domingo, 31 de enero de 2016

Dee Alexander, Hamid Drake, Michael Zerang y Mulatu Astatké en Vitry-sur-Seine

Vitry-sur-Seine está situado a unos 4 km. al sur de París. Se trata de una comuna obrera, de 90.075 habitantes y autoridades comunistas que gobiernan la municipalidad desde 1925. Forma parrte del llamado Cinturón Rojo de París.

Allí, tuvo lugar el segundo concierto de Sons d'Hiver en el Theatre Jean Vilar, que se ubica justo enfrente de la municipalidad local. Inaugurado en 1972, ocupa una superficie de 600 m2 y puede recibir a 1200 espectadores, en un especie que se adapta a las circunstancias. 


La primera parte estuvo a cargo de Dee Alexander, en canta y voz, acompañada por Hamid Drake Michael Zerang, ambos en batería y percusión. 

Foto: Vivian Scheinsohn
Dee Alexander es una cantante "secreta" de Chicago que se ha presentado con Ahmad Jamal, David Sanborn, Earl Klugh, Gerarld Albright, Roy Ayers, Joshua Redman y The O'Jays, entre muchos otros músicos. Con un registro natural de mezzo soprano, puede no obstante hacer lo que quiera con la voz y pasar de agudos extremos a la imitación del Louis Armstrong de "When the Saints Go Marching In" sin que medie el menor esfuerzo. 

Foto: Vivian Scheinsohn
En la oportundiad, estuvo acompañada por los bateristas y percusionistas Michael Zerang, (también natural de Chicago y frecuente colaborador de Ken Vandermark, Peter Brotzman y Joe McPhee, entre muchísimos otros) y Hamid Drake, a quien, probablemente, no haga falta presentar. El concierto comenzó con un dúo de baterías a los que de a poco se fue sumando la voz de Dee Alexander, quien hacía las partes de contrabajo, trombón, trompeta, guitarra y otros instrumentos sirviéndose de su voz. A esa priemera demostración de virtuosismo siguió un tema de Thelonious Monk y varias canciones presuntamente africanas. Y si bien la demostración de virtuosismo vocal resultaba asombrosa, era imposible despegar los ojos de lo que hacía Drake, acaso "el" baterista del momento. En un momento del show, ambos hombres dejaron las baterías y se ubicaron en primer plano con respectivos panderos. Si hasta entonces uno asistía embelesado a lo que ambos venían haciendo con sus respectivas baterías, a partir de ese momento se hizo evidente que estaban varios metros más allá de todo lo que uno pudiera esperar. Nuevamente Drake se robó el show y sin dejar de tocar su pandero, se acercó al micrófono y se puso a gantar con una voz profunda y una afinación perfecta. Y más allá de los muchos méritos de Alexander y Zerang, justificaba el viaje al suburbio.

La segunda parte del show tuvo como estrella central a Mulatu Astatké, compositor, vibrafonista, pianista y percusionista etíope que, en la década de 1950, inventó lo que se denominó como "ethiojazz". Se trata de una fusión de ritmos etíopes, llenos de inflexiones propias de la música árabe, con el jazz y la música latina, que descubrió durante sus estudios en Londres y en el Berklee College de Boston. Elogiado por Duke Ellington, tuvo un perfil relativamente bajo hasta que el director de cine Jim Jarmusch utilizó dos de sus temas en la banda sonora del film Broken Flowers (2005), con Bill Murray, Sharon Stone, Jessica Lange, Julie Delpy y Chloë Sevigny, entre otros actores. El éxito fue tan grande que, desde entonces, Astatké se convirtió en una superestrella.

En la oportunidad, la banda estuvo formada por un seleccionado de músicos ingleses, con un excelente James Arben en saxo tenor y flauta, Byron Wallen en trompeta, Danny Keane en violoncello, Alexander Hawkins en piano y teclados electrónicos, John Edwards en contrabajo,  Topm Skinner en batería y Richard Olatunde Baker en percusión. La música, por cierto muy simple (un riff que se repetía y que pasaba de un instrumento a otro o que se subrayaba en medio de una improvisación) dependía fundamentalmente de la calidad de los arreglos y, por supuesto, de las interpretaciones. Y no defraudó. 

Foto: Vivian Scheinsohn
Fuera de la presencia algo opaca del líder (vibrafonista mediocre y percusionista inexistente), tanto Arben, con sus muchos e interesantes solos, como Keane, tocando el cello como si fuera una guitarra o sampleándolo para improvisar sobre la base creada sobre el instrumento, se robaron la noche. Capítulo aparte corresponde a la base rítmica que fue, en todo momento, impecable y, en oportunidades, imponente, con un muy buen trabajo del contrabajo.

