martes, 30 de agosto de 2016

Jazz en la Usina del Arte con

  JON IRABAGON Quartet (USA)

Sábado 10 y Domingo 11 de septiembre a las 19hs

Sala de Cámara - Usina del Arte - Caffarena 1 – CABA
Entrada gratuita. Se retiran desde dos horas antes en la boletería de La Usina.



En su primera visita a la Argentina, el saxofonista Jon Irabagon se presenta el 10 y 11 de septiembre en la Sala de Cámara de La Usina junto a su cuarteto integrado por el venezolano Luis Perdomo en piano, Yasushi Nakamura en contrabajo y Rudy Royston en batería. Se trata de una formación muy ajustada y de elevada calidad técnica, jazz de alto vuelo que viene girando en Estados Unidos desde hace varios años.

El domingo 11 Irabagon ofrecerá una clínica a las 14hs, Conceptos de improvisación; mientras que Royston hará lo suyo con La batería en el jazz a las 15.30hs. Ambas clínicas están dirigidas a músicos amateur, profesionales y/o estudiantes de música que toquen cualquier tipo de instrumento; se realizarán en la Sala de Cámara de La Usina con inscripción previa a través de info@usinadelarte.org hasta el 9/09. Capacidad: 200 vacantes.



JON IRABAGON: Ganador en 2008 de la muy prestigiosa “Thelonious Monk Saxophone Competition”, y de las categorías “Rising Star” como saxo tenor y saxo alto en la revista “Down Beat”, ocupa hace varios años un lugar muy destacado en la escena jazzística neoyorquina.  La amplitud de sus intereses musicales queda evidenciada en las distintas formaciones que integra en calidad de miembro estable; entre ellas, “Mostly Other People Do The Killing”, el Mary Halvorson Quintet, el quinteto del trompetista Dave Douglas y el Barry Altschul´s 3Dom Factor.

LUIS PERDOMO: Nacido en Caracas y radicado en Nueva York desde 1993. Participó en la grabación de más de 200 discos. Durante 10 años fue integrante del cuarteto de Ravi Coltrane. Al margen de tocar como sideman de Dave Douglas, David Gilmour, Steve Turre, Bryan Lynch y David Sanchez entre otros, desarrolló una interesante carrera solista. Lleva editados una decena de discos solistas con distintas formaciones, algunos de ellos a través del prestigioso sello Criss-Cross.

RUDY ROYSTON: Graduado con honores en la Universidad de Denver, el baterista tejano Rudy Royston es un activo participante de la escena jazzística de Nueva York. Ha tocado junto a músicos de la talla de Branford Marsalis, Greg Osby, Ravi Coltrane, John Patitucci y Rudresh Mahanthappa. Artista muy versátil, ha grabado varios discos con distintas agrupaciones lideradas por el guitarrista Bill Frisell; es desde hace varios años -además- miembro estable del quinteto del trompetista Dave Douglas.  

lunes, 29 de agosto de 2016

Egberto Gismonti en el CCK, contado por Diego Fischerman

“Primero en la guitarra, casi sin amplificación, y después al piano, sin micrófonos en absoluto, el gran artista brasileño dio un concierto inolvidable, en el que se conjugaron perfección, intimidad e intensidad emocional.” Ésta es la bajada de la nota que publicó Diego Fischerman en Página 12 de hoy, dando cuenta del concierto que el sábado pasado dio Egberto Gismonti en el CCK.

La belleza musical y sus fantasmas

Egberto Gismonti en estado de gracia. Es decir, uno de los músicos más importantes de los últimos 50 años, durante dos horas, suelto, a sus anchas, y en una sala de acústica y hermosura extraordinarias. Una sala llena hasta el tope, con una amplificación ejemplar –es decir casi inexistente– cuando tocó la guitarra y ninguna en absoluta cuando lo hizo al piano, un instrumento al que el artista acarició y palmeó cariñosamente después de cada pieza, como si se tratara de un buen cachorro. En todo caso, cualquier concierto suyo es un acontecimiento memorable pero, en sus más de veinte actuaciones en Buenos Aires, jamás se lo escuchó así.

