Lo
de siempre: Guillermo Hernández,
insatisfecho con el gusto de la cerveza Stella Artois que se hace en la Argentina , mandó a Diego Fischerman a París para que
le trajera un paquete de seis
porroncitos, recomendándole que lo comprara en un Monoprix no lejos de Chatêlet,
en el centro de París. Fischerman no pudo con su genio y desoyendo la orden de
Hernández, en lugar de volverse de inmediato a Buenos Aires, ya que estaba ahí,
decidió entrevistar al saxofonista Miguel
Zenón, estrella del firmamento del jazz actual, que justo en esos días
tocaba en el Duc des Lombards, lujoso boliche ubicado en la esquina donde esa
calle se cruza con el Boulevard de Sebastopol. Nadie sabe en qué invirtió Fischerman
sus viáticos, aunque se sospecha.
Parte del panteón de los elegidos
Pertenece
al pequeño panteón de los elegidos. Su nombre figura, ya desde hace varios
años, en las encuestas de críticos y público de la revista especializada Down Beat. Pero, por supuesto, Miguel
Zenón descree de ello. “Es parte del negocio y a mi manager le importa”, dice
en un bar de París, en la mañana siguiente a la segunda de las dos actuaciones
deslumbrantes que realizó con su cuarteto en el club Duc des Lombards. “El
peligro de esas cosas es que alguien se lo tome demasiado en serio. El mundo
del jazz es muy chiquito y los músicos sabemos muy bien qué y cuánto tenemos
que aprender y cuál es el exacto lugar en el que estamos.”
Nacido
en Puerto Rico, radicado en Nueva York y, en efecto, uno de los mejores
saxofonistas del jazz actual, Zenón, además, está ligado por varios lados a la Argentina. Grabó ,
junto al pianista francés Laurent Coq, un disco dedicado a Rayuela y a Julio Cortázar; ha tocado con Aca Seca cuando el trío
actuó Nueva York; tiene un proyecto en puerta con Juan Quintero y Luna Monti;
ha formado parte del grupo Los Guachos de Guillermo Klein, quien, por otra
parte, ha sido el orquestador de los grupos de cuerdas y maderas que aparecen
en varios de sus discos. Incluso estuvo en Buenos Aires alguna vez, casi de
incógnito, tocando con Liliana Herrero y presentando el disco de Klein sobre el
Cuchi Leguizamón. “Nos conocimos cuando yo estaba estudiando en Berklee, en
Boston. Conocía a músicos que lo conocían, lo escuchaba, me gustaba mucho lo
que hacía. Alguna vez alguno de sus músicos no pudo tocar, le hablaron de mí,
lo reemplacé en esa ocasión; y después nos hicimos muy amigos y encaramos una
cantidad de proyectos juntos.”
A
los 38 años, Zenón valora un cierto corte generacional. “Creo que el jazz está
en uno de los mejores momentos de su historia. Hay muchísima creatividad, hay
grandes músicos, de generaciones anteriores, como Joe Lovano o Steve Coleman o
Chris Potter, si pienso en el saxo, y notables maestros, y también muchísima
gente de mi edad que está tocando. Es muy importante esa sensación de
comunidad. De tener compañeros en un proceso de aprendizaje y de búsqueda.”
También es un hombre de relaciones musicales duraderas. Con el pianista Luis
Perdomo, con quien llegó a París, hace quince años que tocan juntos. Y el
baterista, Henry Cole, forma parte del cuarteto desde hace una década. La única
excepción, esta vez, fue el contrabajista, Jorge Roeder, que para esta gira –el
cuarteto viene de Amsterdam y sigue viaje para Nantes– reemplazó a otro viejo
compañero de ruta, Hans Glawischnig.
“Admiro
a Aca Seca, me encanta lo que hacen, y la posibilidad de hacer algo juntos con
Juan Quintero y Luna Monti surgió sola. Aún no sabemos lo que haremos, pero
sabemos que lo haremos”, cuenta. Sus primeros cinco discos, entre ellos los
premiados Esta plena y Alma adentro, donde toma como objeto
principal de estudio la plena y el bolero puertorriqueño, fueron editados por
Marsalis Music, el sello que creó y administra Branford Marsalis. Rayuela fue
publicado por Sunnyside. Y es una producción independiente su reciente Identities Are Changeable, donde
incorpora como parte de la banda sonora testimonios de inmigrantes
puertorriqueños, recogidos por él mismo, acerca de lo que significa la
identidad para los nativos de la isla que viven en Estados Unidos. “No debo
rendirle cuentas a nadie, lo vendo en los shows y directamente por Internet, y
recupero el dinero, lo que me permite hacer otros discos. Es mucho mejor”,
afirma. La aseveración de Zenón no resulta extraña, si se piensa que la FNAC , el otrora rutilante emporio
francés de la venta de discos, en su gigantesca sede de Montparnasse, ha mudado
los CD, en un literal y nada metafórico descenso, del primer piso al primer
subsuelo.
Para
este saxofonista alto de notable técnica y apabullante creatividad la cuestión de
las raíces musicales no es jamás una cuestión pintoresquista. “Es cierto que la
música caribeña, y lo que se bailaba y se pasaba por la radio cuando era chico,
es una parte de uno. Es, casi, algo en lo que no se piensa. Pero mi origen
musical, en realidad, fue la música clásica. Era lo que estudiaba. Incluso, al
jazz lo descubrí tarde, por amigos. Allí fue que me puse a escuchar y a
estudiar como loco y, curiosamente, también fue con ese descubrimiento que
decidí, o mejor dicho pensé por primera vez, que podría dedicarme a la música.
Puerto Rico es muy pequeño en cuanto a su posibilidad de estudiar y hacer jazz,
así que me fui a estudiar a Estados Unidos. El trabajo con géneros folklóricos
de mi país fue natural. En parte porque siento que cada género es muy profundo,
que no se trata de calcar un ritmito por aquí e imitar una melodía por allí,
sino que hay que internarse realmente en algo para comprenderlo. Y en parte
porque la investigación y el estudio me llevaron a entender que hay muchos más
elementos en común entre músicas muy diversas que lo que suponía previamente.
El jazz es una música de origen afroamericano y estadounidense, y eso hay que
reconocerlo, por supuesto. Pero hoy no es más una música norteamericana. O sólo
norteamericana. Es un lenguaje con el que muchos, en muchas partes del mundo,
sentimos que es posible una expresión propia e individual. Y, de hecho, hay
tantas formas del jazz como músicos creativos puedan estar tocándolo, en
cualquier parte del mundo.”
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