domingo, 29 de abril de 2012

Jana Hertzen habla de MOTEMA





So Jazz es una revista mensual, de distribuición gratuita, que se dedica al jazz y se regala en disquerías y lugares ligados al género en Francia. En su número 24, correspondiente a abril de este año, presenta, entre otras notas, una entrevista de Pierre-Jean Crittin con  Jana Hertzen (foto), fundadora del sello neoyorkino MOTEMA. Se ofrece aquí en versión de J.F.


MOTEMA, sello del futuro

–¿Cuáles fueron los primeros pasos del sello Motema?
–En 2003, saqué el disco de Babatunde Lea, un baterista y percusionista de la Costa Oeste que tocó con Randy Weston y Pharoah Sanders. Eso fue lo que me hizo tomarle gusto a la cosa. De inmediato, conocí a David Neidhart, que trabajaba en Verve, y con él fundé MOTEMA. En esa época, la industria del jazz estaba en plena decadencia. Muchos artistas se habían quedado sin sello. Era un buen momento para lanzar un sello de jazz. El año que viene van a ser diez años de comenzada la aventura.

–¿Cuál es su contribución en términos de producción artística?
–Mi respuesta lo va a sorprender: ninguna. Trato de elegir artistas que tengan una personalidad artística muy fuerte, muy clara y, de inmediato, les doy toda mi confianza. Eso me ayuda también a reducir los costos. No contrato a un productor que le diga a los artistas qué dirección tomar. Los músicos vienen con sus álbumes producidos por ellos mismos y, fuera de dos o tres casos, se trata de productos acabados que tienen un excelente nivel. Lo único que hace falta es un buen ingeniero de grabación.

–Hábleme de su relación con Geri Allen, una de las más grandes pianistas de estos últimos treinta años, de la cual hace rato no tenemos noticias.
–Geri no estaba satisfecha de su contrato con Concord, quería editar más discos. Nos vino a ver con una idea muy interesante. Quería editar tres álbumes de piano solo.
El primero fue Flying Toward The Sound, un disco inspirado por Cecil Taylor, McCoy Tyner y Herbie Hancock. El segundo , Timeline, est una grabación en vivo de sus conciertos en Europa, donde ella estaba acompañado por un intérprete de castañuelas,
y en el tercero, A Child Is Born, redescubre las melodías de su niñez. Es su "disco de Navidad".

–Hay otro gigante del piano que se unió a MOTEMA: Randy Weston.
–Tuvimos el privilegio de editar al mismo tiempo su último disco y su autobiografía. El próximo proyecto es algo que él viene madurando desde hace años: Ancient Future, con la violinista Regina Carter y sus African Rhythms. Se trata de un sexteto grabado en vivo en el Lincoln Center. También tabaja en un projecto alrededor de la figura de James Reese Europe, un músico afroamericano que esutov en la infantería durante la Primera Guerra mundial.

–¿Algún nuevo artista que le gustaría hacer que el público descubriese?
–¡Marc Cary! Hace rato tocó con Abbey Lincoln. Es uno de los pianistas más eclécticos de su época. Puede tocar jazz, blus, hip hop... En 2012, dos proyectos va a ver la luz: un homenaje con piano solo a Abbey Lincoln y un proyecto de jazz electrónico, que se llama Cosmic Indigeneous

jueves, 26 de abril de 2012

A seis años de la edición local de un disco de Charles Mingus


Hace seis años, Diego Fischerman publicó la siguiente nota sobre la edición local de Mingus Ah Um, de Charles Mingus, en Radar. Más allá de todo lo que ha sobrevivido de esa reflexión, lo que más llama la atención es que ese disco que hoy andá casi por los $60 en su edición nacional, en ese entonces costaba $23.

Partitura mental

1959 fue un buen año. O, por lo menos, lo fue para el jazz. Se editaron discos extraordinarios del Modern Jazz Quartet, de Gerry Mulligan, del cuarteto de Dave Brubeck, de Charlie Parker y de Dizzy Gillespie. Pero, sobre todo, se publicaron tres de los álbumes que, de ahí en más, figurarían en todas las listas de los mejores de la historia. Incluyeran lo que incluyeran además, siempre hubo consenso para Kind of Blue de Miles Davis, Giant Steps de John Coltrane y el que tal vez sea el menos obvio y el más salvaje de los tres: Ah Um de Charlie Mingus.

