martes, 9 de agosto de 2016

El sábado 6 se festejaron los primeros 50 años de Guillermo Hernández




La celebración, como en otras oportunidades, tuvo lugar en algún punto de la Provincia de Buenos Aires, a donde los invitados fueron llegando poco a poco, trayendo algo para contribuir con los festejos.


Los atuendos ad hoc estuvieron a la orden del día. Hacían que uno pensara que hasta la patria estaba de fiesta por Hernández.


Como puede verse, hubo quien aportó carbón y madera...














Hubo quien además, puso en juego sus conocimientos.














Finalmente, como en todo, quien hizo demostración de fuerza bruta, sin que en esta adjetivación haya el menor atisbo de calificación personal.








Todo se hizo bajo la atenta supervisión del homenajeado, quien, como se puede ver en la foto que ilustra a la derecha, derrochó alegría desde el primer momento.






Poco a poco, el fuego fue encendido y las carnes (a la sazón, un costillar de ternera de 23 kilos y un jabalí cazado a hondazos en la víspera por los multifacéticos hermanos Loiácono), dispuestas en cruz para honrar de este modo las costumbres de la campaña argentina.




El asador Daniel C., en sus raros momentos de ocio, recibió el consejo del mayor de los Loiácono, quien señalaba críticametne aquí y allá la necesidad de cambiar de lugar tal o cual carbón o de ajustar algún alambre porque, según él mismo afirmaba, "sabe de estas cosas".




Mientras todo esto ocurría, los presentes entendieron finalmente para qué sirven los críticos musicales.

En la foto, Diego F. (quien previamente se había conseguido una changa haciendo la revisación médica de los invitados que querían usar la pileta) revuelve la ensalada con las manos (y se supone que alternó ambas actividades, higienizándose adecuadamente entre una y otra).

Entre rábano y rábano, dijo haber cortado medio millón de cabezas de ajo, lo cual, considerando el aderezo de las ensaladas, parece haber sido verdad.






Con todo, alarmados por la incompatibilidad entre la revisación médica y la preparación de ensaladas simultáneas, varios de los contertulios decidieron intervenir enérgicamente y, so pretexto de ayudar al crítico de marras, le insistieron para que no tocara más la lechuga.

(Obsérvese la preocupación que refleja el rostro del invitado cordobés, de buzo azul.)








En algún momento, Guillermo Hernández se levantó de la silla para costearse hasta un rincón donde el escritor y periodista Juan Sasturain (invitado de honor, quien había cumplido años un día antes que el dueño de Minton's) y el Sr. J.B. se dedicaban a mirar algo (¿la tapa del último número de la revista Fierro? ¿la repetición de la inauguración de los Juegos Olímpicos de Río? ¿el resultado de la kiniela? ¿pornografía?) en un teléfono celular.

A todo esto, como ilustra la foto de abajo, varios de los contertulios se fueron acercando acaso llamados por el fuerte olor a carne asada y el manifiesto deseo de hacerse de un trozo.






Alejado de todas estas intrigas, solo en su mundo, el Dr. B., siempre en bien de los otros, se entregaba simultáneamente a la preparación de tragos en una barra que él mismo se había agenciado. 



Como ilustra la foto de abajo a la derecha, no tardó mucho en hacerse de un delantal y empezar a crear diversas variaciones alrededor de la figura del Negroni. 

Un problema de presupuesto lo obligó así a imaginar ese trago reemplazando el gin ausente por vodka, cashasa, pisco, ron y otras bebidas espirituales, hasta el momento en que perdió la paciencia y empezó a ofrecer una variante del Negroni preparado exclusivamente con vino, omitiendo el molesto jugo de naranja y el Campari. A quien quisiera escuchar, le decía que era la típica picardía criolla.








Ajenos a estos menesteres, algunos de los invitados más serios, decidieron reunirse a escuchar las máximas y consejos de Carlitos Sampayo, quien, como de costumbre, fue el cascabelito de la fiesta. Esto puede colegirse a partir de la sonrisa de las señoras presentes en la foto así como de la actitud contrita y reservada del Sr. F., aquí atesorando anécdotas para luego referirlas en su habitual programa de radio de los lunes, que se emite por FM La Tribu.

