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sábado, 26 de septiembre de 2015

Surel, Segal & Gubitsch esta noche en el Centro Cultural Kirchner


Diego Fischerman publicó hoy en Página 12 la nota que sigue a propósito de la actuación de hoy de Tomás Gubitsch en el CCK.

Sin sobreactuar porteñidad

Tal vez tenga que ver con el prestigio que algunos géneros musicales detentan. Lo cierto es que quien se convirtió en leyenda por haber formado parte del grupo Invisible en su cenit, acabó siendo recordado como el guitarrista de un grupo de Piazzolla de breve existencia y que jamás tocó en este país y, en la antesala, de Generación Cero, un grupo casi secreto de Rodolfo Mederos. Será por eso que Tomás Gubitsch, virtuoso de la guitarra pero también extraordinario compositor, autor de música de películas, de piezas sinfónicas y de cámara y, en la actualidad, parte de un trío deslumbrante que hoy se presentará en Buenos Aires, ocupa el lugar de artífice de un improbable tango moderno en el exilio.

En rigor no es más fácil, ni más preciso, ubicarlo en el jazz, a pesar de que ha tocado con luminarias del género enpezando por Stéphane Grappelli, el mismo violinista que había tocado con Django Reinhardt. Ni en la música de tradición académica, aun cuando varios grupos y solistas de importancia interpretan sus composiciones: el trío francés K/ D/ M tocó dos obras suyas recientemente en el Centro Experimental del Teatro Colón, dentro del ciclo Antidiásporas. Por razones generacionales, y por la sensación de un lenguaje en común, aun cuando confiesa que no es mucho el rock que escucha –o que le interesa– en la actualidad, sigue pensándose como un músico de rock. Al fin y al cabo allí obtuvo su educación sentimental y lo hizo en una época en la que, en sus propias palabras, “allí cabían todas las músicas”.

Es la primera vez, cuenta Gubitsch, que no se trata de su grupo sino de un trío de pares, que lo incluye. Los otros dos integrantes son el violinista Sébastien Surel y el violoncellista Vincent Segal. Ambos tocan en grupos de cámara pero tampoc en sus casos eso alcanza para definir sus perfiles. Surel ha sido, además, parte del grupo del acordeonista Richard Galliano durante años. Y Segal fue compañero de ruta de Sting, Blackalicious, Naná Vasconcelos, Césaria Evora, Elvis Costello, Alexandre Desplat, Marianne Faithful, Lhasa y Tricky, entre muchos otros. Ayer dieron un taller de composición e improvisación integrada en la estructura ante una multitud, en el Centro Cultural Kirchner. Y hoy actuarán a las 20.30, en la Sala Argentina de ese complejo. Aquello que para Gubitsch nació, en su niñez, de la doble advocación de La consagración de la primavera de Stravinsky y de Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band de The Beatles, tiene allí, en ese trío y en esa música que sólo puede describirse como una tromba arrasadora y llena a la vez de sutilezas, una expresión ideal.

“Ignoro qué hubiera pasado si no me hubiera quedado en Francia”, dice Gubitsch. “Esa relación con el tango, esa necesidad de reencontrar esta ciudad en la distancia, tal vez nunca hubiera aparecido.” La reflexión no es menor si se piensa que este es un grupo sin bandoneón, esa especie de señal automática de tanguidad. “No hay ese resguardo. De alguna manera ese sonido fija tanto la cuestión en lo porteño que uno después, en la música, puede hacer cualquier cosa.” Gubitsch, obviamente, no busca sonar porteño de manera expresa. Y sus compañeros de grupo, además, son franceses. “Me sorprendería, no obstante, que en esta música no hubiera un sonido que tuviera que ver con lo que escuché de chico”, dice.

Su historia es tan atípica como la de todos pero, claro, con la pátina del prodigio. Sus padres eran intelectuales, la casa estaba llena de libros y de visitantes tan ilustres como Jorge Luis Borges o el Mono Villegas. Probando una guitarra en una casa de música, lo escuchó un productor y le ofreció grabar. Tomás Gubitsch tenía 15 años y así lo conoció Mederos. Su hermano mayor (el chico de la tapa de El jardín de los presentes) era amigo de Gustavo, el hermano de Spinetta, y de ahí surgió una invitación a zapar en su casa del Bajo Belgrano. “Lo hablamos y decidimos pedirte que entres al grupo”, dice que le dijeron. Hacía muy poco había ido preso, como tantos, por haber ido a un recital de Invisible. La siguiente actuación del grupo, en el estadio Luna Park, lo encontraría en el escenario.