La reciente edición local de este disco –con igual presentación que el importado, pero a un precio estimativo de $ 23– pone en escena su importancia ya desde el comienzo, una de las mayores explosiones controladas de las que se tenga registro. Y, por supuesto, desde su tapa, un cuadro cuyo autor no se indica pero habla a las claras del jazz entendido como “objeto de arte”. El septeto que incluía a John Handy, Shafi Hadi y Booker Ervin en saxos, Mingus en contrabajo o piano, Horace Parlan en piano, Dannie Richmond en batería y Jimmy Knepper alternando con Willie Dennis en trombón, grabó en dos sesiones, el 5 y el 12 de mayo. El LP original presentaba la mayoría de los temas en versiones editadas. La nueva edición en CD, además de tres piezas que no se habían incluido en el álbum primigenio, incluye seis de los nueve restantes en versiones completas, sin editar. Aquí, por ejemplo, “Good Bye Pork Pie Hat” dura el doble que en la edición de 1959.

En las notas incluidas en la contratapa del LP, Dianne Dorr-Dorynek citaba a Mingus. “En primer lugar, una composición de jazz, tal como la oigo en el oído de mi mente –aun cuando la escriba con precisión y usando un montón de notas en una partitura–, no puede ser tocada por ningún grupo ni por ningún músico, clásico o de jazz”, decía el compositor. “Un músico clásico puede leer todas las notas correctamente, pero las toca sin el sentimiento correcto del jazz o de la interpretación. Y un músico de jazz, aunque pueda leer todas las notas y tocarlas con un sentimiento jazzístico, inevitablemente introduce su propia expresión individual antes que las dinámicas que el compositor previó. En segundo lugar, el jazz, por definición, no puede traducirse a partes escritas, con sentimiento, sin que salga volando libremente.” La idea de cómo resulta imposible constreñir el jazz a una escritura es particularmente productiva si se la cruza con el experimento que Mingus venía realizando desde 1951, sus talleres (workshops) de jazz. En 1943, cuando estudiaba en el Los Angeles City College, había tomado contacto con los talleres de música clásica, donde intérpretes y compositores compartían el trabajo sobre nuevas obras. Y ya en Nueva York decidió aplicar el modelo de trabajo al jazz. Entre los primeros participantes de estos talleres estuvieron Thelonious Monk, Max Roach, Horace Silver y Art Blakey. Y Teo Macero, otro de los músicos que formó parte de los workshops que, además, era productor en el sello Columbia, fue el contacto para que este disco existiera.

La importancia de Ah Um, cuyo principio constructivo es la idea del homenaje a los ancestros musicales, tiene que ver, en primer lugar, con cómo suena. Los saxos de Handy, Hadi y Ervin junto al trombón de Knepper, en la triple repetición variada de la melodía, en “Self Portrait in Three Colors”, el tema que compuso para Shadows, el primer film de John Cassavetes, donde nunca se lo utilizó, el solo de Booker Ervin en esa especie de sermón genial que es “Better Get it in your Soul”, Handy en “Goodbye Pork Pie Hat” –un homenaje a Lester Young, muerto hacía apenas siete semanas– y el juego con el trémolo en el contrabajo, la originalidad en la reescritura de temas anteriores (“Nouroog”, “Duke’s Choice” y “Slippers”) en “Open Letter to Duke”, son sólo algunos de los argumentos que convierten al disco en uno de los mejores del jazz. El sonido colectivo, con ese sentimiento que, según el propio Mingus, se escapa libremente por el aire en el mismo momento en que sucede, está, hasta donde es posible, fijado en una nueva clase de escritura. “Mis métodos actuales de trabajo incluyen muy poco material escrito. Escribo en una partitura mental y dejo que esa composición pase, parte por parte, a los músicos”, decía Mingus. El disco, en todo caso, terminó omitiendo un paso. En este caso los que leen –y los que seguirán haciéndolo por los siglos de los siglos y amén–son los que escuchan. Y ese comienzo de Ah Um seguirá sonando, siempre, con el mismo poder. Y “Good-bye Pork Pie Hat” seguirá siendo, como antes y para toda la eternidad, el mejor blues posible.

martes, 17 de abril de 2012

La razón de nuestras vidas


La  imagen que se exhibe a la izquierda fue fotografiada en la puerta de la disquería Crocojazz, de París.


