miércoles, 29 de abril de 2015

KUAI PRESENTA
JUEVES 30 DE ABRIL :: 20HS
en el Día Internacional del Jazz

MIGUEL CROZZOLI GRUPO
Lanzamiento de su 4º disco
"Ciclos de Estrellas"


Museo de Arte Español Enrique Larreta
Vuelta de Obligado 2155 - C.A.B.A.

Entrada Gral: $70.-
2x1 para menores de 30 años


miércoles, 22 de abril de 2015

RadioMontaje continúa con los festejos por los 15 años en el aire de FM La Tribu.



En ésta oportunidad será con un triple concierto en el emblemático ciclo Jazzologia en el Centro Cultural San Martin (Sarmiento 1551).

Martes 5 de mayo – 20:30 hs – ENTRADA LIBRE – 
Las entradas se retiran en boletería dos horas antes del recital).

Participan:

- Pablo Ledesma: saxo / Jose Enrique Angelillo: piano

- Barbie Martinez: voz / Juan Bayon: contrabajo

- Cuarteto Instantáneo
Guillermo Roldán: bajo / Tatiana Castro Mejía: piano / Francisco Salgado: trombon / Enrique Norris: corneta
  

RadioMontaje
Jazz, literatura y otros temas que nos superan...
15 años

Lunes 22 hs - FM La Tribu 88.7
www.radiomontaje.blogspot.com
www.fmlatribu.com


viernes, 17 de abril de 2015

Segunda fecha del ciclo de jazz del Centro Cultural de España en Buenos Aires

Concierto de Horacio Hurtado y Pablo Ledesma

Con la participación de Facundo Barreyra

7 de mayo 2015 – 19.00h

CCEBA Florida 943



Desde hace más de 15 años, Horacio Hurtado y Pablo Ledesma vienen desarrollando una amplia tarea de investigación y  exploración en el campo de la improvisación idiomática y no-idiomática que ha combinado trabajos con distintas formaciones y en diferentes contextos tales como conciertos y grabaciones, festivales nacionales e internacionales, además de tocar juntos en el extranjero en colaboración con músicos europeos y americanos, realizando  acompañamiento de películas del cine mudo, conciertos de música contemporánea con grupos de cámara y orquesta sinfónica. Para esta ocasión se les suma Facundo Barreyra en batería y bandoneón conformando un trío de libre exploración. En la segunda parte, la adición de un pequeño ensamble didáctico de seis músicos dirigido por Pablo Ledesma funcionará como contrapeso al discurso del trío. Con la participación de : Matías Formica (flauta), Mauro Rosal (trompeta), Juan Cruz Cerasa (clarinete y cl bajo), Juan Ignacio Macchioli (saxo tenor), Lisandro Giménez (cello), Pablo Ribot (guitarra).
Coordina: Javier Cánepa

viernes, 10 de abril de 2015

El Gato Barbieri hoy

El diario La Nación, de hoy, publicó la siguiente nota de Teodelina Basavilbaso, donde en el contexto de una entrevista, se describe la actualidad del Gato Barbieri.



Ceremonia íntima en Nueva York

En un departamento un poco desordenado, donde hay muchísimos discos, dos saxos en sus estuches, un piano que no funciona, varias fotografías –en dos de las cuales aparece Bill Clinton, una de ellas colgada en la sala de estar y la otra en el baño–, paredes con una capa de pintura gris un poco desprolija y sin terminar y una mesa atiborrada de píldoras y medicamentos, está él. Leandro Barbieri. Más conocido como el Gato. Está vestido con un jogging negro de Adidas y hace un gran esfuerzo por mirar el partido de fútbol que pasan por la televisión, ya que se ha quedado casi ciego, a causa de una degeneración macular. Tiene puesta una remera roja, anteojos y una cadenita con caballos colgando.

Su perfil es parecido al de don Vito Corleone, el personaje de la película El Padrino; también al de un típico porteño. Pero no es arrogante. Al contrario.