“Lo que más me preocupa en este momento es que haya una unidad en mi música. No pensar en términos de género, si se trata de rock o música de cámara. Aplico todo lo que sé y busco aquello que me gusta”, resume. Además de su actuación de esta noche, Gubitsch se presentará también el próximo viernes 2 de octubre en el Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti (Av. del Libertador 8151) junto a varios músicos argentinos: Carlos Casazza, Luis Nacht, Diego Schissi y Juan Pablo Navarro.


viernes, 25 de septiembre de 2015

Tomás Gubitsch en Buenos Aires, seis años después de su última visita.

Publicada en el diario La Nación, del 21 de septiembre, la siguiente entrevista entre Jorge Fondebrider y Tomi Gubitsch habla del presente del mítico guitarrista y del nuevo trío con que se presentará el sábado 26 en Buenos Aires.

"Las apariencias suelen ser engañosas también para el mundo sonoro"

Radicado en París desde hace casi cuatro décadas y a seis años de su última visita a la Argentina, el guitarrista y compositor Tomás Gubitsch habló con La Nación, antes de presentarse con un trío sorprendente, donde el virtuosismo y la inteligencia conviven con la calidad compositiva, el sábado 26 en la Sala “Argentina” del C.C. Kirchner.

–¿Qué pasó en su música entre su última visita a Buenos Aires y ésta?
Mi última visita fue en 2009, y no es nada sencillo resumir seis años de actividad. Fuera de los conciertos habituales, de las composiciones para diversos grupos de cámara u orquestas sinfónicas y de mis músicas para películas, creo que podría resaltar dos cosas que significaron cierto cambio en mi manera de  abordar mis diversas búsquedas (u obsesiones) musicales. La primera es la creación de un tríptico, "El Tango de Ulises", cuyas dos primeras partes fueron creadas en el Théâtre de la Ville, en el 2012 y el 2014 respectivamente. Es una suerte de reflexión sobre mis cuarenta años de exilio situación que, aclaro, vivo más como un privilegio que como un pesoque me impulsó no solamente escribir varias nuevas piezas, sino también a re-visitar buena parte de mis composiciones anteriores, pero transformándolas considerablemente. El epílogo será el 13 de mayo próximo, siempre en la misma  sala parisina, y, espero, me permita zarpar hacia otros rumbos. De hecho, reuniré dos de mis tríos actuales (uno, con Juanjo Mosalini y Eric Chalan y otro, con Sébastien Surel y Vincent Segal) y algunos invitados más... Creo que es hora de unificar mi trabajo, quizás porque, al fin y al cabo, todo lo que viví en Buenos Aires hasta 1977 y todo lo que viví en París desde entonces, forman parte de una única vida, la mía.  El segundo aspecto que cambió en estos años es más una cuestión de actitud. De tocar casi exclusivamente mi música con un grupo bastante acotado de grandes músicos y amigos, empiezo a ampliar mis colaboraciones con otros músicos, igualmente admirables. El trío de reciente formación, Surel, Segal & Gubitsch, es la prueba más palpable de este cambio operado en mí y que, indudablemente, representa un gran enriquecimiento musical personal. 

