lunes, 28 de octubre de 2013

tRio lucas en Buenos Aires

tRío lucas está de vuelta en el circuito porteño luego de la gira realizada a mitad de año por España y Portugal. Más inmaduros y más creativos, vuelven a presentan su último disco y otros temas de su ya extensa carrera.

Javier Cánepa: Contrabajo y Piano

Diego Olguín: Guitarras

Pablo Ovejero: Batería


Llevan editados 7 discos en forma independiente:

Jazzfreepop, Mayo 2007
En directo, Diciembre 2007
Superfree!, Noviembre 2008
Manifiesto, 2009
Babaouo, 2011
El gusto por el Kaos, (con Paulo Alexandre Jorge) 2012
tRío lucas, 2013

viernes, 25 de octubre de 2013

Obituarios 2013


Uno tiende a no pensar en eso, pero todo el tiempo se muere gente. Es una verdad de Perogrullo. Sin embargo, 2013 está siendo un año bastante duro para el mundo del jazz. En lo que lleva transcurrido, desde enero hasta ahora y mencionando solamente a los más conocidos, han muerto Claude Nobs (el fundador del Festival de Montreux, 1936-2013), Donald Byrd (1933-2013), el pianista Paul Smith (1922-2013), el tecladista George Duke (1946-2013), Cedar Walton (1934-2013), Mulgrew Miller (1955-2013),  Mariam McPartland (1918-2013), Ronald Shanon Jackson (1940-2013) y Walter Malosetti (1931-2013). A todos ellos, nuestro mayor agradecimiento por la música y los buenos momentos que nos han hecho pasar a través de nuestras vidas.

lunes, 7 de octubre de 2013

Dos reflexiones después del concierto de Ron Carter


El pasado viernes 4 de octubre, en el teatro Gran Rex, de Buenos Aires, actuó el trío del contrabajista Ron Carter, que también integran el guitarrista Russell Malone y el pianista nicaragüense Don Vega. La actuación produjo una serie de reacciones en la prensa y en el público, que aquí comenta Jorge Fondebrider




Lo que pasa, lo deseable y lo justo

Sería muy curioso que a esta altura de la historia –considerando además sus 76 años–, alguien le pidiera a Ron Carter, un extraordinario contrabajista con muchos blasones, algún tipo de novedad. Digamos que ya hizo cumplidamente lo que tenía que hacer, integrando algunos de los grupos más notables de la vanguardia jazzística de los años sesenta y ya nos dio suficientes indicios de que, concluida esa etapa, su elección ha sido mantenerse en la corriente central del jazz, limitándose apenas a dar continua prueba de inteligencia y ductilidad. Y en eso consistió el concierto del otro día, que bien podría ser definido por su elegancia y belleza. 

Y decimos más arriba que sería muy curioso exigirle otra cosa. Pero “curioso” no significa “imposible”, por lo que no debe sorprender que César Pradines, cronista del concierto para el diario Clarín, titulara su reseña “Un jazz sin grandes riesgos”, refiriéndose a lo escuchado como “un concierto sencillo y de tono algo burocrático”. O que, ya en pleno comentario, definiera al grupo como “un combo fuertemente estilístico que desarrolló solos limpios, no siempre concisos, y que se preocupó más por sus respuestas ya descubiertas que por la formulación de preguntas nuevas”. O que concluyera afirmando que “la música del trío Golden Strike se volvió un tanto previsible y eso, quizás, sea una de las mejores razones para disfrutar de ese lado del mundo tan recorrido que tiene el jazz”. 