Faltan pocos días para el concierto que brindará en el Club de Jazz Blue Note, empero el cuerpo de Gato, bajo la luz cálida y hogareña que entra por la ventana, podría ser el de cualquier señor de 82 años. Pensar que ese cuerpo que se hunde en el sillón hoy fue el mismo que fotografió desnudo Alicia D' Amico, en 1971.


Es categórico, dice: "Me voy a morir en tres o cuatro años".

¿Por qué toca hoy en día?
–Voy a tocar porque precisamos dinero –responde al instante, sin necesidad de reflexión.
"Nunca fui un business man, ¿me entendés?". Lo dice como si estuviese hablando consigo mismo, como si hiciera un mea culpa. Laura Ryndak, su actual mujer, norteamericana, veinticinco años más joven que él, contará más tarde que desde hace unos años debió retomar su trabajo como físico–terapeuta. Sin embargo, la ubicación privilegiada del departamento que alquilan –justo enfrente del Central Park– parece contradecir sus dichos sobre su situación económica.

Según Gato, el público ya no compra sus discos tanto como antes. "Hay tanta música alrededor, darling, todo ha cambiado. Con mis discos de la década del 70, 80 y 90 hice mucha plata, pero ahora hay otra música. Y mucha es mala.. Antes había más melodía, cosas maravillosas...". Además del dinero que recibe por la venta de los cincuenta discos que grabó durante su carrera, Gato cobra cada vez que pasan en cine o televisión las películas cuya banda sonora él compuso (las de Bernardo Bertolucci, por ejemplo) y también cuando transmiten sus temas por la radio. Pero la plata que le envía Broadcast Music Inc. (BMI), recaudador de los derechos de difusión de músicos en Estados Unidos, fue disminuyendo.

–Es muy duro lo que estoy haciendo ahora. Ser ciego, no hablar bien el inglés. Estoy con pocos dientes. Es un problema lo de los dientes. Unos los perdí, los otros se los comió el perro, hijo de puta. Sí, sí, yo sé que fue él –dice, y señala el perro, de raza japonesa Shiba Inu, que circula por el living.

Dice que no le gusta el perro porque es demasiado cariñoso. Pero Laura lo necesita como asistencia emocional, luego de dos depresiones que sufrió. Gato abre una pequeña lata y me ofrece una pastilla Grether's de arándano que él come a menudo porque se le seca la boca. Son su debilidad.

Para que su maquinaria de recitales, contratos y relaciones públicas siga funcionando, Gato Barbieri siempre dependió de sus mujeres. En ese sentido, su primera esposa, Mitchell, la italiana, era ideal. Fue ella quien empujó a Gato a cambiar Buenos Aires por Roma, en 1962. En esa ciudad, ella le presentó a la clase alta italiana y también lo puso en contacto con grandes celebridades del mundo artístico como Bertolucci y Don Cherry.

Laura cumple ahora ese rol. Gato la conoció cuando fue a dar un concierto en Chicago, ciudad donde vivía ella en ese entonces. La hermana de Laura era fanática del músico y le pidió a la actual mujer de Barbieri que le consiguiera un autógrafo. Como las entradas estaban agotadas, Laura se coló por la cocina haciéndose pasar por una empleada más del restaurante y esperó alrededor de dos horas y media para conseguir la firma del Gato. El músico, al enterarse de su hazaña –y quizá para premiarla por su valentía–, la invitó a tomarse una copa de vino con él; y desde ese día quedaron amigos.

Ya de vuelta en Nueva York, él la llamó al año siguiente para contarle que se había muerto su esposa y que sufría ataques de angustia. Laura le recomendó que fuera a ver a un médico. A los pocos meses, lo operaron del corazón. Ese mismo año, Laura se mudó a Nueva York para ayudarlo con su recuperación. Al poco tiempo se casaron y tuvieron un hijo, llamado Christian. Y él, con más de sesenta años, se convirtió en padre por primera vez.