–Justamente, ¿por qué estos tres músicos?
Con Vincent Segal nos conocemos desde hace más de veinte años, hemos hecho grabaciones juntos y, de manera general, siempre nos tuvimos al tanto de nuestros recorridos. El suyo es extraordinariamente polifacético. Basta con decir que la primera vez que lo escuché fue tocando como pocos las “Suites para chelo” de J. S. Bach, con mencionar dos de sus dúos famosos, Bumcello o el que forma con Ballaké Sissoko y con citar apenas algunas de sus colaboraciones con gente como Sting, Blackalicious, Naná Vasconcelos, Cesaria Evora, Elvis Costello, Alexandre Desplat, Marianne Faithful, Keziah Jones, Lhasa, o Tricky. Lo inusitado y apasionante es que a pesar de la gran variedad de géneros que aborda, en ningún caso lo hace de manera turística, es un auténtico especialista y gran conocedor de todas esas músicas. Con Sébastien Surel nos conocimos en circunstancias imprevistas: de vacaciones, en medio de un pueblito perdido en las montañas del centro-sur de Francia, escuché un sonido maravilloso de violín tocando obras de Brahms, de Bartok y de Schönberg. Por su lado, él me escuchaba a mí trabajando mi instrumento. El encuentro no tardó y recién en ese momento supe que se trataba del violinista del Trio Talweg, cuyas versiones de los tríos de Ravel, Chaikovski y Shostakóvich  me habían fascinado. Luego me enteré de que, además de su actividad de concertista (la integral de los conciertos de Mozart, los de Mendelssohn, Beethoven, Sibelius o Barber forman parte de su repertorio) y de camarísta, también era un gran conocedor de música popular y que había tocado durante años con músicos como Richard Galliano. Muy poco tiempo más tarde me invitó a compartir un concierto en el Parc Floral con su trío de cámara y yo le pedí que formase parte del grupo con el que estrenamos la segunda parte de mi tríptico alrededor de la Odisea, intitulado "Todos los sueños, el sueño". Fue Sébastien el iniciador de la idea del trío que formamos desde hace algo más de un año. Cuando me lo sugirió, recuerdo haberle preguntado cuál era su  idea, el concepto del proyecto. "El sonido", me contestó. Fue suficiente para convencerme. ¿Acaso no hemos empezado todos nosotros a hacer música fascinados por ése fenómeno básico, la magia del sonido en sí? Esa misma noche llamó a Vincent, que estaba en Nueva York, y él se sumó inmediatamente a la propuesta. A su regreso a París, cada uno llevó un par de partituras, y cuando terminamos de tocar la primera, levantamos los ojos de los atriles y nos miramos un par de segundos con una sonrisa infantil dibujada en el rostro; una especie de alquimia difícilmente explicable acababa de nacer. Precisamente, el sonido. Y, agregaría, la calidad de escucha mutua. 

–Cuando uno los oye, pese a que la música nada tiene que ver, se imagina una especie de Shakti, el grupo que tenía John McLaughlin, pero con los pies bien plantados en la tradición occidental…
La comparación con Shakti es extremadamente halagadora. No obstante, creo que subsiste una diferencia fundamental: mientras lo esencial en las músicas de McLaughlin es la improvisación, a imagen del jazz, donde el tema puede casi ser pretexto, en el trío nuestro, la composición y el trabajo sobre la forma de las piezas es una cuestión central. Y si bien los episodios improvisados son frecuentes en nuestros temas, la idea es que formen parte de una estructura, es decir, de una manera de contar una historia. En ese sentido, como usted bien lo señala, estamos mucho más cerca de una concepción occidental de la composición. 

–La última imagen que dejó en el público local lo asociaba a usted más con el tango que con el rock u otros tipos de música. ¿Es realmente así? 
Con el tango ocurre algo que a esta altura me causa francamente gracia. Desde el principio lo abordé con un desenfado respecto de los códigos sacrosantos del género y, no obstante o quizás, gracias a ello, hoy mi nombre figura en enciclopedias tangueras. Lo cierto es que mi relación con el tango es siempre lo he dicho conflictiva. Hay cosas en él que me gustan y otras que detesto. Si mi música tiene cierto gustito porteño, es porque soy de aquí. Lo extraño sería si tuviese un sonido de Detroit o de Pekín, donde nunca viví.  Ahora bien, ¿qué ocurriría con mis composiciones tangueras si reemplazásemos el bandoneón por una batería, por ejemplo? ¿Seguirían siendo percibidas como tango? No estoy del todo seguro. Las apariencias suelen ser engañosas también en el mundo sonoro y, si fuese necesario para mí no lo es calificarme de algo, yo pienso que rockero, aunque más no sea por una cuestión de actitud, sigue siendo lo que más me corresponde. Me refiero a un rock en un sentido muy amplio, un rock imaginario, un rock que, en lo que me concierne, se fue sofisticando e incorporando colores de muchas otras paletas, y que se fue enriqueciendo de maneras de pensar y elaborar el material musical provenientes de la música llamada 'culta'. Pero inclusive si esas transformaciones fueron impulsadas por mis diversas experiencias en otros territorios, pienso que lo anacrónico y preocupante sería si yo siguiese haciendo el mismo rock que hice 40 años atrás. 


