jueves, 21 de enero de 2016

Un cacho de cultura

Luego del jazz, el Louvre. Hacía ya varios días que Guillermo Hernández venía manifestando sus deseos de entrar a "la Lobera" (tal fue la manera en que lo llamó, acaso en memoria de su rápido paso por España). El no tan fiel Fondebrider, en cambio, prefirió quedarse en la casa trabajando en sus cosas al amor de la estufa, que no de una francesa.

Para quienes no hayan tenido la curiosidad de averiguarlo, se trata de un viejo castillo del siglo XII, más tarde reconvertido en residencia de varios reyes de Francia  y, posteriormente, en museo de bellas artes. Ese castillo inicial fue ampliado por Charles V, Francois I y Henri II. Sin embargo, a fines del siglo XVII, el rey Louis XIV hizo construir el Palacio de Versalles y allí se mudó con la señora y los chicos.


Luego de la abolición de la monarquía, tras la Revolución francesa, el Louvre fue destinado como depósito de las colecciones artísticas de los reyes, abriéndose por primera vez al público en 1793.

Decíamos entonces que Hernández fue a la Lobera a buscar etruscos (eso es lo que quería ver por vaya a saber uno qué razones), pero terminó viendo un poco de todo. Por ejemplo, las colecciones de sarcófagos egipcios.


Otro momento destacado de la visita de Hernández a la Lobera (y que el lector disculpe la insistencia en emplear tal denominación), fue la estatua de Tito Flavio Sabion Vespasiano, al que por razones de espacio y paciencia se suele llamar simplemente "Tito", quien vivió entre el 39 y el 81, siendo emperador de Roma entre el 79 y el año de su muerte. Durante su reinado se terminó de construir el Coliseo y tuvo lugar una de las grandes erupciones del volcán Vesubio (aparentemente el grupo Clarinius quiso atribuírsela a él, pero es una afirmación que carece de asidero).

Posteriormente interrogado sobre el interés que le despertó esta estatua, Hernández mencionó a un tal Tito, al que había conocido en su primera juventud en un reñidero de gallos de Tres Algarrobos. 

Otro momento lleno de emociones pictóricas fue sin duda el que le proporcionó la pintura holandesa, pero toda la documentación quedó fuera de foco.



Hubo, sin embargo, dos fotos que asociadas podrían llevar a creer lo que no es. La primera tiene como protagonista a un hermafrodita dormido que, según el relato posterior de Hernández, también le hizo recordar a alguien a quien, aparentemente, habría conocido en circunstancias parecidas. 


Y como una cosa lleva a la otra, ésta es la segunda foto, tomada en una de las tantas salas dedicadas al mobiliario de antaño.

Esta claro que no todo el mundo piensa en los mismos términos que Hernández, pero allá él y acá nosotros.

Culminada la visita, el bueno de Guille volvió a la casa, solo y sin equivocarse, donde Fondebrider seguía al amor del fuego. Hubieron los saludos de rigor y un intercabmio de informaciones. Herández, llegó con dos croissants aux amandes, que había comprado para un rápido psicolabis. Acto seguido, Hernández se fue a dormir la siesta a las 7 y media de la tarde. A las 8.30 y con la timidez que lo caracteriza, Fondebrider golpeó en la habitación para prevenirlo a Hernández de los peligros del insomnio. Así, ambos amigos, decidieorn comer. "¿Y si vamos al restaurante africano que tenemos en la cuadra?", dijo Hernández. "¿Te parece?", preguntó alarmado Fondebrider. 

Cuando trajeron la sopa, compuesta por rabo de buey, pescado y pinzas de cangrejo, no hubo otro remedio que probarla. Para ayudar a que el picante bajase, Hernández pidió cerveza y le trajeron una mezclada con tequila. Así, los dos comieron poco y mal, pero muy caro. Entonces, previendo una futura dispepsia, Fondebrider propuso una caminata por Montmartre nocturno, que, como se ve en las fotos está en una de las colinas de París y consiste en calles y calles en subida que, de vez en cuando alternan con alguna escalera. 



En la cima está la iglesia de Sacre Coeur. De acuerdo con la noticia histórica que ofrece el sitio ad hoc de Internet, "La colina de yeso que domina París por el norte conoció, en honor a Marte y a Mercurio, templos de los que aùn poseemos algunos vestigios. Sus nombres son una de las etimologías del vocablo Montmartre.

La segunda, Monte de los Mártires (Mons Martyrum), se debe a San Denis, primer apóstol cristiano de la futura capital, enviado para cristianizar esta parte de Galia. Habría residido con sus discípulos en las canteras de yeso. Una opinión muy antigua sitúa en este lugar su martirio por decapitación. 

La Abadía de Montmartre, consagrada en 1147, mantiene su culto, renovado por el descubrimiento de una cueva marcada con su nombre. Esta abadía conoció durante los 659 años de su existencia, épocas de prosperidad y de vicisitudes, y su última abadesa fue guillotinada cuando la Revolución Francesa. 

En 1843 es cuando desaparecieron los últimos vestigios de la abadía. La iglesia actual de San Pedro de Montmartre, testifica, aún hoy en día, las grandes horas de esta abadía"


Acaso sorprendido por lo reciente de la iglesia, Hernández hizo toda una serie de comentarios sobre lo industriosos que eran los franceses, lo bien que trabajaban los yeseros, la calidad del empedrado, el gusto del agua de grifo, el sabor del reblochon, lo bien que andaban los subtes, lo barata que era la comida en los supermercados, etc. Y tal vez fue todo eso lo que lo llevó a pedirle al nuevamente fiel Fondebrider una foto con Sacre Coeur detrás., 

"Esperá que cruzo los brazos y respiro hondo", dijo antes de que el improvisado chasirete procediera. Éste, un tanto sorprendido por el anuncio de Hernández, le preguntó a qué se debía. "No, es que un par de hijos de puta me dijeron en el Facebook que con la campera roja parezco el muñeco de Michelin". Intentando ahogar la risa y advirtiendo la similitud entre un personaje y otro, Fondebrider consoló a Hernández diciéndole: "Pero el muñeco de Michelin no es rojo", con lo cual se sintió un tanto exceptuado de mayores precisiones.

Y así se terminó la noche. Ambos amigos volvieron a su residencia caminando las calles de Montmartre y bajando interminables escaleras. En esta última foto se ve claramente a Hernández desandando el camino hecho y presentando alguna similitud con todos ya saben qué muñeco.

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