Laura, actual mánager de su marido, me cuenta sobre las próximas funciones del Gato: dos en el Blue Note, en Nueva York, y otra en un casamiento en Le Petit Palais, en París. Paralelamente, está tramitando un documental sobre la vida del Gato Barbieri, a cargo de la directora Nancy Savoca, pero que por falta de fondos aún está en veremos.

"Me gustaría... Van a asistir empresarios y personas con gran poder de decisión al evento en París, como no sé si Microsoft, aunque quizá sí. Por ahí, cuando estén organizando su evento corporativo, les gustaría que tocara el Gato. Allí podemos hacer buenas conexiones de negocios. También le estoy escribiendo a Hillary Clinton, porque Bill, no sé si te mostré esta foto de aquí donde está con Gato. ¿La viste?..."

Y en ese momento, desde el sillón que nos da la espalda, se escucha la voz de Gato que frena a Laura: "It's OK, darling" ("¡Está bien, querida!").

***

Laura se frustra cuando, después de tanta negociaciones por teléfono, Gato le dice que no quiere viajar.

–Yo no quiero tocar, tengo que hacerlo porque el viaje a París es duro, querida, para un hombre viejo como yo, ocho horas de viaje. Y uno aterriza a la mañana, y durante la mañana siempre estoy desaliñado. Y tú sabes, decir hola.. Yo no soy muy..A mí me gusta hablar con otros pero en mi idioma, en español.
A pesar de que disfrute hablar con otros en su idioma nativo, en su casa sólo hablan inglés, ya que ni Laura ni su hijo aprendieron a hablar el español. Con respecto a las barreras del idioma en la familia, Laura dice, en tono de chiste: "We get along" ("Nos llevamos bien").
Pero Gato exagera. Con el inglés se defiende más que bien.

***

Hay otra versión de por qué Gato sigue tocando. Su mujer dice que es por el bien de su salud. Él es una persona reservada, que se encierra en sí mismo "pero en el escenario, todo esto sale para afuera. Ésa es su forma de comunicarse", dice Laura y agrega: "El doctor me dijo que si él dejara de tocar, no podría seguir viviendo. Con una mujer y un hijo esto es algo difícil de escuchar y decir pero es la verdad".

***

Gato tuvo varios instrumentos de música durante su carrera, pero hoy conserva pocos. El primero de todos se lo prestó la Infancia Desvalida de Rosario, escuela donde él y su hermano Rubén recibían de niños clases de música gratis. Al poco tiempo, sus padres le compraron su propio instrumento, un clarinete de trece llaves. A los trece años llegó su primer saxofón y, con el correr de los años, los demás: el Selmer viejo bañado en oro que le vendió su maestro, en la época en que Gato tocaba en la Orquesta Casablanca; un Selmer plateado nuevo; otro traído en barco por un amigo desde Uruguay (junto a una boquilla y discos de jazz que no se conseguían en ese momento en Buenos Aires), otro marca Conn y muchos más que ya no recuerda.

–He vendido muchos instrumentos.
–¿Por qué los vendió?
–Tenía un Selmer de oro..
–¿Y por qué los vendió?
–Porque tomaba cocaína y me fui quedando sin dinero muchas veces.
–¿Se arrepiente?
–Nada. Es parte de nuestra vida, ¿no? Hay pocos que han ganado dinero. Creo que Miles Davis.. John Coltrane, en su época, pero murió muy joven. Eso: los famosos. El resto siempre así –y hace un gesto con la mano queriendo decir más o menos, o también, que a veces con altos, y otras veces, con bajos.

***

Por los altoparlantes de este club de jazz, donde no cabe ni un alfiler, le dan la bienvenida. Todas las mesas, dispuestas muy juntas unas de otras, como si fuera un Tetris, apenas dejan estrechos pasadizos por donde las camareras circulan para servir comida y tragos al público. Con laperformance que está por comenzar, Blue Note cierra el Festival de Jazz del año.

