Una entrevista con Adrián Iaies, realizada por Jorge Fondebrider y publicda en la revista Ñ de hoy.
“La canción es la célula de toda la música popular”
Adrián Iaies acaba de editar Melancolía, su último disco como líder y el número quince de su discografía. Como en otras ocasiones, sorprende por su inteligencia y buen gusto. Previo a la presentación en vivo, mantuvo el siguiente díalogo con Ñ.
–Este último, ¿es un disco de grupo o es un disco solista?
–En cierta forma es un disco solista porque no estuve demasiado pendiente de qué es lo que el grupo quiere tocar. En otras palabras, es el disco que yo quería hacer. Pero, a la vez, es mi primer disco de cuarteto. Me explico: en algunos temas, acepto delegar algo que nunca delego porque es lo que a mí más me gusta hacer.
–¿A qué te referís?
–A tocar la melodía. Y es porque en Mariano Loiácono encontré un tipo en el cual confío y que, por lo tanto, es un gran socio: serio, profesional, cuidadoso, con criterio y, sobre todo, muy atento a lo que yo quiero.
–¿Y qué es lo que vos querés?
–Aunque eso ya está presente en algunos de mis discos anteriores, cada vez estoy más decidido a que cada nuevo disco hable de una sola cosa, que haya un único clima, una atmósfera homogénea.
–¿Por qué?
–Porque quiero trabajar contra esa idea de que un disco debe empezar por un tema rápido, seguir con una balada, luego un tema en 3 por 4, etc.
–Precisamente, este nuevo disco presenta una mayoría de baladas o de temas que decidiste tocar como baladas…
–Es que ésa es la idea o, al menos, mi manera de interpretar la melancolía, leit motiv de todo el disco.
–Hay otro dato que en tus últimos tres discos va presentándose con creciente nitidez: tocás mucho menos que antes. Dicho de otro modo, sos mucho más reflexivo.
–Es así y, de hecho, cuando escucho los temas después de grabados tiendo a pensar que si me hubiese esforzado más, habría podido tocar incluso menos de lo que toqué, ser todavía más austero…
–¿Y por qué esa búsqueda de austeridad? ¿Qué fue lo que te llevó en esa dirección?
–Yo creo que la edad, el paso del tiempo. Nunca quise ser “el pianista más rápido del Oeste”. Pero si alguna vez se me cruzó la sombra de una preocupación, hace rato que ya no la tengo.
–¿Y a qué lo atribuís?
–A que identifico eso que antes llamé austeridad con la elegancia. Como te imaginarás, escucho mucha música por cuestiones profesionales, pero cuando puedo y tengo tiempo, escucho a muchos pianistas. Ayer pudo haber sido Marc Copland, hoy Bill Carrothers y mañana Vijay Iyer. Y si bien los disfruto, tengo que decir que al final del día vuelvo a los mismos pianistas de siempre, que son los que, en mi opinión, hicieron de la elegancia un culto: Hank Jones, Tommy Flanagan, John Lewis, Dave Brubeck… Todos ellos parece que tocaran con traje y se atuvieran exclusivamente al tema, más allá de la probada capacidad que todos tienen para hacer solos. Cuando esos pianistas tremendos proceden de esa manera, uno se pregunta si el solo hace falta o si lo que hay que decir ya está dicho con la propia interpretación del tema.
–Entiendo que hay muchos músicos que, aunque parezca paradójico, no escuchan música.
–Yo sí. Nunca entendí a los que se vanaglorian de no escuchar música desde hace diez años. ¿Cuál es el mérito? Mirá, mis viejos no tenían plata, así que yo no fui a Berklee. Aprendí de los discos, de escuchar discos. Y eso se nota en lo que toco.
–Aunque no lo nombraste, en Melancolía, hay tres temas de Billy Strayhorn, que es la elegancia hecha música…
–Y fijate que en ninguno de los tres hay solo de piano. Tampoco en la versión de “Fuimos” ni en el tema que le dedico a Flanagan. Mi idea fue no ser expansivo y, por eso, el cuarteto me permitió fijar claramente esos límites.
–De disco en disco, la noción de estructura es muy clara en tu música.
–Es que yo estoy enamorado de la forma canción, que es imbatible. No establezco diferencias entre escuchar un disco de jazz y uno de Sinatra, Joni Mitchell o los Stones. La canción, con o sin letra, es la célula de toda la música popular. Y en el caso específico del jazz, esa forma permite establecer una necesaria complicidad con el que escucha.
–En tus discos siempre hay algo así como una declaración de principios. En éste parece una muy clara la inclusión del “Himno a Sarmiento”.
–En este hay dos. El “Himno a Sarmiento” –al que cuando estaba en la escuela cantaba buscándole segundas voces– y el vals que le dedico a Beatriz Sarlo, a quien, aclaro, no se lo dedico por haber puesto en su lugar a Osvaldo Barone –a nadie le dedicaría un tema por tan poco, sería disminuirla–, sino porque la quiero y porque sé lo que le gusta el jazz. Luego –y sólo luego– porque comulgo con muchas de sus ideas.
–Lo que visto desde afuera te pondría en las antípodas de otro fanático tuyo como Horacio Verbitsky...
–…cuyas ideas no comparto, pero a quien me une un gran cariño. Y ambos hemos sabido establecer un territorio común por fuera de las ideas políticas que nos permite mantener una gran amistad. Todos los gobiernos pasan y ninguno es tan importante como para que, poniéndonos de un lado o de otro, nos podamos establecer puentes con nuestros afectos por muy distinto que piensen de nosotros. La vida es otra cosa, ¿no?
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