Diego Fischerman escribe en Página 12
de hoy sobre los dos últimos discos de Brad
Mehldau. En la bajada que precede a la nota se lee: “Con su notable trío, y
en dúo con el saxofonista Joshua Redman,
respectivamente, el gran pianista lleva el arte de la canción a un punto de
belleza y virtuosismo extremos.”
Esa vieja savia creativa
Alguien que llamó a sus primeros discos “El arte de la
canción” algo quería decir al respecto. El jazz se basa, en gran medida, en
canciones. Y, también, en subvertirlas. Y sus grandes músicos siempre tuvieron
claro que una parte del juego implicaba necesariamente a la otra. Si hubiera
alguna duda, allí está aquella famosa anécdota de Ben Webster, que interrumpió
de golpe un solo, en una grabación, ante la sorpresa de todos, y argumentó que
no podía seguir porque había olvidado la letra. Brad Mehldau, uno de los
pianistas más importantes de la camada post Jarrett, ha hecho de esa tensión
entre una estructura fija –y una cierta información afectiva– y las formas de
hacerla elástica una de sus marcas de fábrica. Y en dos discos recién
publicados –y ambos editados milagrosamente en la Argentina– lleva ese esquivo
arte de la canción –y del jazz– a un punto de belleza y virtuosismo extremos.
En Blues and Ballads Mehldau se
presenta con su notable trío, que completan Larry Grenadier en contrabajo y el
baterista Jeff Ballard. En Nearness se
trata de un luminoso dúo con el saxofonista Joshua Redman. El título remite a
dos cosas. A una canción, la hermosa “The Nearness of You”, de Hoagy Carmichael
y Ned Washington, que se estrenó en la película Romance en la oscuridad, de
1938 y se convirtió en hit dos años después, en la versión de la orquesta de
Glenn Miller con Ray Eberle como cantante. Y, claro, a la indudable cercanía
que une a los dos músicos. Mehldau fue el pianista del cuarteto de Redman e
intervino en el álbum Moodswing,
de1994, antes de comenzar su carrera como líder –más adelante volvería a
hacerlo en Timeless Tales (for Changing
Times), de 1998–. En 2010, Redman participó del disco Highway Rider, de Mehldau, y en 2013, el pianista tocó, fue uno de
los orquestadores y produjo Walking Shadows,
del saxofonista.
Pocas cosas son más fáciles, para
un músico de jazz, que tocar un blues. Y pocas cosas son más difíciles que
expresar algo interesante con él. Algo similar podría decirse de las baladas
clásicas del género. Suelen ser tan perfectas en sí mismas, tan tentadoramente
“fáciles”, que la dificultad reside es no arruinarlas. O, sin llegar tan lejos,
en no poder decir a partir de ellas algo más que lo que la tradición ya ha
construido. Y tanto en el disco en trío como en el dúo, parte del secreto del
éxito es la exquisita interacción. Mehldau, un pianista que hace del
acompañamiento –incluso cuando se acompaña a sí mismo– una voz con peso propio,
jamás funciona en un solo nivel de significado.
Sus voces se entrelazan y, a la
vez, se entrelazan con las de los músicos con los que toca. Es, a la manera de
Oscar Peterson o John Lewis, un maestro sorprendente en conciliar el
virtuosismo con el difícil arte de dejar espacios libres –y de crearlos para
otros–. Y, en uno y otro disco, trabaja de manera precisa la idea de expansión.
En Blues and Ballads, por ejemplo,
una secuencia acórdica primaria, como la de “Since I Fell You” (I-IV-V, es
decir apenas un acorde resolutivo, uno de tensión media y uno de tensión) se
convierte en una exploración de más de diez minutos en la que no hay ni asomo
de rutina o repetición. O “And I Love Her”, de The Beatles desemboca en un
asombroso ejercicio de exprimentación rítmica.
Como Jarrett, aunque por otros
caminos, la recurrencia a temas conocidos –en el caso de Mehldau no sólo los
consabidos standards del género sino piezas de Radiohead, Beatles o Stufjan
Stevens– es una manera de diferenciar figura y fondo. Es en el contraste con
esos trazos reconocibles por la memoria donde se ponen en escena los
microscópicos –y siempre sorprendentes– procedimientos de Mehldau. En Nearness, estos “fondos familiares” –un
“Ornithology” que no se parece a ninguno anterior, donde las cascadas de notas
se convierten en un material de naturaleza esencialmente distinto del de
Parker; un “In Walked Bud” que relee a Thelonious Monk desde una jubilosa
adivinanza con las acentuaciones– alternan con las composiciones propias, del
pianista y de Redman. En unos temas y en otros, prima la creatividad. Esa vieja
savia que, todavía, alimenta al jazz.
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