–¿Vos viste que le dije a Eduardito que no se demorase? –preguntó retóricamente Guille Hernández con voz indignada–. Y encima se queda en Nueva York yendo a conciertos que no autoricé.
A pesar de que Hernández levantaba la voz, como se hace en los reñideros de Tres Algarrobos, nadie le prestó atención. En el bar de la galería del Teatro Apolo se dirimían cuestiones mucho más importantes, como el súbito ataque de diarrea del equipo de River (que, para más datos, perdió ostensiblemente ante el difícil Patronato) o el glorioso triunfo de Boca (que, sin exagerar, apabulló a los gallardos muchachos del Atlético Rafaela).
Mientras tanto, ajeno a todas estas cuestiones, Eduardo de Simone seguía buscando incansablemente el encargo de Hernández, al tiempo que envíaba su crónica a este blog, y en algún lugar del planeta caía la nieve.
Finalmente encontramos un McDonald´s "de verdad", y no camuflado, y fuimos en busca del juguete dela Cajita Feliz
encargado obsesivamente por Hernández.
A pesar de que Hernández levantaba la voz, como se hace en los reñideros de Tres Algarrobos, nadie le prestó atención. En el bar de la galería del Teatro Apolo se dirimían cuestiones mucho más importantes, como el súbito ataque de diarrea del equipo de River (que, para más datos, perdió ostensiblemente ante el difícil Patronato) o el glorioso triunfo de Boca (que, sin exagerar, apabulló a los gallardos muchachos del Atlético Rafaela).
Mientras tanto, ajeno a todas estas cuestiones, Eduardo de Simone seguía buscando incansablemente el encargo de Hernández, al tiempo que envíaba su crónica a este blog, y en algún lugar del planeta caía la nieve.
Manhattan no es ciudad para niños
Finalmente encontramos un McDonald´s "de verdad", y no camuflado, y fuimos en busca del juguete de
–No tenemos Cajita Feliz –recita un
empleado.
–¿Pero cómo no van a tener una
Cajita Feliz?
–¿Usted ve a alguien feliz por
aquí?
Agobiado, decidí buscar
directamente el juguete fuera del consabido McDonald’s. Es decir, ir derecho a
las fuentes: una juguetería. Nuevamente, problemas. FAO Schwartz, la juguetería
más famosa de Manhattan, cerró hace más de dos años. ¿Y Toys’r Us? ¡También
cerró! El megalocal que tenía en Times Square bajó la persiana hace algunos
meses. Desesperado, pregunté a un guía si quedaba un local de Toys´r Us en la
isla. Me remitió a un mall de la 34 y
6ª. Mandé como avanzada a mi hija de 11, que volvió decepcionada. "Es un
negocio para bebés, y hasta para los bebés es malísimo". En fin, Manhattan
no es ciudad para niños.
Fuimos entonces a las cosas de
grandes. O a grandes cosas, en verdad. Porque eso es lo que fue el concierto del
trío de Fred Hersch en el Village Vanguard. Lo acompañaron esta vez John Hébert
en bajo y Eric McPherson en batería. Alternó standards con temas propios de varios de sus discos. Y entregó un
generoso set de piano solo que fue
absolutamente conmovedor. Pasa algo extraño con la música que hace Hersch,
especialmente en su versión solista. Uno queda en un trance tan profundo que ni
siquiera es posible pensar: "Qué buena música estoy escuchando".
Tiene que transcurrir un buen rato para poder reflexionar sobre el momento. Y
al reflexionar, es posible concluir que Hersch debe estar hoy entre los músicos
absolutamente imprescindibles en el jazz, que no puede ser pasado por alto al
listar a los diez músicos más relevantes de la escena actual.
Y si se habla de la escena actual
la siguiente escala de esta peregrinación puede considerarse un hito. Sucedió
en el Jazz Standard, un local bien atildado de la calle 27 y Park Avenue. Sitio
prolijo, bien dispuesto y con aceptable visión del escenario desde las
distintas mesas. Allí tuvo lugar un concierto extraordinario, a cargo de la big band que armó Michael Formanek,
llamada Ensemble Kolossus. Es una orquesta de músicos excepcionales, casi todos
líderes y grandes nombres de la escena neoyorquina con la cual Formanek grabó el
disco The Distance, editado por estos
días en el sello ECM. El ensamble estuvo dirigido por Mark Helias y los nombres
de los solistas apabullan: Loren Stillman, Chris Speed, Tim Berne, Oscar
Noriega y Brian Settles en saxos; Dave Ballou, Ralph Alessi, Kirk Knuffle y
Shane Endsley en trompetas; Alan Ferber, Ben Gerstein, Jacob Garchik y Jeff
Nelson en trombones; Patricia Brennan en marimba, Mary Halvorson en guitarra,
Kris Davis en piano y Tomas Fujiwara en batería, además de Formanek en
contrabajo. El ensamble suena aún mejor en vivo que en disco, y la música,
escrita por Formanek, es una aventura que incluye formas de libre
improvisación, mucho swing, blues y experimentación constante. Referenciada de
algún modo en la tradición ellingtoniana, la música del Ensemble avanza hacia
formas sonoras modernas y apabullantes, con picos altos en los solos de Dave
Ballou, Tim Berne y Kris Davis. En una hora y cuarto hay escasa chance para el
lucimiento de los 18 miembros del grupo. Hubo que elegir y si algo habría que
lamentar es que la gran Mary Halvorson no tuvo un momento propio. Seguramente
se trata de la obra cumbre de Formanek por la innovación, la dinámica de la
orquesta y el camino que abre en el jazz.
La última parada de este recorrido
tampoco tuvo desperdicio. Conocido para muchos, The Cookers también es una
suerte de supergrupo, que en los últimos años ha grabado y girado por el mundo
con gran esfuerzo para sus integrantes, que no son precisamente veinteañeros.
Lo integran el gran Billy Harper en saxo tenor, Eddie Henderson y David Weiss
en trompeta, Donald Harrison en saxo alto, George Cables en piano, Cecil McBee
en contrabajo y Billy Hart en batería. Es la formación básica, aunque en las
giras y presentaciones suele haber alteraciones de ocasión. Meses atrás lo ví
en otra ciudad y Danny Grisett había reemplazado a Cables en piano. En esta
ocasión no estuvo Donald Harrison. La posta la tomó un saxofonista mucho más
joven que el resto cuyo nombre no retuve y no desentonó. La cohesión que
adquirieron es fantástica.
Billy Harper tiene un sonido profundo y de matiz
casi espiritual, en espejo con la raíz de su música. Le aporta una gran cuota
de liderazgo al grupo. Todos los temas son propios y muchos de ellos fueron
estrenados en este show, que sirvió de precalentamiento para un nuevo disco que
grabarán en breve en el sello Smoke Sessions. Más allá de la presentación del
grupo, que fue impecable, hay que decir que el local, ubicado en Broadway y la
105, en el Upper West, no es de lo mejor para escuchar jazz. Muy chico, con una
barra grande y ruidosa cerca del escenario, mozos caminando por delante del
público todo el tiempo y con la puerta del baño inmediatamente al lado de la
brevísima tarima donde se acomodan los músicos. Pero cuando hay pasión todo se
puede. Y si no, que lo diga el propio Harper, que terminado el show pasada la
medianoche se perdió solo en la boca del subte en la fría noche neoyorquina,
para tomar el mismo tren con el que yo me volvía con la cabeza llena de música.