La siguiente es una reseña tardía sobre el concierto que
el 30 de junio pasado Ches Smith, Craig Taborn y Mat Maneri dieron en el Centro
Cultural Kirchner, escrita por Marcelo Cohen para la revista Otra parte,
The Bell
A los veinte minutos del imborrable concierto que el
trío de Ches Smith dio el 30 de junio en el Centro Cultural Kirchner, varios
miembros del público que ocupaba casi toda la ex Ballena Azul empezaron a
escabullirse. Tal vez habían ido a escuchar algo que respondiera a la acepción
prevaleciente de jazz, hard bop o lo que fuera, y de ser así el éxodo habla en
general del diferendo recurrente entre el arte audaz y la mente condicionada.
Nadie se va a sorprender ni enojar ya por eso; lo llamativo fue que a la salida
muchos asistentes silbaran al pie de la nota pasajes de las piezas huidizas y
tupidas que habían escuchado. The
Bell, el disco que el
trío vino a presentar, es una buena oportunidad para explicarse cómo una música
tan cerebralmente escrita (los tres echaban el ojo a partituras) tiene tal
facilidad de transmisión anímica. La clave del entusiasmo, por supuesto, es la
improvisación. Pero no lo explica del todo porque la música de Smith está en
tendida a lo inalcanzable y él la quiere así. Para el oído, un trío de
percusión (económica), piano y viola ya es tímbricamente insólito. Bien
empiecen con el vibráfono de Smith esbozando discretas zonas para que escarceos
de piano y viola creen una atmósfera, bien con un drone de Maneri, un tenue
fraseo de Taborn o un nervioso enjambre de alturas que van precipitando, todos
los temas arden de un pálido fuego, una inquietud sutil. Poco a poco, o a veces
de golpe, los motivos melódicos aireados y sucintos —que se despliegan en
reiteraciones minimalistas, pulsos encontrados y un microtonalismo mechado de
fugaces discordancias— se vuelven más resbaladizos; con el suplemento
energético de la improvisación, la interacción se intensifica y las texturas se
adensan. Como en ciertos cortes el ritmo es impetuoso de punta a punta (en “Wacken Open Air”) o el patrón se invierte (de la
baraúnda al sosiego en “For Days”), lo que está pasando ahí podría escapársenos
de no ser por las amplias destrezas de esta gente con apetito crónico de
hallazgos. Maneri y Taborn, cuyos historiales llenarían sendos folletos, tocan
juntos desde que Taborn fundó el mejor jazz electrónico conJunk Magic (2004). Smith se inició en el rock
indie (con Xiu Xiu, por ejemplo), desde hace años es pilar de la mitad de los
combos del jazz de vanguardia y mantiene varios experimentos más, entre otros
el furiosamente eléctrico Ceramic Dog con Marc Ribot. Como los mejores de su
oficio, sabe bien cuándo redoblar como un tamborilero, disgregar el beat en
modo free, frotar los parches con el pulgar mojado o asordinarlos con el pie,
mientras suelta una diáspora de tonos rozando los platillos; todo y más en un
continuo de atención a lo escrito e invención libre. Sumemos los tránsitos del
piano entre la gracia velocísima y acordes atronadores como descargas de acero
laminado, los de la viola entre el susurro invernal y breves sobreagudos,
llamaradas, chirridos: esta música acústica llena de groove pide una
concentración de sala de concierto y arrebata como una performance rockera.
Sobriedad escénica y vehemencia activa: llamémosla camerística metálica o metal
de cámara. No
sé cuántas veces ellos tocan para tanta gente y tan contenta, pero esa noche se
los veía exultantes y todavía dispuestos, como si la audacia hubiera dado un
paso hacia lo alcanzable.
No hay comentarios:
Publicar un comentario