sábado, 21 de noviembre de 2015

Mariano Loiácono Quinteto en Thelonious

El pasado jueves 19 de noviembre, el Maríano Loiácono Quinteto presentó Black Soul y Diego Fischerman da cuenta de ello en el diario Página 12 de hoy. Según dice la bajada: “El álbum fue grabado en vivo en Thelonious y también presentado allí, cinco meses más tarde. Y el grupo demostró que no sólo es capaz de comenzar con un nivel de energía asombroso sino que ésta, a lo largo de todo un concierto, lejos de disminuir se acrecienta”.

Aplanadora, pero con sutileza

El Quinteto de Mariano Loiácono tiene una virtud infrecuente. Como si se alimentara de su propia fuerza, no sólo es capaz de comenzar con un nivel de energía asombroso sino que ésta, a lo largo de todo un concierto, lejos de disminuir se acrecienta. Aplanadora sin frenos y en bajada, diría alguno. Pero lo realmente soprendente es que esa potencia arrolladora –y es que se escuchan pocos grupos tocar a esa velocidad, con esa sensación de urgencia, y con tanta perfección–, está llena, a la vez, de sutileza y detalles.

Cada solo es un ejemplo de meticulosa construcción, cada planteo de un tema es de un rigor extremo. La interacción es exquisita. Y todo sucede con el más alto de los voltajes imaginables. Es casi una obviedad, pero en el lenguaje elegido por Loiácono y su grupo, heredero del que fraguó en el sello Blue Note a finales de la década de 1950 y comienzos de la siguiente, estas características además de excepcionales son imprescindibles. Sin una técnica depuradísima, esta música es imposible de tocar. Y sin esa energía, aunque todas las notas estén en el lugar correcto, lo que suena es una sombra pálida de lo que debería ser. Tal vez por eso el grupo eligió que su último disco, Black Soul, recién publicado gracias a la producción de Justo Lo Prete y Fernando Roveri, fuera una grabación en vivo. El registro fue realizado en Thelonious Club en julio de este año. Y enrulando el rulo, la presentación en vivo del disco en vivo tiene lugar en el mismo club, a la sazón uno de los más bellos y acogedores lugares para el jazz que puedan imaginarse.

Hay un plus que tiene que ver con la presencia –y la cercanía– del público. Hay algo en la gestualidad del quinteto, en sus encuentros, sus sonrisas y sus guiños, que se refleja en la música y que enciende a los oyentes. Y algo de esa excitación del que escucha que vuelve, renovada, a quien está tocando. Podría decirse, con un dejo de arbitrariedad, que ésta es una música para ser tocada –y ser escuchada– en vivo. Es mérito del disco, eventualmente, que ese clima permanezca allí. La experiencia de tenerlos delante, no obstante, es intransferible. Los temas propios –el que le da título al álbum, “It’s All About Timing”, que el trompetista dedicó a su maestro y amigo George Garzone–, en la ilustre compañía de autores como el trompetista Woody Shaw –el fulminante “To Kill a Brick”–, brillan por su capacidad de síntesis y por funcionar como materiales exactos para la improvisación.

Mariano Loiácono, que sorprendió con su impactante noneto hace dos años y a través de las actuaciones de sus propios grupos –de rara estabilidad en el medio local–, en el nuevo trío sin batería del pianista Adrián Iaies o junto a la cantante Barbie Martínez, se ha consolidado como uno de los músicos más importantes del jazz argentino. Con un notable control de su instrumento, un sonido pleno y expresivo, y un fraseo siempre preciso, tanto en la trompeta como en el fliscorno (o flügelhorn, si se prefiere), ha desarrollado un estilo llamativamente maduro. Su hermano Sebastián, dueño de un timbre de homogeneidad y potencia notables, piensa sus solos armónicamente y es capaz de desarrollos verdaderamente sorprendentes. Lo Vuolo une una digitación prodigiosa con una manera siempre sorpresiva de subdividir rítmicamente y, en la base, Jerónimo Carmona fime en la marcación e inspirado en sus solos, y Eloy Michelini, con el balance justo entre exactitud y explosión, son piezas fundamentales de la cohesión y el sentido de fuerza que transmite el quinteto. Un “alma negra” que va más allá de las palabras.


miércoles, 18 de noviembre de 2015

Brandford Marsalis y su cuarteto en el Teatro Colón

“El deslumbrante saxofonista expuso su tesis sobre el jazz y fue ovacionado junto a los músicos que lo acompañaron.” Tal es la bajada de la cobertura realizada por Diego Fischerman sobre el concierto que el cuarteto de Branford Marsalis diera en el Teatro Colón, a modo de clausura del Buenos Aires Jazz 2015.  Publicada en el diario Página 12 del 17 de noviembre pasado, ha servido, entre otras cosas, para discutir en las redes sociales sobre la responsabilidad de los críticos, las opiniones públicas y privadas y el gusto en general. También para dar cuenta de una muy buena noche de música.

