A principios de 2007, se distribuyó en la Argentina Sonny Please, el que hasta entonces era el último registro de estudio de Sonny Rollins. Por esa razón, Jorge Fondebrider tuvo la oportunidad de entrevistarlo telefónicamente para Ñ, donde luego se publicó la charla que ambos mantuvieron y que se reproduce a continuación..
Una razón trascendente
Hace unos pocos meses, el gran saxofinista Sonny Rollins, hoy de 76 años, editó el ya multipremiado Sonny, Please, de inminente distribución en la Argentina. Con esa última excusa, accedió a realizar una entrevista telefónica con Ñ, donde revisó la historia del género, haciendo hincapié en su búsqueda de las razones trascendentes que lo impulsan a a la perfección musical.
(Jorge Fondebrider) Sonny Rollins es único y su historia, extraordinaria. Luego de integrar los grupos de Babs Gonzáles, J.J. Johnson y Fats Navarro, y de haber grabado con Bud Powell, Tadd Dameron y el Modern Jazz Quartet, se sumó al grupo de Miles Davis y, con posterioridad, al de Thelonious Monk, para luego integrar la banda de Clifford Brown y Max Roach.
Aclamado desde muy joven como uno de los más importantes tenores de la historia, su sonido gordo y potente (propio de la escuela de su admirado Coleman Hawkins), su fantástico sentido del humor (sustentado en citas que desarrolla en los contextos más inesperados) y su extraordinaria musicalidad le han permitido tener una voz reconocible e inimitable. En dos oportunidades, en la cúspide de la fama, decidió abandonar la escena para dedicarse a estudiar. La primera de ellas, entre 1959 y 1961, tuvo que ver, en sus propias palabras, con que “estaba haciéndome demasiado famoso, y sentí que necesitaba cuidar varios aspectos de mi manera de tocar. Me habían prestado mucha atención demasiado rápido y me dije que no podía permitir que me llevaran por donde no quería ir. Solía practicar de noche, en el Williamsburg Bridge porque vivía en el Lower East Side, en Nueva York”. Hay quien sostiene que ese hiato también tuvo por objeto permitir que la atención se fijara en John Coltrane, amigo y admirador de Rollins, con quien unos años antes grabara Tenor Madness (1956). Luego de volver a los escenarios, donde empezó a desarrollar un lenguaje mucho más sofisticado, protagonizando verdaderas maratones en sus solos, en 1966 abandonó todo para viajar a la India y a Japón, donde se recluyó en un monasterio, con el objeto de aprender otras formas de espiritualidad. Con una trayectoria jalonada por grandes discos --como Saxophone Colossus (1956), The Bridge (1962, con Jim Hall),
Coleman Hawkins y Sonny Rollins |
Sonny Meets Hawk! (1963, resultado del encuentro con Coleman Hawkins), Alfie y East Broadway Rundown (de 1966 los dos; el primero, la banda sonora del film homónimo, y el segundo, un disco vanguardista con Freddie Hubbard y la base rítmica de Coltrane)--, a los 76 años sigue activo y lleno de planes.
–Usted ha grabado literalmente cientos de discos bajo su propio nombre o acompañando a otros músicos. ¿Podría decirme, a esta altura de su vida, qué es lo que lo lleva a seguir grabando? O, dicho de otro modo, ¿qué espera de un nuevo disco suyo?
–No es tanto una cuestión de grabar, algo que, en última instancia, es bastante circunstancial. Es más bien tocar, tratar de dominar el instrumento. Yo sigo practicando hasta el día de hoy porque entiendo que del saxo tenor todavía tengo cosas que aprender. Además, sigo buscando la perfección musical.
–-Ya que lo dice, ¿a qué llama “perfección musical”?
–No podría responderle con exactitud, porque es una pregunta que me hago con frecuencia y que, de acuerdo con el momento, tiene diferentes respuestas. Sin embargo, aunque no pueda ponerlo en palabras, me doy cuenta de la posibilidad de su existencia cuando oigo esa música perfecta que, supongo, depende del nivel de espiritualidad que uno haya alcanzado. A veces, circunstancialmente, pude intuirla en mí mismo, pero fue sólo eso, una intuición. Era como si alguien me fuera llevando de la mano.
