El pasado
jueves 19 de noviembre, el Maríano Loiácono
Quinteto presentó Black Soul y Diego Fischerman da cuenta de ello en el diario Página 12 de hoy. Según dice la bajada: “El
álbum fue grabado en vivo en Thelonious y también presentado allí, cinco meses
más tarde. Y el grupo demostró que no sólo es capaz de comenzar con un nivel de
energía asombroso sino que ésta, a lo largo de todo un concierto, lejos de
disminuir se acrecienta”.
Aplanadora, pero con sutileza
El
Quinteto de Mariano Loiácono tiene una virtud infrecuente. Como si se
alimentara de su propia fuerza, no sólo es capaz de comenzar con un nivel de
energía asombroso sino que ésta, a lo largo de todo un concierto, lejos de
disminuir se acrecienta. Aplanadora sin frenos y en bajada, diría alguno. Pero
lo realmente soprendente es que esa potencia arrolladora –y es que se escuchan
pocos grupos tocar a esa velocidad, con esa sensación de urgencia, y con tanta
perfección–, está llena, a la vez, de sutileza y detalles.
Cada
solo es un ejemplo de meticulosa construcción, cada planteo de un tema es de un
rigor extremo. La interacción es exquisita. Y todo sucede con el más alto de
los voltajes imaginables. Es casi una obviedad, pero en el lenguaje elegido por
Loiácono y su grupo, heredero del que fraguó en el sello Blue Note a finales de
la década de 1950 y comienzos de la siguiente, estas características además de
excepcionales son imprescindibles. Sin una técnica depuradísima, esta música es
imposible de tocar. Y sin esa energía, aunque todas las notas estén en el lugar
correcto, lo que suena es una sombra pálida de lo que debería ser. Tal vez por
eso el grupo eligió que su último disco, Black Soul, recién publicado gracias a
la producción de Justo Lo Prete y Fernando Roveri, fuera una grabación en vivo.
El registro fue realizado en Thelonious Club en julio de este año. Y enrulando
el rulo, la presentación en vivo del disco en vivo tiene lugar en el mismo
club, a la sazón uno de los más bellos y acogedores lugares para el jazz que
puedan imaginarse.
Hay un
plus que tiene que ver con la presencia –y la cercanía– del público. Hay algo
en la gestualidad del quinteto, en sus encuentros, sus sonrisas y sus guiños,
que se refleja en la música y que enciende a los oyentes. Y algo de esa
excitación del que escucha que vuelve, renovada, a quien está tocando. Podría
decirse, con un dejo de arbitrariedad, que ésta es una música para ser tocada
–y ser escuchada– en vivo. Es mérito del disco, eventualmente, que ese clima
permanezca allí. La experiencia de tenerlos delante, no obstante, es
intransferible. Los temas propios –el que le da título al álbum, “It’s All
About Timing”, que el trompetista dedicó a su maestro y amigo George Garzone–,
en la ilustre compañía de autores como el trompetista Woody Shaw –el fulminante
“To Kill a Brick”–, brillan por su capacidad de síntesis y por funcionar como
materiales exactos para la improvisación.
Mariano
Loiácono, que sorprendió con su impactante noneto hace dos años y a través de
las actuaciones de sus propios grupos –de rara estabilidad en el medio local–,
en el nuevo trío sin batería del pianista Adrián Iaies o junto a la cantante
Barbie Martínez, se ha consolidado como uno de los músicos más importantes del jazz
argentino. Con un notable control de su instrumento, un sonido pleno y
expresivo, y un fraseo siempre preciso, tanto en la trompeta como en el
fliscorno (o flügelhorn, si se prefiere), ha desarrollado un estilo
llamativamente maduro. Su hermano Sebastián, dueño de un timbre de homogeneidad
y potencia notables, piensa sus solos armónicamente y es capaz de desarrollos
verdaderamente sorprendentes. Lo Vuolo une una digitación prodigiosa con una
manera siempre sorpresiva de subdividir rítmicamente y, en la base, Jerónimo
Carmona fime en la marcación e inspirado en sus solos, y Eloy Michelini, con el
balance justo entre exactitud y explosión, son piezas fundamentales de la
cohesión y el sentido de fuerza que transmite el quinteto. Un “alma negra” que
va más allá de las palabras.