Dado que está en inglés, ignoramos su origen, pero la leyenda que está en el globo demuestra una profunda capacidad de observación.


El texto en cuestión dice: "Sin  importar cuántos discos tenga, nunca estoy satisfecho; tengo que tener más. He intentado dejar, pero no puedo. ¿Qué voy a hacer? Esto es como ser un drogadicto".


Cualquier semejanza con la realidad, es mera coincidencia. Los clientes de Minton's jamás gastamos de más ni envidiamos los discos ajenos. Ah, y tampoco nos peleamos con los otros clientes cuando el perverso Federico, esbirro a las órdenes de Guillermo Hernández, abre las cajas con las novedades.

jueves, 12 de abril de 2012

Joshua Redman por cuatro

Lo que sigue es la entrevista de Alex Dutilh con Joshua Redman, publicada en Cités Musiques n 69, correspondiente a abril-junio de 2012. En ella, el saxofonista habla de las cuatro formaciones con las que se presentará durante el mes de junio en París. La traducción es de J.F.

“El suspenso, la naturaleza misma del jazz”

–Durante la edición 2009 del Festival Internacional de Jazz de Montreal, usted tuvo carta blanca, con tres formaciones diferentes de las cuatro que presenta en la serie Domaine Privé en la Cité de la Musique y en la Salle Pleyel. Le gusta entonces “cuestionar la forma”…
–Cada una de esas propuestas es para mí estimulante, incómoda, inspiradora… En cada oportunidad hay un desafío que enfrentar. Por eso elijo músicos a los cuales me siento muy próximo tanto musicalmente –compartimos los mismos valores– como humanamente. Son amigos. Algunos de esos proyectos son más “nuevos” o menos familiares que otros. Es el caso del Axis Saxophone Quartet, por ejemplo, con quienes nunca antes he tocado. En cambio, el Double Trio graba desde 2009, y desde hace diez años tocamos juntos con Sam Yahel y Brian Blade, y con Brad Mehldau desde hace casi veinte años… Pero tengo la sensación de que, en cada uno de esos grupos con los que trabajo, hay un lado “experimental”. De todos modos, la importancia de la improvisación en el jazz a menudo nos lleva a territorios desconocidos. Adoro que cada noche, cada fragmento, cada instante sean diferentes. El jazz pone en escena el sonido de la sorpresa. Uno toca lo que siente en el momento mismo en que lo siente. El “suspenso” es la naturaleza misma de esa música.

–Tratándose de un cuarteto de saxofones con Mark Turner, Chris Potter y Chris Check, ¿cuál es la naturaleza de ese proyecto? ¿Se inspiran en sus predecesores, como el World Saxophone Quarter o el Rova?
–Como acabo de decirle, nunca tocamos juntos. Pero sucede que Mark Turner, Chris potter y Chris Check son tres de mis saxofonistas favoritos, cada uno de ellos ha ejercido una fuerte influencia sobre mí y, además, me ha inspirado. Somos de la misma generación. Por más que tengamos un sonido y un estilo de tocar distintos, compartimos muchas ideas musicales, tenemos valores y experiencias comunes. Estamos muy entusiasmados por este proyecto que nos lleva a reflexionar mucho. Estoy convencido de que nos tomará un poco de tiempo afinarlo y verlo progresar. París va a ser nuestra primera gran fecha, estoy impaciente de saber cómo vamos a sonar, pero estoy seguro de que va a ser apasionante y que nos vamos a divertir y a provocarnos… El público tendrá la oportunidad de asistir al nacimiento de un grupo. Espero que tenga una larga vida.

–¿Cuál va a ser el repertorio?
–No soy el único que escribe. Se trata de una empresa colectiva. Cada uno de nosotros compone y concibe arreglos específicamente para ese cuarteto. Pero esperamos abrir las composiciones originales a otros músicos con quienes tenemos ganas de colaboar, como Patrick Zimmerli o Guillermo Klein.