Intensidad emocional, perfección e intimidad. La posibilidad de escuchar a un gran pianista en un gran instrumento y sin la mediación de la electrónica –es decir con todo el “fantasma” del sonido presente y los matices y contrastes sin clase alguna de compresión– es irreemplazable. Son muy pocas las ocasiones en que tal cosa es posible, en el ámbito de la música artística de tradición popular, y cuando sucede se trata de una bendición. Una maravilla que, naturalmente, condicionó todo el concierto. La perfección fue la suya de siempre. La acústica y el instrumento hicieron que tocara como en su casa y para sí mismo. Pero el público, sostenido en el silencio, como por un hilo de frágil belleza, por la propia música, otorgó un espesor emotivo único.

Gismonti habló poco. En una ocasión para decir que siempre tenía un pie en Carmo, el pueblo donde nació. Una ciudad, si así puede llamársela, de menos de dos mil habitantes. “Es como si en esta sala estuviera todo mi pueblo”, concluyó. “Pienso, estaba pensando, una ciudad que tiene dos salas, el Colón y ésta, es una gran ciudad”, dijo en otro momento. Y al volver a su banqueta continuó, ya sin micrófono: “Y este piano”. El resto fueron gestos admirativos. Ya no había palabras. Y en su última alocución, ya antes de los bises, contó cuando su madre y su tía (“dos italianas vestidas de tailleur, con las carteras apretadas bajo el brazo”) lo llevaron al circo. El músico suele recordar que su padre, libanés, insistía en que tocara un “instrumento serio”: el piano. Y que su madre, del sur de Italia (“de la punta de la bota”) preguntaba: “¿Y la serenata?”.

Los dos instrumentos de Gismonti hablan de ese cruce cultural pero, en rigor, esa idea de la música como un territorio de diálogos culturales se extiende a todo su estilo. Especie de polifonía radical, en su permanente juego entre diferentes voces no se trata simplemente de melodías diversas sino, como en lo que el teórico Mijail Bajtin observaba en la novela, de la coexistencia de distintos códigos lingüísticos: lo rústico y lo elegante; lo “alto” y lo bajo”, lo lírico y lo percusivo. En la música de Gismonti siempre hay varios personajes –y varias músicas– hablando. Un diálogo de riqueza inaudita que sólo es posible, además, por una técnica excepcional. Y es que difícilmente haya otro capaz de pulsar con su mano izquierda un bajo de frevo sobre el diapasón de la guitarra mientras la derecha desarrolla una amplia melodía cantable intercalada con armónicos y acentos sorpresivos. O de hacer que el piano suene simultáneamente como una banda callejera –con una de sus manos– y como un señorial instrumento burgués –con la otra–.

Parte del secreto de Egberto Gismonti es haber logrado estilos y técnicas instrumentales altamente específicos –tanto en el piano como en la guitarra explora los límites y aprovecha todo lo que los propios instrumentos le permiten–. Y, al mismo tiempo, incorpora con naturalidad a uno lo que es propio del otro. Bordonea o acompaña con arpegios “populares” en el piano; desarrolla planos y voces intermedias con la guitarra. Un prodigio, es claro. Pero se trata de un prodigio que jamás se agota en sí mismo y que conduce, siempre, a un resultado estético. A lo largo de un concierto reconcentrado y exquisito, el músico recorrió algunos de sus temas más queridos –“Infancia”, “Cego Aderaldo”, “Agua y vino” en el final–, tuvo como sombra –o espejo– al buen y viejo Villa-Lobos y homenajeó, casi en secreto, a Charlie Haden, cuyo coral “Silence” mechó con uno de sus temas. El público lo ovacionó de pie. La emoción era compartida por el artista, de pie y con su cabeza inclinada, y por quienes agradecían su música. Fueron dos horas irrepetibles. Y no fue más porque, ya se sabe, todo, en algún momento, termina.

domingo, 28 de agosto de 2016

Rudy Van Gelder (1924-2016)

El 25 de agosto pasado, Peter Keepnews, periodista e hijo del gran productor Orrin Keepnews, publicó la siguiente necrológica en el New York Times, aquí traducida por Jorge Fondebrider.

