sábado, 14 de enero de 2017

Gangas y pichinchas del verano

En Página 12 de hoy, Diego Fischerman anuncia novedades locales. La bajada de su nota dice: “La serie que acaba de llegar a la Argentina es un rescate de discos esenciales de Miles Davis, Ella Fitzgerald, Billie Holiday, Bill Evans y John Coltrane”.

Los monstruos que caben en una cajita

Los usos y los hábitos de escucha pueden haber cambiado. Para algunos, el viejo y buen LP de vinilo (y un giradiscos, qué duda cabe) volvieron a ser de esos objetos que los expertos en marketing denominan “aspiracionales”. Para otros, alejados de cualquier noción de fidelidad sonora, el celular o la computadora demostraron ser mucho más compactos aún que el compacto y, aunque se oiga mal (también se oían mal los pasacasetes, los walkman y los discman, por no hablar del Winco) la posibilidad de portar la Enciclopedia Británica del sonido en unos pocos centímetros cuadrados parece haber triunfado sobre otras consideraciones. Pero, a pesar de todo, el CD sigue ofreciendo una combinación insuperable de precio, comodidad y fidelidad sonora.

También con este soporte hubo, eventualmente, cambios. Algunos artistas –y unas pocas editoras– se han preocupado por ofrecer objetos difícilmente reemplazables por una lista de sonido, como los álbumes de la mezzo soprano Cecilia Bartoli, que incluyen lujosos libros, o las publicaciones que adjuntan DVDs. Y, por supuesto, cada tanto aparecen algunas pocas que por peso simbólico propio –como el último disco de David Bowie o las ediciones remasterizadas de The Beatles o Pink Floyd–, son capaces de romper records de venta como si el tiempo no hubiera sido veloz (Lebon dixit). Uno de los nuevos formatos exitosos es la cajita con 5 CD originales, en presentaciones que remedan las ediciones en vinilo y a muy bajo costo (Sony probó también la variante con 3). Warner  publicó de esta manera casi todo su catálogo histórico de soul y rhythm & blues (notables los volúmenes dedicados a Otis Redding, Wilson Pickett y Aretha Franklin), rock clásico, jazz e incluso música brasileña (los discos americanos de Jobim y los editados por ellos de Elis Regina y parte de los de Milton Nascimento). Y ahora llegan al mercado –también al local, afortunadamente– las editadas por Verve, que agrupan discos de algunos de los artistas más importantes de la historia del jazz a través de repertorios de ese sello y de otros que hoy están bajo su égida, como Prestige o Riverside.

El nombre de la serie es 5 Original Albums y una primera tanda publicada en la Argentina incluye los nombres de Miles Davis, Ella Fitzgerald, Billie Holiday, Bill Evans y John Coltrane (en Europa han salido también volúmenes consagrados a Oscar Peterson, Chick Corea y Return To Forever, Stan Getz, Charlie Parker y Astrud Gilberto, por el lado de Verve, y a Wayne Shorter, Herbie Hancock, Joe Henderson y Dexter Gordon, entre otros, por Prestige y Blue Note, que hoy también pertenecen a la compañía Universal). El atractivo, además de su muy correcta presentación, es que no se trata de esas dudosas antologías donde se mezclan dos temas de cada sesión legendaria y se consigue algo demasiado parecido al zapping sino, como el título de la colección lo anuncia, de discos completos, con el orden y el agrupamiento –y el concepto, que muchas veces lo había– que los artistas quisieron darle en su momento. La cajita de Bill Evans, por ejemplo, incluye Trio ‘64, grabado en diciembre de 1963 con Gary Peacock en contrabajo y Paul Motian en batería, A Simple Matter of Conviction, de 1966, con Eddie Gomez y Shelley Manne, Further Conversations with Myself, registrado el año siguiente por Evans sobregrabándose a sí mismo dos o tres veces, Bill Evans at the Montreux Festival, grabado en 1968 con Eddie Gomez y Jack De Johnette, y  What’s   New, de 1968, donde al trío (conformado en este caso con Eddie Gomez y Marty Morell) se suma el flautista Jeremy Steig.

La selección del material incluido en cada uno de los álbumes es interesante, en tanto agrupa algunos de los discos más famosos con otros menos conocidos y, en muchos casos difícilmente conseguibles por separado (y mucho menos en la Argentina, desde luego). Así, el de Ella Fitgerald contiene dos de los discos conceptuales que, a la manera de Sinatra, registró en 1958, Swings Lightly, con arreglos de Marty Paich y Sings Sweet Songs for Swingers, con la orquesta de Frank De Vol, In Berlin, que registra la actuación del 13 de febrero de 1960 en la Deutschehallen junto a Paul Smith en piano, Jim Hall en guitarra, Wilfred Middlebrooks en contrabajo y Gus Johnson en batería, Hello Dolly, de 1964, nuevamente con la orquesta de De Vol y Whisper Not, de 1966 y con la orquesta de Paich. Billie Holiday aparece representada por Lady Sings The Blues, Body And Soul, Songs for Distingue Lovers, Stay With Me y All or Nothing at All, y los álbumes seleccionados de Miles Davis son todos extraordinarios: And Hornes, Collector’s Items, Blue Haze y dos de los que grabó para Prestige junto a su quinteto con John Coltrane, Walkin’ y Steamin’. También la elección de los discos de Coltrane es notable: Soultrane, Lush Life, Dakar, Bahia y The Last Trane.


sábado, 7 de enero de 2017

Nuevo disco de John Scofield

Diego Fischerman publicó en Página 12 el 4 de enero pasado el siguiente artículo sobre el último disco de John Scofield, que aparentemente va a editar localmente Universal, aunque los disqueros dicen que no, y vaya uno a saber.

