“El
canadiense fue no sólo uno de los más importantes instrumentistas del género,
sino uno de los grandes creadores de lenguaje y recorrer su trayectoria es como
hacerlo por la espina dorsal del jazz de los últimos sesenta años.” Eso dice el
copete que precede a la nota publicada hoy por Diego Fischerman en Página 12, y no exagera en absoluto. Con
Paul Bley desaparece una de las mayores glorias del jazz de la segunda mitad
del siglo XX.
Adiós a un músico crucial del
jazz
En 1955, la revista Down
Beat lo definía como “el canadiense de 22 años cuya manera de tocar el
piano está empezando a fascinar a los fans del jazz”. En una pequeña columna,
publicada el 13 de julio de ese año, Paul Bley, el joven pianista, anunciaba:
“El jazz está listo para una nueva revolución”. Y cuando le preguntaban acerca
de sus modelos, sonreía apenas y decía tan sólo dos palabras: “Louis
Armstrong”. Fue no sólo uno de los más importantes instrumentistas del género
sino uno de los grandes creadores de lenguaje. El domingo pasado, según informó
ayer su hija, Bley falleció a los 83 años, rodeado de su familia.
Su último disco, con la grabación de un recital en Oslo en
2008 (Play Blue, publicado por el
sello ECM en 2014) fue, sin duda, uno de los mejores de los últimos años. El
primero, llamado de manera sucinta Introducing
Paul Bley, era de 1953 y allí tocaban, junto al prodigio de 20 años, nada
menos que Charles Mingus en contrabajo y Art Blakey en batería. Entre esos dos
puntos se articula una de las vidas musicales más intensas, creativas y
coherentes del último medio siglo. Un recorrido con mojones tan altos como el
trío que conformó en 1961 junto a Jimmy Giuffre en clarinete y saxo, y Steve
Swallow en contrabajo; el quinteto de 1958, con Ornette Coleman, Don Cherry,
Charlie Haden y Billy Higgins; sus grabaciones con Sonny Rollins y Coleman
Hawkins en 1963, y, más cerca, su trío de 1998 con dos viejos compañeros de
ruta, Gary Peacock y Paul Motian. Sus versiones de “Ida Lupino” –un tema
compuesto por quien fue su mujer, la notable Carla Bley– incluidas en Turning Point, de 1964, y, sobre todo,
las geniales relecturas de Closer (1966, en trío con Swallow y Barry Altschul)
y Open to Love (piano solo, 1972)
alcanzarían para colocarlo en el sitial de honor. Pero hay, por supuesto,
muchas otras razones.
Con lazos estilísticos evidentes con pianistas del bop como
Al Haig o Bud Powell, y con tempranos experimentadores como Red Garland, Bley
fue elaborando una suerte de fragmentarismo sumamente personal, tan lírico como
ascético. Sus maneras de frasear y de desarrollar un tema en ocasiones eran
casi epigramáticas. Y era capaz, al mismo tiempo, de un virtuosismo à la Oscar
Peterson –en 1949 fue su reemplazante, en el Alberta Lounge, y Peterson impulsó
su carrera– sumamente infrecuente en los músicos más modernistas. Mucho de lo
que en la década del 60 se consolidaría como free jazz –esa corriente donde la
improvisación se independizó de la idea de tema y en la que frecuentemente se
buceaba en la atonalidad y los patrones rítmicos asimétricos– salió de sus
manos. Y mucho de lo que muchos años después divulgaría Keith Jarrett en sus
largas improvisaciones para piano, ya estaba presente en el estilo temprano de
Paul Bley.
Nacido el 10 de noviembre de 1932 en Montreal, fundó, a
comienzos de los 50, el Jazz Work- shop de esa ciudad, tocando, cuando aún era
un adolescente, con músicos como Charlie Parker, Lester Young y Ben Webster.
Formado incialmente como violinista, y con una sólida técnica clásica, fue el
director de la orquesta con la que Mingus grabó en 1953 y el contrabajista
decidió producirle su primer disco. En 1964, por invitación de Bill Dixon, se
incorporó a la Jazz Composers Guild, una especie de cooperativa de músicos de
las corrientes más modernistas del jazz a la que pertenecían Roswell Rudd,
Cecil Taylor, Archie Shepp y Sun Ra, entre otros.
Músico de músicos y posiblemente uno de los que más han
grabado en la historia del jazz, ha dejado una obra de una riqueza y variedad
impactantes. Desde algún documental de la televisión canadiense donde aparece
tocando con Parker, hasta registros con Pat Metheny y Jaco Pastorius, la figura
de Bley recorre ni más ni menos que la médula del último medio siglo de jazz.
Un resumen es virtualmente imposible y una selección, entre más de 100
ediciones de las que una gran mayoría resulta esencial, es poco menos que un
despropósito. Aun así, Closer, Open To Love, Axis, su postrer concierto en Oslo, el Giuffre 3 de 1961 y su
resurrección de 1990, registrada por el sello francés Owl con el título The Life of a Trio ,y los dos discos con
su cuarteto junto a John Surman, Bill Frisell y Paul Motian (Fragments y Paul Bley Quartet, ambos en ECM, de 1986 y 1987) bien pueden ser un
punto de partida.
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