–¿Y en los demás? ¿Pudo percibir esa perfección musical de la que habla en otros músicos?
–Sí, claro. Me ocurrió en distintos momentos de la vida y debo decir que tuve la suerte de haber tocado con algunas de esos músicos. Pienso en Coleman Hawkins, que alcanzó ese nivel de espiritualidad del que le hablo cuando grabó su versión de “Body and Soul”. Pienso en Charlie Parker, Miles Davis, Bud Powell, Thelonious Monk, John Coltrane. A todos ellos tuve el gusto de oírlos llegar a la perfección en términos musicales. Yo querría también alcanzarla.
–Usted dejó, como los músicos que nombró, una marca muy importante en la historia del jazz. Y dado que hace décadas que forma parte constitutiva de esa historia, seguramente la habrá visto transformarse más de una vez. ¿Cómo percibe hoy en día el mundo del jazz?
–Grabé por primera vez a fines de la década de 1940 y desde entonces hasta ahora pasaron muchas cosas. Para empezar, al principio no éramos tantos los músicos de jazz y tampoco tocábamos para un público tan grande como el que hoy existe en todo el planeta, público que, dicho sea de paso, también consume grabaciones –CD, música en MP3 bajada de la web, etc.-- como nunca antes en la historia. Fíjese que antes tocábamos en clubes nocturnos, y ahora casi todo pasa en salas de concierto. Todo eso está hablando de un cambio en la recepción...
–¿Y qué pasa con la creatividad de los músicos?
–La pregunta es difícil... Mire, tuve la suerte de empezar a tocar durante la época de oro del género, lapso al que podríamos situar entre 1950 y mediados de los años sesenta. Había tantos grandes músicos tocando al mismo tiempo... Louis Armstrong, Duke Ellington, Count Basie, Lester Young, Billie Holiday, Ella Fitzgerald, también los músicos de los que antes le hablé. Después todo fue diferente.
–Considerando que usted viaja mucho, imagino que, además del jazz de su país, habrá podido escuchar también lo que se hace en Europa, Latinoamérica o Africa. Si así es, ¿qué tiene de particular ese tipo de jazz respecto del que se hace en los Estados Unidos?
–El jazz, tal como se entendía en la época de oro, empezó a mezclarse cada vez más con otras músicas. Por ejemplo, con la música latina –que siempre estuvo muy presente en mi país– o con la que llegó desde otros destinos de lo que antes se llamaba Tercer Mundo... Le diría que no importa de qué ritmos vaya a servirse uno. Procedan estos de donde procedan, lo que cuenta es la actitud con que se los encare. Así, percibimos como jazz a toda música que se caracterice por una gran flexibilidad... Entonces, si uno se remontara a Nueva Orleans y a músicos como Jelly Roll Morton, se vería que en lo que él tocaba había muchas y muy variadas influencias: elementos de música francesa y española (vale decir, el elemento europeo), blues (el elemento afroamericano), etc. Entiendo que es una cuestión de influencias y proporciones. Es probable que ese mismo movimiento se registre en otros lugares. Hay saxofonistas europeos y africanos, cuya inspiración viene directamente de modelos estadounidenses porque es justamente en los Estados Unidos donde nació el jazz.
–¿Y le parece bien que otras músicas derivadas de la mezcla de tradiciones sigan denominándose jazz?
–El problema es que jazz significa distintas cosas para distintas personas. El jazz no es exclusivamente un único tipo de música que, por ejemplo, se hace con piano, contrabajo y batería, sino una cierta actitud ante la manera de concebir la música. Y aunque a esa formación de base se le agreguen dos saxos, si el espíritu que la anima no es el del jazz, va a terminar siendo otra cosa. Y ya sea que agregue toda una orquesta o que se use nada más que un único instrumento, si se toca con el espíritu correcto, probablemente sea jazz.
–¿No es un criterio demasiado amplio?
–Hay límites, tiene razón. Pero incluso en el hip-hop, que es una música bastante simple, podría percibirse un rudimento de jazz. Sería algo así como jazz en una etapa infantil. Lo central, me parece, es la libertad como suprema expresión del espíritu.
–La cuestión de la espiritualidad es recurrente en usted.