Carlos Melero, en cambio, decidió comenzar la fiesta a su manera y por sus propios medios. Cabe, con todo, preguntarse, cuál era la utilización que le daba a la servilleta que  decidió ubicar en lugar tan poco habitual.





Empero, no todo fue festejo. Como puede verse en la foto de la derecha, el sufrido D.I., ante la mirada severa e imperativa del Dr. B, el Sr. C y el Sr. F. --acaso varios de los contertulios más exigentes--, hizo el gasto y, una y otra vez, cargó la correspondiente bandeja con las diferentes carnes, de acuerdo al punto de cada una, con el objeto de servir a los presentes, ya dispuestos en las diversas mesas del interior del quincho.


En la foto de abajo puede vérselo, en segundo plano, ya en acción, mientras algunas de las bellezas locales posan risueñas para la cámara. 







La abnegada atención que D.I. tuvo para con los invitados, tiene su origen --según luego declaró a la prensa-- en sus días de estudiante de abogacía en la ciudad de La Plata. Allí, para solventar sus estudios, dice haber servido en diversos establecimientos, tarea que recuerda con especial cariño.



Y aquí, como puede verse, está la comida en su modesto esplendor. Como se comprobará a continuación, las consecuencias de la misma no tardaron en reflejarse en los invitados.








Hubo de todo. Algunos se entregaron a las ensoñaciones, como es el caso del Sr. J.F., siempre dispuesto a rimar.











Otros prefirieron continuar bebiendo.













Alguno fumo un puro con auténtica delectación.
















Pero otros, como el trompetista Loiácono, se decidieron por la siesta provinciana (juzgada como poco elegante por los más exigentes).



Con todo, si vamos a hablar de elegancia, nadie pareció más entregado a la digestión que el homenajeado himself.  
Aparentemente, según adujo, algo le había caído mal (lo cual, llegado el caso, hablaría mal del asador), aunque se pretextaron unas medialunas de grasa mal asimiladas o un Talisker del día anterior, idem. 
Hubo que recurrir a los buenos oficios del crítico Diego.F. (quien no en vano hacía guardia para la revisación junto al natatorio), que tuvo la amabilidad de, literalmente, "tirarle el cuerito", sea el cuerito lo que fuere, ya que nadie se animó a preguntar de qué cuerito se trataba.





Ya repuesto el dueño de Minton's y tranquilizada su familia (aquí representada por el Sr. A.) siguieron los festejos






Cuando llegó la hora del champagne y de los dulces, varios se anotaron en primera fila.

Nótese la velocidad del motoquero M., a punto de voltear toda una hilera de copas por un petit four.

Nótese asimismo el grado de especialización del Sr. C., indicándole a la sufrida esposa de Hernández qué masita agarrar.

De paso, véase la velocidad con la que, ya despierto y despejado, el mayor de los Loiáconos, sin el menor disimulo, compite con el resto de los comensales por los lemon pies.










Y con los brindis renace el amor.











Así al menos lo atestiguan las siguientes fotos --como ésta del contador M. con Guille-- para las cuales el cronista no tiene palabras.







En tanto todos se quieren, el Sr. J. les da las últimas instrucciones a los hermanos Loiácono, quienes minutos después van a amenizar la velada, recreando clásicos de su repertorio, tal como lo ilustra la foto de abajo.









Siguen después otras varias demostraciones de amor viril que de ninguna manera deben ser confundidas con mariconería.




Y se llega así a las inevitables tomas de conjunto (obsérvese al cordobés H., a la izquierda, haciendo su famosa pose de ballet, de la época en que era modelo de Calvin Klein.


Obsérvese asimismo en esta segunda toma, en primerísimo primer plano, al Sr. Paulo, calvo, de anteojos y con las piernas cruzadas, directamente importado de Brasil, quien sacó todas las fotos que ilustran esta fiesta.







Véase por último, la expresión de alegría de Guille, a quienes todos le deseamos toda la felicidad del mundo.





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