–En cuanto al dúo con Brad Mehldau, ¿de qué manera la amistad de veinte años influye en la conversación musical?
–En mi opinión, en el más alto nivel el jazz vehiculiza siempre una experiencia social. Se trata tanto de expresión, de comunicación, de conversación, de diálogo. En cada orquesta en la que participo, me esfuerzo por tener excelentes relaciones con los otros músicos, tanto sobre el escenario como fuera de él. Me resulta inconcebible estar en un grupo durante mucho tiempo, si éste no está unido por vínculos de amistad. Evidentemente, cuando se trata de ese formato tan particular que es el dúo, la calidad de la relación humana es todavía más determinante. Se comparte tanta intimidad que luego se hace pública… Nos resulta necesario escuchar al otro con un máximo de atención y de intensidad sin flaquear ni un instante, hay que alentar, afirmar, motivar, cuestionar al otro constantemente, hacerlo ir más lejos. La empatía y el respeto mutuo son esenciales. No se puede lograr eso sin una amistad profunda. Si no podemos ser amigos en tanto hombres, no podemos ser libres en tanto músicos.

–¿Va a explorar nuevas composiciones con Brad?

–Tocamos a la vez composiciones originales, standards, clásicos del jazz y temas pop o rock. Una buena parte de las composiciones originales del dúo nunca fueron interpretadas o grabadas por ninguna de nuestras formaciones y, en ese sentido, pueden considerarse “nuevas”. El dúo con Brad es realmente una historia de exploración, de libertad, de apertura, de espontaneidad en la conversación. De pronto, el repertorio en sí mismo carece de importancia. A veces, cuando tocamos a dúo, el standard más frecuentado puede revelarse tanto o más fresco que las nuevas composiciones. Para nosotros, la apuesta consiste en redescubrir y, si es posible, reinventar cada tema cada noche.

–¿Por qué todavía no grabaron un álbum en dúo?
–Todavía no hemos tenido la oportunidad de tener una sesión en el estudio, nada más. Pero muchos conciertos fueron grabados y ahí hay mucho que trabajar a futuro.

–Con el doble trío (dos contrabajos y dos baterías), usted dispone matemáticamente de toda una serie de combinaciones: dúos con cada músico, tríos y cuartetos combinados e incluso un quinteto. ¿Va a servirse de todo eso?
–Tenemos por costumbre recorrer todas las combinaciones presentes en el álb um Compass. Algunos temas con todos los músicos reunidos en quinteto, con los dos bajos y las dos baterías, otros en trío. Es como si fuera el juego de las sillas, con uno o dos músico que se van del escenario cuando entran los otros. Eso permite explorar distintas texturas y combinaciones sonoras. En eso consiste el interés del formato.

–¿Qué lo ha incitado a probar esa fórmula de geografía variable?
–Una idea que se me ocurrió. A último minuto. Al principio no se tratgaba de grabar así, sino apenas en trío. Y luego de algunas semanas, comencé a imaginar lo que se podría hacer con dos bateristas y dos bajistas juntos. Ninguno de nosotros había hecho la experiencia. No sabíamos a qué atenernos. Simplemente llegamos al estudio sin ideas preconcebidas. Ni siquiera sabíamos si iba a funcionar y si habría material con que hacer el disco. ¡Y funcionó! La salsa cuajó instanteámente. Creo que la frescura es el lado inédito de la fórmula. A medida que avanzábamos encontramos espontaneidad y libertad…

–Pasados un poco más de dos años, ¿se encuentran donde esperaban?
–Como dije, no tenía la menor idea de lo que esperaba. Pero en cada oportunidad, fue un gran placer. No tocamos tanto en vivo en estos tres años que siguieron a la grabación: apenas dos giras y un puñado de fechas aisladas…

–Para el último concierto usted se va a presentar con la Elastic Band, con Sam Yahel en teclados y Brian Blade en la batería. ¿Se trata de trabajar sobre el groove y la energía? ¿O antes que nada sobre un sonido diferente?
–Con la Elastic Band nos interesamos efectivamente en un montón de músicas que utilizan grooves distintos del swing tradicional del jazz en 4 por 4. Pero el acercamiento fundamental, la manera de tocar juntos, la fluidez de los intercamb ios tiene sobre todo que ver con nuestra manera de percibir el grupo como una fórmula actual del trío de jazz clásico alrededor del órgano. Eso es lo que siempre fue el núcleo central de nuestra búsqueda. Para este encuentro con el que cerraré la serie Domaine Privé, seremos menos una Elastic Band que recurra a la electrónica y a las texturas insólitas que un trío de órgano, batgería y saxo como en los viejos tiempos.

