Querido diario:
Sofisticada misión la que me
encargó el empedernido Hernández: conseguir un juguete de verdad en un Mc
Donalds. De hecho, la tarea me costó un fuerte resfrío porque de un día con
nieve se pasa a otro con 20 grados. Lo más difícil es encontrar un auténtico McDonalds.
Porque si bien por acá son todos McDonalds, algunos están disfrazados de
panaderías, otros de cafeterías Gourmet, comida orgánica, locales de yogur de
ciervo, de tapas españolas o de especialidades griegas. Han sabido proliferar
por la ciudad convenientemente disimulados para atraer a los odiadores de
McDonalds. Ya se sabe: platitos, vasos y cubiertos de papel para todos y todas,
a comprar lo que sea y a comerlo por la calle.
Para compensar el esfuerzo elegimos
algunos conciertos.
Que Randy Weston cumpla 90 años
supone un acontecimiento relevante para el jazz, naturalmente. También para
Nueva York, que programó un concierto celebratorio en una de las salas del
Carnegie Hall. El teatro no estaba completo, pero sobraba entusiasmo. El
programa original incluía al saxofonista Billy Harper, que finalmente fue
reemplazado por TK Blue, ambos de estilos muy diversos. Y se agregó en
percusión el el cubano Candido Camero, 95 años, de locuacidad y humor
desbordante. Alex Blake en contrabajo y Neil Clarke en percusión completaron la
escena. Hubo música obviamente, pero también mucho ambiente de celebración.
Randy Weston habló bastante, tocó poco pero hizo tocar mucho. Una versión de “anteca”en
el arranque del show fue acaso lo mejor de la noche, con mayor cadencia
rítmica que la original y un solo de TK Blue que exploró los límites con buen
gusto y cierta dosis de riesgo. También habló mucho el conguero Camero, quien
contó su infancia, sus comienzos en el jazz y hasta se acordó de sus padres:
"Sin ellos no habría Cándido Camero".
El clima festivo se evaporó cuando
bajamos al sótano del Village Vanguard para la presentación del grupo con el
que el guitarrista Bill Frisell editó su reciente disco When you wish
upon the star, dedicado a temas popularizados por el cine. Frisell lideró
un cuarteto de bajo, batería y violín con Petra Haden en voz. Fue un show
desangelado y nada sorpresivo para quien hubiera escuchado previamente el
disco. Pero afuera nevaba y el frío apretaba. Adentro, el clima era ideal para
adormecer la conciencia. Igual, el lugar estaba a tope, con más público que el
que llevaría dos días después el trío de Fred Hersch, cuyo comentario pasa para
mejor ocasión. Más allá de la música, el punto negativo del Vanguard es la
incomodidad para quienes están lejos del escenario o cerca de la barra. No ver
o escuchar ruidos perturbadores de máquinas de hielo, botellas y vasos pueden
exasperar a quien tenga un umbral de tolerancia similar al de Jarrett.
Por oposición, el show que ofreció
el grupo Mostly Other People do the Killing en el Cornelia Street Cafe fue de
alto nivel. Para este concierto abordaron un estilo que podría denominarse
"Killing dixieland", con los vientos –saxo, trompeta y trombón– mostrando
una variedad infinita de registros cruzados e internándose en aventuras exploratorias
para volver una y otra vez a una falsa base de dixieland, sostenida por el
trabajo del banjo. Son todos grandes músicos, aunque tal vez el más reconocido
sea el saxofonista Jon Irabagon, quien nos reveló que en septiembre estará en
Buenos Aires para tocar con su grupo en Thelonious. Una fiesta escucharlos:
encaran el set con humor, cambios de rumbo sorpresivos y solos originales.
Buen parte de los temas llevaban nombres dedicados a escritores
como Thomas Pynchon o Cormac Mc Carthy.
Nos quedamos con ganas de
más. Pero eso es lo que siempre pasa en NYC, más allá de McDonalds y Starbucks.
A seguir buscando los juguetes.
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