultable muerte del latín. Podría decirse que la salud de una lengua no se mide por su consumo sino por su capacidad de ser productiva. Por eso, si de evaluar al jazz actual se trata, no importa tanto cuánto se lo escuche sino si es capaz o no de seguir generando nuevas estéticas. Y, sobre todo, si no se detecta allí el primer signo de muerte: que los jóvenes hayan dejado de hablar la lengua de sus mayores. Sonny Rollins, de 82 años, y Ornette Coleman, que el próximo 9 de marzo cumplirá los 83, son las grandes leyendas aún vivas, en un género que no se caracteriza por la longevidad de sus patriarcas. Pero los últimos grandes renovadores reconocidos, los nuevos de fines de la década de 1960, no están demasiado lejos: Chick Corea tiene 71, igual que John McLauglin, Charles Lloyd tiene 74, Henry Threadgill 69 y Keith Jarrett, el más joven de esa camada, 67.

Luis Lopes
Si Buenos Aires fuera un buen parámetro para calibrar la vitalidad del jazz, el pronóstico no podría ser más optimista. Son varios los músicos de alrededor de cuarenta años o menos que aportan miradas profundas y que muestran un manejo instrumental de primer nivel. Entre otros, los pianistas Ernesto Jodos, Adrián Iaies, Paula Shocrón y Francisco Lovuolo, muestran que hay vida en ese mundo. Y, sobre todo, que no se trata de la artificialidad de una reserva natural, donde los máximos cuidados están destinados a cuidar que no se pierda lo que ya existe. Aquí hay ni más ni menos que vida nueva. Y este lugar, desde ya, no es el único. El hecho de que el jazz se haya convertido en una suerte de lengua franca de los músicos populares ilustrados, y de que que el rock haya, en gran medida, renunciado a sus principios más  osados desde el punto de vista del lenguaje, ha creado un caldo sumamente propicio para la experimentación en este género, y además con un nivel técnico altísimo. Algunos sellos como el portugués Clean Feed dan buena cuenta de este movimiento, con nombres como los del guitarrista lisbonés Luis Lopes, la cantante Sara Serpa (que acaba de publicar Aurora, un muy buen disco con el veterano Ran Blake en piano), y algunos de los músicos estadounidenses más interesantes del momento, como el saxofonista Tony Malaby.

Kris Davis
En ese catálogo aparecen además dos mujeres pianistas que, junto a los ya experimentados Matthew Shipp, Craig Taborn y Jason Moran, aportan a su instrumento mucho de lo mejor sucedido después de Jarrett. Una, Angélica Sánchez, oriunda de Arizona y formada en Nueva York, graba habitualmente en quinteto, junto a Marc Ducret, Tom Rainey, Malaby y Drew Gress, y con ese grupo publicó Wires & Moss.  A solas, también llamó la atención con A Little House, donde agrega como instrumento, con singular efecto, un piano de juguete. La otra es Kris Davis, canadiense y también de formación neoyorquina, que deslumbra como solista (en el excelente Aeriol Piano), en el papel de  arregladora (en el disco Novela, de Malaby) y como integrante del notable trío Paradoxical Frog, junto a la saxofonista Ingrid Laubrock y Tayshawn Soreyy en batería (la última producción del grupo es Union. Y si hay un rasgo de familia que los une, más allá de que en efecto compartieron estudios y suelen tocar juntos, es la asunción como tradición de las vertientes más vanguardistas del jazz de fines de la década de 1960, la época en que nacieron, al fin y al cabo. La atonalidad, la prescindencia de una secuencia de acordes repetida y la ruptura de los pies rítmicos regulares del free jazz, para ellos, más que un credo, sencillamente una parte de la enciclopedia con la que cuentan.