Inútil decir que, promediando la hora y media de show (al cabo de la hora y media previa de Alexander, Zerang y Drake), el público ya deliraba, bailando incluso en sus sillas (y se incluye acá a la fotógrafa que acompañó a Fondebrider en esta oportunidad). También que la música de Astatké dejó en claro dónde estaban las raíces del reggae. Pero ésa fue una reflexión posterior que Fondebrider se permitió ya en el auto, mientras Eliane Chamber Loir manejaba y Vivian Scheinsohn todavía se movía a consecuencia de lo que había pasado en el escenario, mientras el suburbio quedaba atrás y los tres volvía a París.




sábado, 30 de enero de 2016

Muhal Richard Abrams y Anja Lechner con François Couturier en Sons d'Hiver 2016

Foto: Eliane Chamber-Loir
Guillermo Hernández no tuvo suerte con los conciertos. Pero el fiel Fondebrider, sí. De hecho, el viernes 29 pasado, asistió al comienzo de Sons d'Hiver, probablemente uno de los mejores festivales de jazz de Francia, que todos los años tiene lugar entre enero y febrero en la región de Val de Marne, una serie de municipios obreros del sur de París que, gracias a la gestión de intendentes comunistas, tiene una excelente política cultural y una serie de espléndidos teatros donde, entre muchas otras actividades, transcurren estos conciertos.En 2016, Sons d'Hiver cumple veinticinco años de existencia y decidió tirar la casa por la ventana.


Foto: Eliane Chamber-Loir
El concierto de apertura transcurrió en el Auditorium Jean-Pierre Micquel de Vincennes. Allí, exactamente a las 20.30, Fabien Barontini, director de Sons d'Hiver, dijo que, para festejar los veinticinco años, imaginaron comenzar con un concierto fuerte en el que se presentara una figura emblemática del género. La elección recayó en Muhal Richard Abrams (1930), a quien se invitó a que realizara un piano solo. Para quienes no estén informados, se trata del creador de la Assocaition for the Advancement of Creativ Music (AACM), quien en 1965 se convirtió en mentor de un número importante de jóvenes músicos exponentesdeloquese llamó Great Black Music. Compositor y piansita, Abrams pasó por todos los estilos y lo hizo dejando su impronta característica: un tratamiento oblicuo de los temas y una significativa tendencia a la  abstracción. En la oportunidad, tocó sólo dos temas: el primero de aproximadamente una hora de duración y el segundo, de unos quince minutos. Resultó realmente asombroso ver a este increíble virtuoso sentado delante del piano, con la cabeza baja, buscando una tecla y un sonido que, poco a poco, se va ampliando hasta llegar a una suerte de paroxismo francamente sorprendente. 

Terminado ese momento excepcional, le tocó al dúo compuesto por la chelista alemana Anja Lechner  Anja Lechner y el pianista francés François Couturier hacerse cargo de una velada que había sido marcada a fuego por Abrams. De hecho, Couturier lo dijo con todas las letras: ¿cómo tocar después de semejante demostración de virtuosismo y genio? 

La fórmula elegida fue tocar íntegramente Moderato Cantabile, el álbum que ambos músicos editaron en 2014 para el sello ECM, donde una y otro, ya sea con discos propios, ya sea integrando grupos colectivos (el Rosamunde Quartet, las grabaciones de Dino Saluzzi, en el caso de la celista, los grupos de Anouar Brahen, Louis Sclavis y Jean-Luc Matinier, en el de Couturier) vienen grabando desde hace años.

Foto: Eliane Chamber-Loir


Y acá importa decir que Lechner es una intérprete realmente magnífica, dueña de una expresividad singularísima, y Couturier un pianista brillante. Sin embargo, el repertorio del disco (básicamente, "composicones de compositores poco conocidos", según la explicación de Couturier) resultó muy poco convincente. Tanto los temas de G.I Gurdieff, como los del catalán Federico Mompou, y los del armenio Komitas Vardapet (así como los del mismo Couturier) resultan agradables pero siempre termian sonando como remedos de otra cosa que uno ya escuchó hace tiempo. En síntesis, nada que valga la pena recordar más allá del show o del disco en cuestión. Y por más que se trató de una interpretación de primer orden, frente al peso de la primera parte y al virtuosismo de Muhal Richard Abrams, la pregunta de Couturier sobre cómo seguir no fue debidamente contestada.

Así lo pensó Fondebrider, quien acompañado por su amiga Eliane Chamber-Loir, obligada fotógrafa de la velada, como siempre, se perdió en la noche de Paris. .

domingo, 24 de enero de 2016

Últimos días de la víctima

Luego de varios días sin publicar las aventuras de Guillermo Hernández en Lutecia (y se aclara que no se trata de un nuevo volumen de Asterix), llego el momento de dar cuenta de los últimos días de la víctima, título de esta entrada que no especifica si la víctima es Hernández himself o su fiel acompañante Fondebrider.


Todo el mundo sabe que Hernández es un soñador y que París no hizo otra cosa que aumentar sus sueños. Así lo dijo una y otra vez con la verba inflamada por la emoción. De hecho, en más de una oportunidad, frente a los monumentos emblemáticos de la ciudad, pidió ser inmortalizado para que los miembros del Núcleo Duro sepan.

Con todo, no todos sus sueños se cumplieron. Por ejemplo, la foto que más quería, la que tenía por objeto demostrarle al mundo que efectivamente estuvo, quedó trunca, como la torre en cuestión. Los motivos, claro, fueron meramente atmosféricos, lo cual no es consuelo. 

