Uno de esos artículos que Diego Fischerman publica en México y de los cuales ni siquiera nos enteramos. En esta oportunidad, el protagonista es Henry Threadgill.
“Nunca cambio de grupo por razones de marketing o de pura novedad. Sólo cambio cuando cambia mi manera de componer. Cuando esto sucede, comienzo a escuchar instrumentos y orquestaciones, y tengo que sacar afuera exactamente eso que está sonando en mi cabeza. Puedo escuchar cuatro, cinco o seis instrumentos a la vez. Pero, ¿cuáles son exactamente los colores que estoy escuchando? ¿Es un tambor metálico de Trinidad y Tobago o un armonio? ¿Es una pipa (especie de laúd tradicional chino) o un oud (laúd persa que dio origen al instrumento europeo)? ¿Estoy escuchando allí un cello o dos?”. Podría ser apenas una frase. Y tratarse, justamente, de una cuestión de marketing y de novedad pura. Pero no. Es el correlato exacto de una obra asombrosa, donde no hay un paso igual al anterior y en que, entre uno y otro, transcurre precisamente el tiempo que considera necesario Herry Threadgill, un notable saxofonista de jazz, o, más bien, un multiinstrumentista, compositor y factotum de varios de los proyectos musicales más inmovadores e interesantes en un poco más de tres décadas.
En el caso de sus luminosas últimas producciones, dos volúmenes llamados de la misma manera –This Brings Us To Vol. 1 y II– editados por un sello independiente, Pi Recordings, dedicado exclusivamente a publicar su obra, llegan, lejos de cualquier lógica comercial o mediática, después de nada menos que ocho años de silencio discográfico.
El grupo con el que Threadgill toca actualmente se llama Zooid, una palabra que designa a una clase de célula capaz de moverse independientemente dentro de un organismo vivo. Algo bastante similar a lo que sucede en la música. Allí, esta singular combinación de saxo, flauta, clarinete bajo (o lo que a Theadgill se le ocurra) con guitarra acústica, trombón o tuba, guitarra acústica baja y batería mantiene unidas una cantidad de particulas casi autónomas. Finalmente, el viejo juego del jazz, esa tensión entre libertad y control que se encuentra en el núcleo de su estética más allá de las evoluciones, las épocas y los estilos. Una polirritmia y un contrapunto intrincadísimos, y el diálogo de la modernidad con las antiguas tradiciones de Nueva Orleans y el Sur Profundo coexisten, eventualmente, con una sensación de frescura y espontaneidad altamente infrecuentes.
La historia de Zooid tiene, curiosamente, la misma duración que el hiato desde sus producciones anteriores. Y la repetición de un patrón. En 2001 había editado, también, dos discos juntos, uno con el grupo eléctrico Make a Move (cuya grabación anterior era de cinco años antes) y otro con el entonces nuevo Zooid. Ocho años de trabajo después, aparecen los nuevos registros del quinteto. Las instrumentaciones suelen ser llamativamente originales –el cello en su sexteto de siete integrantes (se llamaba Sextett pero se trataba, en efecto, de siete), las dos tubas de Very Very Circus, su extraordinario grupo de mediados de los noventa, el hubkaphone (un juego de tazas de distintos tamaños)–. Y en toda su obra se verifican influencias que van desde la música balinesa hasta la atonalidad libre, Francis Poulenc o, por último pero lejos del último lugar en importancia, el be-bop y, más atrás, la historia total del jazz. Sobrevuela, además, el espíritu de la AACM (Association for the Advancement of Creative Musicians) de la que Threadgill fue uno de los creadores y de la que formaron parte músicos como Muhal Richard Abrams, Anthony Braxton, el violinista Leroy Jenkins y el Art Ensemble of Chicago, una de las más formidables invenciones surgidas de ese caldo de cultivo donde se juntaba la militancia africanista, el free jazz, los hijos de la poesía beat y la herencia pop de los pintores del expresionismo abstracto. Pero cada uno de sus grupos tiene una personalidad y un sonido propio. Y el sonido, en este caso, es mucho más que una cuestión meramente tímbrica. Que una de las voces más originales del jazz del siglo XXI sea un hombre de 67 años, en todo caso, está lejos de ser un dato casual. Threadgill forma parte del último gran movimiento colectivo que revolucionó el rumbo del género.
Y la monumental retrospectiva que acaba de editar el exclusivísimo sello Mosaic (5000 copias numeradas que se venden sólo por correo pero que en Buenos Aires pueden conseguirse en –y gracias a– Minton’s) lo pone en escena de manera inmejorable. Se trata de ocho Cds que reúnen todas las grabaciones del fundamental trío Air (que conformaba junto al contrabajista Fred Hopkins y el baterista Steve McCall) y de los grupos posteriores de Threadgill para los sellos Arista/Novus y Columbia. Un corpus donde la unidad de estilo está dada por el cambio permanente y por una inclaudicable imprevisibilidad.
También llega a Minton’s, con frecuencia, la notable Complete Black Saint/ Soul Note editada por CamJazz: una cajita de 7 Cds y precio más que amable, que incluye grabaciones de Air –entre ellas la que tiene a una joven Cassandra Wilson como cantante–, Very Very Circus, variadísimas formaciones –en el sexto disco de la caja, Song Out of my Trees– y el formidable cuarteto de flautas Flute Force Four, con James Newton (se recomienda recorrer su producción para el sello India Navigation, en los 70), Pedro Eustache y Melecio Magdaluyo.