Como suele ocurrir, a la reseña de Pradines la sucedió una catarata de comentarios por parte de los lectores de Clarín. Lisandro Massa, por ejemplo, anota: “ ¿‘Sin grandes riesgos...’? ¿Desde cuándo la música tiene que tener ‘riesgos’ para ser de buena calidad? Estos snobs del jazz me tienen harto, se creen que el jazz fue inventado para ellos y por ellos. Ron Carter es un grande de la música, cuando él toca dice todo, no preciso que pseudo intelectuales de la música me digan cómo sentir, sinceramente César Padrines podrías cambiar de profesión, a nadie le gustó tu nota...”. Por su parte, José Ricardo Pupetti escribió: “Tuve el privilegio de presenciar el concierto magnífico que brindó Ron Carter junto con Vega y Malone. Entiendo que la música o la forma de interpretarla puede gustar o no. Es algo inherente al arte. Pero calificar de la forma en que lo hace el cronista de este artículo es al menos imprudente e irrespetuoso. Posiblemente estime que denostar un concierto con un clima muy especial y que permitió apreciar una sensibilidad exquisita para interpretar jazz clásico lo ponga en un nivel distinto como ‘relator de espectáculos’... En realidad sus juicios de valor sólo hablan de su limitada capacidad para apreciar una acabada muestra de talento y virtuosismo”. Nanni Sansone, en cambio, elige otro tono: “¿Qué pasó Pradines? Te perdiste una cena de canje en ese boliche de jazz de Callao por ir al Gran Rex y te pusiste de mal humor ? O sos de esos que consideran que el jazz es solo del año sesenta en adelante? Aún así tenes menos jazz que los Backstreet Boys. Saludos”. Ezzio Menutti opina en una dirección parecida: “Este tipo de notas salen cuando a los invitados de prensa no les ponen catering”. Y más sintético y acaso con algún conocimiento otorrinolaringológico, Manuel Peláez informa: “Este tipo es Sordo!!!!!”. La serie de comentarios es todavía más larga y, por momentos, se pone francamente injuriosa. 

Ahora bien, llegados a este punto, y conociendo la larga trayectoria de Pradines y las muchas leyendas que ha generado, la reflexión no apunta ni a Ron Carter –quien efectivamente dio un bellísimo concierto que, visto desde el punto de vista de quien busca novedades, fue conservador–, ni al comentario del diario Clarín, sino a quien le da responsabilidades periodísticas al cronista y a las reacciones que éste provoca. 

Sobre lo primero sólo puedo decir que cada medio tiene su lógica y ésta, en líneas generales, suele ser perversa. La cultura, por caso, ocupa un lugar absolutamente marginal en los diarios y, en ese marco, la música uno todavía más pequeño. Siguiendo por ese camino, el jazz entonces tiene un lugar insignificante. Por lo tanto, críticos de música, en la prensa argentina, hay muy pocos; mucho menos gente que sepa leer música y, llegado el caso, tocar un instrumento, teniendo al mismo tiempo en claro la enciclopedia que plantea todo género musical. Ahora bien, no siempre saber tocar un instrumento es garantía de que quien lo haga sepa también escribir un comentario sobre lo que ocurre en un escenario o en un disco. Con lo cual, llegados a este punto, corresponde admitir que un concierto no puede medirse por lo que el crítico desea, sino por lo que efectivamente pasa. Y el crítico, entonces, debería ser capaz de describirlo, dejando para otra instancia su propio gusto porque la palabra escrita conlleva algún tipo de responsabilidad. Por caso, creo que Ron Carter no manifestó en ninguna parte –como efectivamente sí hizo su ex compañero Herbie Hancock– que apuesta al riesgo. Al no haberlo hecho, su música podrá gustarnos más o menos, pero no nos decepciona. En cambio, en el caso de Hancock sí podemos sentirnos decepcionados porque la invocación al riesgo, a una modernidad mal entendida, estuvo efectivamente en varias de las entrevistas que dio y cuando ese riesgo no se cumple nos autoriza entonces a juzgarlo desde esa perspectiva. 

Sobre lo segundo, quisiera manifestar que todo el mundo está en su derecho de protestar y quejarse por un comentario con el cual no coincide. Al haber estado presentes en el espectáculo y al ver una crónica de éste con la que no coincidimos en un diario de circulación nacional (o, llegado el caso, en una revista o en un blog), sentimos irritación y lo primero que nos irrita es la firma. Existen formas de responderle a esa firma sin necesidad de apelar a la descalificación o al insulto personal. Pero hacerlo implica algo más que una rápida sarta de malas palabras escudados por el ciberespacio. Habría que ponerse a pensar cómo desarmar esa argumentación que juzgamos falaz y luego redactar algo en consecuencia, lo cual lleva algo de tiempo. Pero, convengamos, sería lo justo.

viernes, 4 de octubre de 2013

Murió Hugo Pierre



“El saxofonista argentino murió ayer a los 77 años. Tocó con Xavier Cugat y acompañó a Tony Bennett, entre otros·, dice la bajada de la noticia anónima publicada hoy en el diario Clarín. Desde Minton’s lamentamos la desaparición de un verdadero maestro.

