Diego Fischerman
publicó en Página 12 el 4 de enero
pasado el siguiente artículo sobre el último disco de John Scofield, que
aparentemente va a editar localmente Universal, aunque los disqueros dicen que
no, y vaya uno a saber.
Reinventar caminos conocidos
El country-western es una presencia poco menos que
inevitable para un guitarrista estadounidense. Por más que toque jazz. La forma
de rasguear de Pat Metheny incorporó de manera transparente algunos elementos
de aquel folklore. Bill Frisell lo hizo explícito en su disco Nashville, de
1996. Y a la hora señalada –los 64 años estipulados por The Beatles– John
Scofield abreva allí para su último y brillante disco cuyo título homenajea, de
paso, al gran novelista Cormac McCarthy y, claro, a los hermanos Coen. “No es
país para viejos”, decían ellos. Country
for Old Man, contesta Scofield en su primer álbum dedicado a temas ajenos
desde That’s What I Say, su tributo a
Ray Charles de 1995.
Si para Frisell la asunción del
folk es la de un universo donde sumergirse, en el caso de Scofield funciona
casi a la inversa. El mundo sigue siendo el del jazz –o el de cierto jazz–, es
decir el del abordaje de canciones o temas a los que se re armoniza y a partir
de cuyos elementos, entendidos de manera muy amplia, se construye un desarrollo
basado en la improvisación. Y aquí esos temas pertenecen a George Jones, Hank
Williams, Merle Haggard (su “Mama Tried”, que grabó Grateful Dead en 1971),
Dolly Parton o Bob Wills. Y, por otra parte, en este País para viejos el blues,
parte del indudable ADN de su creador, tiene un papel protagónico. Aunque sea
en uno de James Taylor, el bellísimo “Bartender Blues” (incluido por primera
vez en su disco JT, de 1977). En la
selección de temas, eventualmente, hay un sesgo generacional indudable. El
guitarrista que ha cumplido 64 y ha perdido su pelo (ya desde bastante antes)
bucea, ni más ni menos, en la música de su juventud, cuando el boom del
folklore (el de allá) se adueñó de gran parte del mercado. El Festival de la
Asociación de Música Country Americana, que se realiza anualmente en Nashville
–y que Robert Altman radiografió en 1975–, tuvo su primera edición precisamente
en esos años, en 1972. Y el debut profesional de Scofield no llegó mucho
después. En 1974, la banda de Gerry Mulligan estaba en gira y necesitaba un
guitarrista. Le pidió consejo a un viejo conocido, el baterista Alan Dawson,
que era profesor en la Escuela Berklee de Boston, y él le recomendó a un joven
alumno de 23 años, que acabó siendo parte no sólo del grupo de Gerry Mulligan
sino de la histórica reunión del saxofonista con el trompetista Chet Baker,
después de casi quince años de no hablarse, y de la grabación del encuentro en
el Carnegie Hall. John Scofield no se cansa de repetir que “no podía creerlo”.
En Country for Old
Men, editado por Impulse y publicado también en la Argentina, Scofield
tiene como coprotagonistas a otros viejos –y notables– hombres del jazz y,
además, compañeros de ruta de larga data: el extraordinario bajista Steve
Swallow, con quien grabó por primera vez en 1980 –el genial Bar Talk– y el baterista Billy Stewart,
que es parte de su trío (y también del reciente cuarteto junto a John Lovano)
desde 1991. A ellos se agrega, en piano y órgano Hammond, Larry Goldings, con
quien también mantiene una prolongada relación musical que, en lo que a
grabaciones respecta, inauguró el disco Hand
Jive, de 1993. Complicidades de más de veinte años, en todos los
casos, que resultan notorias a la hora de escuchar la fluidez, el swing, la
manera en que las ideas de unos continúan naturalmente en las de los otros y la
que, tal vez, resulte la virtud más llamativa: el don que comparten con
Scofield para, a la manera de equilibristas expertos, salir de la armonía (o en
el caso de Stewart de las subdivisiones estrictas), crear zonas de tensión y
riesgo, y volver al territorio conocido como manera de aliviar la presión pero,
también, de preparar y anticipar las excursiones nuevas. Si hiciera falta
elegir un solo motivo para la escucha de este disco, eventualmente, alcanzaría
con el comienzo de “I’m So Lonesome I Could Cry”. La manera en que Swallow
explota, literalmente, y en que Scofield y Stewart se integran a esa vorágine,
puntuada por los comentarios exactos de Goldings, es asombrosa. Pero nada
termina allí. Después llega el extraño, feérico, solo del órgano. Y, enseguida,
el “Bartender Blues”. Esa epifanía.
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