viernes, 17 de abril de 2015

Segunda fecha del ciclo de jazz del Centro Cultural de España en Buenos Aires

Concierto de Horacio Hurtado y Pablo Ledesma

Con la participación de Facundo Barreyra

7 de mayo 2015 – 19.00h

CCEBA Florida 943



Desde hace más de 15 años, Horacio Hurtado y Pablo Ledesma vienen desarrollando una amplia tarea de investigación y  exploración en el campo de la improvisación idiomática y no-idiomática que ha combinado trabajos con distintas formaciones y en diferentes contextos tales como conciertos y grabaciones, festivales nacionales e internacionales, además de tocar juntos en el extranjero en colaboración con músicos europeos y americanos, realizando  acompañamiento de películas del cine mudo, conciertos de música contemporánea con grupos de cámara y orquesta sinfónica. Para esta ocasión se les suma Facundo Barreyra en batería y bandoneón conformando un trío de libre exploración. En la segunda parte, la adición de un pequeño ensamble didáctico de seis músicos dirigido por Pablo Ledesma funcionará como contrapeso al discurso del trío. Con la participación de : Matías Formica (flauta), Mauro Rosal (trompeta), Juan Cruz Cerasa (clarinete y cl bajo), Juan Ignacio Macchioli (saxo tenor), Lisandro Giménez (cello), Pablo Ribot (guitarra).
Coordina: Javier Cánepa

viernes, 10 de abril de 2015

El Gato Barbieri hoy

El diario La Nación, de hoy, publicó la siguiente nota de Teodelina Basavilbaso, donde en el contexto de una entrevista, se describe la actualidad del Gato Barbieri.



Ceremonia íntima en Nueva York

En un departamento un poco desordenado, donde hay muchísimos discos, dos saxos en sus estuches, un piano que no funciona, varias fotografías –en dos de las cuales aparece Bill Clinton, una de ellas colgada en la sala de estar y la otra en el baño–, paredes con una capa de pintura gris un poco desprolija y sin terminar y una mesa atiborrada de píldoras y medicamentos, está él. Leandro Barbieri. Más conocido como el Gato. Está vestido con un jogging negro de Adidas y hace un gran esfuerzo por mirar el partido de fútbol que pasan por la televisión, ya que se ha quedado casi ciego, a causa de una degeneración macular. Tiene puesta una remera roja, anteojos y una cadenita con caballos colgando.

Su perfil es parecido al de don Vito Corleone, el personaje de la película El Padrino; también al de un típico porteño. Pero no es arrogante. Al contrario.

Faltan pocos días para el concierto que brindará en el Club de Jazz Blue Note, empero el cuerpo de Gato, bajo la luz cálida y hogareña que entra por la ventana, podría ser el de cualquier señor de 82 años. Pensar que ese cuerpo que se hunde en el sillón hoy fue el mismo que fotografió desnudo Alicia D' Amico, en 1971.


Es categórico, dice: "Me voy a morir en tres o cuatro años".

¿Por qué toca hoy en día?
–Voy a tocar porque precisamos dinero –responde al instante, sin necesidad de reflexión.
"Nunca fui un business man, ¿me entendés?". Lo dice como si estuviese hablando consigo mismo, como si hiciera un mea culpa. Laura Ryndak, su actual mujer, norteamericana, veinticinco años más joven que él, contará más tarde que desde hace unos años debió retomar su trabajo como físico–terapeuta. Sin embargo, la ubicación privilegiada del departamento que alquilan –justo enfrente del Central Park– parece contradecir sus dichos sobre su situación económica.

Según Gato, el público ya no compra sus discos tanto como antes. "Hay tanta música alrededor, darling, todo ha cambiado. Con mis discos de la década del 70, 80 y 90 hice mucha plata, pero ahora hay otra música. Y mucha es mala.. Antes había más melodía, cosas maravillosas...". Además del dinero que recibe por la venta de los cincuenta discos que grabó durante su carrera, Gato cobra cada vez que pasan en cine o televisión las películas cuya banda sonora él compuso (las de Bernardo Bertolucci, por ejemplo) y también cuando transmiten sus temas por la radio. Pero la plata que le envía Broadcast Music Inc. (BMI), recaudador de los derechos de difusión de músicos en Estados Unidos, fue disminuyendo.