Adiós a Hugo Pierre

El saxofonista Hugo Pierre murió ayer a los 77 años en una clínica de Buenos Aires, por una complicación posoperatoria a partir de una intervención intestinal. A los diez años había empezado a estudiar el clarinete en el Conservatorio de su ciudad natal, Rosario, y ya desde esa época venía su fijación definitiva con el jazz. A los doce escuchó a los Rosario Serenaders en los bailes de carnaval de la ciudad y dos o tres años después debutaba con unos compañeros de conservatorio en un cine de Rosario. El conjunto se llamó Tropical Serenaders

A los 19 años se estableció en Buenos Aires, donde inició su carrera profesional en la orquesta de Héctor Lagna Fietta y comenzó a frecuentar el Bop Club Argentino. Allí se relacionó Lalo Schifrin, con quien tocaría en varias oportunidades. En 1957 hizo una gira por Sudamérica con la orquesta de Xavier Cugat. Tres veces (en las décadas del 60, 70 y 80) compartió escenario con Tony Bennett, y también acompañó a Edith Piaf. Fue también músico estable de Julio Iglesias, con quien hizo varias giras por Oriente.

Hugo Pierre tocó el saxo y el clarinete en las principales orquestas argentinas, como la Filarmónica de Buenos Aires, la Sinfónica Nacional y la Orquesta Estable del Teatro Colón. En 1986 inició un exitoso dúo de jazz con el pianista Gerardo Gandini, y al año siguiente ambos grabaron Solo Gershwin (por ese disco Piazzolla descubrió que Gandini también tocaba tocaba música popular y lo invitó a sumarse a su sexteto). Más tarde Pierre y Gandini encararon el repertorio de Duke Ellington.

Entre 1988 y 1994 actuó con La Banda Elástica por los principales teatros del país, como también en Brasil, Chile y Paraguay. Tocó además con Anacrusa, en las big bands de Oscar Serrano y Jorge Anders. En 1996 formó un cuarteto con su nombre; un cuarteto de saxofones completado por Alejando González, Jorge Scarinchi y Andrés Robles.

En 1997 fue nombrado miembro titular de la Academia Argentina de Música por su labor como intérprete y docente. Fue uno de los autores del programa de estudios de la cátedra de Jazz de la Escuela de Música Popular de la Provincia de Buenos Aires.

Ron Carter toca en Buenos Aires

Hoy, con firma de Diego Fischerman, se publicó en Página 12 la siguiente nota, con entrevista incluida, a propósito de Ron Carter y del concierto de esta noche.

El cellista que supo dar el buen paso

Integró el formidable segundo quinteto de Miles Davis, pero Carter no quedó fijado en el pasado, e incluso grabó muy buen material propio. Esta noche actúa en el Gran Rex y mañana en Rosario, junto al guitarrista Rusell Malone y el pianista Donald Vega.

Se dice de él que es el contrabajista que más discos grabó en la historia del jazz. Tal vez no sea exactamente cierto, pero lo indudable es que Ron Carter fijó un antes y un después para su instrumento. En sus registros para Blue Note, junto a músicos como Wayne Shorter y Herbie Hancock entre muchos otros, y, también con ellos, como integrante de uno de los grupos más perfectos que dio alguna vez ese género, el quinteto de Miles Davis de 1963 a 1968 definió un perfil en el que mucho tenía que ver una lejana frustración. O, por lo menos, un cambio de rumbo privado que acabó siendo fundamental para el mundo.

Y es que Ron Carter era cellista. Y era negro. Y decidió que ésa no era una combinación feliz. Se convirtió entonces en un contrabajista con alma de cellista: gran sentido melódico, capaz de desplegar las armonías y de jugar contrapuntísticamente con los demás instrumentos, mucho más allá de la función usual de base. Ese perfil resultó esencial para la gran transformación del jazz de los años 60. Carter, el partícipe necesario. Y, con certeza, una gran parte de los mejores discos de jazz de la época no hubieran sido los mismos sin él. Ahora, con un grupo que evoca irremediablemente a Nat Cole y Oscar Peterson, llegará nuevamente a Buenos Aires. Ya había actuado en esta ciudad como parte del quinteto de homenaje a Davis, en que el lugar del trompetista lo ocupaba Wallace Roney, y como líder de sus propios grupos. Hoy estará en el Gran Rex de Buenos Aires, después de haber actuado en Córdoba y en Neuquén. Su periplo argentino, con el trío Golden Striker, que conforman junto a él Rusell Malone (el excelente guitarrista que fue parte fundamental en los primeros discos de Diana Krall para el sello Impulse) y el pianista Donald Vega, culminará mañana en Rosario.