–Sí, es un tema de estudio permanente. Me eduqué como cristiano, pero más adelante me interesé por otras prácticas espirituales. Estudié hinduismo y yoga en la India. Luego , volví al yoga en Japón. Me hice budista y un firme creyente en el karma. Creo también que lo que uno hace vuelve a uno y que no da lo mismo obrar bien que obrar mal. Es muy sencillo: más allá de simplemente pasarla bien, debe haber una razón más trascendente para que uno haga lo que hace. Esa razón es probablemente superior a nuestra propia conciencia. Del mismo modo que le dije que buscaba la perfección, también busco entender cuál es el sentido de lo que hacemos. El yoga y el budismo zen me ayudaron a entrever algunas respuestas.
–Supongo que lo que usted es se refleja en su música. Ahora bien, ¿lo que usted aprendió en términos de yoga le sirvió para tocar mejor?
–Realmente no sé. No fui a la India para estudiar música, sino para estudiar cómo funcionaba mi alma y de paso tratar de entender por qué estaba en el mundo y para qué. Es posible que algo de eso se haya filtrado en mi manera de tocar, pero no podría ser categórico. Lo que aprendí ya es parte de mí. Es todo lo que podría decirle al respecto.
–Pero me imagino que reconocerá que su música hace feliz a muchas personas en el mundo...
–Eso me lo dijeron en otras oportunidades, pero no me queda otro remedio que ser modesto y desear que efectivamente así haya sido.
–Dado que antes hemos hablado de los Estados Unidos y del resto del mundo, tengo la impresión de que, fuera de su país, el jazz es considerado como una forma de arte --acaso como una de las más importantes expresiones musicales del siglo XX--, pero que ése no es el caso en el lugar que fue cuna del género.
–Tiene razón. En los Estados Unidos todavía no se percibe al jazz como una forma de música nacional, lo cual nos llevaría a hablar de cuestiones de naturaleza histórica y social. Le doy un ejemplo que me parece significativo: fuera de servir como música de fondo en las series, el jazz nunca llegó a la televisión en los términos que sí lo hicieron otras músicas. Fijese que nunca hubo un verdadero programa de jazz en la televisión de los Estados Unidos. Y menciono lo de la televisión porque todo el mundo la ve.
–¿Cómo podría revertirse ese aparente desinterés?
–Con educación. A pesar de lo dicho, soy optimista. Mire, cuando yo empecé a tocar, habría sido ridículo pensar que algún día el jazz iba a ser incluido en los programas de estudio de las universidades y hoy es así. Y en otro orden, en esos días habría sido imposible pensar que al gobierno le iba a interesar enviar a músicos de jazz al exterior como embajadores de buena voluntad, y hoy eso sucede. Es cuestión de tiempo. Mis compatriotas ya se van a dar cuenta de que el jazz es la música clásica de los Estados Unidos.
–Entiendo que con Sonny, Please usted se hizo cargo de muchas cosas que nunca antes había tenido que hacer.
–Hasta el momento yo sólo me había ocupado de tocar y mi esposa se había hecho cargo de todo. Pero hace dos años ella murió y la responsabilidad, que es mucha y hasta cierto punto nueva, ahora me toca a mí. Sobre todo si considera que, con este disco, acabo de crear mi propia compañía. De todos modos, no estoy solo. Clifton Anderson, mi trombonista comparte conmigo el trabajo de producción. Gracias a él puedo darme el lujo de no pasarme todo el tiempo hablando de negocios con legiones de abogados y directivos de Universal, la compañía que se ocupa de la distribución de mi sello. Le aclaro, sin embargo, que no pretendo grabar a otra gente, sino apenas tener un mayor control sobre mi propio trabajo y la forma en que éste se comercializa.
–Sé que Brasil es el único país de Sudamérica que usted visitó. ¿Tendremos la oportunidad de verlo alguna vez en la Argentina ?
–Me encantaría. Le pedí a mi agente que trate de organizarme una gira por Sudamérica para el 2008. En ese caso, Buenos Aires va a ser una parada obligada. Ustedes, los argentinos, son gente bastante especial y con un gran corazón. Tengo un fanático allá que, desde hace años, me manda flores cada vez que cumplo años. No lo conozco personalmente, pero sería una buena oportunidad de encontrármelo.
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