“La agrupación integrada por Ethan Iverson,
Reid Anderson y David King vio potenciadas sus virtudes habituales con el
aporte del saxofonista, que se incorporó como una figura más”, anuncia la
bajada del artículo de Página 12 de
hoy, publicado por Diego Fischerman,
quien cubrió el show de The Bad Plus
con Joshua Redman en el Teatro
Coliseo, el pasado miércoles 18 de mayo.
Otro lujo para un engranaje virtuoso
Es
posible que no haya mayor grado de concentración y gradación de la energía que
el logrado por el trío The Bad Plus junto al saxofonista Joshua Redman en el
comienzo de su extraordinaria presentación en Buenos Aires. El tema era “Love
is The Answer”, incluido en el primer disco del grupo, de 2001. Unos acordes
del piano, casi un ostinato y siempre, como suele serlo en los temas compuestos
por el contrabajista Reid Anderson, con algún elemento inquietante en una serie
aparentemente previsible. Y los exactos comentarios del contrabajo y batería, nunca
ceñidos al papel de “base”. Y Redman que fue agregándose –y trabajando sobre la
idea de agregación– de una manera magistral. Y todo ello, hasta el mismo final,
en pianísimo. Casi en susurros. Al borde de una explosión tan demorada como
perfecta.
El
trío es uno de los grupos más originales entre los surgidos en el siglo XXI.
Pero esa singularidad está lejos del mero exotismo, de la rareza o de la
fórmula ilusoria que resultaría de la suma improbable de un pianista y un
contrabajista de jazz más un baterista atípico para el género. Es cierto que
David King es responsable de una parte sumamente presente del genoma de The Bad
Plus. Y que, aunque maneja los recursos de un baterista de jazz no toca como
él. Pero no lo es menos el tratamiento del sonido de Ethan Iverson, capaz de
conseguir una saturación y una densidad únicas, y un manejo de la armonía que
trasciende en mucho las reglas fijadas por los herederos inmediatos del bop. En
todo caso su enciclopedia –y la del trío– incluye tanto el legado del jazz como
el de la experimentadores con la masa sonora, a la manera del compositor Edgar
Varèse o de su gran traductor al campo de las tradiciones populares, Frank
Zappa. La prosapia del trío, por otra parte, no es ajena al jazz en absoluto
pero hay que buscarla por el lado del de Ahmad Jamal, es decir de esos tríos
“arreglados”, que ponen en tela de juicio la idea de solista y acompañamiento.
Eventualmente, en The Bad Plus la interacción y el ajuste se convierten en
materiales esenciales.
El
encuentro del trío con Joshua Redman, un saxofonista de virtuosismo asombroso,
capaz de saltar de los sobreagudos a los graves extremos con la más absoluta
fluidez y con una riqueza de recursos de articulación y fraseo altamente
infrecuente, potencia, de alguna manera las características habituales del
grupo: la sorpresa, el trabajo consciente sobre el timbre (el sonido o, mejor,
los sonidos de Iverson, gracias a un uso impactante de los pedales), una
batería que jamás pierde de vista el papel melódico, un manejo exquisito de los
matices. Y, sobre todo, de algo que bien podría ser el plus que el trío lleva
en su nombre: una soberbia utilización de la tensión. En su música jamás hay
una única línea de significado. Si el piano plantea una serie modal casi aérea,
la batería o el saxo se ocuparán, como en el fantástico “The Mending”, de
presentar otros elementos. La música será el resultado de esa combinación de
voces contradictorias, o complementarias. Ninguna por separado sería capaz de
dar cuenta de lo que cada tema es.
Tal
vez en “Beauty Has It Hard”, el tema que cerró el concierto, donde una melodía
atonal se sobreimprime a un espíritu casi de himno religioso, sea donde este
modelo aparece de manera más evidente. Parece una obviedad pero si resulta
imposible pensar a The Bad Plus de otra manera que como un grupo en que cada
una de las partes resulta imprescindible, el disco con Joshua Redman (The Bad Plus Joshua Redman, publicado
por Nonesuch) y su luminosa presentación en vivo en Buenos Aires incorporan con
naturalidad al cuarto elemento. Lejos de la figura del invitado estelar, Redman
se integra como una pieza más –e igualmente irremplazable– de un engranaje
virtuoso. En la actuación porteña fue también esencial el muy buen sonido
(aunque el piano, bastante baqueteado, dejó bastante que desear) y no
desentonó, por su parte, la presentación del grupo local Klak, abriendo el
juego con composiciones interesantes y un muy buen desempeño del vibrafonista
Fabián Keoroglanian y el saxofonista Santiago Kurchan.
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