Reinventar caminos conocidos

El country-western es una presencia poco menos que inevitable para un guitarrista estadounidense. Por más que toque jazz. La forma de rasguear de Pat Metheny incorporó de manera transparente algunos elementos de aquel folklore. Bill Frisell lo hizo explícito en su disco Nashville, de 1996. Y a la hora señalada –los 64 años estipulados por The Beatles– John Scofield abreva allí para su último y brillante disco cuyo título homenajea, de paso, al gran novelista Cormac McCarthy y, claro, a los hermanos Coen. “No es país para viejos”, decían ellos. Country for Old Man, contesta Scofield en su primer álbum dedicado a temas ajenos desde That’s What I Say, su tributo a Ray Charles de 1995.

Si para Frisell la asunción del folk es la de un universo donde sumergirse, en el caso de Scofield funciona casi a la inversa. El mundo sigue siendo el del jazz –o el de cierto jazz–, es decir el del abordaje de canciones o temas a los que se re armoniza y a partir de cuyos elementos, entendidos de manera muy amplia, se construye un desarrollo basado en la improvisación. Y aquí esos temas pertenecen a George Jones, Hank Williams, Merle Haggard (su “Mama Tried”, que grabó Grateful Dead en 1971), Dolly Parton o Bob Wills. Y, por otra parte, en este País para viejos el blues, parte del indudable ADN de su creador, tiene un papel protagónico. Aunque sea en uno de James Taylor, el bellísimo “Bartender Blues” (incluido por primera vez en su disco JT, de 1977). En la selección de temas, eventualmente, hay un sesgo generacional indudable. El guitarrista que ha cumplido 64 y ha perdido su pelo (ya desde bastante antes) bucea, ni más ni menos, en la música de su juventud, cuando el boom del folklore (el de allá) se adueñó de gran parte del mercado. El Festival de la Asociación de Música Country Americana, que se realiza anualmente en Nashville –y que Robert Altman radiografió en 1975–, tuvo su primera edición precisamente en esos años, en 1972. Y el debut profesional de Scofield no llegó mucho después. En 1974, la banda de Gerry Mulligan estaba en gira y necesitaba un guitarrista. Le pidió consejo a un viejo conocido, el baterista Alan Dawson, que era profesor en la Escuela Berklee de Boston, y él le recomendó a un joven alumno de 23 años, que acabó siendo parte no sólo del grupo de Gerry Mulligan sino de la histórica reunión del saxofonista con el trompetista Chet Baker, después de casi quince años de no hablarse, y de la grabación del encuentro en el Carnegie Hall. John Scofield no se cansa de repetir que “no podía creerlo”.

En Country for Old Men, editado por Impulse y publicado también en la Argentina, Scofield tiene como coprotagonistas a otros viejos –y notables– hombres del jazz y, además, compañeros de ruta de larga data: el extraordinario bajista Steve Swallow, con quien grabó por primera vez en 1980 –el genial Bar Talk– y el baterista Billy Stewart, que es parte de su trío (y también del reciente cuarteto junto a John Lovano) desde 1991. A ellos se agrega, en piano y órgano Hammond, Larry Goldings, con quien también mantiene una prolongada relación musical que, en lo que a grabaciones respecta, inauguró el disco Hand Jive, de 1993.  Complicidades de más de veinte años, en todos los casos, que resultan notorias a la hora de escuchar la fluidez, el swing, la manera en que las ideas de unos continúan naturalmente en las de los otros y la que, tal vez, resulte la virtud más llamativa: el don que comparten con Scofield para, a la manera de equilibristas expertos, salir de la armonía (o en el caso de Stewart de las subdivisiones estrictas), crear zonas de tensión y riesgo, y volver al territorio conocido como manera de aliviar la presión pero, también, de preparar y anticipar las excursiones nuevas.  Si hiciera falta elegir un solo motivo para la escucha de este disco, eventualmente, alcanzaría con el comienzo de “I’m So Lonesome I Could Cry”. La manera en que Swallow explota, literalmente, y en que Scofield y Stewart se integran a esa vorágine, puntuada por los comentarios exactos de Goldings, es asombrosa. Pero nada termina allí. Después llega el extraño, feérico, solo del órgano. Y, enseguida, el “Bartender Blues”. Esa epifanía.