sábado, 16 de enero de 2016

Minton's y Paris Jazz Corner: dos potencias se saludan

Por fin llegó el día. Como si fuera una joven debutante, Hernández se miró varias veces al espejo y le preguntó al fiel Fondebrider: "¿Estoy bien así?". La campera roja era la misma de otras veces. De los jeans mejor no hablar. Fondebrider, con aire cansado, le dijo: "Sí, Guille. Vas a hacer un buen papel". Y Hernández, remedando a sus paisanos de Tres Algarrobos dijo: "Entonces, vamo". 

El colectivo 31 los dejó cerca de la Gare de l'Est y desde allí ambos amigos tomaron el colectivo  47, que luego de cruzar medio París los dejó en la rue Monge, en el 5to. distrito (el mismo del Quartier Latin, pero del otro lado).. Para mayor precisión, bajaron, enfrente de las Arenes de Lutece, que es el circo romano construido en París alrededor del siglo I d.C. Allí, acaso emocionado por pisar la misma arena donde vaya a saber cuántos cristianos se comieron los leones de antaño, Herández pidió una foto. La tuvo y es la que ilustra este comentario.


Luego de reconocer cada centímetro del lugar, tal vez buscando algún hueso que hubiera quedado a medio enterrar, Hernández, siempre guiado por el fiel Fondebrider, salió por la puerta que da a la rue de Navarre.

Fondebrider, sin prevenir a Hernández, le dijo: "Ahora el templo". "¿Qué? ¿Hay otra sinagoga?", quiso saber Hernández. "No. Esperá", le dijo Fondebrider. 

Y como obras son amores, así lo fue llevando hasta el 5 de la rue de Navarre, donde, señalándole un comercio, le dijo: "Voila". 

Luego de aclararle a Hernández qué quiere decir "voila" (en este caso, "hela aquí"), se ofreció a sacarle una foto en la puerta de Paris Jazz Corner, una de las mejores disquerías de jazz de Francia, signifique esto lo que signifique.


Ya en el interior, Maxime les informó que Arnaud Boubet, el otro dueño,y fundador de la disquería, se mudó a Montpellier, desde donde vende discos on line (a lo que, luego de escuchar la traducción, Hernández dijo: "Se entiende. Después de 20 años de atender al público uno tiene ganas de mudarse a otro lado").

Maxime también contó que después de los atentados que hubo en París, las ventas cayeron en picada y que no hay tantos turistas. Comentó asimismo que la Navidad fue bastante triste y que los que compraron discos para regalar lo hicieron apenas cuatro días antes de Nochebuena.

Posteriormente, Hernández y él intercambiaron información presuntamente confidencial, razón por la cual le pidieron a Fondebrider (Maxime amablemente; Hernández, con sus modales habituales) que se retirase y los dejara solos, lo que le permitió entonces bajar a ver qué había entre los 15.000 CDs del lugar. Y había cosas.

Más tarde, orientado por Hernández (que cada tanto, ante ciertos hallazgos, alternaba las interjecciones y los espumarajos, y decía: "Comprá, comprá") se gastó parte del dinero celosamente guardado para la eventual cena.

Llegó el momento de pagar y hubo un buen 20% de descuento, que fue debidamente agradecido, y entonces tuvo lugar la correspondiente foto que inmortalizó el momento en que Hernández y Maxime pasaron juntos para la posteridad..





Después, en la calle, cada amigo con su correspondiente bolsa, Fondebrider dirigió los pasos de Hernández hacia las escaleras que llevan a la rue Rollin, al otro lado de la rue Monge. Allí, luego de pazar la breve Place Benjamin Fondane (erigida en memoria del poeta y filósofo rumano, al que los franceses enviaron a Auschwitz) está la casa en la que vivió el filósofo René Descartes.

Hernández, cuyo lema en la vida es el famoso Cogito ergo sum o algo así, pidió la foto de rigor y también la tuvo.

(Nótese la cara de Cogito ergo sum de Hernández)





Luego, Fondebrider le dijo que se preparara para otra foto porque, la rue Rollin desemboca en la rue Cardinal Lemoine, en cuyo número 74 vivió Ernest Hemingway, según lo atestigua una placa ad hoc.

"Ése era regroso", dijo Hernández, quien seguramente lo había visto en alguna corrida de toros a su rápido paso por Madrid. "Sí", dijo Fondebrider, no sin un cierto aire melancólico.

Pero al notar que en la puerta de la casa de Hemingway el ínclito Hernández hacía el mismo gesto que había hecho en la puerta de la casa de Descartes, Fondebrider le dijo: "Guille, ¿no tendrías otra pose?". Un cortante: "Vos sacá", arrojó por la borda toda posibilidad de cambio. La pose, la campera roja, los jeans y, nótese el detalle, la bolsa de plástico de CDs apoyada en el suelo, poco hacían para mejorar la repetida toma.


Sin embargo, acaso tocado en su orgullo, al llegar al 71 de la rue Cardinal Lemoine, Hernández se aflojó un poco y cambió de actitud, probablemente impresionado porque estaba en la puerta de la casa del novelista, poeta y traductor Valéry Larbaud, donde durante sus años parisinos vivió James Joyce, como se lee en la placa correspondiente.

Acto seguido, y probablemente agobiado por tanta cultura, Hernández dijo: "Vení, gordo. Vamo a comer un sanguche". Y así se dio por terminada la tarde. 

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