–¿Cuál hubiese sido su elección si se le hubiera propuesto un quinto concierto?
–¿Quién sabe? Tengo la impresión de ya estar colmado por los cuatro conciertos que tengo que dar. Por supuesto hay otras fórmulas y colaboraciones que podría imaginar. Pero la base del jazz es el “aquí y ahora”. Prefiero concentrarme en el presente, hacer surgir todo el potencial para lograr conciertos tan apasionantes y creativos como me sea posible.

–¿Podría imaginar un concierto de saxo solo?
–Ya lo hice. Ocurre de vez en cuando y, en cada oportunidad, con un entorno acústico bien particular, como en la Grace Cathedral de San Francisco. Me gustó mucho hacerlo, pero el saxo solo, creo, debe ser algo excepcional. Me parece que el saxo necesita realizar intercambios con los otros instrumentos. Adoro tocar con otros músicos, sacan lo mejor de mí. Y espero hacer otro tanto con ellos.

Pura Fe en el Duc des Lombards

(París. De nuestro enviado especial) Guillermo Hernández fue terminante: "Más plata no hay. Te las arreglás como puedas, pero andá a cubrirla". Y así, sin más, el transitorio corresponsal de Minton's, ya a punto de volver a Buenos Aires, se encaminó debajo de la lluvia (con la suela de un zapato debidamente rota y una de las medias consecuentemente empapada) al Duc des Lombards que, tautológicamente, queda en el 42 de la rue des Lombards, haciendo esquina con el Boulevard de Sebastopol, a muy pocas cuadras de Chatelet, uno de los puntos más céntricos de París.

Caro, pero incómodo, el Duc des Lombards, desde la terrible decadencia del New Morning (actualmente, una suerte de piojera) es uno de los más importantes templos del jazz en París. Apenas una treintena de mesas, un escenario que se le viene encima al público, monitores en todas partes con la proyección de lo que uno está viendo y bebidas desproporcionadamente caras (para no hablar de los platos que ofrecen) es, para que el lector lo visualice con claridad, una suerte de Club del Vino abreviado a su mínima expresión. Y sin embargo, por allí pasaron todos, desde Dave Holland a Wayne Shorter, sin olvidar a los más jóvenes. Por caso, el mes pasado tocaron allí Larry Goldings con Peter Berstein y se anuncian para este mes, entre otros, Omar Sosa, Ernie Watts, Niels Lan Doky, etc. Pero también hay espacio para el blues y otras músicas, por lo que ayer, 11 de abril, el corresponsal fue a escuchar a la deslumbrante Pura Fe.

Y acá vale la pena hacer un breve paréntesis. Minton's es una disquería esencialmente dedicada al jazz, pero uno de los sueños secretos del Talibán Hernández (al menos uno de los que puede manifestar sin correr peligro de terminar en la cárcel) es complementar su oferta con una sección dedicada al blues y aledaños, materia que domina y que difícilmente comparte con sus parroquianos por un presunto desinterés de estos por esos temas. El corresponsal de Minton's en París, no tiene otro remedio que compartir las melancólicas aspiraciones de Guille, deseando que, en el futuro, también haya blues y otras músicas en Minton's, sin que esto signifique descuidar el jazz. Y acá vale la pena cerrar el breve paréntesis.

Pura Fe (Nueva York, 1959) es hija de una india tuscarora (nación aborigen del sudeste de los Estados Unidos) y de un padre portorriqueño. Su madre fue una de las tantas cantantes de la orquesta de Duke Ellington y, según comenta Pura, estaba asimismo emparentada con Thelonious Monk. Acaso de ella haya heredado la pasión por la música y el arte en general, ya que luego de estudiar con The American Ballet Theatre, participó en varios musicales de Broadway, al tiempo que se ganaba la vida haciendo publicidades de televisión. Luego, integró la Mercer Ellington Orchestra y fue parte de cientos grupos de jazz, rhythm & blues e incluso bandas de rock. Más tarde pasó a integrar el trío vocal Ulali, con Soni Moreno (de las naciones apache y yaqui) y Jennifer Kreisberg (también tuscarora). Las tres se dedicaron a explorar la música de los pueblos originarios del sudeste norteamericano hasta que, en 2005, luego de haber colaborado con Robbie Robertson (el guitarrista y compositor del célebre grupo The Band), Pura Fe abandonó el grupo para comenzar una carrera solista.