Quien sepa escrutar el enigmático rostro de nuestro comerciante amigo, comprobará la frustración que le trajo costearse hasta Trocadero debajo de una lluvia constante para toparse con "esa puta nube" (la cita es textual). El fiel Fondebrider intentó compensarlo ofreciéndole llevarlo a ver la Ópera Garnier, con la correspondiente vuelta de compras por las Galeries Lafayette o Printemps, pero Hernández, contrariado, decidió terminar su día a eso de las 14.30 hs del sábado 23 de enero, tal era su desazón. 

"No importa, Guille", insistió Fondebrider. Hernández entonces recordó el motivo de su viaje a París y ladró más bien que dijo: "Llevame a una quesería que yo, al almacenero ése de mi barrio, lo cago". 


Así fue como ambos amigos llegaron a la Ile Saint Louis, en cuya calle principal, Hernández pasó un buen momento contemplando los quesos y sacando conclusiones.

Hernández se lanzó entonces a un monólogo en el que alternaba puteadas con nombres en francés. Algo así como "Mirá ese reblochon del carajo" o "el Petit Camembert de Président es mucho mejor que el de la Vache Qui Rit, que es una cagada", o "No es la hostia pero el Coulommiers de  Leader Price es casi tan bueno como el que venden en el Franprix, y si no estás de acuerdo, metete la lengua en el culo". También tuvo palabras para el Mimolet ("No vale una garcha") y para el Emental ("De puta madre, che"). Eso sí, se lo vio remiso con los quesos de brevis y los de chevre (oveja y cabra, respectivamente), acaso por recordar sus días de pastor en Tres Algarrobos y el profundo amor que lo unió, literalmente, a las mencionadas criaturas del señor (y por "señor" Hernández quiso decir "dueño del campo"). 

Ya de mejor humor, Hernández le dijo a Fondebrider: "Che, ¿qué es eso de la Opera que dijiste?". Fondebrider le explicó que se trataba de la ópera más vieja de los dos edificios consagrados a tal actividad en París. Alentado por el cambio de humor, llevó a Hernández a la Ópera Garnier. Ya ahí, Hernández vio el Café de la Paix y manifestó su deseo de tomarse un cafecito pagando 6 euros (considérese que en cualqueir otro lado el café sale 2 euros o 1, si se lo toma en el mostrador). El comentario de Hernández fue: "¿Viste estos franceses como copian todo? Le pusieron el mismo nombre que tenía ese café de Recoleta, ése que estaba enfrente de la Biela". Los mozos oyeron con total nitidez el sollozo de Fondebrider. La expresión de Hernández en la foto lo muestra muy divertido y animado.


Hubo, claro, otros momentos igualmente emocionantes durante esos últimos días, como cuando con el dinero logrado durante las ventas del mes de enero, Hernández pensó en darse un lujo y comer en la Tour d'Argent, uno de los restaurantes más caros y exclusivos de París.

Extendiéndole un billete de 10 euros, le dijo a Fondebrider: "Mirá, yo acá tengo algo que hacer, así que andate a un MacDonald y comprate un cheesburguer y una coca, y volvé a buscarme en una hora y media".

Sin embargo, a poco de despedirlo, Hernández alcanzó a su fiel amigo diciéndole que los franceses esto y aquello. Cuando Fondebrider quiso saber qué había pasado, Hernández murmuró algo de lo que sólo se entendió "portero..campera... el rojo... cagadores de mierda", mensaje que Fondebrider no pudo decodificar debidamente.


Otra vez hubo que buscar algo que le llamara la atención a Hernández para que no siguiera refunfuñando. 

Primero, Fondebrider intentó llevarlo a una tienda especializada en la venta de ajenjo y anises en Le Marais, informando previamente que había ajenjos que alcanzaban los 68° de alcohol. Y si bien el dato le llamó la atención al empacado Hernández, la tienda estaba cerrada y la maniobra para levantarle el ánimo no funcionó.

Haciendo de tripas corazón, y sólo porque Le Marais, además de ser barrio judío, estaba reputado como gay friendly, Fondebrider pensó en una panadería que había visto alguna vez y que consideró apropiada para atraer la volátil atención de Hernández. Allí, además de varios panes con formas ad hoc, había estas gallettes bastante sugestivas ante las cuales Hernández, claro, se detuvo. "Me está dando hambre", fue su comentario.

En ese momento, Fondebrider decidió matar dos pájaros de un tiro: el hambre de Hernández y terminar con la polémica que lo había traído a París. Como siempre lleno de recursos, dispuso entonces que Hernández hiciera su cata de quesos en solitario, para lo cual recurrió a unos amigos franceses que lo recibieran en su casa, disponiendo un señor plato de quesos para dirimir el intríngulis. Dicho y hecho. La sonrisa enigmática de Hernández nos deja sin embargo sin saber si se ríe porque le ganó al almacenero o porque el almacenero tenía razón y el equivocado era él. Esta historia terminará entonces con ese misterio sin resolver.