Ese que está por bajar de su camarín –en cualquier momento– era todavía un niño cuando sostuvo por primera vez un instrumento. Empezó tocando un requinto en vez de un clarinete –como hubiese preferido–, porque tenía manos muy chicas. Ese que está por tocar en uno de los clubes de jazz más famosos del mundo nació en 1932 en Rosario, Santa Fe, donde excepto prostíbulos, no había mucha vida nocturna, según él mismo relata. Ese que está por subir al escenario rodeado de gente dejó la escuela en sexto grado porque era tartamudo y tenía dificultades para expresarse y se avergonzaba cuando debía pasar al frente.

El público que está sentado cerca de la escalera por la que bajará el músico empieza a aplaudir y se levanta de sus asientos.

Ese que está por tocar su saxofón es famoso en todos lados, hasta en Rusia, donde sienten un gran amor por el tango, y extrañamente –ya que él no toca estrictamente tango–, por "Mr. Gato". Ese mismo que vino a tocar esta noche en Blue Note colaboró en dos discos del trompetista estadounidense Don Cherry, considerados hoy clásicos del free jazz y el vanguardismo de los años 60: Complete Communion y Symphony for Improvisers. Y también con Santana, en una versión de bolero del tema "Europa". Ese que sale a tientas de su camarín es, probablemente, el músico de jazz más importante que dio la Argentina.

Y ahí está el Gato.

Ahora todo el público aplaude a esta leyenda del jazz que camina a pasos cortos, guiado por su hijo Christian. Adelante de ambos va Gerald, un alumno y amigo del músico, que lleva su saxofón, un Selmer dorado.

En Blue Note él se siente como en casa. Ha tocado aquí varias veces desde que se su mudó a Nueva York, ciudad considerada meca del jazz.

Minutos más tarde, Gato, en el centro del escenario, tocará el saxo con pasión. La gente, entre canción y canción, le grita: "Vamos Gato" y "Maestro". Y este tigre viejo, embriagado de placer ante la fidelidad y el cariño de sus fans, sopla con toda la fuerza de sus pulmones el aparato metálico que abraza. La música que está tocando no es otra cosa que la réplica del diálogo que sostienen él y la gente que vino a verlo y a escuchar ese jazz con influencia de raíces folklóricas y ritmos e instrumentos latinoamericanos.
Como no podía faltar, el penúltimo tema que toca es ese que el público siempre le pide, y que escribió e interpretó para la película de Bernardo Bertolucci, en 1972: "El último tango en París", encargo que hasta Astor Piazzolla envidió, y que le valió un Grammy. En el centro del escenario, con una banda con la que toca por primera vez, y sin que se noten sus ocho décadas vividas, cierra los ojos y Gato aúlla esa música sensual y desgarradora. La vestimenta, fiel al estilo del compositor, incluye un sombrero de ala ancha y una chalina blanca.

Durante su carrera trató de "imitar el feeling de los negros", dice él y agrega: "Ellos tienen adentro lo de tocar". Cierra el concierto con el tema "Latin Lady".

Ya en su camarín, que es más bien un cuarto pequeño con una ventana amplia, dos sillas y un sillón; le pide a Gerald que le traiga un pastel de queso de la cocina. "¿Te gustó el concierto, querida?", me pregunta Laura. Gato parece satisfecho. Detrás de la puerta, se empieza a formar una fila de admiradores que esperan sacarse una foto o que quieren un autógrafo del músico.

Gerald le trae la torta. Mientras la come, Gato se queja de la banqueta del escenario, dice que se le dormía una pierna y pide que se la bajen un poco para el próximo concierto. En los pies tiene zapatillas y medias rojas.

Se abre la puerta y entra una horda de gente excitada, con regalos, flashes y felicitaciones. Uno le entrega al Gato un retrato del músico, en tonos rojos, pintado por él. "Perdoname, ¿cómo me dijiste que era tu nombre?", pregunta antes de escribir una dedicatoria. Atiende a todos. Charla. Agradece. A todos responde que sí cuando le piden una foto, un saludo o lo que sea. El cuarto, ahora lleno de gente, parece aún más pequeño. Entran unos argentinos y le hablan de su querido Club Atlético Newell's Old Boys. Él sonríe. Chiste va, chiste viene. Disimula bien su cansancio. Acaba de terminar el show de las ocho de la noche, pero aún queda el de las diez y media.

