viernes, 27 de marzo de 2015

¡Al Colón, al Colón...!

“Particularmente inspirada, la orquesta actuó sin ninguna clase de amplificación. La posibilidad de escuchar los timbres de los instrumentos sin mediación alguna fue un raro privilegio posibilitado por una sala de acústica excepcional”. He aquí la bajada del comentario de Diego Fischerman, aparecido hoy en el diario Página 12, a propósito de la actuación de la Jazz at the Lincoln Center Orchestra del miércoles pasado en el Teatro Colón.

Una noche que quedará en el recuerdo

Si hay algo que el jazz rechaza por principio es la idea del museo. El valor de la música se construye, directamente, sobre las nociones de riesgo y novedad. Si hay algo imposible en ese género es que algo suene dos veces igual. O que un músico no esté empeñado en conseguir –y cultivar como el bien más preciado– su propio sonido. El trabajo del trompetista Wynton Marsalis –y, en rigor, de cada uno de los formidables integrantes de la Jazz at Lincoln Center Orchestra– es, precisamente, negociar con esa imposibilidad. La orquesta es, por definición, un museo sonoro del jazz. Y de lo que se trata es de lograr lo primero sin abandonar lo segundo. Es decir de poder dar cuenta de distintos estilos y hasta de ciertas reconstrucciones filologistas, sin que deje de sentirse la excitación de la improvisación y del solo y aprovechando –al fin y al cabo eso es lo que enseñó Ellington– la diversidad de las voces personales.

En su presentación en un Teatro Colón lleno hasta el tope, la JLCO alternó el repertorio histórico –y la función de mostrar, didácticamente, distintos estilos– con composiciones recientes del propio Marsalis y de otros dos integrantes del grupo, los saxofonistas Victor Goines y Ted Nash, quienes son, además, sus codirectores artísticos. Y si un comienzo oficia siempre como tarjeta de presentación no es un dato menor que en este caso en el principio haya estado un movimiento de Abyssinian: A Gospel Celebration, la obra que el trompetista compuso para ser estrenada en 2008, en el bicentenario de la Iglesia Abisinia de Harlem. Una refinada escritura contrapuntística y un notable manejo de los volúmenes y tensiones de las secciones de la orquesta en una composición modernista, ambiciosa en lo formal y plena de swing en su interpretación.

La orquesta actuó, en esta ocasión, sin ninguna clase de amplificación y delante del cortinado (posiblemente para neutralizar los rebotes en el sonido de la batería). Salvo en el caso del piano, que se perdió un poco en los pasajes colectivos, el balance fue ejemplar y la posibilidad de escuchar los timbres de los instrumentos sin mediación alguna, con sus ataques, sus rugosidades y esa tridimensionalidad que inevitablemente los micrófonos limitan fue, en todo caso, un raro privilegio posibilitado por una sala de acústica excepcional. En particular resultó revelador escuchar de esa manera el contrabajo y, obviamente, a un contrabajista como Carlos Henriquez, con un sonido bellísimo, una afinación sobrehumana y una infrecuente claridad en la articulación.

Entre las composiciones nuevas, la orquesta presentó “Tryst with Destiny”, un movimiento de la Presidential Suite escrita por Nash y estrenada el año pasado, inspirada en la rítmica y la temática del discurso de Jawaharlal Nehru, el primer ministro de la India independiente, en 1947. El delicado entretejido orquestal fue el vehículo para dos de los solos más fantásticos de la noche, el de su autor, en saxo alto, y el del trompetista Greg Gisbert, ascético, exacto y de expresividad intensamente contenida. Goines, como solista en saxo soprano, presentó un movimiento de Crescent City, una suerte de concierto que se estrenó en la misma noche que la composición anterior y que tuvo en esa ocasión, como solista invitado, a Branford Marsalis como solista. En su papel más arqueológico, la JLCO interpretó maravillosamente “Blue Room”, un tema precursor del estilo de la banda de Count Basie, registrado en 1932 durante la legendaria última sesión del grupo de Bennie Moten, con Hot Lips Page en trompeta, Ben Webster en saxo tenor y el propio Basie en el piano. También “Mood Indigo”, con el visionario arreglo original de Ellington (bronces con sordina, y el clarinete haciendo la voz grave, por debajo de trompeta y trombón), “Epistrophy”, de Thelonious Monk –y con un verdadero solo monkiano, con sus rítmicas imprevisibles y sus intervalos angulares, por parte de un Marsalis particularmente inspirado–, y “Moody’s Mood for Love”, una pieza vocal de Eddie Je-fferson basada en el famoso solo de James Moody en la grabación de “I’m in a Mood for Love”, registrada en 1949 junto a una orquesta sueca y cantada con estilística perfección por los trombonistas Vincent Gardner y Elliot Mason.

Brillaron, asimismo, movimientos de The New Continent, la suite escrita por Lalo Schifrin para la orquesta de Gillespie, y la Canadian Suite de Oscar Peterson. Aquí y allá, un verdadero ensayo sobre las posibilidades de la sordina wah wah a cargo del trompetista Kenny Rapton, la fluida digitación del pianista Dan Nimmer, Walter Blanding, otro gran saxofonista, y la versatilidad del baterista Ali Jackson. Una pieza en cuarteto, como primer bis, y “Flores negras”, de Francisco de Caro, en un bello arreglo de Nash (siempre que no se tome como referencia a la difícilmente superable versión del sexteto de Julio De Caro, grabada en 1927), completaron una noche para el recuerdo. La JLCO, que iba a tocar en el Colón en 2005, para el ciclo del Mozarteum, y debido a un problema gremial debió mudarse al Gran Rex, saldó esta vez la deuda con creces.



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