Rudy Van Gelder, el ingeniero de audio que ayudó a definir 
el sonido del jazz en los discos, murió a los 91 años.

Rudy Van Gelder, un ingeniero de audio cuyo trabajo con Miles Davis, John Coltrane y muchos otros músicos ayudó a definir el sonido del jazz en los discos, murió el jueves, en su casa, que hacía las veces de estudio, en Englewood Cliffs, Nueva Jersey. Tenía 91 años. Su muerte fue confirmada por su asistente, Maureen Sickler.

Mr. Van Gelder, según se tomaba el trabajo de explicar en las entrevistas, era ingeniero y no productor. No estaba a cargo de las sesiones que grabación; no era él el que contrataba a los músicos o el que elegía el repertorio. Pero tenía la última palabra respecto del sonido que debían tener los discos, y a los ojos de incontables productores, músicos y oyentes, era mejor que cualquier otro.

Entre los muchos álbumes de los que fue ingeniero para Blue Note, Prestige, Impulse y otros sellos de las décadas de 1950 y 1960, se incluyen reconocidos clásicos como A Love Supreme, de Coltrane, Walkin’, de Miles Davis, Maiden Voyage, de Herbie Hancock, Saxophone Colossus, de Sonny Rollins y Song for My Father, de Horace Silver.

En la década de 1970, trabajó principalmente para CTI Records, el sello de jazz comercialmente más exitoso del período, en el que su discografía incluye álbumes de éxito como What a Diff’rence a Day Makes, de Esther Phillips y Mister Magic, de Grover Washington Jr.’s.

 “Creo que, técnicamente, estuve involucrado en más discos, que nadie en la historia del  negocio del disco”, le dijo Mr. Van Gelder al New York Times en 1988.

Mr. Van Gelder era reacio a revelar demasiado sobre sus técnicas de grabación. Pero tenía en claro su objetivo: quería –le dijo en 2012 a Marc Myers, del website JazzWas– “que la electrónica captara el espíritu humano de la manera más exacta que fuera posible”, y hacer que los discos de los que era ingeniero de sonido tuviera el sonido“más cálido y realista que se pudiera”.

Comparando la manera de trabajar de Mr. Van Gelder con la de otros ingenieros, en la revista Current Musicology, en 2001, Dan Skea observaba: “A pesar de que las primeras grabaciones de jazz parecían llegar al oyente desde una cierta distancia, Van Gelder encontró una manera de acercarse y de captar la música desde un lugar más próximo, y transmitir con mayor claridad la característica sensación de inmediatez del jazz..

Mr. Van Gelder solía explicarlo de esta manera: “Cuando la gente habla de mis álbumes, a menudo dicen que la música tiene ‘espacio’. Yo traté de reproducir la sensación de espacio por encima del conjunto total”.

Y agregaba: “Usaba micrófonos específicos ubicados en lugares que les permitían a los músicos sonar como si estuvieron tocando en el estudio desde distintas ubicaciones, lo que sucedía en realidad. Eso creaba una sensación de volumen y profundidad”.

También se enorgullecía de estar al día en cuanto a la tecnología de grabación. Fue uno de los primeros ingenieros que usó en los Estados Unidos micrófonos de última generación, creados por la compañía alemana Neumann (porque, decía, un Neumann “puede captar sonidos que otros micrófonos no pueden”). Fue uno de los primeros en adoptar las cintas magnéticas de grabación y, posteriormente, las grabaciones digitales.

Rudolph Van Gelder nació en Jersey City, el 2 de noviembre de 1924. Sus padres, Louis Van Gelder y Sarah Cohen, tenían un negocio de ropa de mujeres en Passaic, N.J.