También, con una foto donde uno y otro amigo se despiden de los lectores de este blog  hasta la próxima aventura.

jueves, 21 de enero de 2016

Un cacho de cultura

Luego del jazz, el Louvre. Hacía ya varios días que Guillermo Hernández venía manifestando sus deseos de entrar a "la Lobera" (tal fue la manera en que lo llamó, acaso en memoria de su rápido paso por España). El no tan fiel Fondebrider, en cambio, prefirió quedarse en la casa trabajando en sus cosas al amor de la estufa, que no de una francesa.

Para quienes no hayan tenido la curiosidad de averiguarlo, se trata de un viejo castillo del siglo XII, más tarde reconvertido en residencia de varios reyes de Francia  y, posteriormente, en museo de bellas artes. Ese castillo inicial fue ampliado por Charles V, Francois I y Henri II. Sin embargo, a fines del siglo XVII, el rey Louis XIV hizo construir el Palacio de Versalles y allí se mudó con la señora y los chicos.


Luego de la abolición de la monarquía, tras la Revolución francesa, el Louvre fue destinado como depósito de las colecciones artísticas de los reyes, abriéndose por primera vez al público en 1793.

Decíamos entonces que Hernández fue a la Lobera a buscar etruscos (eso es lo que quería ver por vaya a saber uno qué razones), pero terminó viendo un poco de todo. Por ejemplo, las colecciones de sarcófagos egipcios.


Otro momento destacado de la visita de Hernández a la Lobera (y que el lector disculpe la insistencia en emplear tal denominación), fue la estatua de Tito Flavio Sabion Vespasiano, al que por razones de espacio y paciencia se suele llamar simplemente "Tito", quien vivió entre el 39 y el 81, siendo emperador de Roma entre el 79 y el año de su muerte. Durante su reinado se terminó de construir el Coliseo y tuvo lugar una de las grandes erupciones del volcán Vesubio (aparentemente el grupo Clarinius quiso atribuírsela a él, pero es una afirmación que carece de asidero).

Posteriormente interrogado sobre el interés que le despertó esta estatua, Hernández mencionó a un tal Tito, al que había conocido en su primera juventud en un reñidero de gallos de Tres Algarrobos. 

Otro momento lleno de emociones pictóricas fue sin duda el que le proporcionó la pintura holandesa, pero toda la documentación quedó fuera de foco.



Hubo, sin embargo, dos fotos que asociadas podrían llevar a creer lo que no es. La primera tiene como protagonista a un hermafrodita dormido que, según el relato posterior de Hernández, también le hizo recordar a alguien a quien, aparentemente, habría conocido en circunstancias parecidas. 


Y como una cosa lleva a la otra, ésta es la segunda foto, tomada en una de las tantas salas dedicadas al mobiliario de antaño.

Esta claro que no todo el mundo piensa en los mismos términos que Hernández, pero allá él y acá nosotros.

Culminada la visita, el bueno de Guille volvió a la casa, solo y sin equivocarse, donde Fondebrider seguía al amor del fuego. Hubieron los saludos de rigor y un intercabmio de informaciones. Herández, llegó con dos croissants aux amandes, que había comprado para un rápido psicolabis. Acto seguido, Hernández se fue a dormir la siesta a las 7 y media de la tarde. A las 8.30 y con la timidez que lo caracteriza, Fondebrider golpeó en la habitación para prevenirlo a Hernández de los peligros del insomnio. Así, ambos amigos, decidieorn comer. "¿Y si vamos al restaurante africano que tenemos en la cuadra?", dijo Hernández. "¿Te parece?", preguntó alarmado Fondebrider. 

Cuando trajeron la sopa, compuesta por rabo de buey, pescado y pinzas de cangrejo, no hubo otro remedio que probarla. Para ayudar a que el picante bajase, Hernández pidió cerveza y le trajeron una mezclada con tequila. Así, los dos comieron poco y mal, pero muy caro. Entonces, previendo una futura dispepsia, Fondebrider propuso una caminata por Montmartre nocturno, que, como se ve en las fotos está en una de las colinas de París y consiste en calles y calles en subida que, de vez en cuando alternan con alguna escalera. 



En la cima está la iglesia de Sacre Coeur. De acuerdo con la noticia histórica que ofrece el sitio ad hoc de Internet, "La colina de yeso que domina París por el norte conoció, en honor a Marte y a Mercurio, templos de los que aùn poseemos algunos vestigios. Sus nombres son una de las etimologías del vocablo Montmartre.

La segunda, Monte de los Mártires (Mons Martyrum), se debe a San Denis, primer apóstol cristiano de la futura capital, enviado para cristianizar esta parte de Galia. Habría residido con sus discípulos en las canteras de yeso. Una opinión muy antigua sitúa en este lugar su martirio por decapitación. 

La Abadía de Montmartre, consagrada en 1147, mantiene su culto, renovado por el descubrimiento de una cueva marcada con su nombre. Esta abadía conoció durante los 659 años de su existencia, épocas de prosperidad y de vicisitudes, y su última abadesa fue guillotinada cuando la Revolución Francesa. 

