lunes, 27 de julio de 2015

Craig Taborn dio dos conciertos en Buenos Aires que estarán entre lo mejor del año

Craig Taborn se presentó los días 25 y 26 de julio, acompañado en la primera parte por dos de los mejores pianistas de jazz argentinos: Francisco LoVuolo y Ernesto Jodos, respectivamente. Sus conciertos, que seguramente se cuentan entre lo mejor que tendrá este año, ya son recuerdo, uno de esos increíbles recuerdos que dejan las grandes actuaciones y que, seguramente, van a perdurar en la memoria durante muchísimo tiempo. La siguiente entrevista, realizada por Jorge Fondebrider, salió en el diario La Nación el sábado mismo del primero de los dos conciertos.

 “Nada más que música”

Craig Taborn es uno de los invitados internacionales que llega a Buenos Aires para presentarse en el marco del festival Piano Piano, que, con curaduría del brasileño Benjamin Taubkin, está teniendo lugar en el Centro Cultural Kirchner, desde 3 de julio al 8 de agosto de este año. Cuando se le pregunta si alguna vez estuvo en Sudamérica, Craig Taborn responde a La Nación –que tuvo oportunidad de conversar con él pocos días antes de su llegada– que sólo estuvo en Chile, integrando el grupo del trompetista Ralph Allesi, y en Brasil, con el contrabajista Dave Holland. Interrogado sobre si va a presentarse acompañado o solo responde: “Va a ser un solo piano”.
–¿Es ése el formato que prefiere?
–En realidad, no tengo un formato preferido. Tocar solo supone un tipo de presentación particular: no hay nadie que responda a las ideas de uno ni tampoco a quien responderle, por lo tanto se crea un mundo enteramente propio y toda la responsabilidad es de uno. Tocar con otros implica fundamentalmente oír para poder responder y, a la vez, proponer. Son distintos tipos de desafío. A mí me gustan todos los contextos.

Hay sobradas pruebas de que es así. En 1994 James Carter hizo su debut con JC on the Set, un álbum que lo revelaba como uno de los más notables saxofonistas de ese momento. En su grupo estaban el pianista Craig Taborn, el contrabajista Jaribu Shahid y el baterista Tanni Tabal, quienes, ese mismo año, registrarían bajo el nombre del pianista Craig Taborn Trio, un disco al que, en años posteriores y con otras formaciones, Taborn –nacido en Minneapolis, Minnesota, en 1970, pero radicado en Nueva York– sumaría Light Made Lighter (2001), Junk Magic (2004) y, para el sello ECM, Avenging Angel (2011) y Chants (2012). Se trata, en apariencia, de muy poco para un pianista, considerado en la actualidad como uno de los más importantes de la actualidad. Hay, con todo, otros datos que conviene considerar: a lo largo de todos esos años, Taborn integró diversos grupos, como el Chris Potter’s Underground, Drew Gress’ 7, Farmers by Nature –con contrabajista William Parker–, la Innerzone Orchestra, los grupos de Tim Berne –Hard Cell y Science Friction– el Mat Maneri Quartet, el Michael Formanek Quartet, Roscoe Mitchell & the Note Factory, Chris Lightcap’s Bigmouth, Rob Brown Trio, Nicole Mitchell’s Sonic Projection, el Susie Ibarra Trio, una de las últimas formaciones de Dave Holland, un grupo con Brill Frisell, etc. Con la mayoría grabó discos, pero también lo hizo con Lotte Anker, Louis Sclavis, Scott Colley, David Torn, David Binney y muchos otros artistas. Luego, se ha presentado en todo el mundo con las más diversas formaciones, conquistando una notoriedad que le ha valido la atención de la crítica y el público.

–Recorriendo su discografía, salta a la vista que ha pasado por las propuestas más diversas?
–Supongo que la clave está en la manera en que uno se acerca a la música. Trato de mantenerme abierto. Parte de mi trabajo consiste en exponerme a diferentes tipos de intérprete y descubrir qué puedo aportar yo a la música que se me propone. Por supuesto que, a medida que pasa el tiempo, uno va forjando un estilo, pero me parece saludable forzarlo a ver qué pasa en diferentes situaciones.

–Imagino que debe haber un límite.
–No estoy seguro. Miré, yo vengo exponiéndome a muchos tipos de música distinta desde muy joven. Nunca privilegié a ninguna como mi favorita.

–En el caso de sus propias composiciones, uno nunca está del todo seguro de si se trata de jazz o de música contemporánea. Un par de años atrás, durante su gira europea con el pianista Vijay Iyer los dúos de piano que presentaron parecían inclinar la balanza para el lado contemporáneo.
–Cuando uno hace música improvisada no necesariamente piensa en términos clasificatorios que, tiendo a pensar, son una cuestión de marketing. No creo que me corresponda ocuparme de esas cosas. Personalmente, no estoy demasiado interesado en saber qué música es la que hago. Se trata nada más que de música y ahí termina todo. La única distinción que haría depende del contexto del concierto. Eso, en más de una oportunidad, determina el tipo de improvisación que sigue. En ocasiones, podrá identificarse con lo que tradicionalmente llamamos “jazz”. Pero, a veces, es otra cosa. No sé si tiene sentido ponerse a adivinar qué cosa es. Le aseguro que con Vijay no nos pusimos a pensar nada de esto. Simplemente nos sentamos y nos pusimos a tocar.

–Brad Mehldau y Eric Reed nacieron, como usted, en 1970. Vijay Iyer en 1971. Son de una misma generación, pero, sin embargo, da la impresión de que sus “bibliotecas” son muy distintas…
–Me imagino que nos relacionamos con distintas genealogías y que, por lo tanto, estudiamos cosas diferentes.

