Pasada la deslumbrante actuación del trío
conformado por Ches Smith, Mat Maneri y Craig Taborn, ésta es una reseña de esa velada. La nota de hoy tampoco está firmada, pero como en el caso de la del jueves pasado, salió en Página 12 y es obvio quien la escribió.
Por quién doblan
las campanas
Es una obviedad. Un trío no son tres instrumentos juntos
sino la casi infinita combinatoria entre las distintas modalidades de ataque,
de fraseo, los matices y las ideas de cada uno de ellos potenciadas por las de
cada uno de los otros y, a su vez, por el conjunto. O, por lo menos, eso es lo
que sucede con los tríos excepcionales, como el que se presentó este jueves en
Buenos Aires presentando en vivo uno de los mejores discos –y más desafiantes,
en el mejor sentido de la palabra– publicados en lo que va del año.
El percusionista Ches Smith –pensar en él tan sólo como un
baterista o un vibrafonista es, como sucedía con Barry Altschul, perder de
vista la riqueza de su concepto instrumental–, el pianista Craig Taborn, uno de
los grandes nombres actuales en su instrumento, y el violista Mat Maneri
conforman una suerte de unidad extraña, proteica, donde confluyen tradiciones y
materiales históricos tanto del jazz como de las vanguardias académicas del
siglo pasado. En una interesante vuelta de campana, el grupo del disco The Bell retoma en el campo de lo
popular –o de lo que dialoga de forma más evidente con lo popular, sobre todo
por el papel que allí juega la improvisación y el gesto de la interpretación–
aquellas tendencias como el minimalismo, que la tradición académica tomó alguna
vez precisamente de allí. Los loops, los ostinatos, en todo caso, en la música
de Smith, Taborn y Maneri toman una dimensión totalmente diferente. Se integran
en una espiral de saturación que desemboca en una explosión sonora, es
interrumpida por acentos y voces secundarias, o es comentada, permanentemente,
por el oscilante microtonalismo de la viola o por las casi aéreas, deslizantes
variaciones del piano.
Más allá de que el control técnico de cada uno de los tres
integrantes es asombroso, nunca está puesto en primer plano. Es,
invariablemente, un vehículo de la riqueza musical y de la variedad de
posibilidades expresivas. Aún así, sorprende el peso de la mano izquierda de
Taborn y su talento para manejar líneas rítmicas y melódicas absolutamente
independientes, y la infatigable búsqueda tímbrica y textural de Smith,
utilizando los dedos humedecidos, la punta o los bordes de sus baquetas para
multiplicar las posibilidades de un set paradójicamente pequeño –una batería
chica, un vibráfono–, pero aprovechado al máximo.
El trío tocó el material de The Bell, que el sello ECM publicó en enero, y en vivo fue, aun más
patente que en el disco, el exquisito equilibrio entre escritura e imprevisto
con el que se maneja esta música –y estos músicos–. Cada uno de ellos es o ha
sido una pieza fundamental en grupos de artistas como Cecil Taylor, Tim Berne o
John Zorn. Y aquí, aglutinados alrededor de un proyecto tan original como
seductor, entran y salen de lo escrito con una fluidez sorprendente. En un
paisaje de oscuridades que quitan el aliento, el grupo no le teme a la potencia
y hasta al funky –un funky inquietante y contrahecho, es cierto– de “Wacken
Open Air”, el tema que, luego de la ovación de una sala respetuosa y repleta,
coronó una actuación memorable.
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