El jueves 10 de septiembre, Paula Shocrón presentó en Virasoro Anfitrión, su último disco en trío con Germán Lamonega y Pablo Díaz. Ese mismo día apareció en La Nación, la siguiente entrevista firmada por Jorge Fondebrider.
"Mi atención ahora está puesta en abrir puertas"
Con 35 años y 14 discos grabados a su nombre y como co-líder de otros músicos, la rosarina Paula Shocrón ya no es la revelación de la que tanto habló la prensa en su momento, sino una de las más sólidas exponentes del jazz en la Argentina. Reconcentrada ,
muy bella y, sobre todo, intensamente apasionada, verla tocar el piano es todo
un espectáculo en sí mismo. No le es algo caído del cielo, sino el fruto de ingentes horas de trabajo las
cuales, en una década, le han permitido transitar por una variedad de estilos que
hoy confluyen en Anfitrión,
su último disco, que se presentará el
jueves 10 de septiembre, a las 21:30hs., en Virasoro (Guatemala 4328, C .A.B.A.), excusa
perfecta para hablar con ella.
–Anfitrión, que acaba de salir, no aparece bajo tu nombre, sino como SDL
Trío. ¿Por qué?
–Bueno,
son las siglas de mi apellido, el del baterista Pablo Díaz y el contrabajista Germán
Lamonega, cosa que me pareció lógica
porque es el fruto de una iniciativa de los tres. Siempre los discos son el
resultado de un trabajo previo y este caso no es una excepción. Desde hace mucho nos juntamos a improvisar específicamente entre nosotros y es lo que queríamos reflejar, por eso es un disco que, salvo un tema que compuso
Pablo Díaz, incluye exclusivamente música
improvisada.
–¿Y por qué estos tres
músicos?
–Yo creo
que tiene mucho que con que los tres realizamos un viaje conjunto que nos
permitió
conocer a una serie de artistas que nos inspiraron y
que nos permitieron darle algo así como un cierre al tipo de
trabajo que se presenta en este disco.
–¿En
qué
consistió ese
cierre del que hablás?
–En
homenajear a determinados músicos, en incluir a algunos de
esos artistas –que no son necesariamente músicos– en la creación del disco. Por ejemplo, el
poeta Steve Dalachinsky aportó textos y el fotógrafo Peter Gannushkin, la hermosa fotografía de tapa. La idea era abrirnos a otras ramas artísticas que es la idea en la que yo he venido trabajando a lo largo
de todo este último tiempo y que comparten los músicos
con quienes toco.
–En
otra oportunidad me dijiste que los discos los grabás para dejar algún testimonio de lo que hiciste
antes de pasar definitivamente a otra cosa…
–Es
que, para mí, salir del estudio de grabación es
pasar a algo distinto de lo que grabaste que, por otra parte, ya es viejo. Por
más que uno haga presentaciones, te diría
que estamos en otra cosa, más aún
como en un caso como éste se trata de música absolutamente improvisada. Entiendo que hay músicos que graban el disco y empiezan el ciclo a partir de esa
grabación; en mi caso, siempre fue de la otra manera.
–Siguiendo
tu trayectoria, uno ve que fuiste trabajando siempre en razón de algo específico: de una impronta muy de Monk
pasaste a una etapa de composiciones propias muy importante y, asimismo, a
co-liderar formaciones con Marcelo Guttfraind y Pablo Puntoriero. Después, a escribir para un ensamble grande y, en paralelo, a rendirle
tributo a Andrew Hill. Más tarde, durante tus años con Rivo Records, a estudiar a fondo a compositores y pianistas
del estilo hard-bop. Ahora estás en
una gran desestructuración cercana al free jazz. Cada
etapa tuya te tomó varios años…
–Y ésta también, pero acaso por ausencia de
grabaciones, no quedó tan registrada como las otras.