Temprano, Rudolph se interesó en el jazz –tocaba trompeta, aunque según afirmaba, no bien–, al tiempo que desarrollaba una pasión paralela por la tecnología de sonido. A los 12 se compró un estudio de grabación casero, que incluía una bandeja giradiscos y discos. En la secundario se convirtió en radioaficionado.

Pero, en principio, no pensó que podría ganarse la vida como ingeniero de grabación y, por ello, asistió al Pennsylvania College of Optometry, en Filadelfia. “Sentía que estudiar para óptico me daría la disciplina mental que necesitaba y un ingreso estable luego de graduarme”, recordó más adelante.

Por más de una década fue óptico de día e ingeniero de grabación en su tiempo libre.

Originalmente se armó un estudio en el living de sus padres, en Hackensack, N.J. Hasta 1959 –momento para el cual ya había grabado algunos de los más celebrados discos de la historia del jazz– no pudo permitirse hacer que la ingeniería de sonido fuera su ocupación de tiempo completo, cambiando entonces sus operaciones para hacerse un estudio casero, que él mismo se diseñó en Englewood Cliffs.

“Nunca gané mucho dinero como optico”, dijo en la entrevista de JazzWax. “Ganaba más haciendo discos. Pero todo lo que ganaba como óptico se reinvertía en equipos para grabación y, con el tiempo, en construir mi estudio en Englewood Cliff.”

En 1952, después de haber estado grabando durante varios años discos de 78 r.p.m. de músicos y cantantes locales, le llamó la atención a Alfred Lion, del Blue Note Records, la principal compañía de jazz de la época. Mr. Lion empezó a emplear sus servicios regularmente, y las otras compañías de grabación rápidamente lo imitaron.

Mr. Van Gelder no sólo era conocido por su habilidad como ingeniero, sino también por su meticulosidad, ejemplificada por su insistencia en usar guantes mientras trabajaba. “Yo era el tipo que hacía todo: disponer las sillas, tirar los cables en el piso, ubicar los micrófonos, trabajar en la consola”, explicaba en 2012. “No quería andar manipulado todo mi equipo delicado y caro con las manos sucias”.

A diferencia de muchos ingenieros de audio, Mr. Van Gelder se involucraba en cada aspecto de la realización de un disco, desde la preparación del master,, hasta la masterización la etapa final en el proceso, en la cual la música de la cinta se transfiere al disco para su posterior replicado. “Siempre quise tener el control de toda la cadena de grabación”, decía. “¿Por qué no? Mi nombre estaba ahí puesto.”

En 1999 empezó a remasterizar muchas de las sesiones de Blue Note para el CD; los resultados fueron lanzados con mucha fanfarría como las Rudy Van Gelder Editions. Posterormente hizo otro tanto para sus grabaciones Prestige y CTI.

Mr. Van Gelder se casó dos veces; ambos matrimonies terminaron con la muerte de sus esposas. Sólo queda su hermano Leon.

En 2009 fue nombrado Jazz Master del National Endowment for the Arts (Fondo Nacional de las Artes), y recibió un premio por su trayectoria de la Recording Academy en 2012 y otro de la Audio Engineering Society en 2013.

Cuando se enteró de que iba a ser honrado por la N.E.A. en una ceremonia en Nueva York, Mr. Van Gelder dijo: “Pensé en todos los grandes músicos de jazz a quienes grabé a través de los años, en lo afortunado que fui de que los productores con quienes trabajé confiaran en mí trayéndome a esos músicos para que los grabara”.

Y agregó: “Creo que voy a tener que comprarme un traje”.

martes, 23 de agosto de 2016

Toots Thielemans (1922-2016)


Una armónica con voz propia

El armoniquista Toots Thielemans, una de las grandes figuras del jazz, falleció el domingo, a los 94 años, en Bélgica, su país natal. Había tocado con Charlie Parker, Benny Goodman, Miles Davis, Ella Fitgerald, Oscar Peterson, Bill Evans o Elis Regina, entre muchos otros, pero sobre todo había elevado a su instrumento a una categoría expresiva propia. Se había retirado formalmente de la carrera profesional solo dos años atrás, y a los 90 años aseguía haciendo giras por Estados Unidos y Japón.