–En su caso particular, uno puede imaginarse a pianistas como Cecil Taylor, Andrew Hill, Muhal Richard Abrams, Matthew Shipp…
–Sumaría a esa lista a Don Pullen y, más cerca en el tiempo, a Geri Allen…

–¿Por qué esos nombres?
–Por la forma de encarar la composición. Todos ellos son parte de una tradición que deberíamos remontar a Duke Ellington y a Thelonious Monk; vale decir, pianistas que componen prestándole atención al piano, a las múltiples posibilidades que ofrece ese instrumento. La composición en ellos suena a improvisación y la improvisación es siempre una composición. Eso los diferencia de otros  pianistas que buscan para el piano lo que por ejemplo ofrecen los bronces o las cañas.

–¿Hay un denominador común en los nombrados?
–En casi todos, la cosa pasa exclusivamente por el piano. Ahora bien, que la mayoría de los pianistas que nombró estén identificados con un cierto tipo de jazz más vinculado al free, no significa que no vaya a considerar a melodistas como Keith Jarrett, que es un gran pianista.

–Noto que establece una diferenciación entre compositor y pianista.
–En los casos de Thelonious Monk y de Andrew Hill importa más la composición. Hay que escucharlos para aprender y después hay que despegarse porque se corre el riesgo de terminar imitándolos y ellos no admiten imitaciones. El problema –y el desafío– es cómo hacer para no tenerlos presentes cuando se interpretan sus composiciones.

–Cambiando de tema, da la impresión de que después de una época muy conservadora, como los años noventa, con su vuelta al bebop y a otros estilos museológicos, en los últimos años hay una cierta voluntad de pasar a otra cosa. ¿Es realmente así?
–Hoy hay mucha más gente tocando jazz que antes. A través de las escuelas, los jóvenes dominan los instrumentos y los estilos del pasado relativamente rápido. Y eso, antes, no pasaba. La escena del jazz se ha multiplicado exponencialmente. Los estilos anteriores probablemente sobreviven como alternativa comercial de la que se nutre la nostalgia. ¡Los músicos tienen que comer! Pero después, uno ve a esos mismos músicos tocando otras cosas que se relacionan más con el presente. Y eso pasa en todas partes, tanto en los Estados Unidos como en Europa e, imagino, también en Sudamérica. Supongo que la variedad no le hace mal a nadie, ¿no?




miércoles, 22 de julio de 2015

Adrián Iaies y Bojan Z en el Centro Cultural Kirchner

La siguiente reseña del concierto de Adrián Iaies y Bojan Z, firmada por Jorge Fondebrider, fue publicada por el diario La Nación, de Buenos Aires, el pasado lunes 20 de julio. 

De la pampa a los Balcanes 

En el marco del festival Piano Piano, que se viene desarrollando en Centro Cultural Kirchner desde el pasado 3 de julio al 8 de agosto próximo, el jueves 16 hubo un doble programa dedicado al piano solista. En primera parte se presentó el argentino Adrián Iaies y, acto seguido, el serbio Bojan Zulfikarpasic, quien, radicado en Francia y acaso por motivos obvios, hace unos años simplificó su nombre artístico en “Bojan Z”. No podía tratarse de pianistas más disímiles, lo que, para gusto del público, se tradujo en una suerte de agradable complementariedad.

Iaies incluyó algunos standards del repertorio jazzístico, así como grandes lecturas de “La casita de mis viejos”, de Juan Carlos Cobián (uno de los compositores favoritos de Iaies) y de “Serenata para la tierra de uno”, de María Elena Walsh, además de piezas propias. En ese eclecticismo, en el abordaje de temas correspondientes a distintas especies interpretados como si se fueran todos de un mismo género está uno de los rasgos distintivos de Iaies, pianista que, acaso con mayor énfasis que muchos de sus compatriotas, ha sabido hacer de la forma canción una marca de fábrica. Sus inteligentes relecturas son casi siempre desconcertantes y, en muchas oportunidades –como el jueves con “My one and only love” y “Whisper not”– magníficos ejemplos de cómo es posible sacarle provecho desde una perspectiva diferente a bellísimos temas, abordados cientos de veces por otros músicos.

Terminada su actuación Iaies presentó a Bojan Z, quien sin solución de continuidad se instaló al piano. Miembro de una familia musulmana de origen bosnio, nació en Belgrado en 1968. Allí comenzó sus estudios de piano, que continuó en los Estados Unidos con Clare Fischer. Luego de haber cumplido con el ejército de la entonces Yugoslavia en una banda militar, se instaló en París en 1988. Allí además de integrar los grupos de Julien Lourau, Magic Malik, Henri Texier, Michel Portal, Nguyen Lê y Sylvain Beuf, entre muchos otros, comenzó una actividad como solista y líder de sus propios grupos, lo que le permitó grabar discos tan notables como Solobsession (2001), Xenophonia (2006) y el más reciente Soul Shelter (2012), que acaso destacan sobre el resto de su catálogo.

El virtuosismo de Bojan Z, su descomunal manejo del ritmo, la variedad de recursos –que incluyen una portentosa mano izquierda– y el aprovechamiento de las formas folklóricas de los Balcanes –que, en medio de su vértigo, curiosamente remitían a nuestro propio folklore– podrían haberse constituido en una demostración algo circense, si no hubiese mediado la necesidad de decir algo. Y Bojan Z dijo mucho y bien, poniendo el corazón al servicio de la música (fundamentalmente, varios temas del álbum Soul Shelter, así como un bellísimo vals del contrabajista Henri Texier, sin olvidar los restos de una rapsodia húngara que, contó, interpretaba su padre, deformándola cada vez que se sentaba al piano). Fue deslumbrante. Y si quedaban dudas, ahí estaba el tema de Duke Ellington, con el que Bojan Z cerró una noche increíble.