Algunos
No
pretenderé, a esta altura de mi vida, nombrar todos, ni asegurar que son los
mejores, ni, mucho menos, darles un improbable orden de mérito. Tampoco me
ceñiré a un número fijado de antemano. Ahora mismo no sé si serán treinta, cien
o doscientos treinta y ocho. Esta será, simplemente, una lista (podría haber
otras y tal vez las haya) de algunos de los discos que me gustaron mucho en
2013. Se tratará, sobre todo, de Cds publicados en ese año pero habrá algunos
de 2012, dos o tres que sólo pueden bajarse de Internet –de manera paga, desde
ya–, algunas reediciones y, también, algunas re escuchas y re descubrimientos,
en el sentido más cabal del término.
Por lo pronto, hay dos discos en los que
toca el vibrafonista Jason Adasiewicz que no llevaría a una isla desierta,
porque allí no sabría qué hacer con ellos salvo arrojárselos a las gaviotas con
la esperanza de decapitar alguna con vistas a una buena cena solitaria e
insular, pero que sin duda están entre mis preferidos del año: Unknown Known, del contrabajista Joshua Abrams (en el sello Rogue Art, con
un grupo que completan David Boykin en saxo tenor y Frank Rosaly en batería) y Aquarius, de la notable flautista Nicole Mitchell con su grupo Ice
Crystals, que, curiosamente o no, es casi el mismo del anterior –Adasiewicz,
como se dijo, Abrams y Rosaly– (en el sello Delmark).
Antes de
entrar en algunos terrenos más o menos polémicos y en otros que requieren
(creo) algunas explicaciones, vienen a mí algunos discos de música de tradición
académica que no deberían perderse de vista (y de escucha): la edición que el
sello Naxos está publicando de las muy subestimadas sinfonías de Heitor
Villa-Lobos, por la
Sinfónica de San Pablo con dirección de Marin Alsop, el disco
con obras de Henri Dutilleux que publicó Deutsche Grammophon poco antes de la
muerte del compositor, con luminosa dirección de Esa-Pekka Salonen y la
deslumbrante actuación solista de la soprano Barbara Hannigan y el cellista
Anssi Karttunen, los cuartetos para cuerdas de Salvatore Sciarrino, por el
Cuarteto Prometeo (Kairos), el Sexto Libro de Madrigales de Carlo Gesualdo por La Compagnia de Madrigale
(Glossa), los Conciertos Brandeburgueses de Johann Sebastian Bach por el Dunedin Consort
(Linn), la versión delConcierto para cello y orquesta de Antonin Dvorak por Steven Isserlis
y la Orquesta Mahler
dirigida por Daniel Harding, las obras tardías para piano de Ferruccio Busoni
por Marc-André Hamelin y las geniales canciones incluidas en La Voir Dit , de Guillaume de Machaut, por el Orlando Consort (los tres
en Hypérion), y el disco con canciones de Hanns Eisler por el barítono Matthias
Goerne, junto al Ensemble Resonanz y el pianista Thomas Larcher (Harmonia
Mundi).
En
el terreno del jazz argentino, las cuidadísimas ediciones de Rivorecords
tuvieron como protagonistas a Paula Shocrón en See See Rider, un excelente disco solista, Adrián Iaies, también solo, en Goodbye, donde logra una suerte de síntesis reconcentrada de sus
rasgos estilísticos, Backstage Sally, de Alan Zimmerman y Sergio Wagner y, lejos del
último lugar en importancia, una producción saludablemente atípica para la Argentina. Con muy
buenos arreglos y magníficamente tocado, Hot House, del trompetista Mariano Loiácono al frente de su
noneto, tanto por su calidad como por la excepcionalidad, cambió el nivel de
medida para el jazz argentino. Hay una subcategoría a la que siempre le tuve un
poco de tirria, lo confieso: la de las cantantes. La desconfianza tiene que ver
con ese aroma, hasta ahora inevitable para mí, a cantante de tango japonés. Es
decir, por más bien que una cantante haga lo mismo que antes hicieron Abbey
Lincoln, Shirley Horn, Carmen McRae o la Santísima Trinidad
(Billie, Ella y Sarah), ¿cuál es el sentido? Dos ediciones del último año me
obligan a poner entre paréntesis mis cuestionamientos. Walkin', de Barbie Martínez (un repertorio inteligentísimo y
lecturas notables de "Peace" de Horace Silver y del tema que da
título al CD, de Mary Lou Williams), y Suddenly, de Georgina Díaz (resulta difícil olvidar su
"Amor y decepción", de Sergio Mihanovich, con la introducción del
contrabajo tocado con arco por Damián Falcón y el magnífico solo de Rodrigo
Agudelo en guitarra) con buenos músicos, espacio para la interacción y estilos
propios hacen que sus versiones valgan la pena.
