El 27 de noviembre pasado, Diego Fischerman escribió en Página
12 una conclusión a propósito del Buenos Aires Jazz 2013, que acababa de
terminar. El copete de la nota decía: “Durante seis días, el encuentro dirigido
por el pianista Adrián Iaies convocó a unos 85.000 espectadores en 73
conciertos y dejó la impresión de un medio local consolidado, con músicos
argentinos de inmenso talento, que descollaron al lado de sus colegas
extranjeros”.
Más que una cadena de buenos conciertos
Concentrado en seis días, con
momentos de intimidad exquisita y también encuentros masivos al aire libre, y
recorriendo un paisaje musical que fue desde el jazz más tradicional hasta las
vertientes más actuales, el festival que Buenos Aires dedica a este género
concluyó ayer con una gran actuación del trompetista italiano Favio Boltro
junto al pianista belga Eric Legnini, Franck Agulhon en batería y Thomas
Bramerie en contrabajo. Y, más allá de la variedad estética, de las visitas
extranjeras, de los encargos originales, que este año tuvieron como
protagonista a un notable Leo Genovese recreando –y pocas veces la palabra
puede resultar más apropiada– a Luis Alberto Spinetta con su trío, y con
Amelita Baltar y Machi Rufino como invitados, y de la asistencia del público,
que rondó los 85.000 espectadores a lo largo de 73 conciertos, queda la
impresión de un medio local consolidado, con músicos argentinos de inmenso
talento, que descollaron en cada una de sus presentaciones.
El trompetista Mariano Loiácono,
que fue parte del grupo en el que se cruzaron también Gustavo Musso, Legnini,
Franck Agulhon y Thomas Bramerie; el pianista Pollo Raffo; la base conformada
por Patricio Carpossi, Demian Cabaud y Hernán Mandelman, que actuó junto a
Thomas Heberer, Tobias Delius y Wolter Wierbos; la big band del Conservatorio
Manuel de Falla, que se presentó junto a Tim Berne; las cantantes Barbie
Martínez y Roxana Amed; el pianista Ernesto Jodos y su trío, conformado por el
baterista chileno René Gatica Bahamonde y el contrabajista español Javier
Moreno Sánchez: todos estuvieron entre los que brillaron a la par de los
músicos extranjeros, tanto tocando junto a ellos como mostrando sus propios
proyectos. La orquesta ICP en la apertura, Frank Carlberg a solas en el piano y
junto a Amed en piezas compuestas por él a partir de poemas de Alejandra
Pizarnik, el virtuoso dúo del pianista Jean-Michel Pilc y el guitarrista
Silvain Luc, Rosa Passos y la Banda Mantiqueira , y un Tim Berne actualmente más
cerca del posminimalismo que de sus experiencias de hace veinte años, honraron
con su presencia el festival y dieron lugar, como no podría ser de otra manera,
a sorpresas, confirmaciones, decepciones (dependiendo de lo que cada uno
esperara en cada caso) y, obviamente, encarnizadas discusiones.
En el saldo favorable debe
contabilizarse, también, el hecho de que haya habido más de 900 participantes
en las clases magistrales y talleres. En su sexto año desde que Adrián Iaies lo
dirige, este festival, que en su fundación, en 2002, había llevado a Luis
Alberto Spinetta al Colón, en un concierto (casi) acústico, ha encontrado un
perfil más que interesante, que logra trascender la mera encadenación de buenos
conciertos y es capaz de generar proyectos de efecto duradero. En cuanto a las
sedes, la inclusión de la Usina
como uno de los escenarios principales no podría ser más afortunada pero,
basándose en el conocimiento acerca de su magnífica acústica se cometió un
error de concepto limitando la amplificación al mínimo o directamente
eliminándola en casos de conformaciones instrumentales que, a diferencia de un
cuarteto de cuerdas o un piano solo, jamás fueron pensadas para sonar sin
amplificación. Es decir: una orquesta conformada por bronces, más violín,
cello, piano, contrabajo y batería, como la ICP , existe tomando la amplificación como uno de
sus elementos constitutivos. Pretender que un grupo de esa naturaleza sonara
bien (y todas sus voces fueran audibles) sin una mezcla y una amplificación
activas, sería como pretender que un cantante popular pudiera imponerse a una
big band en una gran sala sin ayuda del micrófono. Sinatra y su estética
dependían del micrófono y, en gran medida, los grupos heterogéneos del jazz,
también. En ese contexto, los más perjudicados fueron los pianistas y, en
particular, resultó casi inaudible mucho del excelente trabajo de Jodos junto a
Berne. Eventualmente, que mucho de lo mejor haya sucedido en los clubes, en
Thelonious, en Vinilo y La
Trastienda , es también signo de equilibrio en una
programación donde no hubo músicos de segunda.
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