El parte médico indicó que murió de manera natural, mientras dormía, en el sanatorio en el que había ingresado un mes antes debido a un proceso de debilitamiento por la edad. Había nacido en Bruselas, en 1922. Fue primero guitarrista, pero ya desde ese instrumento comenzó a buscar otras sonoridades: “En los años 50 compartía un mundo con mucha energía creativa; esa idea de silbar sobre la melodía de mi guitarra estaba inspirada en el saxo de Parker, en la trompeta de Davis y en el clarinete de Goodman; sentía que todo era musical por aquellos años”, contó.

Fue durante la ocupación alemana cuando descubrió el jazz, que por entonces se expandió como una forma de resistencia, con la gran influencia de otro belga y guitarrista, Django Reinhardt. Por entonces Thielemans comenzó a frecuentar un club de París, para participar de “interminables jams” con Sidney Bechet, “de los que nunca me volví a bajar”, recordaba. “Una noche llegué de Bruselas y me fui directamente al club. Ahí estaban Charlie Parker, Miles Davis y Max Roach; salimos del club de día y yo tenía una sensación de fulgor dentro de mí”, recordaría sobre sus años de guitarrista.

En 1950 Benny Goodman lo sumó a su orquesta y con él salió de gira, aún como guitarrista. En 1952 se instaló en Nueva York y pasó a integrar la Charlie Parker All Stars, actuando en el Birdland como invitado de Miles Davis. En 1962 compuso un standard que fue un éxito inmediato: “Blusette”, tocando la guitarra y silbando la melodía. Compartió grabaciones y actuaciones con Bill Evans, Elis Regina, Ella Fitgerald, Oscar Peterson, Pat Metheny, Jaco Pastorius, Joe Pass, Shirley Horn, entre otros. También con Nick Cave, Paul Simon, Billy Joel, Frank Sinatra o Stevie Wonder. En decenas de discos deja la marca con la que hizo historia: un sonido propio en la armónica, que abreva en la melancolía del blues, en la fuerza del jazz y en el rumor de las calles parisinas.



Página 12, sin firma

martes, 9 de agosto de 2016

El sábado 6 se festejaron los primeros 50 años de Guillermo Hernández




La celebración, como en otras oportunidades, tuvo lugar en algún punto de la Provincia de Buenos Aires, a donde los invitados fueron llegando poco a poco, trayendo algo para contribuir con los festejos.


Los atuendos ad hoc estuvieron a la orden del día. Hacían que uno pensara que hasta la patria estaba de fiesta por Hernández.


Como puede verse, hubo quien aportó carbón y madera...














Hubo quien además, puso en juego sus conocimientos.














Finalmente, como en todo, quien hizo demostración de fuerza bruta, sin que en esta adjetivación haya el menor atisbo de calificación personal.








Todo se hizo bajo la atenta supervisión del homenajeado, quien, como se puede ver en la foto que ilustra a la derecha, derrochó alegría desde el primer momento.






Poco a poco, el fuego fue encendido y las carnes (a la sazón, un costillar de ternera de 23 kilos y un jabalí cazado a hondazos en la víspera por los multifacéticos hermanos Loiácono), dispuestas en cruz para honrar de este modo las costumbres de la campaña argentina.




El asador Daniel C., en sus raros momentos de ocio, recibió el consejo del mayor de los Loiácono, quien señalaba críticametne aquí y allá la necesidad de cambiar de lugar tal o cual carbón o de ajustar algún alambre porque, según él mismo afirmaba, "sabe de estas cosas".




Mientras todo esto ocurría, los presentes entendieron finalmente para qué sirven los críticos musicales.

En la foto, Diego F. (quien previamente se había conseguido una changa haciendo la revisación médica de los invitados que querían usar la pileta) revuelve la ensalada con las manos (y se supone que alternó ambas actividades, higienizándose adecuadamente entre una y otra).