Los significados están en el swing

Hay ocasiones en que la exposición y argumentaciones son tan claras que hasta sobra el clásico “como queríamos demostrar”. En Branford Marsalis, sin duda uno de los saxofonistas más importantes de las últimas décadas, en las características del grupo que ha formado y en la elección del repertorio, nada es casual. Todo conduce a una cierta tesis acerca del jazz. Hay otras, desde ya, pero la suya, que podría resumirse en una valoración del aspecto lúdico y festivo, en una militante reivindicación del melodismo –incluso en instrumentos poco propicios como el contrabajo y la batería– y en la recuperación de ciertas zonas perdidas de la tradición del género, difícilmente pueda ser defendida con mayor altura.

Marsalis eligió, para comenzar, “The Mighthy Sword”, el tema que abría su último disco en estudio grabado en cuarteto, Four MFs Playin’ Tunes, de 2012. La referencia a cierta matriz melódica tropical, y sobre todo la estructura asimétrica de la composición de Joey Calderazzo –el pianista anterior del cuarteto–, se conectaba con una filiación que se hizo explícita en el tercer tema, “The Windup”, de Keith Jarrett. Casi olvidado como autor –incluso por sí mismo–, Jarrett fue uno de los creadores más originales en la década del 70. Y lo era con ese estilo que luego tuvo como principal continuador a Pat Metheny, en el que las enseñanzas de Ornette Coleman se conectaban con los folklores rurales de los Estados Unidos, con ciertos aires de calipso o de pop, y con un gesto de liviandad gozosa.

Entre ambos temas, el cuarteto tocó otra pieza para marcar territorio: “In a Mellow Tone”, de Duke Ellington. Nada de eso hubiera significado gran cosa, sin embargo, de no haber sido tocado como lo fue. Marsalis, como instrumentista, es deslumbrante. Su capacidad para subdividir rítmicamente de la manera menos pensada y con la mayor de las naturalidades es asombrosa. Su sonido en el tenor es bello, de gran entereza, potente y a la vez aterciopelado. Pero en el soprano, donde logra una afinación, una direccionalidad y homogeneidad extraordinarias, aun en los sonidos más débiles, y una exquisita gradación del vibrato, roza el terreno de lo imposible. Su manera de pensar los solos es siempre melódica. Y en ese sentido, la interacción con el grupo está signada en los mismos principios. Justin Faulkner, reemplazante de Tain Watts que hizo su aparición discográfica en Four MFs Playin’ Tunes, cuando tenía 18 años, es un baterista absolutamente único. Comenta permanentemente, canta con su instrumento, en la mejor tradición de músicos como Max Roach, y une impulso motor y sutileza tímbrica. El contrabajista, Russell Hall, es de una solidez a toda prueba, con un sonido lleno, poderoso, y una seguridad rítmica infalible. Y el pianista Samora Pinderhughes, con una técnica sumamente atípica y heterodoxa, dueño de un gran dominio armónico y con un estilo sumamente personal, resulta otra de las piezas clave.

Con el marco de un Teatro Colón lleno hasta el tope y un público particularmente efusivo, el cierre de la edición 2015 de Buenos Aires Jazz fue un verdadero festejo. Una exquisita balada de Calderazzo, “As Summer into Autumn Lips” (nuevamente del álbum Four MFs Playin’ Tunes), e “In the Crease” (incluido en Contemporary Jazz, ganador del Grammy en 1999) prepararon el terreno para el final: el blues “St. James Infirmary”, que Louis Armstrong grabó por primera vez en 1928, y que mostró de manera ejemplar el movimiento de pinzas establecido por el grupo, señalando una tradición y, al mismo tiempo, releyéndola desde un lenguaje propio. Una versión de “Oblivion”, de Astor Piazzolla, con la participación como invitada de la bandoneonista Shinjoo Cho, amiga de músicos amigos de Marsalis que se encontraba incidentalmente en Buenos Aires, fue el primer bis. Para el segundo, retornó Ellington con un tema cuyo título bien podría ser el del concierto en su totalidad: “It Don’t Mean A Thing (If It Ain’t Got That Swing)”. No significa nada si no tiene swing y, obviamente, también lo contrario. Si tiene swing, se llena de significados.