–Es muy duro lo que estoy haciendo ahora. Ser ciego, no hablar bien el inglés. Estoy con pocos dientes. Es un problema lo de los dientes. Unos los perdí, los otros se los comió el perro, hijo de puta. Sí, sí, yo sé que fue él –dice, y señala el perro, de raza japonesa Shiba Inu, que circula por el living.

Dice que no le gusta el perro porque es demasiado cariñoso. Pero Laura lo necesita como asistencia emocional, luego de dos depresiones que sufrió. Gato abre una pequeña lata y me ofrece una pastilla Grether's de arándano que él come a menudo porque se le seca la boca. Son su debilidad.

Para que su maquinaria de recitales, contratos y relaciones públicas siga funcionando, Gato Barbieri siempre dependió de sus mujeres. En ese sentido, su primera esposa, Mitchell, la italiana, era ideal. Fue ella quien empujó a Gato a cambiar Buenos Aires por Roma, en 1962. En esa ciudad, ella le presentó a la clase alta italiana y también lo puso en contacto con grandes celebridades del mundo artístico como Bertolucci y Don Cherry.

Laura cumple ahora ese rol. Gato la conoció cuando fue a dar un concierto en Chicago, ciudad donde vivía ella en ese entonces. La hermana de Laura era fanática del músico y le pidió a la actual mujer de Barbieri que le consiguiera un autógrafo. Como las entradas estaban agotadas, Laura se coló por la cocina haciéndose pasar por una empleada más del restaurante y esperó alrededor de dos horas y media para conseguir la firma del Gato. El músico, al enterarse de su hazaña –y quizá para premiarla por su valentía–, la invitó a tomarse una copa de vino con él; y desde ese día quedaron amigos.

Ya de vuelta en Nueva York, él la llamó al año siguiente para contarle que se había muerto su esposa y que sufría ataques de angustia. Laura le recomendó que fuera a ver a un médico. A los pocos meses, lo operaron del corazón. Ese mismo año, Laura se mudó a Nueva York para ayudarlo con su recuperación. Al poco tiempo se casaron y tuvieron un hijo, llamado Christian. Y él, con más de sesenta años, se convirtió en padre por primera vez.

Laura, actual mánager de su marido, me cuenta sobre las próximas funciones del Gato: dos en el Blue Note, en Nueva York, y otra en un casamiento en Le Petit Palais, en París. Paralelamente, está tramitando un documental sobre la vida del Gato Barbieri, a cargo de la directora Nancy Savoca, pero que por falta de fondos aún está en veremos.

"Me gustaría... Van a asistir empresarios y personas con gran poder de decisión al evento en París, como no sé si Microsoft, aunque quizá sí. Por ahí, cuando estén organizando su evento corporativo, les gustaría que tocara el Gato. Allí podemos hacer buenas conexiones de negocios. También le estoy escribiendo a Hillary Clinton, porque Bill, no sé si te mostré esta foto de aquí donde está con Gato. ¿La viste?..."

Y en ese momento, desde el sillón que nos da la espalda, se escucha la voz de Gato que frena a Laura: "It's OK, darling" ("¡Está bien, querida!").

***

Laura se frustra cuando, después de tanta negociaciones por teléfono, Gato le dice que no quiere viajar.

–Yo no quiero tocar, tengo que hacerlo porque el viaje a París es duro, querida, para un hombre viejo como yo, ocho horas de viaje. Y uno aterriza a la mañana, y durante la mañana siempre estoy desaliñado. Y tú sabes, decir hola.. Yo no soy muy..A mí me gusta hablar con otros pero en mi idioma, en español.
A pesar de que disfrute hablar con otros en su idioma nativo, en su casa sólo hablan inglés, ya que ni Laura ni su hijo aprendieron a hablar el español. Con respecto a las barreras del idioma en la familia, Laura dice, en tono de chiste: "We get along" ("Nos llevamos bien").
Pero Gato exagera. Con el inglés se defiende más que bien.

