Hoy, con firma de Diego Fischerman, se publicó en Página 12 la siguiente
nota, con entrevista incluida, a propósito de Ron Carter y del concierto de
esta noche.
El cellista que supo dar el
buen paso
Integró el formidable segundo
quinteto de Miles Davis, pero Carter no quedó fijado en el pasado, e incluso
grabó muy buen material propio. Esta noche actúa en el Gran Rex y mañana en
Rosario, junto al guitarrista Rusell Malone y el pianista Donald Vega.
Se dice de él que es el
contrabajista que más discos grabó en la historia del jazz. Tal vez no sea
exactamente cierto, pero lo indudable es que Ron Carter fijó un antes y un
después para su instrumento. En sus registros para Blue Note, junto a músicos
como Wayne Shorter y Herbie Hancock entre muchos otros, y, también con ellos,
como integrante de uno de los grupos más perfectos que dio alguna vez ese
género, el quinteto de Miles Davis de 1963 a 1968 definió un perfil en el que mucho
tenía que ver una lejana frustración. O, por lo menos, un cambio de rumbo
privado que acabó siendo fundamental para el mundo.
Y es que Ron Carter era cellista.
Y era negro. Y decidió que ésa no era una combinación feliz. Se convirtió
entonces en un contrabajista con alma de cellista: gran sentido melódico, capaz
de desplegar las armonías y de jugar contrapuntísticamente con los demás
instrumentos, mucho más allá de la función usual de base. Ese perfil resultó
esencial para la gran transformación del jazz de los años 60. Carter, el
partícipe necesario. Y, con certeza, una gran parte de los mejores discos de
jazz de la época no hubieran sido los mismos sin él. Ahora, con un grupo que
evoca irremediablemente a Nat Cole y Oscar Peterson, llegará nuevamente a
Buenos Aires. Ya había actuado en esta ciudad como parte del quinteto de
homenaje a Davis, en que el lugar del trompetista lo ocupaba Wallace Roney, y
como líder de sus propios grupos. Hoy estará en el Gran Rex de Buenos Aires,
después de haber actuado en Córdoba y en Neuquén. Su periplo argentino, con el
trío Golden Striker, que conforman junto a él Rusell Malone (el excelente
guitarrista que fue parte fundamental en los primeros discos de Diana Krall
para el sello Impulse) y el pianista Donald Vega, culminará mañana en Rosario.
“Siempre que se toca con guitarra
y piano y sin batería se piensa en el trío de Nat Cole”, dice Carter a
Página/12. “Pero yo pienso que no se trata más que de un bello sonido, de una
bella posibilidad para intentar hacer música. No se trata de imitar el estilo
de Cole, ni su manera de armonizar o de repartir los papeles entre los
instrumentos. Es apenas una posibilidad tímbrica. Si se piensa en el
contrabajo, el papel que cumplía en el grupo de Cole, cuando lo tocaba Wesley
Prince, estaba muy ceñido a la marcación del tempo y a tocar los bajos de los
acordes. Eso está muy lejos de lo que hacemos hoy, como está lejos el estilo de
Vega del de Cole o el de Malone de lo que hacía Oscar Moore.” Carter es,
además, un gran arreglador –en el notable The World is Falling Down, de la
cantante Abbey Lincoln, por ejemplo– y, así como ha mantenido (casi siempre)
saludablemente separados el mundo estético de la música clásica, su primer
destino, del planeta del jazz –una de las excepciones fue su olvidable intento
de jazzificar a Johann Sebastian Bach– también ha sido claramente consciente de
las distancias entre la escritura y la improvisación. “La diferencia básica
–dice– es que cuando se escribe se lo está haciendo para personas o situaciones
lejanas. La escritura llega donde no llega la amistad, el compañerismo o el
conocimiento mutuo. Es un código más estricto, más preciso pero, también, más
incompleto. Porque no todo puede escribirse. La improvisación, en cambio, es
para aquí y ahora, con estos músicos con los que estoy. Podemos ponernos de
acuerdo en algunas cosas, es posible fijar algunas partes, pero la composición
es instantánea y, también, fugaz.”
Carter tuvo la fortuna de formar
parte de uno de los grupos más estables y duraderos de la historia del jazz. Y,
además, de uno de los que dejaron una seña indeleble en esa historia, el
segundo gran quinteto de Miles Davis: “Lo mejor de ese grupo es que se aprendía
algo nuevo cada noche, con los mejores músicos y haciendo la mejor música”. En
cuanto a lo peor, Carter prefiere reírse y recurrir a un evasivo “cosas aquí y
allá”. Lo cierto es que allí no se acabó el mundo, y tampoco se acababa en ese
entonces, como lo prueba la infinidad de grabaciones que Carter realizó en la
década de 1960 con otros músicos, incluyendo Far Cry, de Eric Dolphy, Speak No
Evil de Shorter, Maiden Voyage de Hancock y gran parte de los discos de McCoy
Tyner y Joe Henderson por esos años. También trabajó junto a Tommy Flanagan,
Gil Evans, Bill Evans, Wes Montgomery, Lena Horne, Coleman Hawkins, Oliver
Nelson y Johnny Hodges. Pero además de sus trabajos puramente jazzísticos,
Carter tocó con Aretha Franklin, con Carlos Santana, con Antonio Carlos Jobim,
con James Brown y con Paul Simon. Una obra que a veces hace olvidar el valor de
sus propias composiciones y de los grupos que él lideró, como el que grabó el
extraordinario Etudes en 1982: el saxofonista Bill Evans (no confundir con el
pianista del mismo nombre), Art Farmer en trompeta y flugelhorn y Tony Williams
en batería. “Quedan los discos”, reflexiona. “Yo hace mucho que estoy en el
mundo de la música (en mayo cumplió 76 años y desde los 23 toca como
profesional) y al final la cosa se reduce a los discos que uno ha grabado, pero
en realidad, si pienso en la década de 1960, en la que sucedieron tantas cosas
desde el punto de vista musical, los discos eran lo de menos. Se vivía para
tocar y lo que realmente sucedía noche a noche. Allí estaba la música.”
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