“Con
su grupo –aquí ampliado– aúna el viejo espíritu de los cuartetos y el estilo
más desembozado de sus proyectos más abiertamente jazzísticos”, escribe Diego Fischerman en Página 12 de hoy, a propósito del último
disco de Pat Metheny.
Sutileza
e intensidad
Mucha
música –o mucho de lo que el ser humano hace sobre la Tierra– no llega a
acercarse a lo que se enuncia. Y, para peor, muy pocos, empezando por el propio
artista, perciben esa diferencia. Por fortuna, existe, también, lo contrario.
Aquellos que hacen grandes obras a partir de declaraciones pequeñas. Borges, y
sus aparentemente insignificantes cuentos de cuchilleros o de sueños y de
espejos, es un ejemplo inmejorable en el campo de la literatura. Y tal vez no
haya mejor encarnación posible, en el terreno del jazz, que Pat Metheny. Muy
pocas veces, en todo caso, tanta técnica, tanto buen gusto y tanta elaboración
rítmica y contrapuntística está puesta tan al servicio de la facilidad. De la
supuesta falta de grandes aspiraciones. En pocas músicas, en todo caso, la
complejidad de factura es un vehículo tan natural para la sencillez de lo que
se escucha.
Unity Sessions es su nuevo disco para el sello Nonesuch, con el cuarteto
con el que, de alguna manera, aúna el viejo espíritu de los cuartetos con Lyle
Mays en los teclados y el estilo más desembozado de sus proyectos más
abiertamente jazzísticos, incluyendo el extraordinario –y posiblemente
subvalorado– Song X que grabó junto a
Ornette Coleman. Chris Potter en saxo tenor y soprano, clarinete bajo y flauta,
Antonio Sánchez en batería y cajón y Ben Williams en contrabajo y bajo
eléctrico conforman el núcleo del grupo. No es un dato menor que Metheny
incluye en un saxo en la banda por primera vez desde sus grabaciones con
Michael Brecker y Dewey Redman, para el disco 80/81. Y se agrega además un quinto elemento, uno de esos músicos
multifuncionales –como alguna vez fue para él Pedro Aznar– que tanto le gustan,
Giulio Carmassi, quien toca piano, fluegelhorn y sintetizador, canta y, como si
fuera poco, también silba.
La idea del
disco, que es en rigor la banda de sonido de un video que se editó
conjuntamente, fue alquilar un teatro al final de una gira, montar allí un
estudio de grabación y cerrar el capítulo con un registro de lo que allí había
sucedido musicalmente –y de lo que sucede cuando una banda de grandes músicos
lleva un tiempo tocando juntos–. Algún antiguo tema –el bellísimo “Two Folk
Songs 1”, que abría 80/81–, una notable
zapada alrededor de “Cherokee” y una mayoría de temas de Kin, el álbum que habían presentado en la gira, deja lugar para el
lado más introspectivo de Metheny, con puntos altísimos como “Adagia” y un
medley casi íntimo, donde enhebra varios de sus temas ejemplares: “Phase
Dance,” “Minuano (Six Eight)”, “This is Not America “ y “Last Train Home”. Más
allá de que varias de las composiciones están incluidas en el disco anterior,
la intensidad, la sutileza, la interacción de Metheny coon cada uno de los otros
integrantes pero, sobre todo, con Potter y Sánchez, hacen de estas “sesiones”
un umbral a tener en cuenta. La originalidad del cuarteto –esta vez ampliado–
es, por otra parte, juntar con fluidez las dos caras del músico. Tanto el
garage americano, con sus inflexiones folkie,
ese rasguido que Metheny incorporó al mundo del jazz, e incluso las rítmicas
latinoamericanas que le vienen de su enamoramiento por Brasil y, también, el
diálogo creativo con la tradición del bop, es decir todo eso que, a falta de palabras
mejores, se sigue llamando jazz moderno.
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