A la fecha, Pura Fe lleva grabados cuatro discos a su nombre: Tuscarora Nation Blues, Hold The Rain, Full Moon Rising y Pura Fe Trio Live 2011. Su repertorio abarca muchos temas propios --generalmente salpicados de mensajes políticos referidos a la situación de los pueblos originarios, la conservación de la tierra, la necesidad de suprimir las fronteras, etc--, una gran cantidad de blues tradicionales, algunas canciones de naturaleza folklórica y también música aborigen de América. Sin embargo, como se puede comprobar en el registro en vivo (y como el enviado especial pudo oír en el show), también hay temas ajenos, por ejemplo de Joni Mitchell. Se trata, en líneas generales, de música acústica: guitarras, dobro (ejecutado con maestría por Pura) y percusión (reducida, las más de las veces, a cajón, pandereta y un par de implementos aborígenes.

Llegados a este punto, queda hablar de la voz. Para decirlo en pocas palabras, la suya es una de las mejores voces que puedan encontrarse en cantantes populares de cualquier género. Llena de recursos y con un rango deslumbrante, Pura Fe es capaz de susurrar y sin solución de continuidad pasar al alarido como esos coches que aceleran y van de cero a 200 km por hora en cuestión de segundos. Resulta imposible no deslumbrarse y la emoción del oyente está plenamente asegurada. Súmese a esto una presencia escénica contundente y enorme capacidad de reírse de sí misma. Por caso, en el show de ayer, luego de chocarse contra el dobro con el consiguiente acople, se dio vuelta y le dijo al público: "Bueno, ahora me conocen".

Para el show del Duc des Lombards, Pura se presentó con el muy buen guitarrista y cantante Cary Morin y el percusionista y cantante  Pete Knudson. Morin, hijo de un oficial de la Fuerza Aérea y miembro de la tribu crow, conoce diversos estilos de blues y es un virtuoso del fingerpicking, al punto que en cierto momento del show, Pura Fe lo deja solo para que pueda interpretar algunos temas de Sing It Loud, su más reciente registro. Lo hace con un aplomo tal que, por un momento, uno se olvida que se trata de un show ajeno y por eso resulta sorprendente la vuelta de Pura que, a esta altura, no tiene ningún problema en ser una más del grupo, compartiendo el final con sus dos músicos en pie de igualdad.


En síntesis, para ser el último gran concierto parisino (al corresponsal le queda uno, pero de música carnática del sur de la India, por lo cual no corresponde su inclusión en este blog), uno no puede irse a la casa más satisfecho ni con la media más mojada.

lunes, 9 de abril de 2012

Descubriendo a Matana Roberts

 Ayer, domingo 8, Diego Fischerman colgó en su blog Fischerman’s Tales la entrada que se transcribe a continuación, donde habla de la saxofonista, clarinetista y compositora Matana Roberts. Y como en tantas otras cosas, en el principio está Guillermo Hernández. Él sea loado por ello.