Para el segundo show, se repite el mismo proceso, aparece Christian, el niño–guardaespaldas vestido de negro y con un audífono en un oído guiando a su padre. El público, que ahora es otro, aplaude.

Esta noche, la melodía de "Último tango en París" sonará una vez más.

En pleno show, Christian baja del camarín de su padre y sale del club. A los diez minutos vuelve con una bolsa de McDonald's. Esquiva la barra y algunas mesas y se encierra de nuevo en el cuarto.

Cuando la banda termina de tocar, se forma la misma fila de admiradores deseosos por ver al artista. Afuera, alguien que al parecer es un amigo de la familia Barbieri charla con Christian. El hijo de Gato cuenta que está trabajando en una bicicletería de Manhattan. Cuando le preguntan si ya sabe qué quiere estudiar, él responde que sí, que business. "Me gustaría dedicarme a los negocios de la industria de la música", dice. Quizá para reivindicar las ganancias de otros músicos como su padre, quizá no.
La puerta del camarín esta vez tarda más en abrirse.

Unos días antes del show en Blue Note habíamos realizado la entrevista en su casa. Ya cuando estábamos por cerrar, y justo antes de una caminata por el Central Park, una pregunta más, un poco capciosa:

–¿Qué se siente ser el número uno en la historia del jazz de la Argentina?
–Bueno, sí, también está Lalo Schifrin, aunque él hace otra cosa. Pero yo siempre fui así.. tratando de mejorar, de arreglar mis saxofones que son viejos pero buenos, muy delicados.
–¿Y cómo le gustaría ser recordado?
–Oh no, no me importa..




martes, 7 de abril de 2015

En el centenario del nacimiento de Billie Holiday


Diego Fischerman recuerda hoy en Página 12 el centenario del nacmiento de Billie Holiday. La bajada de su nota dice: “Antes de los 20 años ya era una celebridad. Y en poco más de dos décadas desarrollaría una de las carreras más notables del jazz. Tuvo una vida difícil y murió a los 44 años”.

La voz y el temblor de Lady Day

Hay un gesto. En realidad no es sólo ése, pero el momento en que se muerde, apenas, el labio inferior y asiente, después de la entrada de Lester Young, condensa un mundo. Ese instante en que apenas sonríe y se la ve inundarse de algo tan cercano a la música –y sólo a ella– a partir de una frase de blues que Lester repite dos veces y que toca como si no hubiera ninguna otra cosa en el mundo, como si antes no hubiera tocado Ben Webster y no existiera nada que no fuera un puro sonido puro; ese latido, ese mínimo temblor que ya presagia a su voz, es Billie Holiday.

La filmación fue realizada en diciembre de 1957 en los estudios Columbia, para un programa de televisión. El tema es “Fine and Mellow” y esa escena, y todo lo que la sigue (ella cantando, los solos del trombonista Vic Dickenson, de Gerry Mulligan en saxo barítono, de Coleman Hawkins en el tenor y de Roy Eldridge en trompeta y siempre Billie Holiday comentando para sí, con pequeños gestos, cada una de las intervenciones) pueden verse y oírse fácilmente en YouTube (https://www.youtube.com/watch?v=TaPIyo51cr4). Dos años después ella moriría, con 44 recién cumplidos. Habría, al final, unas grabaciones –y un disco mítico, Lady in Satin– que todos discutirían. Si existía en la realidad eso que Roland Barthes, trasladándose a la música desde la fotografía, llamaría “el grano de la voz”, allí estaba. En esos registros finales, tan imperfectos como geniales, donde cada nota, a la manera del gato de Schrödindger, era a la vez muchas notas; donde el sonido proliferaba en dimensiones múltiples, una cantante, Billie Holiday, trascendía cualquier idea anterior acerca de la belleza y la expresión. Esa voz era de una hermosura tal que se acercaba al terror. O lo contrario.