“Siempre que se toca con guitarra y piano y sin batería se piensa en el trío de Nat Cole”, dice Carter a Página/12. “Pero yo pienso que no se trata más que de un bello sonido, de una bella posibilidad para intentar hacer música. No se trata de imitar el estilo de Cole, ni su manera de armonizar o de repartir los papeles entre los instrumentos. Es apenas una posibilidad tímbrica. Si se piensa en el contrabajo, el papel que cumplía en el grupo de Cole, cuando lo tocaba Wesley Prince, estaba muy ceñido a la marcación del tempo y a tocar los bajos de los acordes. Eso está muy lejos de lo que hacemos hoy, como está lejos el estilo de Vega del de Cole o el de Malone de lo que hacía Oscar Moore.” Carter es, además, un gran arreglador –en el notable The World is Falling Down, de la cantante Abbey Lincoln, por ejemplo– y, así como ha mantenido (casi siempre) saludablemente separados el mundo estético de la música clásica, su primer destino, del planeta del jazz –una de las excepciones fue su olvidable intento de jazzificar a Johann Sebastian Bach– también ha sido claramente consciente de las distancias entre la escritura y la improvisación. “La diferencia básica –dice– es que cuando se escribe se lo está haciendo para personas o situaciones lejanas. La escritura llega donde no llega la amistad, el compañerismo o el conocimiento mutuo. Es un código más estricto, más preciso pero, también, más incompleto. Porque no todo puede escribirse. La improvisación, en cambio, es para aquí y ahora, con estos músicos con los que estoy. Podemos ponernos de acuerdo en algunas cosas, es posible fijar algunas partes, pero la composición es instantánea y, también, fugaz.”

Carter tuvo la fortuna de formar parte de uno de los grupos más estables y duraderos de la historia del jazz. Y, además, de uno de los que dejaron una seña indeleble en esa historia, el segundo gran quinteto de Miles Davis: “Lo mejor de ese grupo es que se aprendía algo nuevo cada noche, con los mejores músicos y haciendo la mejor música”. En cuanto a lo peor, Carter prefiere reírse y recurrir a un evasivo “cosas aquí y allá”. Lo cierto es que allí no se acabó el mundo, y tampoco se acababa en ese entonces, como lo prueba la infinidad de grabaciones que Carter realizó en la década de 1960 con otros músicos, incluyendo Far Cry, de Eric Dolphy, Speak No Evil de Shorter, Maiden Voyage de Hancock y gran parte de los discos de McCoy Tyner y Joe Henderson por esos años. También trabajó junto a Tommy Flanagan, Gil Evans, Bill Evans, Wes Montgomery, Lena Horne, Coleman Hawkins, Oliver Nelson y Johnny Hodges. Pero además de sus trabajos puramente jazzísticos, Carter tocó con Aretha Franklin, con Carlos Santana, con Antonio Carlos Jobim, con James Brown y con Paul Simon. Una obra que a veces hace olvidar el valor de sus propias composiciones y de los grupos que él lideró, como el que grabó el extraordinario Etudes en 1982: el saxofonista Bill Evans (no confundir con el pianista del mismo nombre), Art Farmer en trompeta y flugelhorn y Tony Williams en batería. “Quedan los discos”, reflexiona. “Yo hace mucho que estoy en el mundo de la música (en mayo cumplió 76 años y desde los 23 toca como profesional) y al final la cosa se reduce a los discos que uno ha grabado, pero en realidad, si pienso en la década de 1960, en la que sucedieron tantas cosas desde el punto de vista musical, los discos eran lo de menos. Se vivía para tocar y lo que realmente sucedía noche a noche. Allí estaba la música.”


miércoles, 2 de octubre de 2013

¡A comprar que se acaba el mundo!

Diego Fischerman publicó en el diario Página 12 del día de hoy la siguiente columna. Se reproduce a continuación.

Cien títulos y muchas joyas

La mayor parte de este centenar de CD editados en Japón son fundamentales y varios, figuritas difíciles desde hace décadas. Ahora se consiguen a buen precio en varias disquerías porteñas. Hay discos del Modern Jazz Quartet, Corea, Ellington, Mingus y Brubeck, entre otros.