***

Hay otra versión de por qué Gato sigue tocando. Su mujer dice que es por el bien de su salud. Él es una persona reservada, que se encierra en sí mismo "pero en el escenario, todo esto sale para afuera. Ésa es su forma de comunicarse", dice Laura y agrega: "El doctor me dijo que si él dejara de tocar, no podría seguir viviendo. Con una mujer y un hijo esto es algo difícil de escuchar y decir pero es la verdad".

***

Gato tuvo varios instrumentos de música durante su carrera, pero hoy conserva pocos. El primero de todos se lo prestó la Infancia Desvalida de Rosario, escuela donde él y su hermano Rubén recibían de niños clases de música gratis. Al poco tiempo, sus padres le compraron su propio instrumento, un clarinete de trece llaves. A los trece años llegó su primer saxofón y, con el correr de los años, los demás: el Selmer viejo bañado en oro que le vendió su maestro, en la época en que Gato tocaba en la Orquesta Casablanca; un Selmer plateado nuevo; otro traído en barco por un amigo desde Uruguay (junto a una boquilla y discos de jazz que no se conseguían en ese momento en Buenos Aires), otro marca Conn y muchos más que ya no recuerda.

–He vendido muchos instrumentos.
–¿Por qué los vendió?
–Tenía un Selmer de oro..
–¿Y por qué los vendió?
–Porque tomaba cocaína y me fui quedando sin dinero muchas veces.
–¿Se arrepiente?
–Nada. Es parte de nuestra vida, ¿no? Hay pocos que han ganado dinero. Creo que Miles Davis.. John Coltrane, en su época, pero murió muy joven. Eso: los famosos. El resto siempre así –y hace un gesto con la mano queriendo decir más o menos, o también, que a veces con altos, y otras veces, con bajos.

***

Por los altoparlantes de este club de jazz, donde no cabe ni un alfiler, le dan la bienvenida. Todas las mesas, dispuestas muy juntas unas de otras, como si fuera un Tetris, apenas dejan estrechos pasadizos por donde las camareras circulan para servir comida y tragos al público. Con laperformance que está por comenzar, Blue Note cierra el Festival de Jazz del año.

Ese que está por bajar de su camarín –en cualquier momento– era todavía un niño cuando sostuvo por primera vez un instrumento. Empezó tocando un requinto en vez de un clarinete –como hubiese preferido–, porque tenía manos muy chicas. Ese que está por tocar en uno de los clubes de jazz más famosos del mundo nació en 1932 en Rosario, Santa Fe, donde excepto prostíbulos, no había mucha vida nocturna, según él mismo relata. Ese que está por subir al escenario rodeado de gente dejó la escuela en sexto grado porque era tartamudo y tenía dificultades para expresarse y se avergonzaba cuando debía pasar al frente.

El público que está sentado cerca de la escalera por la que bajará el músico empieza a aplaudir y se levanta de sus asientos.

Ese que está por tocar su saxofón es famoso en todos lados, hasta en Rusia, donde sienten un gran amor por el tango, y extrañamente –ya que él no toca estrictamente tango–, por "Mr. Gato". Ese mismo que vino a tocar esta noche en Blue Note colaboró en dos discos del trompetista estadounidense Don Cherry, considerados hoy clásicos del free jazz y el vanguardismo de los años 60: Complete Communion y Symphony for Improvisers. Y también con Santana, en una versión de bolero del tema "Europa". Ese que sale a tientas de su camarín es, probablemente, el músico de jazz más importante que dio la Argentina.

Y ahí está el Gato.

Ahora todo el público aplaude a esta leyenda del jazz que camina a pasos cortos, guiado por su hijo Christian. Adelante de ambos va Gerald, un alumno y amigo del músico, que lleva su saxofón, un Selmer dorado.

En Blue Note él se siente como en casa. Ha tocado aquí varias veces desde que se su mudó a Nueva York, ciudad considerada meca del jazz.