Matana Roberts

Escuchar música es descubrir. Y los descubrimientos, la mayoría de las veces, conllevan agradecimientos. Es gracias a Claudio Da Passano, Teddy Cromberg, Miguel Pellerano, Jorge Fondebrider, Abel Gilbert, mi hermano Federico, Jorge Andrés, entre muchos otros, que conocí mucho de lo que amo. El último deslumbramiento se lo debo (y no soy el único ni ha sido la única vez) a Guillermo, de Minton's. Ignoro cómo llegó a él el nombre –y la música– de Matana Roberts pero fue él quien nos hizo escucharla (yo lo ví: llegó al punto de decirle a clientes de su disquería que se llevaran su último disco, Coin Coin Chapter One. Gens de couleur libres, que lo escucharan entero –"si no, no es lo mismo"– y que, si no les gustaba se lo devolvieran). Saxofonista, clarinetista y compositora, Roberts nació en Chicago y allí fue miembro de la señera AACM (Association for the Advancement of Creative Musicians) fundada por Muhal Richard Abrahams y por donde pasaron Henry Threadgill, Anthony Braxton y el Art Ensemble of Chicago, entre otras eminencias de un jazz que unía combatividad musical y política, en general por las vías de la atonalidad y la liberación de los patrones rítmicos regulares por un lado (eso que globalmente se reconoce como Free Jazz) y la reivindicación de la negritud y de un africamismo militante, por el otro. Instalada en Nueva York desde 2002, formó ese año el trío Sticks and Stones (palos y piedras) con Josh Adams en contrabajo y Chad Taylor en batería, con el que grabó dos discos, Sticks and Stones y Shed Grace. Como líder debutó con Lines for Lacy (2006), al que siguieron The Calling, del año siguiente, The Chicago Project (2008, producido por el pianista Vijay Iyer; del que en you tube  puede disfrutarse algo de su presentación en vivo en Londres, junto a Adams en contrabajo, Jeff Parker en guitarra y Frank Rosaly en batería), y, en 2011, Live in London y Coin Coin.... , este último publicado por Constellation Records.
Se trata como el "chapter one" del título indica, del comienzo de una saga acerca de la esclavitud y las luchas por la igualdad de derechos de la población negra de los Estados Unidos. Su nombre, Coin Coin, proviene de Marie Thereze "Coin Coin" Metayer, esclava y amante de Claude Metayer de quien, al separarse, obtuvo un  terreno en Louisiana donde cultivó tabaco y plantas medicinales. "Gens de couleur libres" era, por otra parte, la designación, en el sur estadounidense, para los negros que habían sido liberados, para los que, hijos de aquellos, nunca habían sido esclavos o para las mujeres negras que se habían casado con blancos (no hay antecedentes de negros que, en esa época, se casaran con blancas). La obra (y en eso Guillermo también tiene razón, hay un concepto general que da significado a cada una de sus partes) recrea (y pocas veces esa palabra resulta tan exacta) diversas tradiciones musicales y las lleva a un terreno de originalidad sorprendente, donde caben desde el susurro hasta el grito y de la explosión a la más tenue de las sutilezas. En Coin Coin... participan, además de Roberts en saxo alto, voz y algunos otros instrumentos de viento que aparecen por allí, Jitanjali Jain en voz, David Ryshpan en piano y órgano, Nicolas Caloia en cello, Ellwood Epps y Brian Lipson en trompetas, Fred Bazil en saxo tenor, Jason Sharp en barítono, Hrair Hratchian en duduk, Xarah Dion en guitarra, Marie Davidson y Josh Zubot en violines, Thierry Amar y Jonah Fortune en bajo y David Payant en batería y vibráfono. Vale la pena escucharlo, desde ya, y, eventualmente, pensar a Roberts como parte de una nueva camada de mujeres del jazz particularmente creativas junto a Angélica Sánchez, de quien ya se ha hablado en este blog, y de otra pianista y compositora de la que se hablará próximamente, Kris Davis, que grabó el excelente Aeriol Piano y fue la arregladora del notable disco Novela, del saxofonista Tony Malaby, ambos editados el año pasado por el sello Clean Feed.

lunes, 2 de abril de 2012

Romano, Sclavis y Texier, con Bojan Z y Nguyen Le en Epinay-sur-Seine

(París. De nuestro enviado especial) Banlieues Bleus es un festival que se desarrolla desde hace 29 años en diversos suburbios de París. Es una forma de que la gente que vive en esos barrios, muchas veces alejados de la capital francesa, pueda acceder a espectáculos de primer nivel, en doble programa a precios francamente populares, con algunos de los más importantes músicos del momento. De hecho, para este 2012 fueron convocados, entre otros, el Trio Celea, Parisien, Reisinger y McCoy Tyner Trio con Joe Lovano, Matana Roberts Coin Coin, Marc Ribot, el ascendente trio de Andy Sheppard, Michel Benita y Sebastian Rochford, Lucia Recio & Fred Firth, etc.

