Sobre
la autobiografía de Charles Mingus (Mondadori)
Toda biografía es una ficción. La de Charles Mingus,
escrita por él mismo, lo es hasta el extremo de lo posible y no lo oculta. Contrabajista, pianista,
compositor y aglutinador de músicos y estéticas, Mingus escribe sobre Mingus
como si fuera otro, se llama a sí mismo "mi chico", "mi muchacho"
o "mi hombre" y elige, para todo su libro, una suerte de mayéutica
aristotélica: la historia (falsa) se cuenta con diálogos. Mingus cuenta lo que
cuenta de la misma manera (verdadera) en la que toca: por impulsos, en ráfagas,
sumando voces y negándose a que haya una que regule (el contrabajo, el piano o
un narrador conocedor de los acontecimientos) a las demás, que indique cómo
deben ser leídas, que las articule como segundas o terceras voces en relación
con una melodía predominante. Como Mikhail Bajtin hubiera soñado, el reino de
Mingus es el de la polifonía.
"Tendré más cosas que decir musicalmente si vivo con los perros...; siendo menos que un perro... tendré más que contar", dice Mingus, reproduciendo una conversación con Lee-Marie, una de sus mujeres, mientras intenta convencerla de que no siga a un cafishio (chulo, en la discutible traducción española de Francisco Toledo Isaac) que él mismo le ha presentado, presa de la admiración que, según cuenta, su éxito y riqueza le merecían. De ahí, tal vez, el título. O, quizá, de esa especie de distancia permanente, de marginalidad a ultranza que se desprende de no ser "lo suficientemente blanco para dejar de pasar por negro ni lo bastante claro para que me llamen blanco". Charles Mingus tituló su autobiografía, publicada en castellano por la editorial Mondadori, Menos que un perro. Y entre sus ficciones está la de la abyección más espantosa y, paralelamente, la de la potencia sexual sin límites: "¡Yo soy mucho más hombre que cualquier sucio mamón blanco! ¡Me follé a veintitres tías (ya estaba dicho: la traducción es un follón) en una noche, la mujer del jefe incluida!", dice ante la desconfianza de su psicoanalista –otra invención de Mingus– que lo acusa de exagerar en más de una ocasión ("eres un buen hombre, Charles, pero hay mucha invención y fantasía en lo que dices. Por ejemplo, ningún hombre podría con tantos actos sexuales en una sola noche
Ambos, músico y psicoanalista –y todos los personajes que desfilan por el
libro: Gillespie, Tatum, Miles Davis, Charlie Parker, Fats Navarro– son, por
supuesto, el propio Mingus que, ya al principio se ocupa de aclarar: "Yo
soy tres. Un
hombre que permanece siempre en medio, despreocupado, inmóvil, observando,
esperando a que le sea permitido expresar lo que ve a los otros dos. El segundo
hombre es como
un animal asustado que ataca por miedo a ser atacado. Luego está la persona
extremadamente cariñosa y amable que admite a la gente en el templo más sagrado
de su ser y soporta los insultos y es confiado y firma los contratos sin
leerlos".
Casi en el comienzo hay otra prueba y tiene la forma de un perfecto cuento de fantasmas en el que el espíritu de Mingus, enternecido, ve a "mi
"¿Cuál va a ser, Mingus uno, dos o tres? ¿Cuál de ellos pensás que él querría que el mundo viera?", cantaba Joni Mitchel con la música de "Dios debe ser el hombre de la bolsa" en su homenaje a Mingus, jugando con esas primeras palabras de su autobiografía imaginaria. Compositor, director de big bands, continuación de Duke Ellington por otros medios, actor, contrabajista, aprendiz de chulo, pianista, escritor, maestro, filósofo, crítico, productor discográfico y poeta, Mingus había nacido en Nogales, un pueblo que a veces estaba en Arizona (y a veces en México), el 22 de abril de 1922. Joni Mitchel grababa su versión
Dos sesiones de grabación, tal vez, sean el complemento perfecto para este libro en que el jazz dicta mucho más la forma (azarosa, por momentos acelerada y en ocasiones inmóvil, llena de caprichos y de inspiraciones) que el contenido. En una, Mingus se aleja del contrabajo (instrumento que estudió con Herman Rheinshagen, integrante de
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