Nuevamente Diego Fischerman y nuevamente Página 12, pero hoy a propósito del concierto que Chick Corea brindará mañana en el teatro Gran Rex, acompañado por Stanley Clarke y Lenny White.
“Cada paso fue para mí un nuevo mundo”
“He tenido muchos maestros y por todos siento gratitud, pero el primero fue mi padre Armando”, dice Chick Corea a Página/12. “El tocaba jazz en la trompeta y durante toda mi infancia lo escuchaba a él y a los discos de 78 rpm que ponía: de Dizzy y Bird, de Art Blakey, de Sarah Vaughan con la banda de Billy Eckstine, de Miles Davis a los 17 años tocando en el quinteto de Charlie Parker. Esos gigantes fueron mis héroes y maestros. Y después Monk, Bud (Powell), Horace Silver, Sonny Rollins, Bill Evans, tantos otros...” Quien habla, claro, no desentonaría en esa lista. El pianista que fundó Return to Forever y que ahora retorna a ese grupo (aunque sin el retorno del título) y llega a Buenos Aires para presentar, mañana en el teatro Gran Rex, el notable disco Forever. Allí, junto a Stanley Clarke en contrabajo y Lenny White en batería, toca en plan acústico mucho del repertorio de aquel grupo fundante del jazz eléctrico. Es, sin duda, uno de los músicos más importantes de los últimos 40 años.
Se trata, por un lado, de uno de los protagonistas de varios de los grupos más importantes de la música de tradición popular, desde el trío con Miroslav Vitous y Roy Haynes o el que formó con Dave Holland y Barry Altschul, hasta el dúo con Gary Burton, el mencionado Return to Forever, Circle, con Anthony Braxton, y, por supuesto, el quinteto de Miles Davis, pero, además, uno de los pocos que consiguió lo que para el género significa el non plus ultra: crear un lenguaje y un estilo. Como Bill Evans primero, o McCoy Tyner, Herbie Hancock, Paul Bley y Keith Jarrett, Corea está entre los pianistas inconfundibles y, además, entre los más influyentes –e imitados–. Su primera experiencia profesional importante fue en 1963, con Mongo Santamaria y Willie Bobo, cuando tenía 21 años, y, ya en grupos más específicamente jazzísticos, con Blue Mitchell entre 1964 y 1966, Herbie Mann y Stan Getz (con quien volvió a tocar ya en la década siguiente).
Su debut discográfico en el sello Blue Note fue uno de los más espectaculares que puedan imaginarse, Now He Sings, Now He Sobs, en 1968, con Vitous y Haynes. Antes había grabado dos discos para Atlantic que habían pasado casi inadvertidos pero se convirtieron más adelante en objeto de culto, Tones for Joan’s Bones y Inner Space. Luego de un corto período junto a la cantante Sarah Vaughan, entró al grupo de Davis, reemplazando gradualmente a Hancock. Allí participó en discos fundamentales, como Filles de Kilimanjaro, In a Silent Way, Bitches Brew, y Miles Davis at the Fillmore. “Ese grupo era una escuela formidable”, reflexiona, casi para sí. En esos conjuntos, que partieron del quinteto original pero que tuvieron una conformación muy variable, incluyendo varios tecladistas (en At The Fillmore tocan juntos Jarrett y él), Corea trabajó con el piano eléctrico (y tal vez haya sido el único que creó una gramática propia para ese instrumento) y comenzó sus experiencias con los sonidos electrónicos, que se continuarían en algunos de sus proyectos solistas. Sin embargo, cualquier simplificación resulta inútil.
Asociar a Corea con el jazz-rock, más allá de que fue uno de sus creadores, es olvidarse de proyectos tan disímiles –y geniales– como su “Trío para flauta, fagot y piano”, grabado en 1968 e incluido en el disco Inner Space, sus Piano Improvisations o A.R.C, publicados por ECM, y, lejos del último lugar en importancia, su participación en Circle, todos gestados más o menos en la misma época en que esa forma particularmente virtuosa de jazz-rock que patentaría con Return to Forever –cambios repentinos de tempo, riffs velocísimos, frenos y arranques repentinos y un ajuste descomunal por parte del grupo– comenzaba a plasmarse.
Podría haberse tratado de un músico buscando su propio camino, entre varios posibles, o de alguien dispuesto, simplemente, a recorrerlos todos. “Desde mi punto de vista, cada paso fue un nuevo mundo, exactamente como mi próximo paso me lo hacía saber”, dice Corea. “Nunca fue parte de un plan ni de nada premeditado; es más, yo hubiera sido incapaz de decir qué haría después. Sólo se trataba de entrar en cada proyecto con la fascinación ante las posibilidades que eso abría ante mí. Pero la verdadera aventura es siempre ir un poco más allá y tocar y componer y aprender algo nuevo cada noche ante cada público diferente. Ese es el camino.” Return to Forever fue creado en 1971 y también tuvo una conformación variable, desde el grupo casi acústico en el que tocaba el extraordinario saxofonista y flautista Joe Farrell hasta la aplanadora paralizante de Romantic Warrior, con Al Di Meola en guitarra eléctrica y los dos músicos con los que ahora vuelve a tocar, Clarke y White. “El nombre de la banda no es demasiado importante para nosotros”, comenta el pianista. “Lo que nos motiva no es la idea de un regreso o de una relectura a la música del grupo original, sino el deseo de tocar juntos y de hacer música. La verdad es que ninguno de los tres, en nuestras carreras posteriores, exploró esos standards que habíamos creado juntos. En ese sentido podría ser un retorno, pero sólo en el aspecto de que comprobamos que esos temas funcionaban perfectamente como material, como si se tratara de standards de jazz. Yo creo que, al fin y al cabo, la música es sólo música. Nada más. Y nada menos.”
