La disquería especializada en jazz Minton's fue creada en 1993 por Guillermo Hernández. Funciona en la Galería Apolo, Local 26 (Corrientes 1382 - Buenos Aires - Argentina). Con el correr del tiempo, se ha constituido en un sitio de reunión para músicos, periodistas y aficionados al género. Como consecuencias naturales de las reuniones que allí tienen lugar, poco a poco su campo de acción y especificidad han ido abarcando otras áreas. Este blog es prueba de ello.
sábado, 25 de mayo de 2013
sábado, 18 de mayo de 2013
Cuando Mussolini tocaba el Fender Rhodes
De la sección RARUM, de Cuadernos de Jazz, una joyit a de Jonio González
Romano Mussolini
& His Friends
Soft & Swing
Romano Mussolini (Fender Rhodes), Cicci
Santucci (tp, fisc), Roberto Zapulla (bat), Wilfred Copello (perc), Lino
Ranieri (b el)
Milán,
1979
Grabación
original en Carosello Records CLE 21045
Reeditado
en 1996 por Right Tempo Classics RTCL 809 CD
Intente
imaginar el lector que Adolf Hitler y Eva Braun tuvieron un hijo, que éste se
dedicó al jazz, que obtuvo un éxito nada desdeñable, sobre todo en su país, que
jamás abjuró de su padre, ni siquiera de sus actos. Sí, es mucho imaginar. Y
sin embargo ocurrió algo similar con un dictador que poco tenía que envidiar a
citado (si acaso algunas victorias con algo más de relumbrón): Benito
Mussolini. En efecto, el cuarto hijo de
Il Duce, Giulio Romano, nacido en Forli en 1927, fue un entusiasta del jazz
desde temprana edad, a partir del día en que su hermano Vittorio le regaló un
disco de Duke Ellington: Black Beauty. Dado que en casa no eran
precisamente afectos a esa suerte de degeneraciones musicales (aun cuando al
parecer Benito encontraba simpático a Fats Waller), tuvo que conformarse con
estudiar piano clásico. Ello no impidió que su afición creciera, en parte
porque un oficial de la
Wehrmacht lo proveía clandestinamente de discos llegados de
Estados Unidos, en parte porque tuvo una segunda y definitiva epifanía al
descubrir a Louis Armstrong, cuyos discos se conseguían por entonces en la Península con el
italianizado nombre de Luigi Fortebraccio [sic]. Como quiera que sea, la
vida del pequeño Romano se complica cuando su padre muere a manos de los
partisanos, Italia pierde la guerra y él y su familia son deportados a Ischia.
Las desventuras, no obstante, durarán relativamente poco. La amnistía de 1947
le permite dar rienda suelta a su pasión en night clubs y restaurantes
de su ciudad de acogida con el nombre de Romano Full. Pronto, sin embargo,
quienes lo contratan se dan cuenta de que su apellido original provocaría la
curiosidad y hasta el morbo del público, que acudiría en mayor número a
escucharlo, como en efecto ocurre. De modo, pues, que a finales de los años
cuarenta encontramos a Romano (ya Mussolini) tocando con algunos de los músicos
de jazz más importantes de la época en su país, como Carlo Loffredo, Enzo
Scoppa y Dino Piana entre otros. El éxito va en aumento. En 1956 se presenta en
el Festival Internacional de Jazz de San Remo; en 1963, al frente de los Romano
Mussolini All Stars graba Jazz Allo Studio 7, que se convierte en un
éxito de ventas y lo ubica en la élite del jazz italiano; acompaña a Dizzy Gillespie,
a Duke Ellington, a Ella Fitzgerald, a Lars Gullin, a Louis Armstrong; graba y
colabora profusamente con Chet Baker. Casado con Maria Scicolone (hermana de
Sofia Loren), tiene tres hijas, una de las cuales, Alessandra, se convierte en
una destacada militante de la extrema derecha neofascista y llega a obtener un
escaño en el Parlamento Europeo por la formación que ella misma crea, Azione
Sociale. Por cierto, el himno de la misma, Orgullo de ser italiano, es
obra de nuestro hombre. Y es que Romano, como el imaginario hijo de
Hitler, jamás renegó de su progenitor
(una foto de 1962 nos lo muestra ante el piano en compañía de su hermana Anna
Maria y un recio retrato de Il Duce) . Para él las leyes raciales que impuso el
Partido Fascista eran, en sus propias palabras, “muy humanas, pues permitían a
los judíos que se hicieran católicos”. Y va más allá al sostener (casi
proféticamente, si se piensa en Berlusconi) que “Mussolini y el fascismo
sembraron las bases de la
Italia moderna”.