Al enviado de Minton's, entonces, le tocó costearse ayer, domingo 1 de abril, a Epinay-sur-Seine, un suburbio sin gracia a 20 minutos de París (en coche), para asistir a la actuación de Jukebox y del trío Romano, Sclavis, Texier, ampliado con la presencia de Bojan Z y Nguyen Le. Entonces, después de almorzar liviano, se puso en marcha acompañado por una amiga que hizo las veces de chofer.

En la primera parte, como fue dicho, se presentó Jukebox, un quinteto de muy jóvenes músicos, compuesto por Louis Laurain (trompeta), Fidel Fourneyron (trombón), Fabrizio Rat (piano y concepción), Ronan Courty (contrabajo) y Julien Loutelier (batería). Según explicó el carismático Laurain --quien, entre tema y tema, se dedicaba a hablar para darle tiempo a sus compañeros a "preparar" sus instrumentos--, se trata de un grupo que funciona como una de esas máquinas que ofrecen hits musicales en los bares, lo que explica entonces el repertorio, fundamentalmente estructurado alrededor de temas de Perry Como, Elvis Presley, Suzanne Vega o chansonniers franceses del pasado. Hasta acá podría pensarse en algo así como en una Brass Fantasy (la de Lester Bowie) dismnuida a quinteto. Pero lo interesante es que, siempre de acuerdo con Laurain, en algún momento del tema los miembros de Jukebox empiezan a tener problemas con las partituras y la música se dispara en direcciones increíbles: los vientos se usan justamente para producir viento sin sonido, el piano preparado parece una caja de música, el baterista coloca todo tipo de instrumentos de cocina sobre los parches, el contrabajista limita el sonido de su instrumento con broches para la ropa. Llenos de sentido del humor, pero, al mismo tiempo, de un fantástico rigor interpretativo, estos músicos --que en su mayoría no alcanzan los 30 años-- dieron una demostración de que el jazz no tiene por qué ser una música aburrida ni patética. Y fueron muy aplaudidos por el público de una sala largamente colmada.

La segunda parte, la que de veras había convocado al público, tuvo como protagonistas excluyentes al trío formado por Louis Sclavis, Henri Texier y Aldo Romano, tres líderes virtuosos del jazz francés, que reaparecieron en disco (3 plus 3) con tres invitados de lujo: Enrico Rava, Bojan Z y Nguyen Le, constituyendo así una especie de supergrupo probablemente sin precedentes en el jazz local. Y pese a la ausencia de Rava, hay que decir que su actuación superó toda expectativa que uno pudiera tener. Se trata de monstruos absolutos, líderes por derecho propio, puestos aquí al exclusivo servicio de la música y de las composicones de cada uno de los miembros del grupo.

Sclavis en vivo es simplemente asombroso tanto en el clarinete, el clarinete bajo o el saxo soprano. De una perfección pocas veces oída en esos instrumentos, encuentra en Nguyen Le el compañero ideal. Ambos "conversan" permanentemente y, de tanto en tanto, llevan adelante complicadísimos pasajes al unísono que, por sus dificultades técnicas, serían una invitación al desastre en músicos menos dotados. Texier es uno de los mejores contrabajistas que a este corresponsal le tocó ver. Da la impresión de que nada le resulta ni difícil ni complicado y, pese a su fama de mal genio, disfruta tocando y aprueba cada intervención afortundada de alguno de sus compañeros. Romano es una especie de eminencia gris que propulsa cada tema sin exagerar y sin grandilocuencias. Da la impresión de que sus antebrazos son totalmente independientes del cuerpo, que apenas mueve mientras toca y, por alguna razón, busca en permanencia la complicidad con Bojan Z, que en piano eléctrico y piano aporta una cuota de levedad a la densidad de lo que se oye. Simplemente, un concierto sobresaliente, acaso el mejor que le tocó escuchar a este enviado durante su breve estadía parisina, ya en cuenta regresiva. Ahora bien, ¿qué cabría imaginar si uno piensa que no estaba Enrico Rava?

Con este pensamiento, al cabo de casi tres horas y media de show por unos 20 euros (menos de 120 pesos),  este corresponsal salió a la noche del suburbio, sin olvidar que mañana martes parte a Roma y de ahí a Nápoles, obligado por Guillermo Hernández, quien exigió un condimento particular para la pizza que prepara en secreto en Merlo. Y como sus deseos son órdenes, por una semana no habrá nuevos posteos en el blog.