El Claudia Quintet (sostenido, John Holllenbeck)
Algunos de estos músicos, como Ducret, han llegado a Buenos Aires, para participar del festival de jazz que Iaies programa con tino. También ha estado allí el baterista y compositor John Hollenbeck, integrante de uno de los grupos más originales de la escena, el Claudia Quintet. Y hace unos años llegó, como parte del quinteto de Dave Holland, Jason Moran, que acaba de publicar Hagar’s Song (ECM), en dúo con Charles Lloyd, el saxofonista que hace más de cuarenta años descubrió a Jarrett. Taborn, que el año anterior sorprendió con un disco notable de piano solo –Avenging Angel, ECM–, acaba de grabar junto a otro integrante de aquel grupo, el saxofonista Chris Potter (The Sirens, también en ECM) y allí aparece tocando piano preparado otra de las figuras a tener en cuenta, el muy joven cubano David Virelles, quien también toca el piano en el último disco del trompetista polaco Tomasz Stanko (Wislawa, ECM).. Por supuesto, los hoy maduros músicos de la generación intermedia siguen produciendo muy buenos discos, como Ode, del trío de Brad Mehldau, o Unity Band, de Pat Metheny (ambos para Nonesuch). Y Branford Marsalis como saxofonista soprano, Maria Schneider como compositora, Bill Frisell como guitarrista y europeos como Rolf y Joachim Kuhn, Enrico Rava, Daniel Humair o Louis Sclavis, siguen ociupando lugares centrales. Pero conviene tomar nota de los nuevos que, además, arrasaron con los reconocimientos en las encuestas entre críticos de las revistas especializadas Jazztimes y DownBeat, de los Estados Unidos, y Jazz Magazine/Jazzman, de Francia. Allí las grandes estrellas fueron el pianista Vijay Iyer (que se impuso a Jarrett como instrumentista y cuyo disco Accelerando (Act), en trío con su grupo habitual, Marcus Gilmore y Stephan Crump, fue elegido como el mejor de manera casi unánime), los saxofonistas Rudresh Mahanthappa y Miguel Zenón, el trompetista Ambrose Akinmusire y el pianista cercano al soul Robert Glasper. Esos son quienes, lejos de repetir las palabras de sus padres, manejan con fluidez el lenguaje y, todavía, le hacen decir cosas nuevas.

martes, 26 de febrero de 2013

Lo mejor del 2012

Como todos los años, Cuadernos de Jazz publicó una encuesta en la que consultó a sus colaboradores por los que, en opinión de estos, fueron los mejores discos del año que pasó. Jonio González fue uno de los que opinaron. Aquí sus reflexiones, precedidas por los discos que eligió.

El año de la marmota



The Chris Anderson Trio Inverted Image + My Romance (Fresh Sound)

The Jazz Lab The Complete Jazz Lab Sessions (Jazz Dynamics)

Mal Waldron The Complete Remastered Recordings on Black Saint and Soul Note

Charlie Haden & Hank Jones Come Sunday (EmArcy Universal)

Franco D'Andrea Traditions and Clusters (El Gallo Rojo)




Este cronista podría haber completado los cinco primeros puestos de la encuesta de 2012 con otras tantas reediciones. De hecho, no pudo evitar cierta melancolía al dejar fuera The Straight Horn of Steve Lacy (Solar), sobre todo porque incluye, como bonus album, nada menos que Reflections, una de las obras cumbres de Lacy. O Good Pickins, de Howard Roberts (Verve). O The Complete Recordings 1945-1960 de Miles Davis (Membran). O The Jazz Workshop Concerts 1964-1965, puro Mingus en envase de Mosaic. O cualquiera de los seis Blue Note recuperados por enésima vez, con Out to Lunch, Maiden Voyage y Speak no Evil arbitrariamente a la cabeza.

Pero como le han asegurado (enfáticamente incluso) que el jazz no se ha convertido en pieza de museo, hubo de hurgar entre las novedades escuchadas. Lamentó verse obligado a desechar Be Still (Greenleaf Music), la última obra del siempre interesante Dave Douglas, que como suele ocurrir cuando se pisan el tan exigente como peligroso terreno del folklore irlandés, persiguiendo hadas encontró banshees. Algo similar le ocurrió a Robert Glasper, que si en 2011 nos ofreció el estimable Double Booked, este año pareció decidido a ofender nuestra inteligencia con Black Radio (Blue Note). Pero también hubo que descartar entre lo aceptable y aun apreciable, como Four MF's Playin' Tunes (Marsalis Music), de Branford Marsalis con un cada vez más maduro Joey Calderazzo; Small Places (ECM), de Michael Formaneck; Permutations (CamJazz), de Enrico Pieranunzi; We Don't Live Here Anymore (CamJazz), de Giovanni Guidi; Another Way (World Culture Music), un paso adelante de Mike Moreno en compañía de Aaron Parks entre otros; Where Do You Start (Nonesuch), pausa reflexiva de Brad Mehldau tras Ode; The Monk Project (IPO) de Jimmy Owens, un homenaje a Monk pero también a Ellington; Alive at the Vanguard (Palmetto), de Fred Hersch, quizá el mejor disco en directo del año, o cualquiera de las referencias editadas por Rivorecords, en especial Segment, de Francisco LoVuolo, y Serenade in Blue, de Paula Shocron.