En 1843 es cuando desaparecieron los últimos vestigios de la abadía. La iglesia actual de San Pedro de Montmartre, testifica, aún hoy en día, las grandes horas de esta abadía"


Acaso sorprendido por lo reciente de la iglesia, Hernández hizo toda una serie de comentarios sobre lo industriosos que eran los franceses, lo bien que trabajaban los yeseros, la calidad del empedrado, el gusto del agua de grifo, el sabor del reblochon, lo bien que andaban los subtes, lo barata que era la comida en los supermercados, etc. Y tal vez fue todo eso lo que lo llevó a pedirle al nuevamente fiel Fondebrider una foto con Sacre Coeur detrás., 

"Esperá que cruzo los brazos y respiro hondo", dijo antes de que el improvisado chasirete procediera. Éste, un tanto sorprendido por el anuncio de Hernández, le preguntó a qué se debía. "No, es que un par de hijos de puta me dijeron en el Facebook que con la campera roja parezco el muñeco de Michelin". Intentando ahogar la risa y advirtiendo la similitud entre un personaje y otro, Fondebrider consoló a Hernández diciéndole: "Pero el muñeco de Michelin no es rojo", con lo cual se sintió un tanto exceptuado de mayores precisiones.

Y así se terminó la noche. Ambos amigos volvieron a su residencia caminando las calles de Montmartre y bajando interminables escaleras. En esta última foto se ve claramente a Hernández desandando el camino hecho y presentando alguna similitud con todos ya saben qué muñeco.

miércoles, 20 de enero de 2016

René Urtreger en el Duc des Lombards

Acaso envalentonado por su visita al Musée d'Orsay, donde la semana anterior disfrutó especialmente la obra de Edgar Degas, Guillermo Hernández, a la salida del Centro Pompidou, donde decidió pasar la tarde del lunes, le comenta al fiel Fondebrider que uno de los pisos del Museo de Arte Moderno estaba cerrado por reparaciones y que no pudo sacarle todo el debido provecho a su entrada. Así, luego de reclamar "¡12 euros!" y de espetar un sonoro "Estos franceses me garcaron", indica con la cabeza un bistrot de la rue Saint Martin en el cruce con la rue Rambuteau, 

Allí, munido de la correspondiente cerveza, se dedica a esperar a Monsieur Jean Gerard (un viejo amigo de Fondebrider, quien nunca bebe alcohol salvo que sea estrictamente necesario), con quien esa noche ambos amigos van al Duc des Lombards para ver a  René Urtreger.

El veterano pianista esa noche se presenta en trío, en el marco de la sexta edición del Festival French Quarter, del Luc des Lombard, una suerte de cabalgata parcial por el jazz francés contemporáneo, donde también estuvieron o van a estar Pierre Christophe, Didier Lockwood, Raphaëlle Atlan Quintet, Thierry Maillard, André Ceccarelli & Dominique Di Piazza, Rémin Panossian Trio, Samy Daussat, Laurent Coulondre Trio, Pierre de Bethmann Trio, Olivier Témime, Jean-Philippe Scali Quintet, Gregory Privat, Elina Duni Quartet, Alan Jean-Marie Trio, Baptiste Trotignon & Minino Garay (que de francés no tiene ni el blanco del ojo) y Walter Ricci & David Sauzay Quintet. 

Luego de comer el debido confit de canard en el bistrot ya mencionado, los tres protagonistas de esta historia llegan al Duc des Lombards, que tautológicamente se ubica en la esquina de la rue Duc des Lombards y el Boulevard de Sebastopol. Rudamente rechazados por la señorita a cargo de la admisión, que les indica que es temprano, se ponen a hacer la correspondiente cola hasta que a las 21.30 en punto se abren las puertas. Consiguen así una mesa en la segunda fila y piden las bebidas del caso. Caipirinha para Jean, interminables cervezas para Hernández y el primero de tres calvados para Fondebrider (que aquí sí consideró estrictamente necesario beber alcohol). 

Pierre Michelot, Miles Davis, Lester Young y René Urtreger en 1956
Urtereger, muy simpático y amable, se paseaba entre las mesas saludando a amigos, conocidos y público hasta que a las 21.45 exactas subió al escenario acompañado por Yves Torchinsky en el contrabajo y Eric Dervieu en la batería. Para quien esté corto de datos, Urtreger, luego de aprender piano clásico pasó al jazz, formándose con Don Byas y Buck Clayton. Luego tocó con Jay Jay Johnson, Stan Getz, Zoot Sims, Stéphane Grappelli, Bobby Jaspar, René Thomas, Lionel Hampton, Chet Baker, Lester Young y Miles Davis, con quien luego de grabar la música para la película Ascenseur pour l'échafaud, de Louis Malle, giró por Europa entre los años 1956 y 1957. 

Luego de tocar en la década de 1960 en las orquestas que acompañan a Serge Gainsbourg y Sacha Distel, Urtreger se presenta con sus propias formaciones y como acompañanate de Lee Konitz, y Dizzy Gillespie. Ganador de innumerables premios, es una de las máximas estrellas del jazz francés y una referencia del jazz europeo.


Por su parte, Yves Torchinsky se formó con Philippe Drogoz, Patrice Caratini y Christina Gentet. 

