viernes, 29 de noviembre de 2013

Buenos Aires Jazz 2013: a modo de conclusión

El 27 de noviembre pasado, Diego Fischerman escribió en Página 12 una conclusión a propósito del Buenos Aires Jazz 2013, que acababa de terminar. El copete de la nota decía: “Durante seis días, el encuentro dirigido por el pianista Adrián Iaies convocó a unos 85.000 espectadores en 73 conciertos y dejó la impresión de un medio local consolidado, con músicos argentinos de inmenso talento, que descollaron al lado de sus colegas extranjeros”.

Más que una cadena de buenos conciertos

Concentrado en seis días, con momentos de intimidad exquisita y también encuentros masivos al aire libre, y recorriendo un paisaje musical que fue desde el jazz más tradicional hasta las vertientes más actuales, el festival que Buenos Aires dedica a este género concluyó ayer con una gran actuación del trompetista italiano Favio Boltro junto al pianista belga Eric Legnini, Franck Agulhon en batería y Thomas Bramerie en contrabajo. Y, más allá de la variedad estética, de las visitas extranjeras, de los encargos originales, que este año tuvieron como protagonista a un notable Leo Genovese recreando –y pocas veces la palabra puede resultar más apropiada– a Luis Alberto Spinetta con su trío, y con Amelita Baltar y Machi Rufino como invitados, y de la asistencia del público, que rondó los 85.000 espectadores a lo largo de 73 conciertos, queda la impresión de un medio local consolidado, con músicos argentinos de inmenso talento, que descollaron en cada una de sus presentaciones.

El trompetista Mariano Loiácono, que fue parte del grupo en el que se cruzaron también Gustavo Musso, Legnini, Franck Agulhon y Thomas Bramerie; el pianista Pollo Raffo; la base conformada por Patricio Carpossi, Demian Cabaud y Hernán Mandelman, que actuó junto a Thomas Heberer, Tobias Delius y Wolter Wierbos; la big band del Conservatorio Manuel de Falla, que se presentó junto a Tim Berne; las cantantes Barbie Martínez y Roxana Amed; el pianista Ernesto Jodos y su trío, conformado por el baterista chileno René Gatica Bahamonde y el contrabajista español Javier Moreno Sánchez: todos estuvieron entre los que brillaron a la par de los músicos extranjeros, tanto tocando junto a ellos como mostrando sus propios proyectos. La orquesta ICP en la apertura, Frank Carlberg a solas en el piano y junto a Amed en piezas compuestas por él a partir de poemas de Alejandra Pizarnik, el virtuoso dúo del pianista Jean-Michel Pilc y el guitarrista Silvain Luc, Rosa Passos y la Banda Mantiqueira, y un Tim Berne actualmente más cerca del posminimalismo que de sus experiencias de hace veinte años, honraron con su presencia el festival y dieron lugar, como no podría ser de otra manera, a sorpresas, confirmaciones, decepciones (dependiendo de lo que cada uno esperara en cada caso) y, obviamente, encarnizadas discusiones.

En el saldo favorable debe contabilizarse, también, el hecho de que haya habido más de 900 participantes en las clases magistrales y talleres. En su sexto año desde que Adrián Iaies lo dirige, este festival, que en su fundación, en 2002, había llevado a Luis Alberto Spinetta al Colón, en un concierto (casi) acústico, ha encontrado un perfil más que interesante, que logra trascender la mera encadenación de buenos conciertos y es capaz de generar proyectos de efecto duradero. En cuanto a las sedes, la inclusión de la Usina como uno de los escenarios principales no podría ser más afortunada pero, basándose en el conocimiento acerca de su magnífica acústica se cometió un error de concepto limitando la amplificación al mínimo o directamente eliminándola en casos de conformaciones instrumentales que, a diferencia de un cuarteto de cuerdas o un piano solo, jamás fueron pensadas para sonar sin amplificación. Es decir: una orquesta conformada por bronces, más violín, cello, piano, contrabajo y batería, como la ICP, existe tomando la amplificación como uno de sus elementos constitutivos. Pretender que un grupo de esa naturaleza sonara bien (y todas sus voces fueran audibles) sin una mezcla y una amplificación activas, sería como pretender que un cantante popular pudiera imponerse a una big band en una gran sala sin ayuda del micrófono. Sinatra y su estética dependían del micrófono y, en gran medida, los grupos heterogéneos del jazz, también. En ese contexto, los más perjudicados fueron los pianistas y, en particular, resultó casi inaudible mucho del excelente trabajo de Jodos junto a Berne. Eventualmente, que mucho de lo mejor haya sucedido en los clubes, en Thelonious, en Vinilo y La Trastienda, es también signo de equilibrio en una programación donde no hubo músicos de segunda.


No hay comentarios:

Publicar un comentario