Para que no se le tache de irónico, ni siquiera consideró la posiblidad de incluir los últimos y soberbios trabajos de Donald Fagen y Neil Young con Crazy Horse, ya que da por supuesto que CdJ todavía es una revista de jazz. En cuanto a los títulos elegidos, sólo señalará que Come Sunday es prácticamente una continuación de Steal Away y el último disco grabado por Hank Jones, que moriría tres meses después, y que la de Chris Anderson tal vez sea la más importante resurrección del año. Lo demás, tendrá que descubrirlo el propio oyente.

Y ya que hablábamos de Garzone

George Garzone,  uno de los más importantes referentes del saxo y la improvisación a nivel mundial, vuelve a la Argentina para realizar una gira durante marzo que incluye presentaciones con los músicos locales Ricardo Cavalli y Mariano Loiacono, y clínicas. Además, estará participando en las grabaciones de los nuevos trabajos discográficos de Andrés Hayes y Carlos Michelini, y brindando clases particulares.


Jueves 14 de marzo
Jueves 14 de marzo 
Show y clínica en el XVI Festival de Jazz de Santa Fe.

Viernes 15 y Sábado 16 de marzo – 21.30 hs.
George Garzone y Ricardo Cavalli estrenan material de su próximo disco, “Suite Italo-Americana”, compuesta por Guillermo Romero y Cavalli, y repasan material del álbum “Heart to heart”, editado por Rivorecords.George Gazone y Ricardo Cavalli (saxos), Guillermo Romero (piano), Carlos Álvarez (contrabajo) y Eloy Michelini (batería)
Thelonious Club – Salguero 1884  1° - CABA – Entrada $ 90

Domingo 17 de marzo – 21.30 hs.
George Garzone se presenta junto al trompetista Mariano Loiacono en un encuentro único en el marco de la gira. George Gazone (saxo), Mariano Loiacono (trompeta), Alan Zimmerman (piano), Jerónimo Carmona (contrabajo) y Pepi Taveira (batería)
Thelonious Club – Salguero1884  1° - CABA – Entrada $ 90 pesos

Viernes 22 de marzo
Clínica de Ensamble por George Garzone
Tamaba - Alsina 1994 – CABA – Tel: 4952-9803

Bio George Garzone en http://www.georgegarzone.com/



jueves, 21 de febrero de 2013

SteepleChase en Minton's



Fundado en Copenhagen en 1972 por Nils Winther, SteepleChase Records (algo así como "Discos Carrera de Obstáculos", lo que explica muy bien qué es ser parte de la industria discográfica) tiene una increíble trayectoria de cuatro décadas. 











A lo largo de todos estos años, su catálogo se ha formado con registros de artistas tales como Chet Baker, Paul Bley, Harold Danko, Kenny Drew, Stan Getz, Dexter Gordon, Tom Harrell, Andrew Hill, Shirley Horn, Thad Jones, Duke Jordan, Jackie McLean, Teté Montoliu, Horace Parlan, Niels-Henning Orsted Pedersen, Jimmy Raney, Archie Shepp, Kenny Werner y muchos otros (su página web y su catálogo completo puede ser consultado en http://www.steeplechase.dk/).