La célula independiente
“Nunca cambio de grupo por razones de marketing o de pura novedad. Sólo cambio cuando cambia mi manera de componer. Cuando esto sucede, comienzo a escuchar instrumentos y orquestaciones, y tengo que sacar afuera exactamente eso que está sonando en mi cabeza. Puedo escuchar cuatro, cinco o seis instrumentos a la vez. Pero, ¿cuáles son exactamente los colores que estoy escuchando? ¿Es un tambor metálico de Trinidad y Tobago o un armonio? ¿Es una pipa (especie de laúd tradicional chino) o un oud (laúd persa que dio origen al instrumento europeo)? ¿Estoy escuchando allí un cello o dos?”. Podría ser apenas una frase. Y tratarse, justamente, de una cuestión de marketing y de novedad pura. Pero no. Es el correlato exacto de una obra asombrosa, donde no hay un paso igual al anterior y en que, entre uno y otro, transcurre precisamente el tiempo que considera necesario Herry Threadgill, un notable saxofonista de jazz, o, más bien, un multiinstrumentista, compositor y factotum de varios de los proyectos musicales más inmovadores e interesantes en un poco más de tres décadas.
En el caso de sus luminosas últimas producciones, dos volúmenes llamados de la misma manera –This Brings Us To Vol. 1 y II– editados por un sello independiente, Pi Recordings, dedicado exclusivamente a publicar su obra, llegan, lejos de cualquier lógica comercial o mediática, después de nada menos que ocho años de silencio discográfico.
El grupo con el que Threadgill toca actualmente se llama Zooid, una palabra que designa a una clase de célula capaz de moverse independientemente dentro de un organismo vivo. Algo bastante similar a lo que sucede en la música. Allí, esta singular combinación de saxo, flauta, clarinete bajo (o lo que a Theadgill se le ocurra) con guitarra acústica, trombón o tuba, guitarra acústica baja y batería mantiene unidas una cantidad de particulas casi autónomas. Finalmente, el viejo juego del jazz, esa tensión entre libertad y control que se encuentra en el núcleo de su estética más allá de las evoluciones, las épocas y los estilos. Una polirritmia y un contrapunto intrincadísimos, y el diálogo de la modernidad con las antiguas tradiciones de Nueva Orleans y el Sur Profundo coexisten, eventualmente, con una sensación de frescura y espontaneidad altamente infrecuentes.
La historia de Zooid tiene, curiosamente, la misma duración que el hiato desde sus producciones anteriores. Y la repetición de un patrón. En 2001 había editado, también, dos discos juntos, uno con el grupo eléctrico Make a Move (cuya grabación anterior era de cinco años antes) y otro con el entonces nuevo Zooid. Ocho años de trabajo después, aparecen los nuevos registros del quinteto. Las instrumentaciones suelen ser llamativamente originales –el cello en su sexteto de siete integrantes (se llamaba Sextett pero se trataba, en efecto, de siete), las dos tubas de Very Very Circus, su extraordinario grupo de mediados de los noventa, el hubkaphone (un juego de tazas de distintos tamaños)–. Y en toda su obra se verifican influencias que van desde la música balinesa hasta la atonalidad libre, Francis Poulenc o, por último pero lejos del último lugar en importancia, el be-bop y, más atrás, la historia total del jazz. Sobrevuela, además, el espíritu de la AACM (Association for the Advancement of Creative Musicians) de la que Threadgill fue uno de los creadores y de la que formaron parte músicos como Muhal Richard Abrams, Anthony Braxton, el violinista Leroy Jenkins y el Art Ensemble of Chicago, una de las más formidables invenciones surgidas de ese caldo de cultivo donde se juntaba la militancia africanista, el free jazz, los hijos de la poesía beat y la herencia pop de los pintores del expresionismo abstracto. Pero cada uno de sus grupos tiene una personalidad y un sonido propio. Y el sonido, en este caso, es mucho más que una cuestión meramente tímbrica. Que una de las voces más originales del jazz del siglo XXI sea un hombre de 67 años, en todo caso, está lejos de ser un dato casual. Threadgill forma parte del último gran movimiento colectivo que revolucionó el rumbo del género.
Y la monumental retrospectiva que acaba de editar el exclusivísimo sello Mosaic (5000 copias numeradas que se venden sólo por correo pero que en Buenos Aires pueden conseguirse en –y gracias a– Minton’s) lo pone en escena de manera inmejorable. Se trata de ocho Cds que reúnen todas las grabaciones del fundamental trío Air (que conformaba junto al contrabajista Fred Hopkins y el baterista Steve McCall) y de los grupos posteriores de Threadgill para los sellos Arista/Novus y Columbia. Un corpus donde la unidad de estilo está dada por el cambio permanente y por una inclaudicable imprevisibilidad.
También llega a Minton’s, con frecuencia, la notable Complete Black Saint/ Soul Note editada por CamJazz: una cajita de 7 Cds y precio más que amable, que incluye grabaciones de Air –entre ellas la que tiene a una joven Cassandra Wilson como cantante–, Very Very Circus, variadísimas formaciones –en el sexto disco de la caja, Song Out of my Trees– y el formidable cuarteto de flautas Flute Force Four, con James Newton (se recomienda recorrer su producción para el sello India Navigation, en los 70), Pedro Eustache y Melecio Magdaluyo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario