Diego Fischerman comenta en Página 12, del 6 de febrero pasado, Orillas, el último libro/disco del pianista
Pepe Angelillo y el saxofonista Pablo Ledesma, con el Mono Hurtado en contrabajo y Martín Misa en percusión, y diseño y
fotografía de Argamonte.
Cuando el paisaje convoca sonidos
“La
noche que ande Argamonte/ tiene que ser noche negra/ por si lo vienen
siguiendo/ y le brillan las espuelas...”, escribió Manuel Castilla. El
personaje, un gaucho que huye y es a la vez guía de otro que también escapa,
está tomado de una novela de Federico Gauffin titulada En tierras de Magú-Pelá y publicada en 1932. El Cuchi Leguizamón le
puso música, en la “Zamba de Argamonte”. El nombre de aquel gaucho es la firma,
hoy, de Keko Ferro, un diseñador y fotógrafo notable, radicado en Salta. Y
Argamonte es quien rubrica, junto al pianista Pepe Angelillo, el saxofonista
Pablo Ledesma, el Mono Hurtado en contrabajo y el percusionista Martín Misa, Orillas, una de las ediciones más
originales, trascendentes y, por añadidura, bellas producidas en la Argentina en los últimos
tiempos.
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“Puede
entenderse como un libro de fotografías o como un disco, o también como ambas
cosas, estableciendo una relación entre lo que se ve y lo que se oye”, dice
Angelillo a Página/12. “El origen
–cuenta Ledesma– fue un viaje, hace mucho tiempo, que hicimos con Argamonte. El
sacaba fotos y yo las encontraba inmensamente inspiradoras. Eran fotografías de
orillas, de paisajes desolados: tierra o piedras junto al agua. Nada más. Había
allí un territorio que convocaba sonidos.” Angelillo y Ledesma tocan
habitualmente en dúo, con Hurtado lo hacen en trío desde hace años y Misa, que
actualmente vive en Salta, donde toca en la Orquesta Sinfónica
y con quien también han participado conjuntamente en numerosos proyectos,
aparecía como socio natural. Hurtado habla del conocimiento que cada uno tiene
del otro. De que nadie espera otra cosa que lo que cada uno es pero, al mismo
tiempo, sabe todo lo que puede dar como música. El, Ledesma y Angelillo
coinciden en una palabra: “Confianza”. Y es que lo de ellos es tocar sin red.
“El sonido en sí mismo”, define Ledesma.
Existe
una clase de jazz, crecida a la vera de los movimientos por la lucha de los
derechos civiles de los afroamericanos, que lleva la libertad inscripta en su
nombre. Free Jazz se llamó aquel disco legendario en que los cuartetos de
Ornette Coleman y de Eric Dolphy improvisaban simultáneamente y sin planteos
previos. “La improvisación libre o, en todo caso, la libertad de la música, a
secas, hoy pasa por poder liberarse también de ese rótulo”, dice Angelillo. “Si
el estilo es una cárcel, no sirve”, agrega Hurtado. “Nosotros nos manejamos sin
ceñirnos a una tonalidad, por ejemplo, pero tampoco le tememos a una
consonancia. Si sucede, si lo que estamos haciendo lo pide, entonces está
bien.” Y Ledesma remarca que “no hay casillas”. “Todos nosotros hemos
transitado por diferentes músicas. De tradición popular y de tradición
académica. Yo he tocado años en la
Orquesta del Argentino de La Plata , por ejemplo. No hay un intento de estar
aquí o allá. Todo lo que aprendimos, todo lo que escuchamos, aparece en algún
momento en lo que tocamos.”
Los
paisajes de Argamonte, muchas veces inquietantes, siempre muestran, de alguna
manera, aquello que no está. Sus silencios, podría decirse. Hay allí un
correlato perfecto de la música. Si bien aparecen texturas de gran densidad,
predomina la trasparencia. Como en las imágenes, los sonidos generan un espacio
propio a su alrededor. En unas y otros se percibe el aire. “Son relaciones no
evidentes, no fijadas de antemano”, dice Ledesma. “Las establece, en realidad,
quien escucha y mira al mismo tiempo.” Argamonte es considerado por ellos, con
justicia, como el quinto integrante del grupo. El ya había estado presente como
diseñador en uno de los primeros álbumes de Ledesma y Angelillo (Vivo en La Plata , de 1998, en cuarteto con Ezequiel
Dutil y Martín Lambert). El libro/disco Orillas,
que fue presentado en la ciudad de Salta, aborda, con placer por el riesgo
estético pero también con una base de gran solidez, una búsqueda poco frecuente
en la música artística de tradición popular. “La música como juego”, dirá
alguno de ellos a lo largo de la charla. “El valor de lo sonoro como objeto en
sí”, redondeará otro. De lo que se trata, al fin y al cabo, es del viejo truco
de reconocer la libertad como un valor inseparable de la creación.
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