En
el aspecto puramente musical, Romano recibió la temprana influencia de George
Shearing para convertirse, con los años, en una suerte de “Peterson
melancólico”, como ha escrito el crítico Mark Steyn. Ocasionalmente inspirado y
siempre eficaz, según nos recuerda éste, produjo algunos discos aceptables,
entre ellos Last Lost Love, Pennies from Heaven, The Wonderful World of
Louis o Napule E'Nu Quarto 'E Luna, dedicado a la ciudad donde vivió
un tiempo alternando la carpintería con la música. En los setenta descubre el funk
y la música brasileña y graba, en 1974, Mirage, donde toca el Fender
Rhodes. Cinco años después, y delante también de un Fender, registra el
presente disco, con seis composiciones propias más "Autumn Leaves" y "Minority",
de Gigi Gryce. Música ligera, ejecución económica, una concepción del swing tan
correcta como previsible, con una sección rítmica algo ramplona, estimables
intervenciones de Santucci y un tema ciertamente agradable, Duke, que,
con su atmósfera evocadora bien podría haber integrado el soundtrack de
un film noir francés, como algún crítico ha señalado acertadamente, lo
que no es poco. Sólo cabe preguntarse, quizá desde el prejuicio (quien esto
escribe no lo niega), si ahora estaríamos reseñando este disco si quien lo
grabó no hubiese ostentado tan ilustre apellido.
Romano
Mussolini murió en Roma en febrero de 2006. A su funeral asistió la flor y nata de la
extrema derecha italiana, y suponemos que algún músico de jazz.
jueves, 16 de mayo de 2013
Lo último que salió de Shorter
Diego Fischerman escribió en Página 12 del 15 de mayo la reseña del último
disco de Wayne Shorter. Según se lee
en la bajada: “En el año en que cumple 80, la leyenda
jazzera se da el lujo de publicar un CD extraordinario, compuesto,
mayoritariamente, por grabaciones realizadas durante la gira de 2011. De los
nueve temas incluidos, seis son nuevos”.
Un
talento que no tiene red
Es, sin duda, uno de los grandes músicos de la historia del
jazz. Como saxofonista fue posiblemente el único capaz de procesar la
influencia de John Coltrane y, a partir de ella, crear un estilo absolutamente
propio. Y, como Coltrane, generó una escuela. Además, es el autor de temas
seminales: “Pinocchio”, “E.S.P”., “Nefertiti”, “Masqualero”. Wayne Shorter dejó
una huella profunda, como integrante de los Jazz Messengers del baterista Art
Blakey o del Quinteto de Miles Davis a partir de 1968, en sus fundantes discos
como líder para el sello Blue Note, en la década de 1960 (Juju, Speak No Evil, Etcetera, por sólo nombrar algunos),
como miembro de Weather Report o como colaborador, ocasional o no tanto, de
Milton Nascimento, Santana, los Rolling Stones y Joni Mitchell. Pero, además,
en el año en que cumple 80 se da el lujo de publicar un disco extraordinario.
No sólo un gran álbum de una leyenda, sino una obra de arte capaz de hacer
justicia a su título: “Sin red”.
Without a Net se compone, mayoritariamente, por grabaciones realizadas
durante la gira de 2011 por el notable cuarteto que integran, junto a Shorter,
Danilo Pérez en piano, John Patitucci en contrabajo y el baterista Brian Blade.
Con el mismo grupo (salvo el baterista) llegó ese mismo año a Buenos Aires y
dio un concierto ejemplar. Ya había estado en 2006. Y el grupo, que se mantiene
estable desde 2001, editó tres grandes discos para el sello Verve: Footsprints Live, Alegria y Beyond The Sound
Barrier. Ahora, más allá del publicitado regreso a Blue Note (que, en
rigor, es apenas un cambio de habitación dentro de la misma casa, ya que tanto
este sello como el anterior pertenecen hoy a la misma compañía, Universal), lo
realmente importante es la creatividad, el riesgo, la calidad de ejecución y la
originalidad de la música.
De los nueve temas incluidos, seis son nuevos y uno solo,
“Pegasus”, una suerte de poema sonoro de 23 minutos de duración que incluye al
quinteto de vientos Imani Winds, fue grabado en estudio. Allí, a los siete
minutos, aproximadamente, a una de las integrantes del grupo de cámara se le
escapa, al escuchar a Shorter, un sonoro “Oh My God” que Roy Griffin, el
ingeniero de sonido, decidió dejar. De las obras más antiguas, dos son del
propio Shorter, “Orbits” (del disco Miles
Smiles, de Davis) y “Plaza Real” (de Procession,
de Weather Report), y son leídas desde lugares totalmente distintos de los
originales. El otro tema reinventado aquí por el cuarteto es “Flying Down To
Rio”, del film musical de 1933. “Pegasus” funciona como una especie de centro
alrededor del cual gira el resto. Sin embargo, a pesar de las diferencias evidentes
en el timbre y las texturas (más homofónicas en la escritura para el Imani),
tanto en esta obra como en las piezas más breves la forma nada tiene que ver
con las tradicionales improvisaciones sobre secuencias de acordes ni, tampoco,
con el free jazz más institucionalizado. Se trata, más bien, de epígrafes, de
pequeñas inmersiones en ríos sonoros donde cada instrumento puede entrar o
salir y en los que no hay otra guía que la propia interacción de los músicos.
