Hace seis años, Diego Fischerman publicó la siguiente nota sobre la edición local de Mingus Ah Um, de Charles Mingus, en Radar. Más allá de todo lo que ha sobrevivido de esa reflexión, lo que más llama la atención es que ese disco que hoy andá casi por los $60 en su edición nacional, en ese entonces costaba $23.
Partitura mental
1959 fue un buen año. O, por lo menos, lo fue para el jazz. Se editaron discos extraordinarios del Modern Jazz Quartet, de Gerry Mulligan, del cuarteto de Dave Brubeck, de Charlie Parker y de Dizzy Gillespie. Pero, sobre todo, se publicaron tres de los álbumes que, de ahí en más, figurarían en todas las listas de los mejores de la historia. Incluyeran lo que incluyeran además, siempre hubo consenso para Kind of Blue de Miles Davis, Giant Steps de John Coltrane y el que tal vez sea el menos obvio y el más salvaje de los tres: Ah Um de Charlie Mingus.
En las notas incluidas en la contratapa del LP, Dianne Dorr-Dorynek citaba a Mingus. “En primer lugar, una composición de jazz, tal como la oigo en el oído de mi mente –aun cuando la escriba con precisión y usando un montón de notas en una partitura–, no puede ser tocada por ningún grupo ni por ningún músico, clásico o de jazz”, decía el compositor. “Un músico clásico puede leer todas las notas correctamente, pero las toca sin el sentimiento correcto del jazz o de la interpretación. Y un músico de jazz, aunque pueda leer todas las notas y tocarlas con un sentimiento jazzístico, inevitablemente introduce su propia expresión individual antes que las dinámicas que el compositor previó. En segundo lugar, el jazz, por definición, no puede traducirse a partes escritas, con sentimiento, sin que salga volando libremente.” La idea de cómo resulta imposible constreñir el jazz a una escritura es particularmente productiva si se la cruza con el experimento que Mingus venía realizando desde 1951, sus talleres (workshops) de jazz. En 1943, cuando estudiaba en el Los Angeles City College, había tomado contacto con los talleres de música clásica, donde intérpretes y compositores compartían el trabajo sobre nuevas obras. Y ya en Nueva York decidió aplicar el modelo de trabajo al jazz. Entre los primeros participantes de estos talleres estuvieron Thelonious Monk, Max Roach, Horace Silver y Art Blakey. Y Teo Macero, otro de los músicos que formó parte de los workshops que, además, era productor en el sello Columbia, fue el contacto para que este disco existiera.
La importancia de Ah Um, cuyo principio constructivo es la idea del homenaje a los ancestros musicales, tiene que ver, en primer lugar, con cómo suena. Los saxos de Handy, Hadi y Ervin junto al trombón de Knepper, en la triple repetición variada de la melodía, en “Self Portrait in Three Colors”, el tema que compuso para Shadows, el primer film de John Cassavetes, donde nunca se lo utilizó, el solo de Booker Ervin en esa especie de sermón genial que es “Better Get it in your Soul”, Handy en “Goodbye Pork Pie Hat” –un homenaje a Lester Young, muerto hacía apenas siete semanas– y el juego con el trémolo en el contrabajo, la originalidad en la reescritura de temas anteriores (“Nouroog”, “Duke’s Choice” y “Slippers”) en “Open Letter to Duke”, son sólo algunos de los argumentos que convierten al disco en uno de los mejores del jazz. El sonido colectivo, con ese sentimiento que, según el propio Mingus, se escapa libremente por el aire en el mismo momento en que sucede, está, hasta donde es posible, fijado en una nueva clase de escritura. “Mis métodos actuales de trabajo incluyen muy poco material escrito. Escribo en una partitura mental y dejo que esa composición pase, parte por parte, a los músicos”, decía Mingus. El disco, en todo caso, terminó omitiendo un paso. En este caso los que leen –y los que seguirán haciéndolo por los siglos de los siglos y amén–son los que escuchan. Y ese comienzo de Ah Um seguirá sonando, siempre, con el mismo poder. Y “Good-bye Pork Pie Hat” seguirá siendo, como antes y para toda la eternidad, el mejor blues posible.
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