Entre rábano y rábano, dijo haber cortado medio millón de cabezas de ajo, lo cual, considerando el aderezo de las ensaladas, parece haber sido verdad.






Con todo, alarmados por la incompatibilidad entre la revisación médica y la preparación de ensaladas simultáneas, varios de los contertulios decidieron intervenir enérgicamente y, so pretexto de ayudar al crítico de marras, le insistieron para que no tocara más la lechuga.

(Obsérvese la preocupación que refleja el rostro del invitado cordobés, de buzo azul.)








En algún momento, Guillermo Hernández se levantó de la silla para costearse hasta un rincón donde el escritor y periodista Juan Sasturain (invitado de honor, quien había cumplido años un día antes que el dueño de Minton's) y el Sr. J.B. se dedicaban a mirar algo (¿la tapa del último número de la revista Fierro? ¿la repetición de la inauguración de los Juegos Olímpicos de Río? ¿el resultado de la kiniela? ¿pornografía?) en un teléfono celular.

A todo esto, como ilustra la foto de abajo, varios de los contertulios se fueron acercando acaso llamados por el fuerte olor a carne asada y el manifiesto deseo de hacerse de un trozo.






Alejado de todas estas intrigas, solo en su mundo, el Dr. B., siempre en bien de los otros, se entregaba simultáneamente a la preparación de tragos en una barra que él mismo se había agenciado. 



Como ilustra la foto de abajo a la derecha, no tardó mucho en hacerse de un delantal y empezar a crear diversas variaciones alrededor de la figura del Negroni. 

Un problema de presupuesto lo obligó así a imaginar ese trago reemplazando el gin ausente por vodka, cashasa, pisco, ron y otras bebidas espirituales, hasta el momento en que perdió la paciencia y empezó a ofrecer una variante del Negroni preparado exclusivamente con vino, omitiendo el molesto jugo de naranja y el Campari. A quien quisiera escuchar, le decía que era la típica picardía criolla.








Ajenos a estos menesteres, algunos de los invitados más serios, decidieron reunirse a escuchar las máximas y consejos de Carlitos Sampayo, quien, como de costumbre, fue el cascabelito de la fiesta. Esto puede colegirse a partir de la sonrisa de las señoras presentes en la foto así como de la actitud contrita y reservada del Sr. F., aquí atesorando anécdotas para luego referirlas en su habitual programa de radio de los lunes, que se emite por FM La Tribu.

Carlos Melero, en cambio, decidió comenzar la fiesta a su manera y por sus propios medios. Cabe, con todo, preguntarse, cuál era la utilización que le daba a la servilleta que  decidió ubicar en lugar tan poco habitual.





Empero, no todo fue festejo. Como puede verse en la foto de la derecha, el sufrido D.I., ante la mirada severa e imperativa del Dr. B, el Sr. C y el Sr. F. --acaso varios de los contertulios más exigentes--, hizo el gasto y, una y otra vez, cargó la correspondiente bandeja con las diferentes carnes, de acuerdo al punto de cada una, con el objeto de servir a los presentes, ya dispuestos en las diversas mesas del interior del quincho.


En la foto de abajo puede vérselo, en segundo plano, ya en acción, mientras algunas de las bellezas locales posan risueñas para la cámara. 







La abnegada atención que D.I. tuvo para con los invitados, tiene su origen --según luego declaró a la prensa-- en sus días de estudiante de abogacía en la ciudad de La Plata. Allí, para solventar sus estudios, dice haber servido en diversos establecimientos, tarea que recuerda con especial cariño.



Y aquí, como puede verse, está la comida en su modesto esplendor. Como se comprobará a continuación, las consecuencias de la misma no tardaron en reflejarse en los invitados.








Hubo de todo. Algunos se entregaron a las ensoñaciones, como es el caso del Sr. J.F., siempre dispuesto a rimar.











Otros prefirieron continuar bebiendo.













Alguno fumo un puro con auténtica delectación.
