Infrecuentes en los últimos años en las disquerías porteñas, Minton's acaba de recibir un gran pedido directamente de Dinamarca, por lo que se aconseja pasar a curiosear por su local.




miércoles, 20 de febrero de 2013

Una conversación con George Garzone

La siguiente entrevista entre George Garzone y Jorge Fondebrider iba a ser publicada en la revista Ñ, pero por cuestiones que hacen al mal funcionamiento de los medios, quedó inédita. La recupera ahora el blog de Minton's.

Después de las lentejas

El nombre de George Garzone es referencia obligada para los conocedores ya que se trata de uno de los mejores tenores en actividad en el mundo entero y acaso, con John Purcell, el que, mejor conoce el legado de John Coltrane, lo que, convengamos, no es poco. Como si esto fuera poco, Garzone es uno de los más destacados maestros formadores de músicos. Tanto en el Berklee College of Music, como en el New England Cosnervatory, en la Long School of Music, en la New York University o en la New School for Jazz and Contemporary Music, tuvo como alumnos a los saxofonistas Joshua Redman, Branford Marsalis, Donny McCaslin y Mark Turner, entre una lista formidable de músicos que, y acá la cosa empieza a ser más clara, incluye a Ricardo Cavalli. Por eso, cuando en octubre del año pasado viajó a la provincia de San Luis –para tocar en un insospechado festival de jazz local, junto con el trompetista Wallace Roney, el pianista Cyrus Chestnut, el contrabajista Rufus Reid y el baterista Antonio Hart–, resultó de lo más normal el encuentro con su ex-alumno. Con él y su cuarteto se volvió a presentar en Buenos Aires en marzo de este año –que es el momento en que también aprovechó para grabar Heart To Heart–, y ese segundo viaje permite develar del todo el misterio: en su primer periplo a nuestro país, Garzone conoció a una argentina de la que se enamoró, razón que también explica un tercer viaje y una nueva presentación porteña que, insospechadamente, lo termina de integrar a la escena local. Tanto es así que, luego de ponderar las virtudes de un plato de lentejas ingerido de pie durante la comida mensual que organiza la disquería Minton’s, en la galería Apolo de la calle Corrientes, un muy simpático Garzone –que, en varias ocasiones, para entenderse con los otros comensales apeló a sus antepasados calabreses– aceptó conversar este cronista, quien quiso entonces  saber cómo era para un músico de jazz estadounidense tocar con sus pares argentinos.

–Muy fácil, porque el idioma del jazz es ahora más universal que antes. Están las escuelas, a las que acuden músicos de todo el planeta. Luego, la información ahora viaja a velocidades impensadas treinta años atrás. Finalmente, uno viaja por el mundo y, además de los conciertos, están las clínicas. Todo eso ha hecho que se achicaran las distancias en todo sentido.

–Ricardo Cavalli, justamente, fue alumno suyo.
–Sí, pero, de hecho no recordaba que así hubiera sido hasta que lo vi. Y después, cuando toqué con él y los muchachos fue todo muy fácil.

–¿Cómo fue que decidió alternar la actuación con la enseñanza?
–Durante muchos años me la pasé tocando de un lado para otro. Estuve en la orquesta que acompañaba a Tom Jones. Con él, anduve por el mundo entero. También me tocó acompañar a personajes como Frank Sinatra, Elvis Presley, Aretha Franklin o The Temptations. Llegó entonces un momento en que quería tener una familia y una casa, y la enseñanza me dio esa oportunidad.

–El hecho de que en la actualidad, por los motivos que antes mencionó, se haya universalizado el lenguaje, ¿afecta las variantes y los desarrollos locales?
–No me parece. Un músico estadounidense, francés, italiano o argentino responde a cierta tradición general, que es la propia del lenguaje, pero hay variantes que podríamos considerar “dialectales” y que se relacionan con la historia de cada lugar.

–Enrico Rava y Paolo Fresu, por ejemplo, dicen que el jazz italiano es más lírico que el francés, que tiende a lo conceptual…
–Es posible, pero habría que pensar también en términos de cada época en particular. Incluso habría que ver músico por músico. No sé si se puede generalizar así.

–En su caso particular, es evidente que usted proviene de una tradición originada a partir de John Coltrane.
–Todos los saxofonistas de mi generación, desde Michael Brecker a Joe Lovano, pasando por Dave Liebman o quien usted quiera nombrar, vienen de Coltrane. Ahí está casi todo.