Su nombre era Eleonora Fagan Gough y nació en Filadelfia hace cien años. Su madre, Sadie Fagan, tenía trece años y su padre, Clarence Holiday, 15. El, que las abandonó apenas unos pocos meses después, era guitarrista y contrabajista y había tocado con la orquesta de Fletcher Henderson. Eleonora entró, a los diez años, en una escuela católica –de la que se escapó dos años después con ayuda de un amigo de la madre– y para ese entonces ya había sido violada. A los 12 años se mudó con su madre a Nueva Jersey y luego a Brooklyn. Allí colaboraba con ella en trabajos de ayuda doméstica, al principio, y luego comenzó a ejercer la prostitución. A los 15 cantaba en clubes y tres años después, el productor John Hammond, manager de Benny Goodman, simpatizante del Partido Comunista, luchador por los derechos civiles de los negros y gestor de su inclusión en la banda de su representado –donde tocaron Teddy Wilson y Charlie Christian– escribió sobre ella en una columna que tenía en un diario. Y llevó a Goodman a verla. El clarinetista la incluyó como solista en su grabación de “Your Mother’s son-in-law”, realizada el 27 de noviembre de 1933.

Fue una vida veloz. En la mejor tradición de las grandes cantantes de blues, como Bessie Smith y Ma Rainey y, sobre todo, teniendo en el oído el sonido de Louis Armstrong, Billie Holiday ya era una celebridad antes de cumplir veinte años. Y en poco más de dos décadas desarrollaría una de las carreras más extraordinarias del jazz. Ahora, varios sellos discográficos festejan el centenario de su nacimiento con ediciones conmemorativas, Cassandra Wilson le dedica su última producción y el promocionado José James hace lo propio. El Lincoln Center, a través de su programa de jazz, tiene previsto un festival con su nombre, que comenzará el jueves y terminará el sábado próximo con la nueva estrella Cécile McLorin Salvant haciendo sus canciones. Y el gran director y factótum del jazz institucional neoyorquino, Wynton Marsalis, dice a Time: “Hubo un año, cuando tenía 24, en que sólo escuché sus discos. Escuché todo lo que cayó en mis manos. Y cada día sólo la escuché a ella”.

En las vidas trágicas, y la de Billie Holiday lo fue –y así lo contó en una autobiografía que, por supuesto, no escribió ella y que, posiblemente, tampoco dijera toda la verdad–, la anécdota corre el riesgo de suplantar aquello por lo que se la convoca. Es decir, ni su infancia, ni la prostitución, ni las adicciones ni la muerte joven y desgarrada alcanzarían para hablar de otra cosa que los dolores del mundo si no fuera por su voz, por su manera revolucionaria de interpretar, por el repertorio ejemplar (y ejemplarmente afín a sí misma) que eligió y por ese puñado de registros inigualables e indudablemente vivos más de medio siglo después, desde los fundacionales en los sellos Columbia, Brunswick, Vocalion y Okeh, hoy publicados por Sony –entre los que están los realizados, en estado de gracia, junto a los grupos que para ella juntaba Teddy Wilson–, hasta los finales, en Decca y Columbia, pasando por su período en Commodore –allí grabó “Strange Fruit”, la canción que la revista Time entronizó en 1999 como la mejor del siglo– y su largo paso por los sellos de Norman Granz –hoy editados por Verve–.

