“El álbum
con dos CD, que incluyen 69 pistas con tomas alternativas descartadas y
entradas fallidas de Parker, es presentado por el sello Universal como un
acontecimiento histórico, y en parte lo es, pero no deja de ser también, como
diría Kundera, un testamento traicionado”, dice la bajada de la nota que Diego Fischerman publicó en Página 12, el pasado 25 de septiembre.
Un disco conceptual involuntario
Podría pensarse Unheard
Bird como un disco conceptual involuntario. Las obras conceptuales cambian
lo que está alrededor de ellas. Funcionan como bisagras. Obligan a pensar y
volver a pensar aquello que parecía absolutamente claro antes de su existencia.
Nada sería igual en las artes plásticas sin el mingitorio de Duchamp y nada
sería igual en la música sin los 4’33” de John Cage, esa pequeña inmersión en
el silencio –y en la reformulación del ritual del concierto– que pondría en
tela de juicio al sonido mismo.
Sin embargo, ya se sabe, un
mingitorio no es exactamente la clase de obra que alguien querría colgar en su
casa y nadie –o casi nadie– compraría un disco con una colección de versiones
de 4’33” para solazarse con su repetida –y silenciosa– escucha. El rechazo de
esas obras por las formas tradicionales de circulación y los esquemas
establecidos del gusto es, eventualmente, parte del “concepto” que se ocupan de
poner en escena. Son obras geniales. Son imprescindibles. Pero, en general,
alcanza con que a uno se las cuenten. Un álbum con dos CD, que incluyen 69
pistas con tomas alternativas descartadas originalmente y entradas fallidas de
Charlie Parker, tiene algo de eso. Es importante. Se trata de un documento
único. Pero son muy pocos los que podrían encontrar alguna clase de regocijo en
su audición.
Concebir esta edición –que el sello
Universal presenta como evento histórico– como un concepto, aun impensado. tal
vez sea generoso. Quizá se trate solamente de algo tan fallido como el material
que lo constituye. De una idea condenada al fracaso desde su propia
formulación. De algo pensado por productores discográficos y no por
escuchadores de música. Un álbum con grabaciones inéditas de Charlie Parker
suena a descubrimiento del arca perdida hasta el momento exacto en que se
descubre que de las 69 pistas más de la mitad ronda el minuto de duración o aún
menos, como la entrada fallida de la toma 1 del tema bautizado “Z”, de apenas 7
segundos. Y, no obstante, hay algo de atractivo en todo ello. Algo de
voyeurismo monstruoso, un poco como en el volumen de infidencias sobre Borges
que Bioy escribió en privado y sus editores hicieron público. Escuchar la
lenta, trabajosa construcción de la grabación de un tema de Parker, las
dificultades de los músicos para entender la construcción, para familiarizarse
con los saltos melódicos y las armonías cambiantes –muchas de las tomas
incompletas se deben a errores de Gillespie, por ejemplo– tiene algo de
impúdica enseñanza.
Para un estudioso del arte, para un
alumno de saxo, o de historia del jazz, puede, finalmente, resultar fascinante
escuchar todo aquello que los músicos jamás quisieron que escuchara.
Testamentos traicionados, diría Milan Kundera. Historia viva, afirmarían otros.
De las grabaciones incluidas, abarcando contextos y formaciones instrumentales
que van del cuarteto y el quinteto a registros con big bands, con la orquesta
“latina” de Machito o con cuerdas, y registradas entre 1949 y 1952, no todo es
morralla, a pesar de todo. Algunas de las tomas alternativas –las dos de “Okie
Dokie”, las de “Night and Day” y “What is This Thing Called Love”, por ejemplo–
son magistrales. Pero resultan poco a la hora de justificar la edición
completa. Un solo disco con una selección de las tomas descartadas e inéditas
podría haber resultado atractivo. El criterio de agrupar todas las tomas de un
tema, incluyendo al final el master que se publicó en su momento, en cambio,
puede funcionar si el objetivo es el estudio y el análisis pero en los hechos,
y si de placer se trata, convierte los dos discos en algo inescuchable.
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