–¿Y Sonny Rollins?
–Sonny Rollins le diría lo mismo que yo.

martes, 19 de febrero de 2013

Jazz argentino 2012 por Jonio González

Como probablemente todo el mundo ya sepa, Raúl Mao, el creador y factotum de Cuadernos de Jazz, ha muerto. Esta desgraciada circunstancia tiene por consecuencia el consiguiente interrogante sobre el futuro de la publicación. Jonio González, ferviente colaborador de la revista y nexo fundamental entre ella y la Argentina nos hizo llegar desde España, donde reside, una nota que estaba por entregar a la redacción y que, ante las actuales circunstancias quedó en una suerte de limbo. La rescatamos para el blog de Minton's.

El mañana continúa

Ignoramos hasta qué punto la crisis está afectando a Argentina, pero si tuviéramos que guiarnos por la actividad jazzística que en el país tiene lugar, diríamos que poco. No hablamos de público, por supuesto, que imaginamos tan escaso como en todas partes, sino fundamentalmente del nivel de sus músicos y la calidad de los lanzamientos que se han producido en 2012.

Del saxofonista Luis Nacht nos ha llegado Lo invisible (BAU Records BAU 1191), quizá el mejor disco de cuantos ha grabado. En él deja por una vez de lado el formato cuarteto para adoptar el de trío drumless (con los siempre impecables Ernesto Jodos al piano y Jerónimo Carmona al contrabajo), inspirado, según el propio Nacht, en la formación de Jimmy Giuffre con Paul Bley y Steve Swallow. Si dicha modalidad de trío de jazz cuenta con otros atractivos antecedentes (de Konitz con Mehldau y Haden a Phil Woods con Flanagan y Mitchell pasando por Brignola con Barron y Holland, Sims con Mitchell y Rune Gustafsson y aun Peter Broatzmann con Peter Kowald y Sven-Ake Johansson en el férvido For Adolphe Sax), la propuesta de Nacht crece en la comparación, no solamente por el nivel de unas composiciones (todas de su autoría) que poseen la belleza y sencillez de auténticos standards, en ocasiones, sino por el desarrollo de las mismas, sereno, íntimo, con un sugestivo protagonismo del silencio, una insinuación rítmica ejemplar y un altísimo nivel formal y técnico.

Otro que no para de crecer con cada nueva obra es Adrián Iaies, y  Melancolía (SMusic 197745-2) constituye una oportuna demostración de ello. Ya sea con temas propios o de Billy Strayhorn, un tango o incluso una suerte de canción patriótica como el Himno a Sarmiento (a la que le da el tratamiento de una pieza Rodgers y Hammerstein), el pianista argentino  ha ganado en austeridad y adquirido una elegancia que lo emparenta con sus admirados Hank Jones y Tommy Flanagan. Como estos, pero con una voz crecientemente personal, más meditativa sin perder vivacidad, Iaies se apropia del espíritu de la canción y lo expresa recurriendo a la menor cantidad de notas posible.  Por otro lado, sigue presente una de sus características fundamentales, la homogeneidad, esa concepción del disco como una obra global cada una de cuyas partes dialoga permanentemente con el resto. Si lo que alcanza Iaies con este disco (gracias en buena medida a la sapiencia de Ezequiel Dutil en contrabajo, Pepi Taveira en batería y el puntual contrapunto de Mariano Loiacono en trompeta y fiscorno) no es propio de maestros, se le parece mucho.

Quien sin duda ha alcanzado la categoría de maestro es el también pianista Pepe Angelillo. En su nuevo disco, M & M (Lumenan JZ-000208), revisita una vez más a Monk (recordemos su magnífico Modo Monk, de 2006) y por el camino, sin necesidad de desviarse mucho, encuentra a Mingus (con un eje vertebrador en el centro mismo del disco, Prospectus, de Steve Lacy, profundizador inteligente y pertinaz de ambos genios). En la empresa lo secunda un viejo compañero de viaje, el saxofonista soprano Pablo Ledesma. La elección de Mingus y Monk no parece casual: ambos fueron montañas de dos picos: el de la tradición y el de la modernidad. Y es así como Angelillo es Monk con la mano izquierda, es decir, la tradición actualizada del piano stride, mientras con la derecha proyecta esta misma tradición hacia un futuro que encuentra en Epistrophy la forma de su sueño. Ledesma, entretanto, parece imaginar a Lacy salvando los valles entre las distintas vertientes, redefiniendo los paisajes.