Shorter suele recordar la época con Davis diciendo que “no ensayábamos; ¿cómo
podría ensayarse lo inesperado?” Aquí demuestra que ese espíritu sigue vigente.
Con certeza, ésta no es la obra de alguien que revisita su historia, sino la de
alguien que, para bien de todos, aún está escribiéndola.
miércoles, 8 de mayo de 2013
Melancolía porteña de la mejor
En el diario Página 12 del día de hoy, Diego Fischerman publicó el siguiente comentario sobre Goodbye, el último disco solista de Adrián Iaies, editado por Rivorecords.
La música en estado
puro
No
hay una sola respuesta posible. La de Adrián Iaies, no obstante, podría ser una
de las más lógicas. O, por lo menos, lo es en sus manos. Ante la pregunta sobre
qué cosa podría ser el jazz porteño, su hipótesis se ha ido concentrando y
perfeccionando a lo largo de los años. Y si en un momento el género de los
materiales sobre los que trabajaba, es decir unos tangos cuidadosamente
elegidos, resultaba esencial, hoy lo que define su estilo –y por extensión uno
de los estilos posibles de la música de esta ciudad– es algo que está más allá.
Y, por si hiciera falta, lo explicita en su último disco, tal vez uno de los
mejores de su carrera y, sin duda, uno de los más significativos del jazz de
los últimos años.
Allí no hay
tangos. Tampoco esas otras canciones de iniciación –Charly García, Joan Manuel
Serrat– que el pianista revisita con singular fortuna. Si hay algo que pueda
ser llamado argentinidad o, tal vez, porteñismo, no reside en nada de lo
evidente. El disco, llamado Goodbye y publicado por Rivorecords, está dedicado
a standards, es decir temas clásicos del jazz. La originalidad y el buen gusto
con los que fue elegido el repertorio –baladas, de autores como Mal Waldron
(“Soul Eyes”), Benny Golson (“Whisper Not”) o Gordon Jenkins (“Goodbye”)–, son,
sin duda, un punto de partida. Pero lo notable es lo que Iaies hace con él. Y
la manera en que se deja atravesar –y deja atravesar a las piezas elegidas– con
la más profunda de las melancolías. Un tono neblinoso y difuminado que, más
allá de cualquier genealogía improbable, suena inevitablemente a Buenos Aires.
Introspectivo
hasta el extremo, ascético hasta el abismo, Goodbye logra un virtuosismo
apabullante en su renuncia a cualquier exhibición virtuosa. Se trata, tan sólo,
de alguien extrayendo sentido a cada nota, a cada articulación, a cada
de-sarrollo, a las exquisitas secuencias de acordes. No hay notas que sobren
porque no hay sonidos que obedezcan a otra cosa que una íntima necesidad de
comunicación. Es, ni más ni menos, música en estado puro. Y parte del encanto
tiene que ver con el disco en sí, con la presentación, con la excelente toma de
sonido (y el bellísimo piano Fazioli con que fue realizada), en uno de los
salones de Aguaribay y con Néstor Stazzoni y el sabio Carlos Melero como
ingenieros de grabación, y con el cuidado en la producción.
Rivorecords, una
de las mejores noticias en el mundo del jazz local, ha logrado, en su hasta
ahora breve existencia, generar un catálogo de rara homogeneidad. Con un par de
preceptos sencillos –grabaciones sin artificios y de calidad inusual, respeto
por las estéticas de los artistas y por un objeto en el que todo cuenta, desde
el sonido hasta la tapa y el diseño– este sello dedicado a discos de músicos de
jazz argentino puestos ante el desafío de tocar standards, cuenta con varios CD
notables y con mucho del mejor jazz argentino actual. Iaies, uno de los
artistas más prolíficos del medio local –y también uno de los más meticulosos a
la hora de dierenciar unos proyectos de otros y de hacer que cada nuevo disco
sea, además, novedoso–, logra hacerlo, en este caso, con las armas más
sencillas y, también, las más esquivas. Aquellas que sólo encuentran algunos
buscando dentro de sí.
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