Es evidente que, más allá de las infinitas reediciones y de los reordenamientos de los lenguajes producidos en el pasado, algo está sucediendo en el ámbito del jazz que permite alentar la esperanza de una nueva vida. De eso trata la nota que el pasado 22 de febrero, Diego Fischerman publicó en el diario Página 12.
Un lenguaje que dice cosas nuevas
Que siga
leyéndose La Eneida
–y que se la siga valorando– nada tiene que ver con la inocultable muerte del latín. Podría
decirse que la salud de una lengua no se mide por su consumo sino por su
capacidad de ser productiva. Por eso, si de evaluar al jazz actual se trata, no
importa tanto cuánto se lo escuche sino si es capaz o no de seguir generando
nuevas estéticas. Y, sobre todo, si no se detecta allí el primer signo de
muerte: que los jóvenes hayan dejado de hablar la lengua de sus mayores. Sonny
Rollins, de 82 años, y Ornette Coleman, que el próximo 9 de marzo cumplirá los
83, son las grandes leyendas aún vivas, en un género que no se caracteriza por
la longevidad de sus patriarcas. Pero los últimos grandes renovadores
reconocidos, los nuevos de fines de la década de 1960, no están
demasiado lejos: Chick Corea tiene 71, igual que John McLauglin, Charles Lloyd
tiene 74, Henry Threadgill 69 y Keith Jarrett, el más joven de esa camada, 67.
Luis Lopes |
Si Buenos Aires fuera un buen parámetro para calibrar
la vitalidad del jazz, el pronóstico no podría ser más optimista. Son varios
los músicos de alrededor de cuarenta años o menos que aportan miradas profundas
y que muestran un manejo instrumental de primer nivel. Entre otros, los
pianistas Ernesto Jodos, Adrián Iaies, Paula Shocrón y Francisco Lovuolo,
muestran que hay vida en ese mundo. Y, sobre todo, que no se trata de la
artificialidad de una reserva natural, donde los máximos cuidados están
destinados a cuidar que no se pierda lo que ya existe. Aquí hay ni más ni menos
que vida nueva. Y este lugar, desde ya, no es el único. El hecho de que el jazz
se haya convertido en una suerte de lengua franca de los músicos populares
ilustrados, y de que que el rock haya, en gran medida, renunciado a sus principios
más osados desde el punto de vista del
lenguaje, ha creado un caldo sumamente propicio para la experimentación en este
género, y además con un nivel técnico altísimo. Algunos sellos como el
portugués Clean Feed dan buena cuenta de este movimiento, con nombres como los
del guitarrista lisbonés Luis Lopes, la cantante Sara Serpa (que acaba de
publicar Aurora, un muy buen disco con el veterano Ran Blake en piano),
y algunos de los músicos estadounidenses más interesantes del momento, como el
saxofonista Tony Malaby.
Kris Davis |
En ese catálogo aparecen además dos mujeres
pianistas que, junto a los ya experimentados Matthew Shipp, Craig Taborn y
Jason Moran, aportan a su instrumento mucho de lo mejor sucedido después de
Jarrett. Una, Angélica Sánchez, oriunda de Arizona y formada en Nueva York,
graba habitualmente en quinteto, junto a Marc Ducret, Tom Rainey, Malaby y Drew
Gress, y con ese grupo publicó Wires & Moss. A solas, también llamó la atención con A
Little House, donde agrega como instrumento, con singular efecto, un piano
de juguete. La otra es Kris Davis, canadiense y también de formación
neoyorquina, que deslumbra como solista (en el excelente Aeriol Piano),
en el papel de arregladora (en el disco Novela,
de Malaby) y como integrante del notable trío Paradoxical Frog, junto a la
saxofonista Ingrid Laubrock y Tayshawn Soreyy en batería (la última producción
del grupo es Union. Y si hay un rasgo de familia que los une, más allá
de que en efecto compartieron estudios y suelen tocar juntos, es la asunción
como tradición de las vertientes más vanguardistas del jazz de fines de la
década de 1960, la época en que nacieron, al fin y al cabo. La atonalidad, la
prescindencia de una secuencia de acordes repetida y la ruptura de los pies
rítmicos regulares del free jazz, para ellos, más que un credo, sencillamente
una parte de la enciclopedia con la que cuentan.
El Claudia Quintet (sostenido, John Holllenbeck) |
Algunos de estos músicos, como Ducret, han llegado a Buenos Aires, para
participar del festival de jazz que Iaies programa con tino. También ha estado
allí el baterista y compositor John Hollenbeck, integrante de uno de los grupos
más originales de la escena, el Claudia Quintet. Y hace unos años llegó, como
parte del quinteto de Dave Holland, Jason Moran, que acaba de publicar Hagar’s
Song (ECM), en dúo con Charles Lloyd, el saxofonista que hace más de
cuarenta años descubrió a Jarrett. Taborn, que el año anterior sorprendió con un
disco notable de piano solo –Avenging Angel, ECM–, acaba de grabar junto
a otro integrante de aquel grupo, el saxofonista Chris Potter (The Sirens,
también en ECM) y allí aparece tocando piano preparado otra de las figuras a
tener en cuenta, el muy joven cubano David Virelles, quien también toca el
piano en el último disco del trompetista polaco Tomasz Stanko (Wislawa,
ECM).. Por supuesto, los hoy maduros músicos de la generación intermedia siguen
produciendo muy buenos discos, como Ode, del trío de Brad Mehldau, o Unity
Band, de Pat Metheny (ambos para Nonesuch). Y Branford Marsalis como
saxofonista soprano, Maria Schneider como compositora, Bill Frisell como
guitarrista y europeos como Rolf y Joachim Kuhn, Enrico Rava, Daniel Humair o
Louis Sclavis, siguen ociupando lugares centrales. Pero conviene tomar nota de
los nuevos que, además, arrasaron con los reconocimientos en las encuestas entre
críticos de las revistas especializadas Jazztimes y DownBeat, de
los Estados Unidos, y Jazz Magazine/Jazzman, de Francia. Allí las
grandes estrellas fueron el pianista Vijay Iyer (que se impuso a Jarrett como
instrumentista y cuyo disco Accelerando (Act), en trío con su grupo
habitual, Marcus Gilmore y Stephan Crump, fue elegido como el mejor de manera
casi unánime), los saxofonistas Rudresh Mahanthappa y Miguel Zenón, el
trompetista Ambrose Akinmusire y el pianista cercano al soul Robert Glasper. Esos son quienes, lejos
de repetir las palabras de sus padres, manejan con fluidez el lenguaje y,
todavía, le hacen decir cosas nuevas.
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