Hay muchas canciones. Y hay más, mucho más, que una interpretación memorable. Frank Sinatra, cuya voz y estilo mal podrían asimilarse a los de Billie Holiday, decía sin embargo que ella era el ejemplo. Y es que nadie había logrado, como ella, apropiarse hasta tal punto de cada canción. Hacer que esas palabras pudieran significar tanto. “Un fruto extraño cuelga de los árboles del Sur galante./ Un cuerpo negro que se balancea en la brisa como en una pastoral/ los ojos saltones, la boca en una mueca/ el aroma dulzón de las magnolias y la carne quemada/ que a los cuervos les gusta picotear/ a la lluvia empapar y al viento balancear/ es el fruto de una amarga cosecha”, había cantado en 1939. Es posible que esa canción, escrita por Abel Meeropol, un maestro de escuela judío y comunista, haya sido la mejor del siglo XX. Lo que es seguro es que esa vez, como tantas otras, hubo una casualidad que cambió la historia para siempre. Meeropol, que escribía canciones con el seudónimo de Lewis Allan, compuso su “Strange Fruit” luego de ver la foto de un negro linchado. La cantaba en los mitines políticos que hacían en el Café Society, un bar del Greenwich Village. Ese fue, también, el primer lugar fuera de Harlem donde cantó Billie Holiday. Meeropol le hizo escuchar su canción y ella no se entusiasmó mucho. Sin embargo, consultó con sus músicos y dijo que podía hacerla, aunque no de esa manera “blanquita” –podría suponérsela, en esa primera encarnación, más cerca de las canciones de Kurt Weill y Bertolt Brecht que del blues–. El dueño del Café Society quería que Billie Holiday cerrara su show con esa canción. A oscuras y con apenas un foco sobre su cara. Ella la hacía en la mitad de su presentación. Alcanzaba. El café se llenaba. La revista Time, la misma que sesenta años después la llamó “la mejor del siglo”, publicó en ese momento una pequeña columna lamentando que la politización hubiera llegado al jazz y opinando que “Billie Holiday seguramente no entiende la letra que canta”. Otro gesto: los dientes apretados. Así cuentan que ella cantaba la historia de ese fruto extraño. Entendía la letra y la trituraba entre sus dientes y con los párpados entrecerrados. Y, qué duda cabe, la canción nunca habría sido lo que fue sin ella cantándola de esa manera. El jazz no sería lo que es, en todo caso, sin esa mujer a la que llamaron Lady Day.


domingo, 5 de abril de 2015

Una entrevista de Xavier Quirarte con Orrin Keepnews

Orrin Keepnews
Xavier Quirarte (1956) es uno de los más importantes especialistas en música de México. Su labor periodística y como ensayista puede leerse en numerosas publicaciones de ese país y del exterior, además de en su magnífica página de Facebook (https://www.facebook.com/xavier.quirarte). A pedido del Administrador de este blog, de ahora en más compartirá con los lectores sus reflexiones, entrevistas y comentarios. Comenzamos hoy con lo que escribió sobre Orrin Keepnews, a quien nos hemos referido el mes pasado, con motivo de su fallecimiento.  

Nos dice Xavier: "La muerte de Orrin Keepnews, de la que apenas me enteré un mes después, me hizo recordar que tuve la fortuna de entrevistarlo en 2007 para la revista Latin Pulse! Recupero el texto en homenaje a un productor fundamental en la historia del jazz. Como notarán, me enfoqué en Thelonious Monk –ese vicio mío–, pero el resultado es iluminador, como lo fueron también sus textos sobre jazz, recopilados en el libro The View from Within, que recomiendo ampliamente".

Orrin Keepnews, revisita a Monk

Productor legendario que ha trabajado en obras maestras de músicos como Wes Montgomery, Sonny Rollins, Bill Evans, Cannonball Adderley, McCoy Tyner y sobre todo en la etapa que le ganó notoriedad a Thelonious Monk entre la crítica, Orrin Keepnews cuenta con la suficiente autoridad para decir sobre este último: “No hagamos mucho misterio en torno a él. Cualquier productor que trabaja con cualquier músico, en cuanto a mí concierne, tiene mucho que aprender sobre cómo relacionarse con el artista, cómo determinar cuál es la forma exitosa de trabajar con él. Monk no es el único músico con el que no era fácil trabajar en el estudio, es difícil con la mayoría de los músicos buenos, fundamentalmente por la misma razón: tratan de lograr cosas que son difíciles de lograr, algunas veces tal vez imposibles. Probablemente yo tampoco soy la persona con la que es más fácil trabajar; quiero decir que también tengo mis metas. Básicamente esta es una de las razones por las que el jazz es una forma de arte fuerte, porque tenemos que trabajar muy duro”.