Hay productores (Philippe Ghielmetti, Nils Winther, Giovanni Bonandrini, Gerry Teekens, por mencionar algunos contemporáneos que ahora acuden a nuestra mente) cuyo oficio no solo es su modo de expresión sino que son responsables, en gran medida, de que aun existan, entre otras cosas, grabaciones, tendencias incluso y, desde luego, público. En relación con ellos, debería valer lo que Miles dijo en una ocasión respecto de Ellington: que todo músico debería rendirle tributo siquiera una vez en la vida. Mucho de lo anterior puede aplicarse a Justo Lo Prete, responsable de Rivorecords, cuya sencilla premisa, como escribió algún crítico, es grabar standards con músicos excelentes y en condiciones técnicas óptimas. Las siete referencias lanzadas en 2012 rayan a gran altura.

Por meras cuestiones de gusto, este cronista se inclina por dos: Segment (Rivorecords RR-12), a nombre del pianista Francisco Lo Vuolo con la compañía de Cristian Bortoli en contrabajo y Eloy Michelini en batería, y Serenade In Blue (RR-11), de la también pianista Paula Shocron con Juan Manuel Bayón en contrabajo y nuevamente Michelini en batería. Más "boppero" el de Shocron, con reminiscencias de Al Haig y el último Lou Levy en su agilidad, más clásico el de Lo Vuolo, con un sentido del swing si se quiere más ortodoxo y aun así cierta heterodoxia a lo Elmo Hope (su extraordinaria versión de My Funny Valentine es un buen ejemplo de ello), ambos conjugan sentimiento, buen gusto y mesurada emotividad, como si llevaran en esto muchos más años de los que tienen. La propia Shocron firma también Warm Valley (RR-17), éste al alimón con Mariano Loiacono en fiscorno (que los argentinos se empeñan en llamar flugelhorn) y la compañía del ubicuo Michelini y Jerónimo Carmona en contrabajo. El resultado es un disco atemporal, con una Shocron más percusiva que en el disco anteriormente reseñado, más agresiva incluso, pero siempre soberbia (por ejemplo en Elvin, una composición que le pertenece y que sin duda debió de escribir imaginando que caminaba por la Calle Cincuenta y dos) y un Loiacono que extrae de su instrumento un sonido duro, rotundo, que huye de la morbidez que a menudo tienta a tantos fiscornistas pero sin perder melodiosidad. Gran disco, como no lo es menos Light Blue (RR-14), a nombre de  Ernesto Jodos, escoltado en esta ocasión por el solicitadísimo Jerónimo Carmona y Pepi Taveira. Entre las composiciones que el trío interpreta, destacan tres pertenecientes a otros tantos "raros" del piano como fueron Monk, Waldron y Herbie Nichols: Light Blue, Fire Waltz y Step Tempest respectivamente. En ellos, como en My Old Flame, Jodos prolonga las líneas melódicas o las interrumple para reflexionar sobre lo expresado, pero a partir de los elementos que la propia melodía ofrece. Magnífico disco en el que los matices, por si hace falta señalarlo, no abandona ni por un instante los coordenadas del jazz.

Pero Rivorecords no graba solamente a pianistas, sino que en 2012 nos obsequió también con sendos discos de tres saxofonistas de primer orden. Ellos son The Inch Worm (RR-13), doble a nombre de Carlos Lastra, que interpreta el tenor y el soprano y cuenta con el apoyo de Francisco Lo Vuolo, Cristian Bortoli y Sebastián Groshaus; Our Song (RR-16), de Gustavo Musso, que esta vez cambia el tenor por el alto y es secundado por Lo Vuolo, Carmona y Eloy Michelini, y Heart to Heart (RR-15), de Ricardo Cavalli con Guillermo Romero en piano, Carlos Álvarez y contrabajo, el citado Michelini en batería y nada menos que el maestro George Garzone. Si el primero es un sentido homenaje a Art Pepper con un Musso que se interna en la poética de éste hasta hacerla suya, en los otros dos sobrevuela en todo momento el espíritu de John Coltrane, más evidente en el caso de Lastra, con una voz más personal en el de Cavalli-Garzone, no sólo porque hay momentos en que Rollins hace acto de presencia, sino porque ambos poseen el nivel suficiente para emprender viajes lejos del abrevadero. Brillantes en cualquier caso.

lunes, 18 de febrero de 2013

¡Volvimos!