Pero otros, como el trompetista Loiácono, se decidieron por la siesta provinciana (juzgada como poco elegante por los más exigentes).



Con todo, si vamos a hablar de elegancia, nadie pareció más entregado a la digestión que el homenajeado himself.  
Aparentemente, según adujo, algo le había caído mal (lo cual, llegado el caso, hablaría mal del asador), aunque se pretextaron unas medialunas de grasa mal asimiladas o un Talisker del día anterior, idem. 
Hubo que recurrir a los buenos oficios del crítico Diego.F. (quien no en vano hacía guardia para la revisación junto al natatorio), que tuvo la amabilidad de, literalmente, "tirarle el cuerito", sea el cuerito lo que fuere, ya que nadie se animó a preguntar de qué cuerito se trataba.





Ya repuesto el dueño de Minton's y tranquilizada su familia (aquí representada por el Sr. A.) siguieron los festejos






Cuando llegó la hora del champagne y de los dulces, varios se anotaron en primera fila.

Nótese la velocidad del motoquero M., a punto de voltear toda una hilera de copas por un petit four.

Nótese asimismo el grado de especialización del Sr. C., indicándole a la sufrida esposa de Hernández qué masita agarrar.

De paso, véase la velocidad con la que, ya despierto y despejado, el mayor de los Loiáconos, sin el menor disimulo, compite con el resto de los comensales por los lemon pies.










Y con los brindis renace el amor.











Así al menos lo atestiguan las siguientes fotos --como ésta del contador M. con Guille-- para las cuales el cronista no tiene palabras.







En tanto todos se quieren, el Sr. J. les da las últimas instrucciones a los hermanos Loiácono, quienes minutos después van a amenizar la velada, recreando clásicos de su repertorio, tal como lo ilustra la foto de abajo.









Siguen después otras varias demostraciones de amor viril que de ninguna manera deben ser confundidas con mariconería.




Y se llega así a las inevitables tomas de conjunto (obsérvese al cordobés H., a la izquierda, haciendo su famosa pose de ballet, de la época en que era modelo de Calvin Klein.


Obsérvese asimismo en esta segunda toma, en primerísimo primer plano, al Sr. Paulo, calvo, de anteojos y con las piernas cruzadas, directamente importado de Brasil, quien sacó todas las fotos que ilustran esta fiesta.







Véase por último, la expresión de alegría de Guille, a quienes todos le deseamos toda la felicidad del mundo.





viernes, 5 de agosto de 2016

Hoy Guillermo Hernández cumple 50 años y, ante la mirada atónica del Sr. MH, demuestra que no hay traba que lo intimide

Algunos testigos señalaron que lo que hasta hace unos días fue un comportamiento exclusivamente privado, hoy es gesto desembozado y, por qué no admitirlo, un curioso motivo de vanagloria.

Antes de que los paparazzi lo sorprendieran haciendo cola (y que se entienda que la expresión se refiere aquí a esperar en el exterior de algún lugar para entrar, en este caso a un boliche bailable, presuntamente recomendado por el mayor de los hermanos Loiácono), dicen testigos presenciales que lo escucharon silbando una vieja canción de Manal, más precisamente ésa que rezaba: "Cada minuto es un minuto menos/ Necesito un amor".

Otros, en cambio, que como el Sr MH lo vieron salir, hablan del hit de Marilina Ross "Puerto Pollensa".

La noticia corrió como el agua y hoy, en diversos mentideros, de esos que frecuenta el Núcleo Duro de Minton's, se intentaba darle una respuesta a tamaña revelación.

"A esto llevan los años de privaciones", quiso justificar uno. "No --dijo otro-- es todo lo contrario." "Que los cumpla feliz", dijo un tercero. "Eso", agregaron los demás. Y alguien, acaso sin medir las consecuencias de su afirmación, añadió: "Ya es grande. Tiene todo le derecho del mundo de hacer de su culo un pito". Hubo un instante de silencio, alguien se santiguó y el Núcleo Duro, como Hernández y su acompañante, se perdió en la noche.