Comenzado el Buenos Aires Jazz en
su versión 2013, Diego Fischerman comenta en Página 12 el concierto del ICP, en
la Usina de la Boca ,
La frescura virtuosa
Hay ocasiones en que el dibujo
cuidadoso de los contornos de un mapa no alcanza para imaginarse un territorio.
Sus espesores, sus grietas, sus colores. Podría hablarse de las tradiciones en las
que la Instant
Composers Pool (ICP) se inscribe. Del humor (un humor
ingenuo, casi típicamente holandés), de las referencias a Monk y, también, a
los viejos grupos de dixieland que proliferaron en el norte de Europa; del
experimentalismo de fines de los sesenta, en el jazz, o de esa extraña amalgama
entre virtuosismo y frescura que caracteriza a mucho de lo mejor del género. Y
sería insuficiente para dar cuenta de la fantástica actuación con la que esta
orquesta legendaria abrió el miércoles la sexta edición del Festival de Jazz de
Buenos Aires desde que lo dirige el pianista Adrián Iaies.
Conducido por su baterista Han
Bennink y, en ausencia, por el inclasificable pianista y compositor Mischa
Mengelberg –que, debido a su salud, no fue de la partida pero cuyo sello
inconfundible estuvo todo el tiempo presente–, este grupo varía de
conformaciones según cada tema. Va desde su encarnación como improbable big
band –los arreglos suelen remitir a la historia de ese subgénero e, incluso, a
las vertientes más asociadas con el baile y los usos “de salón”– hasta los
pequeños grupos de improvisación, integrados por dos, tres o cuatro
instrumentistas. La ICP
está integrada por Bennink –octogenario y vital como pocos–, Guus Jansen en
piano (reemplazando a Mengelberg), Ernst Glerum en contrabajo, Michael Moore en
saxos y clarinete, Tobias Delius en saxos, Thomas Heberer en trompeta, Wolter
Wierbos en trombón, Tristán Honsinger en violoncello y Mary Oliver en violín.
Varios de ellos están en el grupo desde hace tiempo y unos cuantos –Moore,
Wierbos, Honsinger, Olivier– exhiben trayectorias envidiables, desde la
formación de recordables grupos propios, como el Clusone Trio fundado por
Moore, hasta su participación en proyectos de músicos de la talla de Cecil
Taylor o Henry Threadgill.
Jansen es un pianista notable
a quien se le nota, también, en la precisión de un fraseo siempre
abundantemente ornamentado, su trayectoria como clavecinista. Wierbos es un
trombonista excepcional y fue una de las estrellas de la noche, junto a Glerum,
de una firmeza e imaginación destacables, además de un sonido homogéneo y
corpóreo, y Bennink, claro, que no dudó en sentarse en el piso, percutir en él,
primero con sus baquetas y luego con las manos, y, en un alarde de la acústica
de la sala de la Usina
pero, también, del silencio y respeto del público, jugar con el sonido de sus
palillos rodando por el escenario. Tanto Oliver como Honsinger fueron
fundamentales en el sonido de la orquesta, tanto en los momentos más
camarísticos como en esa especie de furibunda banda de baile de los años
cuarenta cuyo fantasma la ICP
se complació en convocar. La pluralidad de fuentes va desde el blues y el jazz
más tradicional –a la manera en que fueron traducidos por las bandas europeas,
en los comienzos del siglo XX, y en que consolidaron una tradición en las manos
de grupos como la Dutch
Swing College Band, fundada en 1945 por Peter Shilperoort–,
la sombra decadente de valses de salón y un experimentalismo que abreva tanto
en ciertas líneas del jazz –Monk, Herbie Nichols, Mingus, Cecil Taylor– como en
la música académica.
Algunas de estas vertientes
logran una intersección muy lograda, como la introducción sobre un bajo de
pasaccaglia para “Baltimore Oriole”, un viejo tema de Hoagy Carmichael,
rescatado alguna vez por George Harrison, que lo grabó en su disco Somewhere in
England, de 1981. Pero, sin duda, lo mejor del grupo tiene lugar cuando se
internan, como en el poderoso y sutil arreglo de Mengelberg para “Criss Cross”,
de Monk, en las zonas de armonía más densa y de rítmica más libre. La clase de
jazz mostrada por la ICP ,
en todo caso, está lejos de ser frecuente y en ese sentido conviene resaltar no
sólo el acierto de elegir una apertura de festival con estas características,
sino la absoluta complicidad de un público que colmó la bellísima sala de La Boca y que despidió a la
orquesta, después de varios bises, con una estruendosa ovación.
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