“El saxofonista Tim Berne presenta su cuarteto sin
contrabajo en dos conciertos consecutivos, en los que demostrará que lo suyo va
más allá de la etiqueta del free jazz. ‘Si uno no tiene cuidado, se queda con
formas vacías’, afirma.” Tal es la bajada de la nota publicada hoy por Diego Fischerman en el diario Página 12.
Aceite de víbora.
Aparentemente lo vendían unos chinos, en el Lejano Oeste estadounidense.
Calmaba los dolores, se decía. Y, desde esa época, “snakeoil” es, simplemente, sinónimo
de engaño o falsedad. También
es el nombre del primer disco para el sello
ECM del saxofonista Tim Berney como líder y, por
extensión, del
grupo que allí aparecía y con el que cinco años después sigue tocando. Un
cuarteto cuya conformación ya habla de un cierto desafío y de texturas
particularmente abiertas. En Snakeoil no hay bajo. Junto al saxo alto de Berne
aparecen el clarinete del
notable Oscar Noriega, Matt Mitchell en piano y Ches Smith en batería.
Berne estuvo en la edición
2013 del Festival de Jazz de Buenos Aires , tocando lo suyo junto a músicos
argentinos. Hoy, domingo, será el estreno porteño de su grupo completo. A las 5
de la tarde y con entrada libre en el Auditorio Jorge Luis Borges de la Biblioteca Nacional
(Agüero 2502) y a las 21.30 en Roseti (Roseti 722), Snakeoil presentará en vivo
lo que constituye el eje de sus dos discos (el que lleva al falso medicamento
en su título y el extraordinario Shadow
Man, publicado en 2013). Aquello que Berne define como el producto de la “decisión de trabajar
con una instrumentación muy transparente para esquivar las referencias
estilísticas y focalizar al oyente en las ideas musicales que son presentadas”.
En diálogo con Página/12, el saxofonista definió al
grupo como
“casi de cámara” y en su música hay, de hecho, una muy delicada relación entre
escritura e improvisación. “Es natural cuando se escribe para músicos a los que
uno les tiene confianza y cuyos sonidos ya están en nuestra cabeza. Por
supuesto no se trata de una previsión nota por nota pero en aquellos pasajes en
los que hay improvisación yo sé qué es lo que puede esperarse de cada uno,
incluyéndome. No se trata de presentar un tema sobre una secuencia de acordes y
luego que cada uno por turno vaya haciendo su solo. Lo que buscamos es que se
pase con fluidez de unos momentos a otros. En un sentido ideal no debería notarse
cuando algo está escrito y cuando se trata de una improvisación a partir de un
determinado estímulo.”
Cuenta que en su
adolescencia era más un fan de la música que alguien que esperara dedicarse
profesionalmente a ella: “Escuchaba todo lo que había, Anthony Braxton, Oliver
Lake, esa gente. Compré
Dogon A. D., de Julius Hemphill,
cuando apenas había salido. Y jugaba al básquet. Una vez me accidenté, estaba
aburrido, compré un saxo usado que vendían en la cuadra y empecé a tocar.
Después iba a todos los conciertos que podía. Braxton me dio su teléfono porque
le dije que admiraba su música. Y cuando estuvo en Nueva York lo llamé y tomé
unas tres lecciones con él. Pero era una época en la que estaba muy ocupado,
fue cuando grabó Five Pieces, más o
menos. Así que me dijo: ‘Llamalo a Hemphill, él está en Brooklyn ,
tomá clases con él’. Me dio el teléfono y así fue como comencé a estudiar con Hemphill”.
Para Berne la idea del free –esa clase de
jazz donde las voces se liberan entre sí, inclusive las de la percusión, y
donde los solos no siguen una secuencia de acordes definida de antemano, ni un
tema– ya no quiere decir nada. “Están Ornette, y Coltrane, y Archie Shepp,
desde luego. Grandes músicas. Pero hoy es muy fácil que todo se vuelva una
fórmula. Aquello que era rebelde hace cuarenta o cincuenta años, hoy se estudia
en las academias. Si uno no tiene cuidado se queda con formas vacías, vengan del free o de cualquier
otro lado. Lo importante es ser libre, no tocar free”, define, aprovechando el
posible doble sentido de esa palabra, como
nombre de un estilo del jazz y, obviamente, como “libre”.
Al respecto opina
que esta época es mucho más libre que aquella en la que él empezó. “El foco, en realidad, nunca
estuvo en otra parte que en la creatividad del músico, en su capacidad para descolocar
con su música, para hacer sentir y hacer pensar. Pero hubo un momento en que
eso acababa pasando inadvertido frente a las declaraciones y los aspectos más
aparentes de los estilos. Un lenguaje no es más que un lenguaje. Lo que importa
es qué es lo que se dice con él.”
El músico acepta, no
obstante, que una parte esencial de su búsqueda es ir tras un lenguaje que
decir eso que necesita ser dicho. “No hago free jazz”, dice. “Y pienso que si pudiera ponerle
un nombre demasiado preciso a lo que hago sería un mal signo. No creo que se
trate de hacer o no free, de tocar tonalmente o no hacerlo o de mantener un pie
rítmico constante o salirse de él. Yo he visto a Julius (Hemphill) tocar una
hora seguida un blues, o tomar una balada y tocar absolutamente adentro. Y,
también, en otras ocasiones, tocar absolutamente afuera, desde luego. Ni una ni
otra caracterizaban, por sí solas, a su estilo. Parte de la intensidad de su
música tiene que ver con la elección. Uno entiende que no tocaba lo único que
sabía hacer y lo único que le salía sino que, en la medida en que podía ir más
para un lado o más para el otro, eran verdaderas elecciones.” Con algunos
discos excelentes publicados en la década de 1980 junto a músicos como Marc Ducret o Hank Roberts, en los últimos años Berne
venía apareciendo en varias producciones destacadas del
guitarrista David Torn o del
contrabajista Michael Formanek. Snakeoil vino a romper un silencio (por lo
menos como
líder) de ocho años. “Es un grupo de una flexibilidad maravillosa”, explica Berne . “Esa instrumentación ya es algo que me fascina.
Pero, además, tocar con un baterista como
Ches Smith, con Oscar Noriega en clarinete y Matt Mitchell en piano es un
privilegio. Pueden decirse muchas cosas sobre la creatividad o sobre la
libertad en la música. Pero si uno no toca con quienes quiere tocar, nada de
eso funciona.”
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