Con las grabaciones para el sello Riverside, fundado por Keepnews y Bill Grauer en 1953, Thelonious Monk pasó gradualmente de ser el músico extravagante que muchos rehuían para convertirse en un icono del jazz. A pesar de que como productor tuvo una larga relación con el pianista y compositor, Keepnews realmente no llegó a conocerlo a fondo, como recuerda en una charla telefónica desde su casa en San Francisco. “Pienso que me acerqué a él como muy poca gente, pero, al igual que otros músicos que trabajaron mucho con él, la música era el factor principal de nuestra relación. Es una pregunta difícil de contestar con precisión, porque por supuesto había elementos en nuestra relación aparte de la música. Por ejemplo, su hijo y mi hijo mayor son casi de la misma edad. Cuando trabajaba con Monk ambos éramos padres de niños pequeños, y tuvimos conversaciones al respecto. Pero estoy seguro que nunca habría habido una relación con él, de no haber sido por el elemento profesional. Y, como todos sabemos, era muy reservado, un hombre muy privado, no lo conocías más de lo que él quería que lo conocieras”.

Irónicamente, cuando Monk dejó de trabajar con Keepnews llegó el reconocimiento masivo: la famosa portada en la revista Time, los artículos laudatorios en revistas especializadas que antes lo ignoraban, el notable incremento en el pago por sus actuaciones y las grabaciones para Columbia. Por ello, no deja de ser irónico que a Keepnews le hayan ofrecido coordinar la reedición de las grabaciones que no fueron producidas por él. Sin embargo, acabó por aceptar un trabajo que, en sus palabras, fue “extrañamente fascinante”.

A través del teléfono se percibe una leve mueca de ironía en sus palabras, pero en la inflexión de la última frase se nota que aparece una sonrisa. “Básicamente estaba de regreso con el artista donde lo había perdido. Y obviamente no es lo mismo tratar de evaluar y reevaluar el trabajo que había hecho para otros. Pero era una oportunidad interesante. Dejé de ser tan consciente del hecho y sólo usé mis ideas y mis propias opiniones, particularmente en The Columbia Years, donde tuve la libertad de elegir el material que mejor representa a Monk en los sesenta. Fue muy divertido poder repensar las cosas desde ese punto de vista”.

En la caja de tres discos Thelonious Monk. The Columbia Years (1962-1968) hay suficientes evidencias de que para Keepnews fue un placer retornar al punto en que había dejado a Monk. En lugar de utilizar el orden cronológico, agrupó el material en sesiones de estudio a piano solo, con cuarteto, trío y big band, para concluir con las grabaciones en vivo, tanto en festivales como en clubes. Las indispensables reediciones abarcan también los álbumes dobles Thelonious Monk in Tokio, disponible por primera vez en cd fuera de Japón, y Live at the Jazz Workshop, que ofrece 26 minutos de música inédita.

Al comentar su trabajo como productor de la edición de la caja de tres discos Thelonious Monk. The Columbia Years (1962-1968), Keepnews se incomoda cuando se le recuerda que algunos críticos han tratado de disminuir las virtudes de Monk en este periodo, en comparación con lo que había grabado con Riverside o Prestige. “Pienso que es ridículo, las comparaciones están más allá del punto de discusión: es Thelonious Monk en un periodo de su vida, y hay Monk en otros periodos. Reservo mi ira para los críticos que piensan que son capaces de decirnos lo que es un Monk bueno o un Monk malo o no tan bueno. De cualquier forma –agrega con sorna–, tiendo a tener una opinión muy pobre sobre la crítica de jazz, no creo que haya una apreciación muy clara de lo que sucede en la música. Me molesta que algunas de estas personas descalificadas me digan a mí o a cualquiera lo que está bien y lo que no está bien de Monk. De hecho me enoja mucho y me vuelvo muy cerrado sobre la crítica, así que mejor salgámonos del tema”, dice con una carcajada que rubrica una advertencia que no hay que tomar a la ligera, sobre todo si proviene de un viejo león como Orrin Keepnews.