Y, de paso, una generación y un
fenómeno nuevo: discos que sólo pueden descargarse de Internet (en FLAC o MP3).
El de Rodrigo Agudelo y La
Salamanca (composiciones tan interesantes como sus
desarrollos, o lo contrario, lo que, en cualquier caso, es mucho y bueno), Amon, del trío del pianista Santiago Leibson con Maximiliano
Kirszner en contrabajo y Nicolás Politzer en batería,Sonora, de Mauricio Dawid, y el originalísimo y complejo El límite de la
consciencia, de Fran Cossavella (también toca allí Leibson,
junto a Juan Manuel Bayón en contrabajo y Juan Presas en saxo tenor), están
entre lo más interesante de los últimos tiempos. Y vayan, como bonus tracks,
dos producciones que, por unos u otros motivos, exceden los límites del jazz
(pero los incluyen): el muy buen trabajo de Juan Cruz de Urquiza alrededor de
Charly García (Indómita Luz, Vinilo Discos) y Al sur del
Maldonado, del siempre creativo –y abierto musicalmente y
pertinazmente porteño– Pollo Raffo (PAI).
En el ámbito del jazz
internacional hay alguna que otra discusión que suele agitar las tranquilas
aguas por las que transitamos los que compramos discos de jazz (y, diría, en
particular los que los compramos en Minton's, en la Galería Apolo ,
Corrientes entre Uruguay y Talcahuano, y formamos parte de una misteriosa
cofradía en la que priman la amistad y el respeto por los desacuerdos –a pesar
de la mala fama de alguno de los contertulios–). Una de ellas es el lugar que
tiene (o no tiene) el sello ECM en el actual concierto estético del género. Los
argumentos en contra, que no discutiré, son que hay otros sellos (Clean Feed,
Rogue Art, la serie New Talent de Fresh Sound entre los más notorios) por donde
pasan las verdaderas novedades del momento y que ECM, incluso cuando incluye en
su catálogo a algunos de los músicos más emparentados con las tendencias más
modernas, lo hace una vez que ya han sido convalidados por una cierta corriente
central del mercado. Mi argumento es que, si al momento de recordar qué discos
nos movieron el piso, nos emocionaron o nos brindaron infinito placer a lo
largo de todo un año, siempre hay cuatro o cinco de ECM y eso sucede, además,
desde hace unos cuarenta años, de manera continuada, se trata de un gran sello,
sin perjuicio de la existencia (bienvenida) de tantos otros. Mis ECM del año
son, en todo caso, unos cuantos: The Sirens, de Chris Potter con Craig Taborn, David
Virelles, Larry Grenadier y Eric Harland, Chants, del trío de Craig Taborn (con Thomas Morgan y Gerald
Cleaver), Hagar's Song, de Charles Lloyd y Jason Moran, Somewhere, del trío de Keith Jarrett, 39 Steps de John Abercrombie en cuarteto con
Marc Copeland, Drew Gress y Joey Baron, Wislawa, del siempre admirado Tomasz Stanko con David
Virelles, Thomas Morgan y Gerald Cleaver, y Snakeoil, de Tim Berne (otra de las polémicas del año, en parte
motivada por una actuación en Buenos Aires que, para algunos resultó total o
parcialmente decepcionante; en mi caso, más allá de que valoro, y mucho, lo que
hace Berne, extrañé un mejor sonido de sala, que me permitiera escuchar con más
claridad la interacción de los músicos, si es que la hubo). También pertenecen
a ECM dos reediciones notables, las dedicadas a Special Edition y a Paul
Motian.
