Archie Sheep y John Coltrane |
Diego Fischerman publicó hoy, en Página
12, el siguiente comentario sobre la edición local de A love supreme, de John
Coltrane. Puede leerse a continuación.
La belleza como una erupción volcánica
John Coltrane no tenía fama de hablar demasiado. Archie
Shepp, el saxofonista que él logró que grabara para el sello Impulse, aparecía
como su contracara exacta. Si para el primero la cuestión de la negritud era
algo asumido casi en privado y limitado al terreno musical –el tema “Alabama”,
escrito a raíz del asesinato de cuatro chicas a causa del ataque del Ku Klux
Klan a una iglesia de ese estado, incluido en el álbum Live at Birdland, era una declaración algo inusual–, para Shepp,
“el portavoz del black power en la música”, según Leroi Jones, nada había que
no pudiera ser expuesto, dicho, recitado, gritado o actuado.
Si la carrera del primero, en poco más de diez años, siguió
el rumbo algo espiralado que tenían sus solos desde un principio, rodeando un
motivo, desarrollándolo hacia adentro, volviendo a él en variaciones mínimas y
constantes y en una suerte de progresiva reconcentración, la de Shepp,
alrededor de un sonido de saxo tenor poderoso, contundente, admitiría todo lo
que pudiera ser leído como cultura negra: canciones gospel y spirituals, blues
clásico, música de teatro, marchas de Sousa, el culto a Ellington, bossa nova,
canto percusivo, poemas, discursos y, claro, homenajes a Coltrane.
En 1965 Shepp intentaba hablar con Bob Thiele, el director
del sello Impulse, y le decían, de manera invariable, que había salido a comer.
“Una vez llamé y me dijeron que había salido a comer pero volvía en una hora:
John (Coltrane) había hablado con él y eso cambió las cosas”, contaba Shepp en
una entrevista publicada por la revista Jazztimes
el 29 de mayo de 2012. Y es que en ese año, el mismo en que se editó A Love Supreme, el disco de Coltrane donde Shepp tocó junto a él en varias
tomas luego descartadas, también se grabó Fire
Music, de Shepp, una obra que el New York
Times incluyó en su Essential Library of Jazz.
Sobre el final del año pasado, conmemorando los cincuenta
años de su registro, salió a la venta una exquisita nueva edición de A Love Supreme. Y la buena nueva es que
allí estaban, por primera vez de una manera articulada y de alguna manera
integradas a la obra original, todas las tomas en las que participaba Shepp,
con el agregado de Art Davis en contrabajo, anticipando de alguna manera el big
bang que Coltrane legaría un año después en Ascension,
donde en el marco de una atípica big band volverían a encontrarse. A Love Supreme no es un disco más de
Coltrane. Tiene una unidad motívica, una fuerza aglutinante y un sentido
espiritual que lo hacen único en más de un sentido. Como el propio saxofonista
decía, su música no era fácil (“Debes entrar en la música lentamente; no
siempre ella te recibe con los brazos abiertos”). Sin embargo, A Love Supreme fue rápidamente canonizado.
En el mismo año de su salida tuvo dos candidaturas al Grammy, como mejor disco
y mejor composición (perdió una a manos de Ramsey Lewis y la otra se la
arrebató Lalo Schifrin) pero, más importante para el mundo del jazz, no solo
ganó tres categorías en la encuesta de críticos de la revista especializada Down Beat sino que ocupó la tapa con la
leyenda “el año de Coltrane”.
Ese disco ocupa un lugar único, en la producción de
Coltrane pero también en la historia de la música, y es, desde ya, un mito. No
obstante, es imposible aislarlo o entenderlo sin el contexto de su entorno –hay
allí un notable registro del espíritu de una época– y, sobre todo, del resto de
la obra del saxofonista. Si se piensa en el ciclo que comienza con su
participación en el quinteto y luego el sexteto de Miles Davis, y sus primeros
discos solistas para el sello Prestige, además de su histórico Blue Train de 1957, para Blue Note, y su
extraordinario raid para Atlantic –-con piezas claves como Giant Steps, grabado a fines de 1959 y publicado el año siguiente;
Coltrane Jazz, con registros de 1959 y 1960 y donde aparecen por primera vez
junto a él, en una grabación de estudio, “Village Blues”, el pianista McCoy
Tyner y el baterista Elvin Jones; Coltrane
Plays The Blues o The Avant Garde,
con el trompetista Don Cherry–, el estilo de Coltrane es un relato en constante
evolución pero sus principios constructivos están presentes desde el primer
momento.
