Bayón, Leibson y Dawid |
“Si
la cantidad de lanzamientos digitales del género dan como para hablar de un
fenómeno, lo que en verdad importa es la calidad. Hay que prestar atención a
trabajos como los de Juan Manuel Bayón,
Fran Cossavella, Mauricio Dawid y Santiago Leibson, entre muchos otros”, dice Diego Fischerman, en una nota de tapa de la sección Cultura y
Espectáculos del diario Página 12 del 7 de febrero pasado.
La
web como forma de que el jazz siga vital
Para Hemingway, “la dignidad
del movimiento de un iceberg se debe a que sólo un octavo asoma fuera del
agua”. Dejando de lado los aspectos valorativos, podría pensarse en los mismos
términos con respecto a los movimientos de la cultura. Y si aparentemente de la
nada aparece, por ejemplo, una nueva camada de músicos de jazz en una ciudad
tan alejada de los centros como Buenos Aires, con un conjunto llamativo de
ediciones discográficas de un nivel notable y, además, recurriendo a maneras de
producción y circulación nuevas para el mercado, habría que pensar,
necesariamente, que hay por lo menos siete octavos de la cuestión que, en
principio, permanecen bajo la superficie.
Los primeros llamados de atención son, como siempre,
dispersos. Un músico habla de algún otro. Ciertos nombres, al comienzo
desconocidos, empiezan a ser escuchados con insistencia. Un maestro menciona a
cierto alumno. Y, como si se empezara a bucear, lentamente, alrededor del
iceberg, empieza a aparecer, en páginas de Internet que a su vez llevan a
otras, en huecos de conversaciones que antes pasaban inadvertidas, un universo
de referencias y un proceso de solidez contundente. El detonante puede ser,
como sucedió en este caso, las encuestas publicadas en la red por el blog de la
disquería Minton’s y por El Intruso. Allí, varios de los músicos consolidados
de la escena del jazz local mencionaban discos nuevos, de músicos nuevos y,
como si fuera poco, agregaban: “Pero creo que sólo se puede comprar para
bajar”. O sea, discos que prescindían del disco. O, por lo menos, de ese objeto
tal como había sido concebido por una industria que, salvo ocasionales
acercamientos, más guiados por el espanto que por el amor, cada vez aparecía
más esquiva a cualquier género musical que no fuera masivo.
Pero, por debajo de la línea de lo visible, hay fenómenos
como la creación y continuidad de la carrera de jazz del Conservatorio Manuel
de Falla –una línea que va de profesores a alumnos y que ya abarca varias
generaciones–, un festival de jazz de Buenos Aires que ha encontrado un estilo
y que funciona como referencia real para músicos y oyentes y, como paisaje de
fondo, una posibilidad de actualización de la información inédita. “Sin YouTube hubiera sido imposible que fuera la
cantidad de gente que fue a escuchar a Tim Berne y que supiera de qué se
trataba”, dice el pianista Santiago Leibson, una de las más recientes
revelaciones del jazz argentino, en relación con la actuación del saxofonista
en el último Festival de Jazz pero, sobre todo, acerca de las maneras en que
circula la información gracias a la red virtual.
Juan Manuel Bayón |
“Creo que las dos cosas están conectadas”, dice el
contrabajista Juan Manuel Bayón, uniendo la existencia de nuevas músicas y de
nuevas formas de comercialización. Él es uno de los que ocupan un lugar transicional.
De una generación distinta que los ya consagrados –Adrián Iaies, Ernesto Jodos,
Enrique Norris, Carlos Lastra e incluso los más jóvenes Paula Shocrón, Mariano
Loiácono o Francisco Lo Vuolo–, ha tocado con varios de ellos. Pero también
aparece formando parte de algunas de las nuevas aventuras, como el excelente El
límite de la conciencia, del baterista Fran Cossavella, donde también tocan el
pianista Santiago Leibson y el saxofonista Juan Presas. Ese disco, junto a
Amón, del trío de Leibson (con Maximiliano Kirszner en contrabajo y Nicolás
Politzer en batería); Sonora, del contrabajista Mauricio Dawid (con Federico
Lazzarini en trompeta, Misael Parola en saxo alto, Tomy Fares en piano y
Cossavella en batería), y Se muta, del guitarrista Damien Poots (con Sergio
Wagner en trompeta, Juani Méndez en saxo tenor, Dawid en contrabajo, Cossavella
en batería y, como invitado en un tema, Fares en teclados), son los que el
sello Kuai tiene ya en existencia (virtual). Dawid, uno de los creadores del
emprendimiento, cuenta que están ajustando cuestiones que tienen que ver con la
posibilidad de venta: hasta ahora el mecanismo era únicamente a través de
PayPal, pero eso no permitía las compras con tarjetas de crédito argentinas,
que con ese medio están interdictas para las operaciones locales. Y también
menciona que el catálogo se ampliará de manera notable en los próximos meses,
con una segunda tanda que incluye discos del saxofonista Miguel Crozzoli, el
del guitarrista Francisco Slepoy, otro de Cossavella (esta vez con el grupo
Kybalión, con Crozzoli y Leibson) y el del baterista Pablo Díaz, además de las
nuevas producciones de Bayón y de Paula Shocrón.