Minutos más tarde, Gato, en el centro del escenario, tocará el saxo con pasión. La gente, entre canción y canción, le grita: "Vamos Gato" y "Maestro". Y este tigre viejo, embriagado de placer ante la fidelidad y el cariño de sus fans, sopla con toda la fuerza de sus pulmones el aparato metálico que abraza. La música que está tocando no es otra cosa que la réplica del diálogo que sostienen él y la gente que vino a verlo y a escuchar ese jazz con influencia de raíces folklóricas y ritmos e instrumentos latinoamericanos.
Como no podía faltar, el penúltimo tema que toca es ese que el público siempre le pide, y que escribió e interpretó para la película de Bernardo Bertolucci, en 1972: "El último tango en París", encargo que hasta Astor Piazzolla envidió, y que le valió un Grammy. En el centro del escenario, con una banda con la que toca por primera vez, y sin que se noten sus ocho décadas vividas, cierra los ojos y Gato aúlla esa música sensual y desgarradora. La vestimenta, fiel al estilo del compositor, incluye un sombrero de ala ancha y una chalina blanca.

Durante su carrera trató de "imitar el feeling de los negros", dice él y agrega: "Ellos tienen adentro lo de tocar". Cierra el concierto con el tema "Latin Lady".

Ya en su camarín, que es más bien un cuarto pequeño con una ventana amplia, dos sillas y un sillón; le pide a Gerald que le traiga un pastel de queso de la cocina. "¿Te gustó el concierto, querida?", me pregunta Laura. Gato parece satisfecho. Detrás de la puerta, se empieza a formar una fila de admiradores que esperan sacarse una foto o que quieren un autógrafo del músico.

Gerald le trae la torta. Mientras la come, Gato se queja de la banqueta del escenario, dice que se le dormía una pierna y pide que se la bajen un poco para el próximo concierto. En los pies tiene zapatillas y medias rojas.

Se abre la puerta y entra una horda de gente excitada, con regalos, flashes y felicitaciones. Uno le entrega al Gato un retrato del músico, en tonos rojos, pintado por él. "Perdoname, ¿cómo me dijiste que era tu nombre?", pregunta antes de escribir una dedicatoria. Atiende a todos. Charla. Agradece. A todos responde que sí cuando le piden una foto, un saludo o lo que sea. El cuarto, ahora lleno de gente, parece aún más pequeño. Entran unos argentinos y le hablan de su querido Club Atlético Newell's Old Boys. Él sonríe. Chiste va, chiste viene. Disimula bien su cansancio. Acaba de terminar el show de las ocho de la noche, pero aún queda el de las diez y media.

Para el segundo show, se repite el mismo proceso, aparece Christian, el niño–guardaespaldas vestido de negro y con un audífono en un oído guiando a su padre. El público, que ahora es otro, aplaude.

Esta noche, la melodía de "Último tango en París" sonará una vez más.

En pleno show, Christian baja del camarín de su padre y sale del club. A los diez minutos vuelve con una bolsa de McDonald's. Esquiva la barra y algunas mesas y se encierra de nuevo en el cuarto.

Cuando la banda termina de tocar, se forma la misma fila de admiradores deseosos por ver al artista. Afuera, alguien que al parecer es un amigo de la familia Barbieri charla con Christian. El hijo de Gato cuenta que está trabajando en una bicicletería de Manhattan. Cuando le preguntan si ya sabe qué quiere estudiar, él responde que sí, que business. "Me gustaría dedicarme a los negocios de la industria de la música", dice. Quizá para reivindicar las ganancias de otros músicos como su padre, quizá no.
La puerta del camarín esta vez tarda más en abrirse.

Unos días antes del show en Blue Note habíamos realizado la entrevista en su casa. Ya cuando estábamos por cerrar, y justo antes de una caminata por el Central Park, una pregunta más, un poco capciosa:

–¿Qué se siente ser el número uno en la historia del jazz de la Argentina?
–Bueno, sí, también está Lalo Schifrin, aunque él hace otra cosa. Pero yo siempre fui así.. tratando de mejorar, de arreglar mis saxofones que son viejos pero buenos, muy delicados.
–¿Y cómo le gustaría ser recordado?
–Oh no, no me importa..




sábado, 28 de marzo de 2015

Hernán Mandelman habla con Jorge Fondebrider sobre su nuevo disco

Baterista y compositor, Hernán Mandelman (Buenos Aires, 1972) integró diferentes agrupaciones del ámbito local. Entre otras, el Summer Quartet de Guillermo Bazzola y el quinteto de Juan Cruz de Urquiza (donde también estuvieron Ernesto Jodos, Hernán Merlo y Rodrigo Domínguez). Asimismo, participó proyectos de Carlos Lastra, Ricardo Cavalli, Enrique Norris, Luis Nacht y Pepi Taveira, entre otros. En el año 2000 se radicó en Brasil donde tuvo la oportunidad de tomar contacto con músicos de la escena internacional. 




