lunes, 2 de abril de 2012

Romano, Sclavis y Texier, con Bojan Z y Nguyen Le en Epinay-sur-Seine

(París. De nuestro enviado especial) Banlieues Bleus es un festival que se desarrolla desde hace 29 años en diversos suburbios de París. Es una forma de que la gente que vive en esos barrios, muchas veces alejados de la capital francesa, pueda acceder a espectáculos de primer nivel, en doble programa a precios francamente populares, con algunos de los más importantes músicos del momento. De hecho, para este 2012 fueron convocados, entre otros, el Trio Celea, Parisien, Reisinger y McCoy Tyner Trio con Joe Lovano, Matana Roberts Coin Coin, Marc Ribot, el ascendente trio de Andy Sheppard, Michel Benita y Sebastian Rochford, Lucia Recio & Fred Firth, etc.

Al enviado de Minton's, entonces, le tocó costearse ayer, domingo 1 de abril, a Epinay-sur-Seine, un suburbio sin gracia a 20 minutos de París (en coche), para asistir a la actuación de Jukebox y del trío Romano, Sclavis, Texier, ampliado con la presencia de Bojan Z y Nguyen Le. Entonces, después de almorzar liviano, se puso en marcha acompañado por una amiga que hizo las veces de chofer.

En la primera parte, como fue dicho, se presentó Jukebox, un quinteto de muy jóvenes músicos, compuesto por Louis Laurain (trompeta), Fidel Fourneyron (trombón), Fabrizio Rat (piano y concepción), Ronan Courty (contrabajo) y Julien Loutelier (batería). Según explicó el carismático Laurain --quien, entre tema y tema, se dedicaba a hablar para darle tiempo a sus compañeros a "preparar" sus instrumentos--, se trata de un grupo que funciona como una de esas máquinas que ofrecen hits musicales en los bares, lo que explica entonces el repertorio, fundamentalmente estructurado alrededor de temas de Perry Como, Elvis Presley, Suzanne Vega o chansonniers franceses del pasado. Hasta acá podría pensarse en algo así como en una Brass Fantasy (la de Lester Bowie) dismnuida a quinteto. Pero lo interesante es que, siempre de acuerdo con Laurain, en algún momento del tema los miembros de Jukebox empiezan a tener problemas con las partituras y la música se dispara en direcciones increíbles: los vientos se usan justamente para producir viento sin sonido, el piano preparado parece una caja de música, el baterista coloca todo tipo de instrumentos de cocina sobre los parches, el contrabajista limita el sonido de su instrumento con broches para la ropa. Llenos de sentido del humor, pero, al mismo tiempo, de un fantástico rigor interpretativo, estos músicos --que en su mayoría no alcanzan los 30 años-- dieron una demostración de que el jazz no tiene por qué ser una música aburrida ni patética. Y fueron muy aplaudidos por el público de una sala largamente colmada.

La segunda parte, la que de veras había convocado al público, tuvo como protagonistas excluyentes al trío formado por Louis Sclavis, Henri Texier y Aldo Romano, tres líderes virtuosos del jazz francés, que reaparecieron en disco (3 plus 3) con tres invitados de lujo: Enrico Rava, Bojan Z y Nguyen Le, constituyendo así una especie de supergrupo probablemente sin precedentes en el jazz local. Y pese a la ausencia de Rava, hay que decir que su actuación superó toda expectativa que uno pudiera tener. Se trata de monstruos absolutos, líderes por derecho propio, puestos aquí al exclusivo servicio de la música y de las composicones de cada uno de los miembros del grupo.

Sclavis en vivo es simplemente asombroso tanto en el clarinete, el clarinete bajo o el saxo soprano. De una perfección pocas veces oída en esos instrumentos, encuentra en Nguyen Le el compañero ideal. Ambos "conversan" permanentemente y, de tanto en tanto, llevan adelante complicadísimos pasajes al unísono que, por sus dificultades técnicas, serían una invitación al desastre en músicos menos dotados. Texier es uno de los mejores contrabajistas que a este corresponsal le tocó ver. Da la impresión de que nada le resulta ni difícil ni complicado y, pese a su fama de mal genio, disfruta tocando y aprueba cada intervención afortundada de alguno de sus compañeros. Romano es una especie de eminencia gris que propulsa cada tema sin exagerar y sin grandilocuencias. Da la impresión de que sus antebrazos son totalmente independientes del cuerpo, que apenas mueve mientras toca y, por alguna razón, busca en permanencia la complicidad con Bojan Z, que en piano eléctrico y piano aporta una cuota de levedad a la densidad de lo que se oye. Simplemente, un concierto sobresaliente, acaso el mejor que le tocó escuchar a este enviado durante su breve estadía parisina, ya en cuenta regresiva. Ahora bien, ¿qué cabría imaginar si uno piensa que no estaba Enrico Rava?

Con este pensamiento, al cabo de casi tres horas y media de show por unos 20 euros (menos de 120 pesos),  este corresponsal salió a la noche del suburbio, sin olvidar que mañana martes parte a Roma y de ahí a Nápoles, obligado por Guillermo Hernández, quien exigió un condimento particular para la pizza que prepara en secreto en Merlo. Y como sus deseos son órdenes, por una semana no habrá nuevos posteos en el blog.

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