sábado, 1 de septiembre de 2012

Jamboree, Barcelona, 4 de agosto de 2012: Benny Golson


Jonio González, el hombre de Minton's en Barcelona, tuvo la suerte de ver recientemente un concierto de Benny Golson (st), acompañado por Joan Monné (p), Ignasi González (b), y Esteve Pi (bat). Lo cuenta en el siguiente artículo de Cuadernos de Jazz, cuya bajada reza: "Cuarto concierto de Benny Golson en el Jamboree barcelonés en el marco del 10º Mas i Mas Festival. Unas ciento cincuenta personas, un par de fotógrafos pertinazmente molestos. Golson, frágil pero no excesivamente frágil a sus ochenta y tres años, sube al escenario para brindar poco más de una hora de música repartida en cinco temas de cinco, seis minutos de duración".

Reflexiones sobre una clase magistral

Abundancia de solos de los acompañantes: González soberbio como escolta pero académico y un punto previsible en sus intervenciones solistas; Pi algo atolondrado en su entusiasmo juvenil pero con la promesa de un gran futuro; Monné elegante, preciso, dinámico, traía a la memoria del oyente al Pete Jolly de sus mejores épocas. ¿Y Golson? Ofreció unas pocas de sus numerosas composiciones ("Killer Joe", "Along Came Betty", "Stablemates"...) y terminó con un "Sweet Georgia Brown" medido pero alegre y eficaz como fin de fiesta. No llegó "I Remember Clifford", que este cronista tanto esperaba. Como no llegaron tantos otros temas memorables. De su energía queda poco, como así también de su proverbial vibrato, su tesitura se ha ido encogiendo con los años. Sin embargo, su sentido del ritmo y su musicalidad permanecen intactos. Conserva toda su dignidad. Es un músico de jazz.

Y aquí podría terminar la reseña. Pero quien tocaba esa noche en Barcelona, ciudad que pisó por primera vez hace ya cincuenta años, fue miembro fundador, con Art Farmer, del Jazztet y director musical de los Jazz Messengers de Art Blakey, además de compinche de Clifford Brown, Johnny Hodges, Gigi Gryce, Tadd Dameron, Dizzy Gillespie, Lee Morgan, Philly Joe Jones, Wynton Kelly, Grachan Moncur III y un apabullante etcétera. Y por si todo esto fuera poco, compuso varios de los temas más hermosos de la historia del jazz y fue protagonista principal de uno de los períodos más fecundos de la misma. Esa noche estábamos, pues, ante un monumento viviente, en el mejor y más respetuoso sentido del término. Que ya no fuese el Golson de finales de los cincuenta daba igual, y además era imposible. Su eclipse, en términos de ejecución, era el propio de cualquier ser humano.

Pero estaba ahí para enseñarnos que quien nos había hecho pasar momentos de inconmensurable placer frente al equipo de música existía de verdad. En términos de historia musical sería el equivalente de estar, por poner un ejemplo, ante Brahms, o así lo sintió quien esto escribe en más de una ocasión: tenía el privilegio de vivir un momento histórico, al menos en lo que a su pequeña historia de amante del jazz respecta. Y esa conciencia de ocupar un lugar fundamental en el relato de esta música también demostró poseerla el propio Golson. Sin pedantería, con humor y sapiencia. Si hubo media hora de música, la otra media hora fue la charla de un maestro ante un auditorio de alumnos. Habló de su infancia, de sus amistades, de su entorno cultural y social, de la génesis de los temas que intepretó, habló de aquel chulo que le inspiró "Killer Joe", de la emoción que sintió al ver escrito su nombre por primera vez, en letras minúsculas, debajo del título de una composición suya cuando Miles Davis grabó "Stablemates" (en Miles, de 1955), de aquella Betty de la que estuvo enamorado... Se sentaba y hablaba, con parsimonia, con una articulación perfecta, como en una reunión de amigos que llevan tiempo sin encontrarse, con un humor que poseía el sosiego y la distante ironía de quien ha vivido mucho y ha visto mucha cosas.

En un momento dado, alguien entre el público lo interrumpió con un “Queremos escuchar música”. Quizá se tratara de un necio, o de alguien a quien le diese igual quién tenía delante o lo ignorase. En cualquier caso, algún insulto, conato de sobria tangana, explicación a Golson de lo ocurrido. Y Golson que se pone serio y dice: “Para comprender hay que conocer.” Aplausos, y el deseo de que siguiera hablándonos toda la noche. Porque quien hablaba por su boca no era solamente Benny Golson sino toda la historia del jazz, todos los músicos de jazz, reunidos allí esa noche, mirando por los luminosos ojos del viejo saxofonista de Filadelfia, sonriendo cuando él sonreía al escuchar y aprobar los solos de sus acompañantes, sintiendo, y haciéndonos sentir a la inmensa mayoría de los que allí estábamos, que el jazz es una de las formas más perfectas de comunión que ha inventado el ser humano.

© Cuadernos de Jazz, agosto-2012