Al cabo de unas prolongadas vacaciones y sin decir agua va, vuelve el blog de Minton’s. Lo hace con una columna del escritor Juan Sasturain, aparecida en el diario Página 12 del día de hoy.

 

Un poco loco


Para Carlitos, Gari y Guille.

La semana pasada, un talentoso imprevisible dijo de sí mismo, en un reportaje en que debía –se supone– explicar un radical cambio de opinión y de actitud de su parte, que seguramente “estaba un poco loco”, ya que se dejaba llevar por los arranques de su corazón a la hora de tomar decisiones. Y lo reiteró, literal, en otro tramo: “Debo estar un poco loco”. Obviamente, el talentoso no (se) lo cree. Lo de estar un poco loco, digo. Muchos de nosotros, tampoco. A lo que se refiere es que, para los criterios de corrección vigentes en el mercado actual de pseudo valores, su actitud sólo se justificaba a partir de asumir cierta dosis de presunta locura. Sólo un poco, lo suficiente y necesario para funcionar socialmente y poder seguir siendo como es y nos gusta que sea.

Al respecto, creo que puedo compartir con mucho más de un par de lectores que la expresión “un poco loco” me/nos remitió inmediatamente a otro talentoso de rubro contiguo –no el fútbol, sino la música, en este caso–, el sorprendente Bud Powell, uno de los más grandes pianistas del jazz de todos los tiempos. Fue Powell quien grabó en su Nueva York natal, un feriado de primavera, el 1º de mayo de 1951, en trío con Curly Russell al bajo y un inspiradísimo Max Roach en la batería, las tres tomas de un tema propio e inclasificable: “Un poco loco”. Así lo tituló, tal cual, en castellano. Un modo de autodefinirse, y una manera de calificar esa rareza que había engendrado. Y el idioma no resulta tan extraño si se piensa que Bud, de familia de músicos, tuvo un abuelo, Zachary, que fue uno de los mejores guitarristas flamencos o zíngaros de los EE.UU., y había aprendido el instrumento y la técnica en Cuba. Algo de todo eso había entonces en él y en la composición, que subrayó Max Roach con una línea “latina” de percusión que se extraña en otras versiones, incluso en las otras tomas desechadas. Se trata de una maravilla absoluta.

Sin necesidad de buscar avales fuera de sus pares e impares –de Gillespie y Monk a Bill Evans y Hancock reconocieron, admiraron su grandeza–, el hombre que hizo en el piano, durante la explosión del be-bop, lo que Parker en el saxo alto y Dizzy en la trompeta, ha sido objeto de valoraciones que trascienden largamente su ámbito creativo. Hasta el pantagruélico Harold Bloom –el del canon literario occidental– incluye la performance de Bud en “Un poco loco” entre los aportes definitivos de la cultura norteamericana al patrimonio universal del siglo XX, junto a –entre otras– Mientras yo agonizo, de Faulkner; algún segmento de Sopa de ganso, de los Marx; las novelas de Nathanael West; El puente, de Hart Crane; ciertos temas de Charlie Parker y alguna sección de El arco iris de la gravedad, de Pynchon. Notable compañía, sin duda.

Volviendo a 1951 y a la grabación del 1º de mayo, cuando a los meses Blue Note editó el simple con “Un poco loco” en el lado A, el lado B fue la maravillosa, pero de algún modo amable versión, en solo de piano, de un standard de Van Heusen y Burke extraído de la banda de sonido de la película And the Angels Sing, una plomada con Fred MacMurray y Dorothy Lamour: “It Could Happen to you”, se titula. Algo así como “Te podría haber pasado a vos”, si no me equivoco. A la distancia no parece casual ni poco significativo este reverso, casi un comentario, un guiño explicativo: Bud Powell lidió con el desequilibrio mental y sus adyacencias durante años.