Miembro de la Orchestre de Contrebasses (integrada por Jean-Philippe Viret, Christian Gentet, Olivier Moret, Etienne Roumanet, Xavier Luqué y Torchinsky ) desde su creación en 1989 y del trío de René Urtreger con Eric Dervieu, ha colaborado con el Denis Badault Trio, Xavier Cobo Quartet, Renaud García-Fons, Simon Spang Hanssen, Claus Stötter, y la Orchetre National de Jazz, bajo la dirección de Franck Tortiller.

En cuanto a Eric Dervieu (que este año cumplió 31 años como integrante del trío de Urtreger), acompañó a Sonny Stitt, Steve Grossman, Johnny Griffin, Enrico Pieranunzi, Al Grey, Peter King, Joe Newman, Tony Scott, Ted Curson, Jimmy Forrest, Eric Alexander, Pepper Adams y Eric Le Lann, entre muchos otros.

Luego de una introducción hablada, que fundamentalmente giraba alrededor de que no iba a hablar mucho durante el concierto (consigna que nunca se cumplió), Urtreger comenzó a tocar y sus acompañantes lo siguieron.


El primer dato de la noche es el increíble entendimiento que existe entre los tres músicos, fruto sin duda del tiempo que llevan tocando juntos. Luego impacta la elegancia de Urtreger, quien tanto en los muchos standards de la noche como en los temas compuestos por él, es de una delicadeza extrema que, sin embargo, no deja de lado los rasgos de humor. Y no se trata aquí de innovaciones, como ésas que suelen reclamarles los malos cronistas porteños a las viejas estrellas del jazz. En un momento del concierto Hernández le dijo al oído a Fondebrider: "Este estilo de tocar se muere acá, con ellos", lo cual no fue en absoluto una queja, sino más bien una corroboración.

En algún momento del show Urtreger invitó a subir al escenario al cantante Laurent Naouri, sentado entre el público. Según el artículo que le reserva Wikipedia, se trata de un barítono francés, de origen judío de destacada actuación internacional, con un repertorio que comprende un espectro que abarca desde Monteverdi a la música contemporánea. "Sus roles más destacados son Guglielmo (Cosi fan tutte), Fígaro (Las bodas de Figaro), Eugene Onegin, Mefisto (La Condenación de Fausto), Germont (La Traviata), Escamillo (Carmen) y en especial papeles en ópera barroca, temprana y opereta. Ha trabajado con directores como Maurizio Benini, William Christie, René Jacobs, Marc Minkowski, Simon Rattle, John Nelson, Bernard Haitnink, Colihn Davis y Kent Nagano". Ese mismo señor, entonces, subió para cantar "One of Those Things", "Body and Soul" y "Love For Sale" acompañado por el trío. 


El concierto, lleno de alternativas y lujos, se extendió por dos horas y al final Urtreger saludó a los presentes, incluido Guillermo Hernández, quien, como se ve, estaba más que contento con la velada. Fondebrider le dijo que hacía más de dos décadas que venía vendiendo los discos del pianista en Buenos Aires, lo cual, sin duda, también motivó la sonrisa del francés.

Antes de salir, los tres amigos charlaron un rato con el magnífico baterista, quien les contó que, si bien habían tocado en todas partes, nunca habían ido a Latinoamérica. Hernández y Fondebrider tomaron debida nota.

Ya en la calle, con tres grados bajo cero, los amigos se dirigieron a Les Halles, donde Jean Gerard tomó el RER y Hernández y Fondebrider la línea 4, hasta Marcadet Poissoniers, para luego perderse en la rue Ordener, la rue Poteau, su ruta. 








lunes, 18 de enero de 2016

Hernández en París: una noche de garufa en el Boulevard Barbes





"Ah, Pari, Pari", escuchó desde su cama el fiel (y por qué no ir agregando "paciente") Fondebrider y dudó sobre si la pronunciación del francés de Guille Hernández iba mejorando o si se había superpuesto con la de Merlo. "¡Cómo me gusta esta ciudad!" "¡Qué bueno, Guille!", dijo Fonde y se preparaba a seguir durmiendo, porque eran las 6 de la mañana, cuando Hernández, todavía eufórico por haber estado paseando por el Boulevard Barbes (que es una versión ampliada del barrio de Once), dijo que le iba a contar un sueño. "¿Y si lo ves con un psicólogo, Guille?", dijo Fondebrider. "No, boludo, no es algo que haya soñado. Es un sueño como esos que tenía Martin Luther King, el tipo ése de 'Yo tuve un sueño'."Fondebrider se tapó la cabeza con la almohada, pero ya era tarde porque Hernández estaba dispuesto a toca costa a contar su sueño.