Otro disco sobre el que hemos discutido entre amigos es Prism, de Dave Holland junto a Kevin Eubanks, Craig Taborn y Eric Harland. Se trata de una revisita consciente –y magistral, desde mi punto de vista– al jazz rock de los '70. Será por razones generacionales y de educación sentimental, como diría Flaubert, pero a mí es uno de los discos que más me gustó escuchar. En otro orden, varias ediciones sorprendentes, desafiantes e inmensamente placenteras ligadas a las tendencias más modernas del género; City of Asylum, de Eric Revis, Kris Davis y Andrew Cyrille (Clean Feed), Illusionary Sea, del septeto de la fantástica guitarrista Mary Halvorson (FH), Tornado, del cuarteto Kaze (Satoko Fuji en piano, Natsuki Tamura y Christian Pruvost en trompetas y Peter Orins en batería, publicado por Libra Records), Nourishments, del quinteto de Marc Dresser (Clean Feed), Dysnomia, de Dawn of Midi (Thirsty Ear) y One From None, del saxofonista Michael Blake junto al sobresaliente trombonista Samuel Blaser, Russ Lossing en piano, Michael Bates en contrabajo y Jeff Davis en batería (Fresh Sound New Talent). También, tres grandes nombres: Wayne Shorter en Without a Net (Blue Note), Gil Evans (in absentia) en el fenomenal trabajo de rescate de Ryan Truesdell en Centennial (ArtistShare) y John Coltrane en la reedición de Afro Blue Impressions. Y, en el final, un disco que hacía mucho que no escuchaba y que ha sido eclipsado por su ilustre antecesor, The Blues and The Abstract Truth. Pero, ¿qué disco podría no ser eclipsado por él? Créanme, More Blues and The Abstract Truth (Impulse), obviamente también de Oliver Nelson, debe volver a ser escuchado. Grabado en 1964, tocan allí Ben Webster, Phil Woods, Pepper Adams, Thad Jones, Roger Kellaway, Richard Davis y Grady Tate. Y las composiciones y arreglos, empezando por el perfecto "Blues for Mr Broadway", de Brubeck, son de primer orden.
Otro disco sobre el que hemos discutido entre amigos es Prism, de Dave Holland junto a Kevin Eubanks, Craig Taborn y Eric Harland. Se trata de una revisita consciente –y magistral, desde mi punto de vista– al jazz rock de los '70. Será por razones generacionales y de educación sentimental, como diría Flaubert, pero a mí es uno de los discos que más me gustó escuchar. En otro orden, varias ediciones sorprendentes, desafiantes e inmensamente placenteras ligadas a las tendencias más modernas del género; City of Asylum, de Eric Revis, Kris Davis y Andrew Cyrille (Clean Feed), Illusionary Sea, del septeto de la fantástica guitarrista Mary Halvorson (FH), Tornado, del cuarteto Kaze (Satoko Fuji en piano, Natsuki Tamura y Christian Pruvost en trompetas y Peter Orins en batería, publicado por Libra Records), Nourishments, del quinteto de Marc Dresser (Clean Feed), Dysnomia, de Dawn of Midi (Thirsty Ear) y One From None, del saxofonista Michael Blake junto al sobresaliente trombonista Samuel Blaser, Russ Lossing en piano, Michael Bates en contrabajo y Jeff Davis en batería (Fresh Sound New Talent). También, tres grandes nombres: Wayne Shorter en Without a Net (Blue Note), Gil Evans (in absentia) en el fenomenal trabajo de rescate de Ryan Truesdell en Centennial (ArtistShare) y John Coltrane en la reedición de Afro Blue Impressions. Y, en el final, un disco que hacía mucho que no escuchaba y que ha sido eclipsado por su ilustre antecesor, The Blues and The Abstract Truth. Pero, ¿qué disco podría no ser eclipsado por él? Créanme, More Blues and The Abstract Truth (Impulse), obviamente también de Oliver Nelson, debe volver a ser escuchado. Grabado en 1964, tocan allí Ben Webster, Phil Woods, Pepper Adams, Thad Jones, Roger Kellaway, Richard Davis y Grady Tate. Y las composiciones y arreglos, empezando por el perfecto "Blues for Mr Broadway", de Brubeck, son de primer orden.
...y,
agrego, los Motetes de
Bach dirigidos por Gardiner (Soli Deo Gloria), Cuadros de una
exposición, de Mussorgsky, y Visiones fugitivas, de Prokofiev, por Steven Osborne (Hypèrion), Functional
Arrhytmias, de Steve Coleman & Five Elements (Pi
Recordings), Vértigo, de Escalandrum
(Epsa), El imperio de las luces, de Andrés Hayes
(Sofá Records), Improvocaciones, de
Pablo Ledesma y Agustí Fernández (independiente), O cair da tarde, de Ney Matogrosso (un disco de 1997, dedicado a Villa-Lobos
y Jobim, que nunca había escuchado antes y me deslumbró), y The Next Day, de David Bowie.
No hay comentarios:
Publicar un comentario