Conocedor de la ciudad, Fondebrider se dirigió primero a Tower Records, prácticamente la única disquería en actividad de esa cadena hoy desaparecida (en realidad, en la misma Dublin hay otra filial que ocupa el segundo piso de la librería y papelería Easons, ubicada casi al principio de O'Connell Street, en el lado norte de la ciudad).
Ahora bien, cuando Fondebrider llegó a Grafton Strret, que es la peatonal principal que hay en el lado sur de Dublín, yendo en el sentido que baja al Trinity College y al río Liffey, dobló a la izquierda en Wicklow Street y entró a buscar ofertas porque, si algo caracteriza a la Tower de Dublin, son los saldos. Pero a no confundirse: quien busque discos de jazz en Irlanda está listo. Hay, pero pocos. Lo que uno va a encontrar es fundamentalmente rock, folk, rhythm & blues y soul (porque, como dice el personaje de la novela The Comitments, de Roddy Doyle, "los irlandeses son los negros de Europa"). También country, una enfermedad que padece este noble pueblo y que resulta muy difícil de explicar.
Acumulada una buena pila, Fondebrider se dirigió a la caja y allí descubrió que no todo era jauja. Había allí un cartel que decía que se mudaban, que la disquería, a partir del 14 de febrero de 2014 se mudaba a Dawson Street, apenas un par de cuadras del otro lado de Grafton Street. En fin, pensó, no sin melancolía y recordó unos versos de Ricardo Soulé que rezan: "Todo concluye al fin, etc."
Sin desanimarse, Fondebrider siguió por la misma calle hasta toparse con una disquería secreta que un amigo le había revelado en un viaje anterior. Se trata de Freebird Records, ubicada en The Secret Book & Records Store, en el 15 de Wicklow Street. Después de atravesar un largo pasillo, se llega a la librería en cuestión (que no está nada mal) y en el fondo está la disquería.
¿Qué puede comprarse allí? Bueno, algo de jazz, sí, mucho blues, rock, pop, rhythm & blues, soul y otra vez, country, una enfermedad que padece este noble pueblo y que resulta muy difícil de explicar.
Hay un espacio para discos nuevos, pero también bastante usados. La disquería, además, vende todo tipo de parafernalia a propósito de sí misma: posters, remeras, tazas de café, etc.
Todavía un poco más abajo está la George Street .Arcade, una suerte de pasaje comercial construido por arquitectos ingleses en estilo victoriano, abierto en 1881 y destruido por un incendio en 1892. Luego de ser reconstruido volvió a abrir sus puertas en 1896. Funcionó como mercado hasta que, en 1992 se le dio un lavado de cara y se adaptaron sus funcionalidades. Hoy es algo así como una galería Bond Street, pero más limpia. Hay de todo: varios restaurantes al paso, peluquerías, negocios de ropa, de perfumes, de velas y dos disquerías de usados. Una de ellas, Trout Records, presenta una gran variedad de discos de todos los géneros, jazz incluidos, sin olvidar los de country, una enfermedad que padece este noble pueblo y que resulta muy difícil de explicar.
Hay otras varias disquerías en esta parte de la ciudad. Son de ésas aparentemente sofisticadas, con pocos discos, sólo para entendidos con aspecto de estar en la pomada, sin que uno sepa muy bien en qué consiste la pomada. Digamos que en una se pueden encontrar todos los discos de los Dirty Projectors (sobre todo los de la etapa menos comercial de la banda) y, al lado, un disco de The Carpenters. ¿Cuál es la relación? No tiene importancia. Uno está afuera.
La brevísima recorrida por las disquerías de Dublin no puede concluir sin la obligada mención de las que hay en Temple Bar, el barrio de onda de la ciudad, donde están los restaurantes, los pubs para turistas, los estudios de grabación de los músicos, algunos albergues para jóvenes y afines.
Ahí están Borderline Records, All City, Big Finder Records, City Records y muchas otras casas igualmente minúsculas donde uno consigue exactamente lo mismo que en cualquier otra disquería europea donde se venda de todo menos jazz. Sin embargo, vale la pena detenerse en Claddag Records. Ubicada en el 2 de Cecilia Street, es el templo de la música foklórica, entendido el término en su sentido más amplio.
Allí hay de todo: música folklórica irlandesa, claro, pero también escocesa, inglesa, galesa, estadounidense, canadiense, antillana, mexicana, asiática y africana. Y cada categoría está dividida en subcategorías. De modo que uno puede comprar discos para arpa, para guitarra, para flauta, para acordeón, para violín, para voces y todo lo que uno pueda imaginarse, en las más diversas categorías. Hay, asimismo, un espacio muy amplio para el blues, considerado aquí como música folklórica y, ay, también para el country, una enfermedad que padece este noble pueblo y que resulta muy difícil de explicar.
Muy buena nota. Muy divertida. Estuve a punto de escribirte cuando leí por segunda vez la frase "una enfermedad que padece este noble pueblo y que resulta muy difícil de explicar", pero sospeché que se trataba de un acierto, y así fue.
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