“El
deslumbrante saxofonista expuso su tesis sobre el jazz y fue ovacionado junto a
los músicos que lo acompañaron.” Tal es la bajada de la cobertura realizada por
Diego Fischerman sobre el concierto que
el cuarteto de Branford Marsalis
diera en el Teatro Colón, a modo de clausura del Buenos Aires Jazz 2015. Publicada en el diario Página 12 del 17 de noviembre pasado, ha servido, entre otras
cosas, para discutir en las redes sociales sobre la responsabilidad de los críticos,
las opiniones públicas y privadas y el gusto en general. También para dar
cuenta de una muy buena noche de música.
Los significados están en el swing
Hay ocasiones en que la exposición y argumentaciones son
tan claras que hasta sobra el clásico “como queríamos demostrar”. En Branford
Marsalis, sin duda uno de los saxofonistas más importantes de las últimas
décadas, en las características del grupo que ha formado y en la elección del
repertorio, nada es casual. Todo conduce a una cierta tesis acerca del jazz.
Hay otras, desde ya, pero la suya, que podría resumirse en una valoración del
aspecto lúdico y festivo, en una militante reivindicación del melodismo
–incluso en instrumentos poco propicios como el contrabajo y la batería– y en
la recuperación de ciertas zonas perdidas de la tradición del género,
difícilmente pueda ser defendida con mayor altura.
Marsalis eligió, para comenzar, “The Mighthy Sword”, el
tema que abría su último disco en estudio grabado en cuarteto, Four MFs Playin’ Tunes, de 2012. La
referencia a cierta matriz melódica tropical, y sobre todo la estructura
asimétrica de la composición de Joey Calderazzo –el pianista anterior del
cuarteto–, se conectaba con una filiación que se hizo explícita en el tercer
tema, “The Windup”, de Keith Jarrett. Casi olvidado como autor –incluso por sí
mismo–, Jarrett fue uno de los creadores más originales en la década del 70. Y
lo era con ese estilo que luego tuvo como principal continuador a Pat Metheny,
en el que las enseñanzas de Ornette Coleman se conectaban con los folklores
rurales de los Estados Unidos, con ciertos aires de calipso o de pop, y con un
gesto de liviandad gozosa.
Entre ambos temas, el cuarteto tocó otra pieza para marcar
territorio: “In a Mellow Tone”, de Duke Ellington. Nada de eso hubiera
significado gran cosa, sin embargo, de no haber sido tocado como lo fue.
Marsalis, como instrumentista, es deslumbrante. Su capacidad para subdividir rítmicamente
de la manera menos pensada y con la mayor de las naturalidades es asombrosa. Su
sonido en el tenor es bello, de gran entereza, potente y a la vez
aterciopelado. Pero en el soprano, donde logra una afinación, una
direccionalidad y homogeneidad extraordinarias, aun en los sonidos más débiles,
y una exquisita gradación del vibrato, roza el terreno de lo imposible. Su
manera de pensar los solos es siempre melódica. Y en ese sentido, la
interacción con el grupo está signada en los mismos principios. Justin
Faulkner, reemplazante de Tain Watts que hizo su aparición discográfica en Four MFs Playin’ Tunes, cuando tenía 18
años, es un baterista absolutamente único. Comenta permanentemente, canta con
su instrumento, en la mejor tradición de músicos como Max Roach, y une impulso
motor y sutileza tímbrica. El contrabajista, Russell Hall, es de una solidez a
toda prueba, con un sonido lleno, poderoso, y una seguridad rítmica infalible.
Y el pianista Samora Pinderhughes, con una técnica sumamente atípica y heterodoxa,
dueño de un gran dominio armónico y con un estilo sumamente personal, resulta
otra de las piezas clave.
Con el marco de un Teatro Colón lleno hasta el tope y un
público particularmente efusivo, el cierre de la edición 2015 de Buenos Aires
Jazz fue un verdadero festejo. Una exquisita balada de Calderazzo, “As Summer
into Autumn Lips” (nuevamente del álbum Four
MFs Playin’ Tunes), e “In the Crease” (incluido en Contemporary Jazz, ganador del Grammy en 1999) prepararon el
terreno para el final: el blues “St. James Infirmary”, que Louis Armstrong
grabó por primera vez en 1928, y que mostró de manera ejemplar el movimiento de
pinzas establecido por el grupo, señalando una tradición y, al mismo tiempo,
releyéndola desde un lenguaje propio. Una versión de “Oblivion”, de Astor
Piazzolla, con la participación como invitada de la bandoneonista Shinjoo Cho,
amiga de músicos amigos de Marsalis que se encontraba incidentalmente en Buenos
Aires, fue el primer bis. Para el segundo, retornó Ellington con un tema cuyo
título bien podría ser el del concierto en su totalidad: “It Don’t Mean A Thing
(If It Ain’t Got That Swing)”. No significa nada si no tiene swing y,
obviamente, también lo contrario. Si tiene swing, se llena de significados.
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