No hay por qué elegir un solo momento. Aparece, por supuesto, la tentación de referirse a la manera en que Art Farmer frasea la melodía en el flugelhorn, su exquisito contrapunto con la guitarra de Jim Hall y el posterior solo de Steve Swallow en contrabajo (en 1968 todavía tocaba ese instrumento) en “Sometime Ago”, el bello vals compuesto por Sergio Mihanovich, incluido en un disco con nombre exacto: Interaction. Pero inmediatamente surge “Plastic Dreams”, esa especie de tango que John Lewis toca en clave, con el Modern Jazz Quartet, en el álbum del mismo nombre. O los formidables arreglos de Quincy Jones para Plenty, Plenty Soul, de Milt Jackson. O el extraordinario Tones for Joan’s Bones, de Chick Corea. Por no nombrar las grabaciones en vivo del cuarteto del saxofonista Charles Lloyd, con un brillante pianista de 22 años llamado Keith Jarrett.

Son cien discos, la mayoría fundamentales y muchos de ellos verdaderas figuritas difíciles desde hace décadas. Y no hay ninguna necesidad de optar entre unos y otros, salvo por el hecho de que difícilmente se pueda comprarlos todos. El hecho, en todo caso, es que la filial europea de la compañía Warner hizo un convenio con su par japonesa, que durante años mantuvo una gran autonomía en sus catálogos, para publicar en ese continente una selección de los títulos de Atlantic y Reprise (además de algún otro sello subsidiario) que ellos habían editado. Las ediciones japonesas, todo un capítulo para los discófilos, habían tenido, desde siempre, dos grandes atractivos: su sonido y una variedad de títulos mucho mayor que los que habitualmente se conseguían en Europa y los Estados Unidos (y ni hablar en los satélites más alejados del sistema solar, como la Argentina). Y, también, dos poderosas contras: su precio y su inaccesibilidad.

La selección de cien títulos, a la que bautizaron Jazz Best Collection, puso en circulación clásicos como The Modern Jazz Quartet, el primer álbum que ese grupo grabó para Atlantic, en 1957; Ornette!, de Ornette Coleman; The Avant-Garde, de John Coltrane y Don Cherry; o Bud Powell in Paris, con una calidad sonora inédita (todos los volúmenes están remasterizados con 24 bits). Pero, también, hizo accesible (y barato) aquello que hasta el momento había sido patrimonio exclusivo del tesoro del sol naciente: los discos de la genial cantante Chris Connor, la big band del compositor y pianista Clare Fischer, el cuarteto de Art Farmer con Jim Hall, el notable primer disco solista de Joe Zawinul o el excelente debut del contrabajista Miroslav Vitous, Infinite Search, registrado en 1970 por un súper grupo que incluía a John McLaughlin en guitarra, Joe Henderson en saxo, Herbie Hancock en piano y Jack De Johnette en batería.

La representante local de Warner, sorpresivamente –una maravillosa sorpresa, en todo caso–, decidió importar la colección entera. Y varias disquerías de Buenos Aires (Minton’s, RGS, Zival’s) la ofrecen a muy buen precio. Entre las joyas que no deberían pasar inadvertidas, además de las ya nombradas, están Concert in the Virgin Islands, de Duke Ellington; Three or Four Shades of Blues, donde Charles Mingus toca con Larry Coryell, John Scofield y Philipp Catherine en guitarras; The Wonderful World of Jazz, un disco genial del pianista John Lewis; Soul Brothers, el encuentro entre el vibrafonista Milt Jackson y Ray Charles, que aquí toca saxo además de piano; All The Things You Are, el álbum de Dave Brubeck en el que tocan saxo Lee Konitz y Anthony Braxton; los dos volúmenes del arreglador Marty Paich, con una auténtica selección de músicos de la Costa Oeste (I Get a Boot Out of You y The Broadway Bit); el magnífico Hear Ye!!! Hear Ye!!! Hear Ye!!! del quinteto de Harold Land y Red Mitchell; y West Coast Wailers, del trompetista Conte Candoli y el pianista Lou Levy.

Los hipotéticos compradores sólo deberán huirle a un título, Vibrations, de Milt Jackson. Y no por razones musicales sino porque toda la partida llegó mal impresa y el disco que figura con ese nombre (y en esa cajita) es otro: Trav’lin’ Light, del Trío de Jimmy Giuffre. El álbum es extraordinario pero, desde ya, conviene comprarlo en su propio envase que, afortunadamente, contiene lo que se anuncia.