Aunque no figura en las listas, New York – Love Songs, de Kenny Werner, es uno de los grandes discos que llegaron a Buenos Aires en 2011. Así, al menos, lo cree Jorge Fondebrider, quien firma estas reflexiones.
Sin riesgo no hay ganancia
Largamente se ha hablado en Minton's y alrededores del último Buenos Aires Jazz, donde, afortunadamente, hubo de todo. Y digo "afortunadamente" porque no todos compartimos la misma cabeza. Así, hubo quien salió encantado de escuchar a Nguyen Lê y quien no, como quien disfrutó con la versión que Paolo Fresu trajo de sí mismo y quien se sintió estafado. Estas cosas pasan y está bien que así sea. Sin embargo, tengo la impresión de que casi todos nos sentimos un tanto defraudados por Kenny Werner. El trío con que abrió el festival gustó sin entusiasmar (en todo caso, fueron más los que quedaron deslumbrados por el baterista Ari Hoenig que por el líder del grupo). El piano solo del Teatro Regio fue francamente pomposo y soporífero: un único tema de aproximadamente una hora y cuarto que desafió la paciencia del público, al punto que, pasada la hora, muchos se levantaron y comenzaron a irse.
Entonces, ¿fue un error haber traído a Kenny Werner? Me permito creer que no. Si bien su carrera es despareja, es uno de los grandes pianistas de la actualidad y muchos de sus discos –pero no todos– deben destacarse como muy buenos discos de jazz. Y si muchas veces el oyente no termina de entusiasmarse es porque, lamentablemente para Werner –como para otros muchos pianistas de su generación– pesa sobre todos nosotros la ominosa sombra de Keith Jarrett, con quien Werner a veces comparte más de un rasgo. Traerlo, entonces, fue, antes que nada, correr un albur, decidirse por el riesgo. Podía salir bien como podía salir no tan bien. ¿En qué me apoyo para imaginarme lo primero? En que uno de sus últimos discos, New York – Love Songs, editado por el muy buen sello francés Out Note (ver catálogo aquí) en 2010 es, seguramente, uno de los mejores discos que llegaron a Minton's el año pasado. Lamentablemente, eso sucedió poco antes de los conciertos porteños que empañaron un tanto la reputación local de Werner, desanimando a los hipotéticos destinatarios de esa grabación. Dicho lo cual, es tiempo de subsanar el error y escuchar los ocho temas improvisados en el estudio, que el pianista dedica a distintos lugares de Nueva York. Se trata de uno de esos grandes momentos que el jazz de vez en cuando nos reserva y le abren una nota de crédito a Werner para alguna ulterior visita a nuestra ciudad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario