Diego Fischerman publicó la siguiente doble entrevista con Barbie Martínez y Georgina Díaz en la edición de Página
12, del domingo 26 de enero. La bajada de la nota dice: “Ambas vocalistas son la punta de un fenómeno nuevo en la
escena jazzera porteña: una camada de artistas capaces de imprimir su
personalidad a un repertorio histórico y de lograr verdaderas alianzas
creativas con los mejores instrumentistas locales”.
“Somos evangelistas del jazz vocal”
Las dos
cantan. Las dos cantan desde pequeñas y, para ambas, hubo una figura
determinante: el padre para una, un abuelo para la otra. Las dos cantan jazz.
Ambas son esencialmente distintas, en voz y en estilo. Pero tienen, sin
embargo, mucho en común. Abordan el género desde un estudio profundo. Son la punta
de un fenómeno nuevo en Buenos Aires: una camada de artistas genuinas, capaces
de imprimir su personalidad a un repertorio histórico, de elegir con
inteligencia qué y cómo lo interpretan, y de rodearse con los mejores
instrumentistas y lograr con ellos verdaderas alianzas creativas. Una, Barbie
Martínez, fue maestra de la otra, Georgina Díaz. La primera resume contando que
lo que hace es “cantar jazz todo el día, todos los días”. La segunda es aún más
radical. “Somos evangelistas del jazz vocal”, dice.
Martínez
publicó este año su tercer disco, el excelente Walkin. Allí se lucen los
arreglos de uno de sus colaboradores más fieles, el saxofonista Carlos Lastra,
y el grupo está integrado por Leo Cejas en contrabajo, Sebastián Groshaus en
batería y Enrique Norris en corneta. Entre los autores que revisita están Monk,
Cole Porter, Bill Evans y los nada obvios Horace Silver y Mary Lou Williams (en
inmejorables versiones de “Peace” y de “Walkin’”, respectivamente). Y su credo
aparece nuevamente en una frase aparentemente sencilla: “Cualquier tema que
tenga letra algo está diciendo”. Díaz, que acaba de publicar su primer álbum
–Suddenly, con un grupo de gran nivel bautizado The Mornings– recuerda entonces
una anécdota del saxofonista Ben Webster. “Una vez, en una grabación, de
repente, paró de tocar. ‘¿Qué pasa?’, le preguntaron los que estaban tocando
con él. ‘Si lo que estabas tocando era fantástico’. Y el contestó: ‘Es que me
olvidé la letra’. Webster, que tocaba el saxo, no podía tocar su solo si no
tenía presente las palabras de la canción.”
Alcanzaría
con “Anita’s Blues”, de Anita O’Day, o con la extraordinaria “Si me enamoro
(‘Love and deception’)”, de Sergio Mihanovich, o con la inte-racción que pone
en juego The Mornings (Rodrigo Agudelo en guitarra, Damián Falcón en contrabajo
y Sebastián Groshaus en batería, más dos invitados de lujo, Francisco Lo Vuolo
en teclados en cuatro de los temas y Carlos Michelini en saxo alto en tres)
para considerar a Suddenly un gran disco. Y Georgina Díaz habla sobre la conexión
íntima con cada pieza: “Hay que ver qué de la vida de uno canta una canción”.
Al mismo tiempo, las dos saben –y ponen en práctica– que lo que hace que se
trate de jazz y no de otra cosa es el tratamiento que sean capaces de darle.
Ambas, por otra parte, dan a su músicos un lugar preponderante. “Escuchamos a
los músicos. Tratamos de que nuestra personalidad esté al servicio de lo
queremos cantar y no al revés.” Martínez cuenta que no sólo escuchan cantantes.
“También, mucho, instrumentistas de viento. Porque para ellos, como para
nosotras, el instrumento expresivo es el aire. Y el fraseo.” Define, taxativa:
“No nos interesa el rol de la cantante a la que los músicos acompañan. Tratamos
de que haya interacción. Queremos ser un músico más del grupo”. Y, hablando del
estilo, precisa: “Las variaciones rítmicas y melódicas unidas al sentido; hay
una tensión entre los desarrollos que una hace y lo que la canción ya es. Ese
es el juego”. Y es casi imposible pensar que ella, que es traductora de inglés,
no tiene en cuenta, en ese momento la palabra “play” y su doble sentido: jugar
e interpretar.
Barbie
Martínez dice que el secreto –o su secreto– es “someter lo rítmico a
exploración, a experimentación”. “Se encuentra un fraseo que es propio, un
ritmo que es como el habla de cada uno. Y nadie habla exactamente igual que
otro. Cada persona tiene su fraseo.” Díaz, por su parte, comenta: “La relación
con la letra de la canción siempre es interesante. Por empezar, no todos los
textos son iguales; los hay muy densos, profundos, y los hay más livianos. Pero
eso no significa que, necesariamente, una vaya a cantar siempre rápidas las
canciones con textos livianos y siempre lentas las canciones cuya letra es más
compleja. Se puede jugar con eso. Se puede ir a favor o se puede ir en contra.
Lo que no se puede es ignorar ese mensaje que la canción ya trae consigo”.
El
padre de Georgina Díaz cantaba boleros. Y ella cantaba con él. Y aprendió
después a tocar la guitarra para acompañarse. Y escuchó una vez a Ella
Fitzgerald y Louis Armstrong. Y entró en un mundo del que ya no quiso salir.
Barbie Martínez cantaba con su abuelo. También para ella el jazz fue un
descubrimiento tan fortuito como definitivo. “Una profesora me hizo escuchar
distintas canciones, de distintos géneros, a ver qué me interesaba. Cuando
escuché la canción de jazz, sentí como un relámpago. Eso era lo que yo quería
cantar.” Ambas hablan de la técnica; se confiesan fanáticas del estudio y del
método, pero, al mismo tiempo, saben que allí no está más que el principio.
“Sí, la técnica”, dice para sí Georgina Díaz. “Pero no es todo. Hay montones de
cantantes que no son impecables y sin embargo están diciendo una verdad. Rubén
Juárez, por ejemplo. Es Dios. Hay algo que transmite; que no puede dejar de
transmitir. Y ésa es la función del arte, ¿no?” Barbie Martínez, entonces,
completa: “El jazz necesita que uno reinvente una canción cada vez. Y que se
reinvente a sí mismo, todo el tiempo. Hay una parte pensada, consciente, que
tiene que ver con buscar el lenguaje, el estilo. Con estudiar e identificar las
herramientas. Saber no tanto el nombre de cada cosa como el efecto que logra.
Pero con eso sólo no se hace nada. Se trata, además, de ser abierto, honesto y
poco pretencioso. De no olvidar el aspecto creativo. Y de saber que si uno no
cree que está diciendo una verdad, nadie va a creérselo”.
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