Luego, mis experiencias con la improvisación
colectiva tuvieron lugar muchas veces de manera paralela a los otros trabajos,
en un contexto menos público, más de puertas adentro cuando, por ejemplo, nos juntábamos en privado con la saxofonista Ada Rave, el contrabajista
Carlos Álvarez, o incluso el cornetista Enrique Norris. Es probable que el
público que me suele acompañar
no lo vea tan claro, pero ya llevo prácticamente
más de diez años buscando en esta dirección..
–¿Y a
qué
lugar querrías
llegar con lo que estás haciendo ahora?
–Para
decirte la verdad, estoy empezando a sentir que quizás no
sea necesario llegar a un solo lugar. Por eso mi atención ahora está puesta en abrir puertas. Dicho
de otro modo, querría que la música fuera cada vez más inclusiva, que no se limitara a un estilo, que no calzara en una etiqueta. Somos un montón de perspectivas todas juntas. Si sacamos las
casillas, todas esas perspectivas pueden empezar a convivir e interactuar. Eso enriquece
a cualquier artista y al arte en general.
–¿Ahí es donde entran las otras artes?
Claro. Sin ir más lejos, ahí está la
voz humana, y con ella llegan las palabras solas, desestructuradas, que luego
pueden llegar a estructurarse en un poema, en un fragmento de prosa. Y, por
supuesto, también el movimiento, que llegado el caso se convierte en danza.
–Bueno,
en su momento ya habías trabajado con la voz, cuando
acompañaste a las cantantes Barbie Martínez
y, fundamentalmente, a Florencia Otero, con quien grabaron un magnífico disco dedicado a Joni Mitchell.
–Y
con quien ahora estamos trabajando en otro, donde las composiciones son casi todas de Florencia, y yo me ocupé de casi todos los arreglos. El disco incluirá dos poemas de E. E. Cummings a los cuales se les
puso música. Paralelamente a este proyecto, estoy
trabajando mucho con mi propia voz también.
–¿Qué determinó que todas estas actividades
laterales se conviertieran ahora en centrales para vos?
–En
realidad, no sé. Simplemente, sucedió. Un día
empecé
a probar mi voz y hoy ya es parte de mi música. Luego, los instrumentos de
percusión siempre ocuparon un lugar importante en mi idea de la música, empezando por el piano, al que también veo como instrumento de percusión.
–¿Y
la danza?
–Ahí tuve que sincerarme, haciéndome
cargo de que eso estaba. Y un día la danza también empezó a suceder en el contexto de mi música. Luego de la labor con el gran ensemble, algunos músicos quedaron y, paralelamente, empezamos a trabajar con Laura
Monge, una bailarina de quien fui alumna. Juntas empezamos a tratar de
descubrir cuáles eran los factores comunes entre el movimiento y la música. Las razones son muchas. De hecho, debiera ir más atrás y contarte que, de chica, tuve muchos problemas con el piano y
mi forma de solucionarlos fue a través del aikido. Ahí entendí
qué pasaba físicamente con el instrumento. El uso del cuerpo como instrumento
principal del músico siempre me pareció fundamental y luego, cuando
empecé
a enseñar, sentí que
eso era algo que tenía que transmitirles a mis
alumnos.
–¿Qué es el Proyecto IMUDA?
–Es
la formalización de todas esas instancias previas que, a partir de 2012,
empezaron a asumir la consistencia de un proyecto abocado a la creación espontánea, la comunicación y la asociación entre artistas procedentes de
diversas disciplinas. No se trata de un grupo fijo, sino de artistas
provenientes de mundos diferentes asociados puntualmente para un único evento, que nunca es el mismo como tampoco son los mismos los
participantes.
–Vuelvo
atrás. ¿Qué pasó para que de trabajar sobre
estructuras hayas decidido la desestructuración
total?
–Preferiría decirlo de otra manera. Acá ya
no importa qué
hay y qué falta. Lo que importa
es trabajar ese estado tan necesario para la creación artística. Se trata de una búsqueda
permanente, que no tiene fin. Se trata
de estar en lo que estás haciendo.
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