Bayón remarca que más allá del proyecto cooperativo, y “de
encontrar un marco colectivo para proyectos individuales”, se trata de una
verdadera comunión de artistas, con objetivos comunes y con múltiples puntos de
contacto, aunque naveguen por estéticas diversas. De hecho, todos ellos
participan también del Colectivo de Compositores. “Somos 40 o 50 músicos, de
entre 20 y 30 y pocos años, que estrenamos obras”, explica Bayón. Cada quince
días se sortean dos autores, que componen para tocar a primera vista, sin
ensayo previo, en un lugar llamado La Playita , en Roseti 122. “Se trata más de ensayos
abiertos que de conciertos –dice el contrabajista–, pero eso nos permite un
ejercicio y un intercambio que resultan riquísimos.”
Mauricio Dawid |
Para Bayón, “hay una puerta que abrió el Quinteto Urbano. Y
también Escalandrum. Y, por supuesto, Jodos y Norris. Ellos mostraron caminos
donde la composición se liga con proyectos creativos. Que la única posibilidad
del jazz no era juntarse a tocar, eternamente, sobre los standards (los temas
clásicos del género). Por supuesto que también lo hacemos. Y es parte de
nuestro aprendizaje. Pero entendemos que la composición es algo vital, ya no sé
si para el jazz, pero para nosotros seguro que sí.” Leibson, por su parte, señala
algo que, escuchando los discos de estos músicos, resulta llamativo. “Me parece
que muchos de nosotros estamos en una búsqueda similar. Los estilos son
distintos, pero a todos nos preocupa integrar la escritura y la improvisación.”
Si se mira el panorama de lo publicado –o puesto en circulación– últimamente,
hay que contabilizar, también, aquello que los músicos editan de manera
independiente –e individual–, como el excelente Rodrigo Agudelo y La Salamanca , donde este
guitarrista y autor –también aquí el sesgo compositivo resulta relevante– toca
con Fares alternándose en el teclado con Alan Zimmerman, Hernán Merlo en
contrabajo, Pablo Moser en saxos tenor y soprano, Cossavella en batería y
Leonel Cejas como contrabajista invitado en un tema. O El imperio de las luces,
de Andrés Hayes (editado por Sofá Records). O No Fear, de Fernández 4 (Cirilo
Fernández, Pipi Piazzolla, Mariano Sívori y Nicolás Sorín). Y, también, lo que
ponen en circulación sellos casi unipersonales, como Rivorecords –que este año
publicó el magnífico Hot House del noneto del trompetista Mariano Loiácono;
Goodbye, de Adrián Iaies; See See Rider, de Paula Shocrón, y Backstage Sally,
de Alan Zimmerman y Sergio Wagner–, o BlueArt, que lanzó dos producciones
excelentes: Bondades, de Suárez, Socolsky, Heinrichsdorff y Dawidowicz, y
Vuelos, del contrabajista Horacio Fumero en trío con Loiácono y el pianista
Diego Schissi.
Parte de los siete octavos del iceberg que permanecen bajo
la superficie tiene que ver con algunos músicos que, cada tanto, remueven el
avispero tanto por su manera de tocar, o de formar grupos e integrar unos
intérpretes con otros, como por la información (y la actualización de esa
información que ponen en juego). Los boppers de los ’50 –los hermanos Barbieri,
Lalo Schifrin, Horacio Malvicino–, por ejemplo, transformaron no sólo el
universo de los nombres a tener en cuenta, sino lo que se escuchaba en Buenos
Aires. Un guitarrista radicado desde hace años en España, Guillermo Bazzola,
fue uno de los que, más recientemente, incorporó a la enciclopedia colectiva
nombres propios, y maneras de entender la frase, la subdivisión rítmica y la
armonía, que hoy ya son corrientes, pero que resultaban absolutamente nuevas
hace veinte años. Jodos, que siendo muy joven tocó con él, continuó esa línea.
Hoy, para el universo del jazz local, Andrew Hill o Paul Bley son casi una
lengua franca. Y hay alumnos de Jodos (Shocrón, Lo Vuolo y, más cerca,
Leibson), de Loiácono y de Norris, y discípulos de sus discípulos que ocupan –o
comienzan a hacerlo– lugares centrales en la creación actual.
Cuando se habla de la vitalidad de un género o de su merma,
suele confundirse la creación con el consumo. Y es que, aun cuando en última
instancia se conecten y estimulen mutuamente, no es lo mismo que una ciudad produzca
su propia música o que no lo haga. Bayón, Dawid y Leibson coinciden en ponerse
al margen de cualquier búsqueda impostada de localismos musicales. Y, sin
embargo, quizá simplemente porque tocan unos con otros y porque comparten una
cierta enciclopedia –o porque, aunque no quieran mimetizarse con ello, hay un
cierto aire que todos respiran–, su música suena distinta de la que se hace en
Manhattan, París o Chicago. Hay algo allí –como lo había en el Gato Barbieri,
que era rosarino y viviría en Europa y en los Estados Unidos– indefiniblemente
porteño. Ya la cantidad de lo que se publica de manera independiente, por sí
sola, alcanzaría para hablar de un fenómeno. Pero lo realmente importante no es
eso sino la calidad. Todos los discos mencionados, se los compre o no, pueden
ser escuchados online. Vale la pena hacerlo.
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