De regreso a Buenos Aires, en 2008, grabó Amistad (Blue Art), acompañado por Natalio Sued, Rodrigo Domínguez y Franck Oberson



Posteriormente, en 2011, con Rodrigo Domínez, Natalio Sued, Paula Shocron y Ezequiel Dutil grabó Detrás de esa puerta (Sofa Records), un disco francamente notable que merece escucharse con la mayor atención. 

Ahora, Blue Art acaba de editar un imperdible Reflexiones en verano, con Rodrigo Domínguez, Natalio Sued, Juan Cruz de Urquiza, Francisco Lo Vuolo y Sebastián de Urquiza. Ésa fue la excusa para la siguente entrevista con Jorge Fondebrider.

¿Cómo y en qué circunstancias componés?
Compongo en el piano. Trato de partir de una idea que me guste (puede ser rítmica ,armónica o melódica, o las tres cosas al mismo tiempo) una vez que encuentro el motivo trato de desarrollarlo y que eso me lleve al clima que quiero generar con el tema. Este trabajo se puede dar en distintas circunstancias, generalmente lo hago cuando se que voy a disponer de tiempo porque es un proceso que lo requiere.

—¿Lo hacés pensando en  músicos determinados o simplemente en función de una idea general?
Las dos cosas. Elijo  músicos en los que confió y se que van a entender y direccionar las ideas que propongo.

—¿Qué tan compuestos están los temas de tus discos? ¿Cuál es el espacio que les dejás a los músicos con los que trabajás?
Los temas que propongo se basan en melodías con sus acordes y algunos arreglos rítmicos de la base  o de las voces de los vientos. Después s hay un momento en los ensayos donde podemos retocar algunos acordes y algunas voces. Lo más importante es que una vez alcanzado esto, el grupo interactué con el tema y vaya generando una sonoridad propia.

—Tanto tu primer disco como el segundo cuentan con un verdadero seleccionado de los mejores músicos argentinos. ¿Qué características te llevan a elegir a unos y otros?
La calidad artística y humana de la gente que me ha acompañado en estos discos es la característica que me ha llevado a elegirlos.

—¿Existen elementos en tus temas que nos permitan pensar que fueron compuestos por un argentino? ¿Te importa que eso se note? ¿Te da igual?
Es difícil decirlo habría que preguntarle a quien escuche la música, no se si se puede reconocer como argentina o no. Honestamente no es algo que me planteo.

—¿Por qué razón tu disco fue publicado por Blue Art?
Supongo que al sello le habrá interesado el proyecto, anteriormente se había editado el disco Amistad en 2008, creo que al productor del sello Horacio Vargas le gusta la música que venimos haciendo. 

jueves, 13 de noviembre de 2014

Los músicos recomiendan (7): hoy, Guillermo Roldán y los tríos de Sonny Clark, Paul Chambers y Philly Joe Jones, y Charlie Haden, Don Cherry y Ed Blackwell

Nuevamente, un músico de jazz argentino recomienda un disco (que en este caso son dos) de la historia del jazz. En la oportunidad, el que elige es el bajista Guillermo Roldán.

Elijo dos discos en formacion de trio. Son de aquellos que disfruto de principio a fin y que, siempre, me cautivan. 




Uno es Sonny Clark, un disco en trío con una sección rítmica que inclñuye a Paul Chambers y a Philly Joe Jones. Standards con una interacción y swing impresionantes.Chambers y Philly Joe fluyen por toda la sesión. Y los solos de los tres me encantan (motívicos, espaciosos...). 

El otro disco en cuestión es The Montreal Tapesde Charlie Haden con Don Cherry y Ed Blackwell. Todo, absolutamente todo lo que tocan me fascina. Haden es uno de los artistas que más impactó en mi vida. Cada nota que toca, como sección rítmica o como solista, tiene sentido. Las composiciones sobre las que improvisa el trío (la mayoría de Ornette) se abren constantemente. No hay un cliché, jamás. Los solos de Haden son una mamushka, siempre se abren en una nueva canción y retoman de donde vienen para volver al concepto que muestra el tema en cuestión de donde se proyectó.