Nacido en 1924, a los quince ya tocaba y grabó profesionalmente. Amigo de Monk –cuatro años mayor–, entró por él en la banda de Cootie Williams a los veinte y en el ’45 tuvo su primer arresto por desorden. La policía de Filadelfia le pegó demasiado en la cabeza, dicen. Y ahí empezó todo. En la inmediata posguerra neoyorquina frecuentó la catedral del bop, el Minton’s de la calle 52, y allí tocó con todos los que estaban inventando lo nuevo. Y fue el mejor en su instrumento. Mientras crecía como músico, entraba y salía de los psiquiátricos. Conoció el electroshock y sobrevivió lo bastante entero como para que Blue Note lo hiciera grabar, entre 1949 y 1951, sucesivas sesiones que lo consagraron como “The Amazing” Bud Powell. Así se llaman las compilaciones que reúnen su trabajo de entonces. “Un poco loco” está en el corazón del período.

Si uno revisa su biografía encontrará –me pasó a mí– que hace exactamente sesenta años, en febrero del ’53, salió de una de las tantas internaciones a las que se/lo sometía/n y, tras casi un año y medio de no tocar, se juntó con Charles Mingus, en trío y otras variantes. Fue precisamente con el poderoso contrabajista que, tres meses después, el 15 de mayo de 1953, participó del famoso concierto en el Massey Hall, de Toronto, en Canadá. “El mejor concierto de jazz de la historia”, según el mito. Debe ser cierto. Lo tuve en disco, en cinta, y ahora –como todo– está en CD: Gillespie, Parker, Roach, Mingus y Bud. Había poca gente (setecientas personas en una sala para más de dos mil) porque esa noche peleaban Marciano y Walcott por el título de los pesados, y todo el mundo –incluso los músicos en el intervalo– iba a ver la pelea al bar de enfrente... Y tomaban, claro. Dicen que Powell estaba borracho, las fotos lo muestran a Parker con el saxo de plástico blanco que le prestaron pues no había llevado el suyo, pero ambos tocaron bárbaro, como siempre. En cambio, Gillespie y Roach, si se puede decir, tocaron como nunca: “Perdido”, “Todo lo que tú eres”, “Wee” y “Saut Peanuts” son una fiesta. Y Bud estuvo ahí. Por suerte, Mingus grabó todo.

Lo que siguió para Powell no fue nunca mejor a lo anterior. Deteriorado, sufrió golpes durísimos, como la muerte de su hermano Richie –más chico, también pianista de los buenos– en el mismo accidente de autos en que se mató el gran Clifford Brown en 1956. Se fue a Europa con el Modern Jazz Quartet ese año y volvió a irse en el ’59. Finalmente se quedó en París cinco años, tocando en trío con Kenny Clarke y el francés Pierre Michelot, The Three Bosses. Los que hayan visto ese hermoso homenaje al jazz y a los músicos yanquis emigrados que es Round Midnight (1986), de Bertrand Tavernier, con un increíble Dexter Gordon, sabrán que es la transposición más o menos fiel de los años del gran Bud Powell haciendo música y peleando consigo mismo y con quienes lo ayudaban, en París.

El también, como el personaje de la película, extraña y se vuelve malherido –un poco loco y enfermo de tuberculosis– a Nueva York, con su hija Celia. En un año y medio, alcohol y droga mediante, todo se acaba.

Bud Powell murió el 31 de julio de 1966. No había cumplido 43 años y hubo cinco mil personas en su funeral con música. Tocaron “The Dance of Infidels”, que había grabado con Sonny Rollins y Fats Navarro en 1949. El infrecuente Thelonious Monk está en la foto de los que llevan el cajón.

Bud Powell estaba un poco loco. Pero seguramente bastante menos que la mayoría de los que miden los niveles de cordura de los otros con criterios utilitarios. Ese tipo de enajenación existencial no tiene cura; tiene apenas precio. El talento en cambio, aunque cueste caro, no lo tiene.