"Resulta que me casaba", dijo. "¿Cómo que te casabas?", preguntó atónito Fondebrider, sacándose la almohada de la cabeza. "Sí, que hacía los papeles", dijo Hernández. "¿Qué, no los tenés hechos?". "Es un sueño, boludo. Además no le voy a andar contando intimidades a un gil como vos". Silencio. "Bueno, me casaba", insistió Hernández. Y todos los muchachos de Minton's venían a la boda". "Qué curioso", pensó Fondebrider, "Dijo 'boda'". "Y entonces había que resolver el problema de la ropa". "¿Qué problema?", quiso saber Fondebrider. "La ropa. ¿Qué, cuando te casás vas vestido como siempre? Acá había que ponerse buenas pilchas". Y Hernández empezó a describir la ropa que iba a usar cada uno: "Yo siempre me quise casar de blanco", dijo Hernández. "Y no sé por qué, pero me veo con una corbata roja, o mejor rosa, de nudo grande". 

"A Loiacono, que es medio retacón, lo veo de verde o de un gris metalizado" "Verde", tomó nota Fondebrider. "Sí, verde o gris metalizado.. ¿Viste cómo se visten en Córdoba?" "Vi", dijo Fondebrider.

"A Horacio y a Marquitos los veo sobrios", dijo Hernández. "Sólo en sueños se los puede ver sobrios", pensó Fondebrider, pero no dijo nada para no alterar el curso del relato. "Sí, sobrios. Con un t raje color lila cada uno". 


"Freytag y Carrizo seguramente irían con faja", agregó Hernández. "¿Por qué?", quiso saber Fondebrider. "Porque sí", dijo con lógica irrefutable Hernández.

"A Alfonso también lo veo de blanco. Al Motoquero, de borravino. Al Cabezón, de rojo y blanco. A Bielorai, rojo. El Lindo, en cambio, sería el único elegante, como siempre". "¿Y Diego", quiso saber Fonde. Se la perdía porque lo mandaban a cubrir a Damas Gratis en la Casa Rosada.

"Qué lindo sueño", dijo Fondebrider entre bostezos. "¿Por qué no te lo anotás para no olvidártelo?". "¿Sabés que tenés razón", dijo Hernández y se sacó el lápiz que siempre guarda por las dudas detrás de la oreja, le chupó la punta y se puso a buscar papel.

sábado, 16 de enero de 2016

Minton's y Paris Jazz Corner: dos potencias se saludan

Por fin llegó el día. Como si fuera una joven debutante, Hernández se miró varias veces al espejo y le preguntó al fiel Fondebrider: "¿Estoy bien así?". La campera roja era la misma de otras veces. De los jeans mejor no hablar. Fondebrider, con aire cansado, le dijo: "Sí, Guille. Vas a hacer un buen papel". Y Hernández, remedando a sus paisanos de Tres Algarrobos dijo: "Entonces, vamo". 

El colectivo 31 los dejó cerca de la Gare de l'Est y desde allí ambos amigos tomaron el colectivo  47, que luego de cruzar medio París los dejó en la rue Monge, en el 5to. distrito (el mismo del Quartier Latin, pero del otro lado).. Para mayor precisión, bajaron, enfrente de las Arenes de Lutece, que es el circo romano construido en París alrededor del siglo I d.C. Allí, acaso emocionado por pisar la misma arena donde vaya a saber cuántos cristianos se comieron los leones de antaño, Herández pidió una foto. La tuvo y es la que ilustra este comentario.


Luego de reconocer cada centímetro del lugar, tal vez buscando algún hueso que hubiera quedado a medio enterrar, Hernández, siempre guiado por el fiel Fondebrider, salió por la puerta que da a la rue de Navarre.

Fondebrider, sin prevenir a Hernández, le dijo: "Ahora el templo". "¿Qué? ¿Hay otra sinagoga?", quiso saber Hernández. "No. Esperá", le dijo Fondebrider. 

Y como obras son amores, así lo fue llevando hasta el 5 de la rue de Navarre, donde, señalándole un comercio, le dijo: "Voila". 

Luego de aclararle a Hernández qué quiere decir "voila" (en este caso, "hela aquí"), se ofreció a sacarle una foto en la puerta de Paris Jazz Corner, una de las mejores disquerías de jazz de Francia, signifique esto lo que signifique.


Ya en el interior, Maxime les informó que Arnaud Boubet, el otro dueño,y fundador de la disquería, se mudó a Montpellier, desde donde vende discos on line (a lo que, luego de escuchar la traducción, Hernández dijo: "Se entiende. Después de 20 años de atender al público uno tiene ganas de mudarse a otro lado").

Maxime también contó que después de los atentados que hubo en París, las ventas cayeron en picada y que no hay tantos turistas. Comentó asimismo que la Navidad fue bastante triste y que los que compraron discos para regalar lo hicieron apenas cuatro días antes de Nochebuena.

Posteriormente, Hernández y él intercambiaron información presuntamente confidencial, razón por la cual le pidieron a Fondebrider (Maxime amablemente; Hernández, con sus modales habituales) que se retirase y los dejara solos, lo que le permitió entonces bajar a ver qué había entre los 15.000 CDs del lugar. Y había cosas.

Más tarde, orientado por Hernández (que cada tanto, ante ciertos hallazgos, alternaba las interjecciones y los espumarajos, y decía: "Comprá, comprá") se gastó parte del dinero celosamente guardado para la eventual cena.