A Love Supreme es el cuarto disco de estudio del cuarteto que había
acabado de conformarse en 1961 –en varias grabaciones anteriores el
contrabajista es Steve Davis, en lugar de Jimmy Garrison– y que quedaría como
uno de los más sólidos, creativos e influyentes de la historia. Y es que además
de la extraordinaria interacción que les permitía moverse como electrones
libres sin jamás perder de vista el núcleo, tanto Tyner como Jones fueron
dueños de dos de los estilos más fuertes y reconocibles del jazz. El pianista,
con sus veloces sucesiones de cuartas, sus acordes casi percusivos, su fraseo
en líneas de gran extensión y una afluencia torrencial de ideas, y el baterista
con una polirritmia heredera de Max Roach y Roy Haynes pero disparada hasta el
mismo abismo, fueron, en todo caso, parte central del sonido que desemboca en A Love Supreme pero que tampoco se agota
allí. El sentido final del álbum, en todo caso, se completa con sus ramificaciones
y secuelas: Transition, The Quartet Plays, First Meditations for Quartet.
La historia del jazz es una historia escrita en gran medida
en discos. La cultura de las listas con “los mejores”, que el rock hizo suyas,
vienen de allí. Y, con inmensas variaciones entre unas y otras, en todas las
que intentan una taxonomía de lo más importante del género hay sólo dos títulos
que se repiten en todas: Kind of Blue,
de Miles Davis, y A Love Supreme, de
John Coltrane. Demás está decirlo, en ambos el saxofonista tenor es el mismo.
Los aniversarios redondos son ocasiones propicias para que los devaluados
grandes sellos realicen ediciones especiales cuyo sentido último es,
finalmente, desalentar ediciones independientes que poco tendrían para ofrecer
a su lado. Sony, actual propietaria de Columbia, se adelantó en un año a la
entrada del disco de Miles en el dominio público (en todo el mundo, salvo en la
Argentina, son cincuenta años, y se refieren no al derecho de autor sino tan
solo al de la edición discográfica) y publicó, en 2008, un Kind of Blue que, entre otras cosas, incluía, además de un lujoso
libro, el vinilo de alto gramaje. Para el de Coltrane, Universal, la
responsable de los catálogos de Verve, MCA e Impulse –que se fueron absorbiendo
unos a otros a lo largo de las últimas décadas– ideó dos ediciones, una de dos
CD y otra de lujo, con tres, ambas subtituladas The Complete Masters y ninguna de ellas igual al álbum doble que ya
había publicado en 2002. La que acaba de ser editada en la Argentina, con presentación
y sonido iguales a la internacional, es la de dos. El disco ausente es el que
contiene la grabación de la actuación del cuarteto en el Festival Mundial de
Jazz Antibes, en Francia, tocando el material de A Love Supreme, que ya había formado parte de aquella edición de
hace catorce años.
El primer disco es, obviamente, el A Love Supreme original, grabado en stereo y masterizado con
inmejorable criterio por Kevin Reeves, con dos agregados de importancia dudosa:
las tomas de referencia mono de las partes tercera y cuarta, “Pursuance” y
“Psalm”. Por lo tanto, el eje de la cuestión es el segundo de los discos. Allí
hay también bastante morralla: tres versiones de las sobregrabaciones de la
parte vocal en la que Coltrane recita el mantra “A Love Supreme”, tomas
alternativas y fallidas del cuarteto y las mencionadas grabaciones en el
formato de sexteto, con el agregado de Shepp y Art Davis, algunas de ellas ya
incorporadas en la edición de 2002. En rigor, sólo cuatro pistas –unos 23
minutos– estaban absolutamente inéditas hasta el momento: dos tomas completas
del movimiento inicial, “Acknowledgement”, en versión de sexteto, y dos tomas
fallidas breves, una interrumpida por diálogos y la otra por una entrada falsa.
Las dos tomas con Shepp ya incluidas en 2002 no acababan de cuajar y, más allá
de la valoración por este saxofonista y del interés para los coleccionistas, no
costaba imaginarse por qué habían sido finalmente descartadas. La contundente
unidad (unidad lograda desde lo diverso) del cuarteto allí faltaba. Las dos que
se agregan en esta versión son mejores y, en particular, por los solos de
Coltrane. Uno de ellos, el de la toma final y más larga, es magistral. Tal vez
resulte poco para justificar la compra, si es que el interesado ya posee A Love Supreme y más si tiene la edición
de 2002. Y quizá no. Por la cuidadosa presentación y el sonido, desde ya. Pero,
lejos del último lugar en importancia, los dos solos de Shepp, aun con su
choque un poco frontal con el estilo ya consolidado del cuarteto, y ese solo
final de Coltrane, en la toma alternativa del sexteto que dura más de 12
minutos (Pista 12 del segundo disco), no se miden en segundos sino en belleza.
Una belleza extraña, esquiva en el comienzo. Rugosa, resistente. No la belleza
de lo decorativo. Más bien, la de las erupciones volcánicas. La de la creación.
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