En la primera formación del grupo, donde tocaba Farrell, ya estaba Clarke y, junto a ellos, el percusionista Airto Moreira y su mujer, Flora Purim, como cantante. En su primer disco, que llevaba el mismo nombre del grupo y se publicó en 1972, aparecía “La Fiesta ”, uno de los temas más populares del repertorio de Corea, que él volvería a tocar y grabar en numerosas oportunidades. Ese mismo año, Return to Forever editó Light As A Feather, en 1973 Hymn Of The Seven Galaxy y un año después Where Have I Known You Before. Otros proyectos, como The Leprechaun, My Spanish Heart y The Mad Hatter, aunque no aparecían con el nombre del grupo, eran deudores, sin duda, de su sonido. Como lo fue, ya en la década de 1980, su Elektric Band, de la que participaban el guitarrista Scott Henderson (luego reemplazado por Frank Gambale), el bajista John Patitucci, Eric Marienthal en saxo y Dave Weckl en batería. Y, en el medio, dúos con Herbie Hancok o con el flautista Steve Kujala, un nuevo encuentro con Vitous y Haynes, conciertos de Moart junto a Bobby McFerrin, música de cámara y, después, otro grupo formidable, Origin. “Siempre había querido volver a tocar con Clarke y White”, dice ahora. “Existía, en la época de Return to Forever, una química muy especial entre nosotros. Y esa química está intacta. Tocar con ellos es un placer inmenso, nos adivinamos nuestras intenciones permanentemente, sintonizamos la misma frecuencia y nos entendemos como hermanos.”
Así como habla de sus maestros, Corea también opina sobre sus posibles discípulos: “He visto a músicos jóvenes inspirados en algunas cosas que mis amigos y yo hemos hecho, desde luego. Es natural, me encanta que suceda y trato de ayudar a esos músicos de la manera en que sea posible. No los considero discípulos en un sentido estricto pero, en cierta forma, hay una continuidad y una enseñanza. Una cierta tradición que va pasando de unos a otros, por más que cada uno la tome de manera creativa y no como una copia”. Observa, desde ya, el jazz actual, y opina que “la novedad está en quien la mira. Yo no veo otra cosa que vida en mi camino. Y la vida es siempre nueva y bella si uno vive de una manera en que puede mirarla y percibir su maravilla. Para mí, es simplemente un honor y estoy infinitamente agradecido por poder seguir amando el hacer música y el buscar cosas nuevas y el viajar alrededor del mundo y poder tocar esa música para quienes quieren escucharla. El otro día escuché por la radio una grabación de Ben Webster y era un registro apenas anterior a su muerte. Y sonaba tan fresco y tan nuevo, y tan joven”.
El disco Forever, un álbum doble que Universal publicará próximamente en la Argentina , recoge ese presente de Corea que grabó, casi al mismo tiempo, un fantástico CD en homenaje a Bill Evans junto a otro de sus compañeros históricos, el contrabajista Eddie Gomez, y el recientemente fallecido Paul Motian en batería. Admirador de la música de Astor Piazzolla –en una de sus visitas a Buenos Aires participó, precisamente, de un homenaje al bandoneonista–, compositor de algún tango, que tocó junto a Gary Burton, el perfil de Corea es el del más absoluto eclecticismo. En un viaje anterior explicó a este diario su pasión por la variedad de la manera más sencilla. “Por más rica que sea una comida –decía–, ¿quién quiere comer lo mismo todos los días?” La palabra clave, dice, es curiosidad. Y también, placer. Corea lo menciona cada vez que puede. Y cuenta, también, que escucha música “como inspiración, para aprender nuevas cosas”. A veces se sienta ante el equipo o la computadora por simple gusto. Otras, “para ver qué están haciendo mis amigos, para ver en qué andan los músicos jóvenes que nunca pude escuchar en vivo. Y vuelvo una y otra vez a mis grabaciones favoritas de Miles y Coltrane. Y a algunos compositores clásicos que admiro. Y a grandes pianistas como Art Tatum y Glenn Gould. Y a veces, especialmente durante una gira, saco toda la música de mi alrededor y trato de escuchar lo que me rodea. Por ejemplo, en las habitaciones de hotel, jamás prendo la televisión ni escucho la radio. Y sí, a veces, escucho mis propias grabaciones para tratar de encontrar nuevos caminos en lo que hago. No soy demasiado crítico conmigo mismo, pero sé qué es lo que me gusta y lo que no de mi manera de tocar y, por lo tanto, trato de corregir lo que no me gusta y de llevarlo hacia lo que sé que quiero hacer”.
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