Llegó el momento de pagar y hubo un buen 20% de descuento, que fue debidamente agradecido, y entonces tuvo lugar la correspondiente foto que inmortalizó el momento en que Hernández y Maxime pasaron juntos para la posteridad..





Después, en la calle, cada amigo con su correspondiente bolsa, Fondebrider dirigió los pasos de Hernández hacia las escaleras que llevan a la rue Rollin, al otro lado de la rue Monge. Allí, luego de pazar la breve Place Benjamin Fondane (erigida en memoria del poeta y filósofo rumano, al que los franceses enviaron a Auschwitz) está la casa en la que vivió el filósofo René Descartes.

Hernández, cuyo lema en la vida es el famoso Cogito ergo sum o algo así, pidió la foto de rigor y también la tuvo.

(Nótese la cara de Cogito ergo sum de Hernández)





Luego, Fondebrider le dijo que se preparara para otra foto porque, la rue Rollin desemboca en la rue Cardinal Lemoine, en cuyo número 74 vivió Ernest Hemingway, según lo atestigua una placa ad hoc.

"Ése era regroso", dijo Hernández, quien seguramente lo había visto en alguna corrida de toros a su rápido paso por Madrid. "Sí", dijo Fondebrider, no sin un cierto aire melancólico.

Pero al notar que en la puerta de la casa de Hemingway el ínclito Hernández hacía el mismo gesto que había hecho en la puerta de la casa de Descartes, Fondebrider le dijo: "Guille, ¿no tendrías otra pose?". Un cortante: "Vos sacá", arrojó por la borda toda posibilidad de cambio. La pose, la campera roja, los jeans y, nótese el detalle, la bolsa de plástico de CDs apoyada en el suelo, poco hacían para mejorar la repetida toma.


Sin embargo, acaso tocado en su orgullo, al llegar al 71 de la rue Cardinal Lemoine, Hernández se aflojó un poco y cambió de actitud, probablemente impresionado porque estaba en la puerta de la casa del novelista, poeta y traductor Valéry Larbaud, donde durante sus años parisinos vivió James Joyce, como se lee en la placa correspondiente.

Acto seguido, y probablemente agobiado por tanta cultura, Hernández dijo: "Vení, gordo. Vamo a comer un sanguche". Y así se dio por terminada la tarde. 

viernes, 15 de enero de 2016

Del Arco del Triunfo a Les Deux Magots, siempre en París


Luego de que las nubes descargaran súbitamente sobre los desprevenidos transeúntes una tonelada de granizo y de que el cierzo helado sacudiera las últimas hojas de los pocos árboles a los que el invierno hasta ahora había perdonado, helo aquí a Guillermo Hernández, en una original fotografía,  a escasos metros del Arco del Triunfo. Que la foto que lo tiene de protagonista sirva para acallar a los insidiosos, que nunca faltan, que hicieron correr la voz de que la foto del Sena, de la entrada anterior, era apenas un montaje.

Otro tanto vale para esta otra toma, realizada en una de las innumerables callejuelas del Quartier Latin, que Hernández fatiga con un entusiasmo hasta ahora desconocido en él. En la oportunidad se trata de la rue du Chat qui Peche, aquella que inspirara a María Elena Walsh una célebre página del repertorio infantil con que en su momento supo alegrar a la gente menuda.







No satisfecho con tales aventuras, Hernández manifestó su deseo de tomar café en A los Mandarines. Confundido por el pedido, Fondebrider (para quien los deseos de Hernández son órdenes) le explicó que en París no había tal establecimiento, pero propuso en cambio llevarlo de inmediato a Les Deux Magots, en el Boulevard de Saint-Germain, para que conociera el lugar donde Jean-Paul Sartre y Simone de Beavoir solían beber interminables pocillos  mientras allende los mares, Juan Domingo Perón hacía lo propio con Hesperidina. Aparentemente, de todo el discurso, Hernández retuvo el nombre de Perón y dijo: "Vamo"..  .




Ya en el interior, Hernández insistió en documentar cada recoveco de Les Deux Magots, empezando por el mobiliario. Al verlo dijo: "París bien vale una mesa"..







También se interesó por los distintos elementos que componían su pedido, como lo demuestra la foto de abajo.






Además, a falta de mejor explicación, recurrió al diccionario que, merced a Internet, traía en su teléfono para descubri que "magot" significa "figura grotesca que suele decorar, con motivo chino, los muebles y los empapelados franceses".


Su conclusión ante tal definición fue un clarísimo "chupate esa mandarina y escupime los carozos", que un habitué de una mesa vecina, interesado en la filología hispánica le preguntó a Fondebrider qué quería decir.









Comprobada por último la limpieza de los baño, Hernández volvió diciendo: "Así da gusto orinar". Luego coronó la noche con un impecable "Merci beaucoup", con que sorprendió al atildado mozo y pasmó al desprevenido Fondebrider, El dueño de Minton's se acercó a una de las paredes del café y vio que otros argentinos lo habían precedido en la visita. "Sí", agregó, "Borges y yo tenemos mucho en común". Y así transcurrió otro capítulo de las aventuras parisinas de Guillermo (que ahora amaga con hacerme llamar "Guillaume").